martes, 11 de noviembre de 2014

EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO EPISODE 10

Ochenta días después, en las frescas horas del amanecer, la Familia Imperial se reunió en la calzada, a las puertas del palacio Grimaldi. El aire olía a la prolongada y dulce muerte del verano, y al abigarrado regreso del otoño. El Rey Magnus,portando una enorme y pesada corona hecha de oro puro estaba cómodamente apoltronado en una amplia calesa forrada en terciopelo rojo, acompañado por la tímida y dulce Reina, el oscuro y enigmático Príncipe Adam, y la pequeña y solemne Princesa Ambrosía.
La brisa matutina hacía ondear los estandartes y el sol se reflejaba en las espadas y en las puntas de las lanzas de los soldados que los escoltarían.
Jaejoong y el resto de los hombres esperaban en el embarcadero,  Cuando apareció la calesa adornada con cintas y banderas, los ojos de la princesa buscaron de inmediato a Jaejoong, y sonrió al reconocerlo. Desde que había sido nombrado Erpa-ha, la princesa siempre verificaba que en todas las ocasiones públicas, su guardia y amigo personal apareciera ricamente ataviado con el atuendo de un príncipe, pero para su enfado, el pelinegro seguía optando por la sencillez, y como único detalle sobresaliente, en las muñecas lucía las anchas pulseras de plata, símbolo de comandante de los Valientes del Rey.
 El enorme arco hecho de madera y remaches de plata lo llevaba en la espalda y el carcaj de madera flexible, decorado con florituras de oro, cargado con docenas de flechas delgadas, cuyas puntas estaban llenas de un oscuro, viscoso y mortal veneno, estaba atado a uno de los costados dela silla del caballo, junto a la funda que contenía su enorme espada.
Esperó con paciencia, vigilando todo a su alrededor, beneficiándose de la altura que le
otorgaba el estar montado sobre su adorado corcel blanco, casi tan finamente ataviado en
tonos dorados y blancos como el mismo Jaejoong.

La Familia Imperial subió al barco y asomó por los barandales blancos y delgados de la cubierta más alta, haciendo gala de elegancia entre los gritos, vítores y aplausos de la multitud en febrecida que despedía con esperanza a su amada hija,quien partía en un largo viaje, para no volver en mucho tiempo.
Todos reían,algunos gritaban, pero nadie, absolutamente nadie, se percató de que la princesa lloraba escondida en su parasol, salvo Jaejoong. Ansioso, el joven pelinegro desmontó y dejó a su caballo en manos de su esclavo, quien lo llevaría a las bodegas, Avanzó con paso discreto, hasta colocarse detrás y ligeramente al lado de la chiquilla, puso una mano de largos dedos sobre el frágil hombro de Ambrosía, y la princesa automáticamente se relajó.

 Por la tarde, el ánimo de Jaejoong decayó,pues fue consciente de que solo una semana lo separaba de Calabria, y se inquietaba al pensar en lo que podría pasar al llegar ahí. En su interior, sus sentimientos se encontraban y combatían ferozmente y eso le dejaba un profundo cansancio mental, aunado al desasosiego que le causaba la depresión afligida de Ambrosía.

Había dejado a la chiquilla, ahora de 16 años, dormida en el amplio y lujoso camarote asignado para ella, y se había asegurado de que un par de Valientes del Rey custodiaran sin descanso la puerta. En aquellos momentos, seguido por un par de sus esclavos, vagaba por los corredores con un objetivo,  las barracas de sirvientes y esclavos en el piso más profundo del barco, el sol comenzaba a ocultarse, majestuoso por el horizonte azul
de agua, y todos los trabajadores regresaban fatigados de sus faenas en el barco.
Cuando Jaejoong y su compañía llegaron al pasillo lleno de puertas, todas idénticas y todas abiertas,los recuerdos le atenazaron mordisqueándole el alma con añoranza y un poco de melancolía. Una increíble sensación de tristeza se apoderó de él al mirar a todos los trabajadores,famélicos, enjutos, de tripas consumidas y rostros demacrados, se preguntó si así se vería él cuando había huido a toda prisa de su hogar, escondiéndose en aquellos diminutos camarotes encalados, como el puñado de esclavos que ahora ahí habitaban; suspiró pesadamente y después los llamó a voces.

Cuando los esclavos se percataron de su presencia, todos salieron de sus camarotes, con las sonrisas estampadas en sus morenos rostros. Los hombres lo veneraban y daban su vida por él,además de la amabilidad y respeto que el moreno les tenia, ver a Jaejoong significaba regalos, comida y bebida. El joven guardaespaldas y ahora noble les sonrió en respuesta, hizo una seña amable a sus propios esclavos y entonces se comenzaron a repartir entre los trabajadores botellas de vino, pasteles de miel, dátiles confitados y trozos de chocolate suizo, además de mantas de franela nuevas,sandalias y barras de jabón perfumado de lavanda (todo un lujo en aquel entonces para los sirvientes). Aquellos regalos eran comunes desde que Jaejoong se había convertido en guardaespaldas, y lo cubría todo de su dinero, que,después de tantos cargos y títulos de nobleza, comenzaba apilarse en cantidades impresionantes.
Pasó todo el crepúsculo con los sirvientes, comiendo, bebiendo y haciendo bromas, se retiró cuando la luna estaba en lo alto. Estaba tan agotado, que cuando llegó a su camarote, a tres puertas de distancia del de Ambrosía, se dejó caer en la cama,aun vestido, y ya estaba completamente dormido cuando sus dos esclavos de más confianza le retiraron con cuidado, con muchísimo cuidado, los pesados ropajes de terciopelo oscuro, las pulseras de plata y el ankh del cuello.

El último día de viaje, todo el ambiente del barco estaba un poco fúnebre y decaído,apagado, y olía un poquito a polvo decadente y húmedo.
Jaejoong estaba sentado en el gran comedor, acompañado únicamente por  Yunho, mientras los sirvientes se afanaban en limpiar los restos del banquete que habían degustado.Ambos bebían vino tinto a pequeños sorbos y estaban callados, llevaban callados desde que la cena había terminado y la familia Imperial se había retirado. Jaejoong había llevado a la Princesa a su camarote, e incluso se había tomado la libertad de despedirse de ella dejando un casto beso en su frente.

Yunho quería hablar, pero estaba sondeando al silencioso pelinegro. Jaejoong parecía casi tan desdichado como Ambrosía.

—Hey… Jae—el aludido alzo la vista. — ¿todo bien, colega?

—Pues…— el moreno dejó escapar un prolongado suspiro — no lo sé Yunho.

—Se que debe ser algo muy jodido… no sé el porqué, pero veo en ti una renuencia desesperada por regresar a tu antiguo hogar, estas incluso peor que Su Alteza Ambrosía.…-Jaejonog le lanzó una mirada cargada de suspicacia.

— ¿Cómo sabes eso?

—Pues… —parecía desconcertado — tú me lo dijiste, hace algunos meses.
Jaejoong tuvo el atisbo de un recuerdo, de una terrible embriaguez y una resaca horripilante, y
de muchas cosas que no debieron salir de su boca

—Creo… si,lo recuerdo…

—Entonces…no entiendo Jae… ¿Qué puede ser tan malo como para no querer volver?
El pelinegro parecía bastante aturdido a causa de todas sus emociones encontradas y estuvo
callado durante un buen rato.

—Yo… —comenzó — estuve un tiempo en el palacio de Calabria — confesó.

—Comprendo…¿trabajaste ahí? — Jaejoong negó con la cabeza — ¡Espera! ¿Entonces conoces al príncipe ese? Al futuro esposo de nuestra princesa ¿es en verdad que es tan,tan jodido?
Jaejoong se volteó y clavó la mirada en la hermosa obra Nympheas, que el mismísimo Claude Monet había pintado para el Rey Magnus, un par de décadas atrás.

—No te lo imaginas.

—Yo creo que todos exageran un poco, no puede ser tan malo ese Príncipe. — pero antes de que pudiera decir otra palabra, Jaejoong le lanzó otra de sus miradas oscuras y penetrantes.

—Mira, Yunho,no podría describírtelo porque esta mas allá de las palabras, lo que él y yo vivimos fue…fue especial e irrepetible pero no te lo diré porque forma parte de un pasado que necesito olvidar, pero muy aparte de eso, el príncipe y yo no quedamos en buenos términos… él pretendía… —Jaejoong calló por un segundo, en el que el corazón de Yunho dejó de palpitar, estaba totalmente intrigado — el trató de esclavizarme ¿ya? No sé qué
demonios pretendía,pero como ya lo notaste, no se lo permití y por eso me fui.

Jaejoong no estaba preparado para la reacción de Yunho, este último se levantó en cuanto Jaejoong pronunció aquellas palabras. El movimiento fue tan violento que las dos copas de vino se volcaron, derramando el elixir rojizo sobre el mantel blanco, Yunho tenía las aletas de la nariz dilatas, los dientes apretados y se había puesto rojo de puro coraje.

— ¡¡ ¿Qué pretendía qué?!! — vociferó, fuera de sí,  Jaejoong era su mejor amigo y no podía siquiera concebir el que alguien le pusiera una mano encima.

—Yunho… shh—le chistó — cálmate. — pero este no atendía razones.

— ¿Cómopretendes que me calme? ¿Esclavizarte? ¡Pero si tu eres un Erpa-ha! no puede ni tocarte.

—Antes de llegar a Mónaco solo era otro plebeyo mas ¿lo olvidaste? —terció el moreno con dulzura.El que Yunho lo defendiera de manera tan vehemente le había parecido lo más cálido del mundo.

—Oh… si, en eso tienes razón — aceptó, sentándose a regañadientes, el enfado aun era latente en su rostro y palpitaba furiosamente en sus sienes. — mira Jae, no hay por qué preocuparse, ahora tu eres importante, eres un noble y nadie tiene el derecho a menospreciarte ¿comprendes? Sinceramente no sé porque no has asignado un par de Valientes del Rey para cuidar a Ambrosía en lugar de hacerlo tú mismo, eso te está impidiendo vivir tu vida. Ella se va a casar, y entonces qué ¿seguirás toda tu vida pegado a sus faldas? Una vez casada, ya no necesitara de tu protección,para eso tendrá un esposo y todo un reino a sus pies. Tú eres un príncipe ahora, tienes influencias y suficiente dinero, puedes tomar un escuadrón de Valientes del Rey, conquistar algún lugar y erigir tu propio palacio.
Yunho siguió parloteando hacia la cara sin expresión de Jaejoong, aunque por dentro el pelinegro sentía cada palabra de este como una ponzoñosa espina que se clavaba en lo más profundo de su alma, y no sabía cómo responder.
Al final,solo opto por responder de la manera más criptica posible, e inclinando la cabeza,
le dijo:

—Sabias palabras Yunho, pero como tú me lo dijiste el mismo día que te conocí, yo a la Princesa le he ofrendado mi vida y la cuidaré todo el tiempo que me sea posible, incluso si he de cuidarla de sí misma, y por favor, ya no hablemos de Shim Changmin ni de Calabria, mañana estaremos ahí y eso ya es suficiente — acto seguido se levantó — que pases buena noche Yunho y gracias — le dio un puñetazo amistoso en el hombro y después se
retiró.

Jaejoong salió hacia el azul atardecer, en el que las pálidas estrellas que apenas se asomaban encendían fuegos de plata sobre la superficie del alborotado océano. Su alta y oscura figura se deslizaba con fluidez por los pasillos, y todos los que lo miraban hacían una profunda reverencia, pero Jaejoong no los miraba, estaba sumido en la preocupación.
Recorrió rápidamente el barco de punta a punta hasta llegar a la proa, el mismo sitio donde hacia exactamente un año, se ponía a pensar y meditar. Nuevamente, no sabía lo que le deparaba el destino, no sabía cómo iba a reaccionar al ver nuevamente a Changmin, ni si iba asentir celos de su preciosa princesa (aunque lo dudaba), y lo que más le preocupaba es pensar en cómo Changmin iba a reaccionar al verlo, y al verlo con su futura esposa además. Algo muy profundo en él, cantaba y presentía malos tiempos, pero decidió, de momento hacer oídos sordos. También estaba emocionado, vería a Yoochun, su gran amigo y a sus padres, que habían sido tan buenos con él, y a todos los habitantes del pueblo, su familia, quienes siempre lo había aceptado y estimado, casi todos. Pero sobre todo, ardía en deseos de ir a visitar a su madre, de ir a mostrarle que ella tenía razón al decir que él había nacido para sobresalir y supo que ella se sentiría muy orgullosa al verlo.
Tan ensimismado estaba en sus pensamientos, que no sintió la presencia que se le unió, hasta que una pequeña mano se poso en su hombro, obligándole a voltearse de inmediato estaba tan sorprendido que ya había desenvainado la espada, lista para clavársela a quien quiera que se atreviese a atacarlo, pero entonces recordó en donde estaba.

—Mierda… dios santo…
La princesa Ambrosía levantó lacónicamente una ceja dorada.

—Saludos Jae,sabía que te encontraría aquí— su voz era queda y átona, como siempre y miró con asombro y algo de espanto la postura amenazadora de Jaejoong — ¿me vas atacar?

—No, claro que no — dijo, guardando la espada nuevamente en un solo movimiento. Tiró de la chiquilla hasta encararse con ella y la abrazó con todas sus fuerzas — Lo siento, lo siento muchísimo, no puedes imaginar cuanto lo siento, No me odies.
La princesa no dijo nada, pero sus manos encontraron el rostro de Jaejoong, acariciaron sus sienes doloridas y se movieron lentamente, echando hacia atrás su sedosa cabellera negra.  Permanecieron inmóviles uno enfrente del otro durante bastante tiempo, sumidos en un silencio de amistad y comprensión que no necesitaba ser roto.
Jaejoong soltó con cuidado a la princesa en cuanto sintió los fuertes y rápidos golpeteos de su
corazón rebotando contra la blandura del pecho femenino, e hizo una inclinación de cabeza.

— ¿Recuerdas que aquí nos conocimos, Jae?

—Lo recuerdo perfectamente, Alteza.

—Y aquí estamos, juntos aun, un año después. — la princesa suspiró y miró hacia las profundidades azules del océano. —Lo que más recuerdo, es esto, el mar, y un intenso frio.

—Pero hacía calor Jae.

—Yo tenía frio, y más cuando me di cuenta de quien eras tú, pensé que me mandarías matar.

La chiquilla hizo un puchero ofendido y frunció el ceño.

— ¿Por qué habría hecho eso? Tú me salvaste, si no hubieses estado aquí, yo habría caído por la borda— la princesa afianzó ambas manos al delgado barandal, encaramó los pies y se columpió hacia adelante, con algo de esfuerzo por lo largo de su vestido, provocándole a su guardia un ataque de pánico.

— ¡Por dios!¿¡Que haces!? — vociferó Jaejoong, la sujetó por la cintura y tiró hacia atrás,sin hacer apenas el mínimo esfuerzo. Ambrosía reía, su risa volvía a ser chispeante, alegre y musical, agitó los pies, que le colgaban a más de diez centímetros del suelo y puso sus manos sobre el antebrazo que le rodeaba la cintura.

— ¿Lo ves?Siempre estás aquí Jae— le dijo, descansando la nuca sobre el hombro de su
guardia.

—Oye señorita —la regañó él, utilizando un tono que pretendía ser severo, pero que se resquebrajó de inmediato al ver el brillo intensamente juguetón de los ojos azules de la princesa—avísame al menos cuando vayas a hacer alguna otra barbaridad así, no me tomes desprevenido — la puso en el suelo e hizo que se volviera por completo hacia el— ¿Sabes lo cerca que estuve de sufrir un infarto? ¡Casi se me sale el corazón!— pero ella
no dejaba de sonreír y lo volvió a abrazar, rodeando el fuerte torso de su guardia con sus delgados brazos, clavó su afilado rostro en las profundidades del firme pecho de Jaejoong y aspiró su fresco aroma. Eso la tranquilizaba, aunque jamás se había mostrado tan efusiva.
Jaejonog estaba algo descolocado pero no la rechazó, le gustaba lo que sentía y rodeó el cuerpo de la chiquilla con un brazo mientras peinaba su largo cabello con la mano que tenia libre.

—No sé qué haría sin ti Jae— el murmullo le llegó a Jaejoong algo apagado porque la princesa habló con la cara apretujada contra sus ropajes. El pelinegro no sabía que responder a eso y solo continuó acariciándole el cabello — ojala nunca tuvieras que irte de mi lado. Jaejoong frunció el ceño, extrañado ante esa afirmación.

— ¿Por qué habría de irme? Ya no sabes lo que dices ¿acaso tienes sueño?

—No, no tengo sueño — ella rió, con tristeza y un poquito de sarcasmo,  sus brazos se apretaron más en torno a Jaejoong quien empezaba a ponerse ansioso. — No soy tonta, quizá
muy joven,pero no tonta y he visto el modo en el que te tensas cuando se menciona Calabria. No sé porque, pero tengo el presentimiento de que en poco tiempo te voy a perder… y no quiero que eso pase porque… — pero las palabras que con tanto anhelo quería decir, se le quedaron amarradas en la garganta ¿Cómo iba a confesarle a su guardaespaldas, que le profesaba un amor tan profundo como el océano que los rodeaba? Que él era el hombre que ella deseaba tener, con quien deseaba vivir hasta morir, a quien deseaba darle hijos… aquel con el que quería compartir su lecho, su vida, e incluso su muerte. No podía, no podía hacerlo,porque por muy Erpa-ha que fuese Jaejoong, jamás sería considerado digno de ella. Y además ya estaba comprometida, y dentro de unos cuantos días, le pertenecería a otro hombre, un hombre al que odiaba y despreciaba, y entonces Jaejoong se iría a buscar su destino y…

— ¿Por qué dices eso? — el pelinegro la distrajo al separarla con ternura de su cuerpo
para mirarla a los ojos. Pero Ambrosía no quería verlo, Sus ojos estaban anegados, ocultos tras una espesa cortina de lágrimas de dolor, de frustración, de decepción, se sentía avergonzada por sus pensamientos y no quería que Jaejoong lo viera,sería como dejar su alma al desnudo — si esto te tranquiliza, entonces te repito que me quedaré contigo hasta que tú quieras.

Con firme delicadeza, él le obligó a volver el rostro, y sacando su propio pañuelo de seda, limpió las lágrimas de Ambrosía con toques ligeros como el roce de una pluma.
Ella no respondió y Jaejoong sintió como ella le rodeaba nuevamente el cuello con los brazos,
necesitaba mucho consuelo y el pelinegro se lo ofreció, estrechándola fuertemente,mientras los últimos rayos de sol se deslizaban por las torres y pilares que sostenían las cubiertas, arrastrándose entre el casco del imponente barco, para desaparecer al fin bajo el oscuro poder de la noche.




&Mientras tanto, en Calabria &

El hermoso e imponente castillo de acabados góticos de Calabria, una verdadera joya arquitectónica, con sus torres terminadas en punta, sus arcos ojivales y techosabovedados, estaba sumido en un estado de incesante actividad. El reino entero festejaba las próximas nupcias reales y la inminente coronación de un nuevo soberano, aunque en los oscuros y húmedos rincones de las tabernas del pueblo,se temía y se sospechaba que la situación no mejoraría, pues todos sabían sobre el carácter arrogante y frio del príncipe Changmin y se preguntaban que les depararía cuando el joven fuese coronado Rey.

Los sirvientes del palacio trabajaban sin parar, Se habían re-decorado todos los aposentos reales y las nuevas y opulentas habitaciones reales para los recién casados estaban terminadas. Los arquitectos, artistas, canteros e ingenieros no tenían un minuto de descanso Se trazó la larga y amplia avenida que el Rey planeara, desde las puertas de los nuevos aposentos hasta el lago, con la orden de que estuviera flanqueada por es finges de ángeles tallados en marfil. Los pintores trabajaban de día y de noche en los vastos y soleados muros de la nueva avenida, a fin de dejar testimonio de la milagrosa concepción del príncipe Changmin, de su real nacimiento, de su coronación como heredero, y se dejaba un extenso espacio para plasmar en la historia de su vida, su próxima boda y el nacimiento de sus propios herederos. Se construyeron además estanques y jardines alrededor del palacio, que pronto estuvieron poblados de pájaros, en tanto las mariposas, polillas y abejas se deleitaban con las flores.
La actividad era incesante.
 La capilla del palacio había sido modificada también y en las cocinas se preparaba todo para el gran banquete, en el salón principal, la montaña de regalos envueltos en metálicos colores crecía a pasos agigantados. Nuevas calesas reales se habían fabricado, exagerando el uso de terciopelo carmesí y adornos en oro y platino.

El príncipe Changmin contemplaba toda aquella actividad con desesperante apatía, rodeado de su altanero séquito de escribas y guardias. El príncipe Kyuhyun se había convertido en un morador más o menos permanente del palacio de Calabria y a menudo le hacía compañía al voluble príncipe cuando éste se encontraba de ánimo.
Los Reyes observaban con poca preocupación la actitud del príncipe, confiados en que,estando una vez casado, sus nuevas obligaciones matrimoniales le harían cambiar de parecer… pero nadie sospechaba lo que estaba a punto de suceder…



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La mañana llegó, bañada de los brillantes rayos de sol que se colaban a través de las blancas nubes esponjosas tan típicas del cielo.
El barco encalló en el puerto de Calabria, cerca del faro, Jaejoong, Yunho y el resto delos soldados se reunieron en la cubierta más alta, ligeramente detrás de la familia imperial.
Los Reyes,la Princesa Ambrosía y el Príncipe Adam estaban a punto de desembarcar, solo aguardaban a que las calesas que los llevarían al palacio se reunieran entierra.
Mientras esperaba, el joven pelinegro se acercó al barandal, preguntándose que vería por debajo de él, esperando que todo lo que recordaba no hubiese cambiado en el año que había estado lejos. Y nada había cambiado. Por debajo de él se extendía el alegre puerto de la ciudadela de Calabria, que brillaba pintoresco bajo los rayos del sol, y más allá de él se desplegaba todo un panorama de calles muy iluminadas. Jaejoong recordaba a la perfección
todos sus nombres mágicos y talismánicos, nombres de calles en los que podía llegar a ocurrir casi cualquier cosa. Vio las tiendas diminutas y oscuras que parecían hacerle señas, y supo que olor tendrían, no le hacía falta entrar en ellas para saber que olerían a frescor, humedad y especias, y que estarían repletas de extraños tesoros. Vio los balcones de hierro forjado de los que colgaban las banderas imperiales con los colores azul y blanco del palacio, y que chasqueaban al viento dándole la bienvenida y le hacían guiños, como un mar de seda.
Los muros de soporte encalados estaban igual que siempre, relucían con destellos blancos manchados por la blandura del rojo ladrillo, allí donde se había desprendido la pintura a causa de la brisa salina. También estaban los edificios, viejos y mal conservados, que contenían escaleras de caracol oxidadas y medio derruidas y cámaras secretas cuyos muros estaban manchados por los restos de sacrificios desangre.

Era real,estaba ahí, le pertenecía. Calabria… Jaejoong había recorrido sus calles un sinfín de veces,durante los días largos, calurosos, viscosos, asfixiantes e interminables de su infancia. Había huido de ahí, en busca de un falso hogar, pero finalmente había regresado a la verdadera cuna de su nacimiento. Calabria lo sabía, sabía que aquel chico con rostro de ángel le pertenecía y trataba de seducirlo con sus encantos, con los ríos, las praderas, las calles adoquinadas… con el castillo,misterioso, enigmático, anidado en las entrañas de las colinas, de muros silenciosos pintados de blanco y azul, donde le aguardaba la habitación en la que había venido al mundo, emergiendo de entre los muslos pringados por la sangre de la mismísima Reina. Había elegido con mucho cuidado su atuendo para aquel día, Lucía un traje sobrio, de terciopelo azul oscuro, adornado con bordados y florituras de hilo hecho de plata. Las botas brillaban, lustrosas, llenas de remaches y terminadas en espuela, la capa se agitaba al viento, al igual que su cabello negro y llevaba su casco de comandante bajo
el brazo.Había dejado el arco de momento, solo portaba su espada y las navajas,escondidas en lo más recóndito de la capa, las botas y la casaca. Iba ataviado como el príncipe que ahora era. Sobre el pecho amplio y sereno, el pelinegro lucia el emblema platinado de los príncipes Erpa-ha, los Señores Herederos.
La gente del pueblo estaba reunida en el puerto para observar a los recién llegados, y todos aplaudían, saludaban, incluso lloraban. Jaejoong escaneó rápidamente todos los rostros,
encontrándolos conocidos a todos, pero no vio  Yoochun ni a sus padres.

Cuando la familia Imperial finalmente bajó del barco, el pelinegro se puso el yelmo (no quería que nadie lo reconociera aun) y caminó detrás de ellos, en línea recta tras la princesa, cuyos hombros rígidos y postura tensa le revelaban lo asustada e incómoda que estaba. Yunho caminaba en silencio al lado de él. Parecía más preocupado por vigilar a Jaejoong que por hacer su trabajo y vigilar al príncipe Adam.
El sinuoso camino que llevaba hacia la alta colina donde descansaba el palacio estaba adornado con cintas de tergalina blanca, donde cada pocos metros había una estaca de plata, clavada con saña en lo más profundo de la tierra, y de la que colgaba un simpático farolillo de papel blanco, con una vela ardiendo alegremente dentro.
Una vez entierra, el caballerango que muchos meses atrás despreciara e insultara a Jaejoong,
ahora le ofrecía en una profunda reverencia las riendas plateadas de su caballo blanco.

—Gracias —dijo el joven, montándolo después de ayudar a su princesa a apearse en la calesa. Con una orden breve, la procesión emprendió el viaje hacia el castillo, en silencio. Yunho montado en su magnífico alazán castaño cabalgaba cauteloso y pensativo al lado de Jaejoong,quien iba detrás de la calesa real. Los soldados y Valientes del Rey iban a pie, fieles y leales detrás de su comandante con las lanzas y espadas listas. Yunho les había informado la noche anterior que tal vez Jaejoong se toparía con algunos problemas y todos los
hombres habían jurado protegerle con su vida, porque Lo adoraban.
Después de algunos minutos, las trompetas del palacio sonaron anunciando su llegada, y los nobles y cortesanos de Calabria se reunieron en la amplia explanada del Palacio para obtener algún atisbo de la hermosa Princesa que dentro de poco se convertiría en su Reina.

Al cruzar las verjas de la entrada hechas de hierro decorado al estilo barroco, el joven pelinegro fue un importante blanco de miradas, Era imposible confundirse, era una persona de alto rango. Se veía por la manera en que montaba. tenía un aspecto magnifico, era alto, de cabello oscuro, mandíbula firme, y cuyo casco alado
enmarcaba un rostro amable y burlón.
Al contrario de sus antiguos temores, Jaejoong no estaba nervioso ni asustado como pensó que lo estaría. Se sentía frio, tranquilo y sereno, no tenía miedo, se apeó de su caballo con una elegancia desbordante y entró al palacio por las enormes puertas, erguido, con paso firme y decidido detrás de la Familia Imperial. Yunho lo vigilaba en todo momento, solo para asegurarse.
Cuan lejano le parecía a Jaejoong el recordar que hace un año, el mismo Changmin le había hecho cruzar aquellas puertas, haciéndolo sentir como un cervatillo asustado ante la imponencia y elegancia del castillo, y que ahora, le parecían lo más normal y común del mundo.
Al llegar ala oscura antecámara que precedía el enorme salón de recepciones se reunió con Ambrosía. Estaba ahí, sola, con un par de guardias de Mónaco a su lado, pues sus padres y su hermano ya habían entrado y saludaban efusivamente a los Reyes de Calabria.

—Jae… — ella lo miró, con la indecisión brillando en sus ojos claros.

—Tranquila,aquí te estaré esperando, no pasara nada, ahora tienes que ir y… ju, sentarte ahí, supongo, pero no pienses en nada pequeña.

—No Jae,—ella negó con firmeza — no quiero ir sola, por favor acompáñame.

—Pero, ¿cómo se verá que yo entre contigo? No creo que sea tomado muy… bien

—Eso no importa, tú eres mi guardia personal, nadie dirá nada, por favor.

Ella no tenía ni idea de la prueba tan grande que le estaba imponiendo a su guardaespaldas, quien nuevamente, se sentía atrapado entre la espada y la pared.
Jaejoong había estado evitando en todo momento mirar hacia dentro del salón, pero en aquel momento no pudo contenerse más. Volvió su afilado y gatuno rostro para mirar a través del humo delos inciensos que llenaban el salón. El arzobispo ya estaba ahí, enorme, rosado y regordete, con la mano apoyada en el cayado de oro puro que le servía también como bastón, sentado en el estrado. También divisó entre la multitud vestida con sedas y oropeles, al arrogante y presuntuoso príncipe Kyuhyun, con su suave cabellera, color rubio platino, su
corona era de oro y lucia magníficamente, pero con una actitud tan desdeñosa e insolente,que Jaejoong tuvo que apartar la mirada, sintiéndose asqueado. El rubio príncipe se había colocado en un estrado lleno de sillas amplias, tapizadas enterciopelo color sangre, al lado de donde habían colocado seis grandes tronos hechos de oro, que se erguían regios, con sus picos y puntas lanzándose hacia el techo.
 Y ahí, sentado justo en medio, en primer plano, estaba el Príncipe Changmin brillando en todo su esplendor, perfecto,callado, altivo e inalcanzable. Tenía el rostro ceñudo y actitud hosca, miraba hacia la nada. Estaba cambiado su rostro marcaba a la perfección sus facciones masculinas aunque sus recuerdos difícilmente podrían hacerle honor a su rostro perfecto, su pelo ahora era de un castaño claro. Estaba sentado sin prestar interés a nada, Iba vestido de negro, como siempre, y la corona que descansaba sobre su cabeza era plateada, delgada y muy puntiaguda, la más estilizada de todas, salpicada con pequeños rubíes acomodados simétricamente. Ocupaba uno delos dos tronos que estaban al centro. Sus padres estaban a su izquierda, conversando contentos, mientras que a su derecha, al lado del trono vacio que debería ocupar Ambrosía, estaban
los padres de ella, con los rostros adustos, serios y expectantes. Ya no parecían tan contentos.

Pero Jaejoong no podía apartar su mirada de Changmin por más de dos segundos, era una fuerza titánica la que lo instaba a acercársele, como si fueran dos piezas imantadas, únicas y hechas a medida que luchaban por juntarse. Jaejoong dio un paso al frente sin darse cuenta, con los ojos brillantes, se lamió los labios y volvió a lamérselos. En aquel momento nada le importaba, solo sabía que quería ir hacia Changmin y abrazarlo para sentirse encasa nuevamente…
Pero entonces recordó a Ambrosía, y recordó que Changmin nunca lo había querido para nada más que para jugar, y lo más doloroso de todo, que solo lo veía como se ve a un perro faldero, al que se puede golpear y encadenar. Lo había intentado esclavizar, jamás se había interesado realmente por él, nunca lo dejó volver a su hogar para darle a su madre el ultimo adiós, siempre lo vio como una diversión mas, como el bufón de la corte real. Descaminó el paso que había dado y regresó su mirada a Ambrosía.

— ¿Jae?

—Vamos Alteza — le dijo volviéndose hacia ella. Un oscuro fuego había comenzado a arder dentro de él — yo iré contigo.

— ¿Estás seguro? — Ella parecía ahora recelosa — y si mejor…

— ¿Mejor qué? — Jaejoong le dirigió una mirada interrogante, Sin darse cuenta se había ido encorvando un poco para quedar a la altura dela chiquilla.

—No… nada

—Vamos,dime, que sucede.

—Bueno… — en el acto ella se ruborizó hasta la raíz del pelo — es una idea descabellada nacida de la desesperación… —aclaró, levantando las manos— pero deberíamos fugarnos… tu y yo.

Jaejoong  parpadeó una vez, aturdido, y luego dejó escapar una risita incrédula.

—Si tal vez…pero sabes perfectamente bien que no tardarían ni un día en encontrarnos, y yo probablemente termine con el cuello en una guillotina y tu encerrada hasta el final de tus días.Por más que quisiera replicar, la princesa no tenia respuesta para eso, pues sabía que era verdad,así que, con actitud enfurruñada se acomodó el cabello y alisó su largo y pomposo vestido.

—Anda, vamos a encararnos con ese apestoso príncipe.

Y salieron hacia la luz del sol que se colaba por los enormes ventanales del salón. Ambos jóvenes tenían la misma expresión luctuosa en el rostro. Parecía que en lugar de ir a una recepción,iban a un funeral. Jaejoong podía sentir las oleadas de nerviosismo e incertidumbre que brotaban del cálido cuerpo de la princesa, y se obligó a ser fuerte por ella, porque se lo debía, y por eso se aproximó, sin duda ni vacilación, hacia la persona a
la que había jurado nunca volver a ver.

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Changmin suspiraba sin cesar, aburrido, hastiado hasta las pelotas, rebelde. Quería irse de ahí, pero no sabía ni siquiera a donde. En cuanto el murmullo apagado que reinaba en el salón se detuvo de ipso facto, supo que la caprichoso y rara princesita había hecho acto de presencia,pero no iba a mirarla hasta que fuese estrictamente necesario. Sabía que estaba comportándose como un crio de cinco años, pero poco le importaba lo que
pensaran de él, suficiente iba a ser tener que cargar con un matrimonio que detestaba por el resto de su vida.

Vio por el rabillo del ojo la áurea figura de luz que era su futura esposa, parecía resplandecer y brillar con luz propia cuando era golpeada por los cálidos rayos del sol, No se podía negar por más que quisiera a aceptar que ella era hermosa. Pero alguien más venia con ella. Un caballero, sin duda, por la vestimenta, el porte y la
altura.
Según las reglas de etiqueta que tan absurdas le parecían a Changmin, tenía que levantarse y reverenciara su futura esposa, y ella tendría que hacer lo mismo ante él, antes de tomarse la mano y sentarse ambos en el trono, solo faltaban seis días para la ceremonia que los uniría de por vida, pero ya tenían que empezar a fingir que se toleraban. Todo aquello le parecía a Changmin de lo mas insensato, ilógico, disparatado, incongruente,ridículo y estúpido,pero necesario.
Se levantó a regañadientes, y se volvió hacia las dos figuras que esperaban dos escalones más abajo, de pie sobre la mullida alfombra roja…

En cuanto el príncipe volvió finalmente la vista hacia ellos, Jaejoong se quitó el yelmo dorado de comandante de la cabeza en actitud orgullosa, permitiendo que su sedosa cabello negro se viera con resplandor, y clavó su oscura y serena mirada en Changmin… y el tiempo se detuvo para ambos.

La sorpresa fue grande para Jaejoong, e inmensamente grande para Changmin,  Su corazón se detuvo por varios latidos, también su respiración, y hasta su sangre parecía haberse coagulado en sus venas. ¿Era real, u otro más de sus espejismos? Pero al ver el pálido y orgulloso rostro de Jaejoong, que no reflejaba nada más que coraje, supo que sí, que era real, porque sus alucinaciones generalmente estaban de mejor humor.

El príncipe,azorado, dio un trastabillante paso hacia atrás, Apenas podía creer lo que veían sus ojos, le dirigió una fugaz mirada de reojo a la princesa, porque sus ojos parecían haberse anclado a los del pelinegro. Sus manos comenzaron a sudar, en el estrado, la mandíbula del príncipe Kyuhyun se fue hasta el suelo y no pudo reaccionar. Los ojos de Changmin se desorbitaron, como si así pudiese ver mejor y comprender por fin lo
que se erguía frente a él. ¿Cuántas noches había soñado con tenerle? ¿Cuántos días había fantaseado con encontrarlo, de encontrarse, para volver a apasionarse? ¿Cuán sumido lo había dejado en su soledad y miseria...? ¿Para aparecer finalmente ahora, unos cuantos días antes de su boda?  Y, finalmente después de tanta incertidumbre, por fin lo tenía enfrente, sosteniéndole la mirada en abierto y altivo desafío. Changmin sintió que su boca había perdido todo el rastro de humedad, y que su corazón salía disparado y se estrellaba contra sus costillas con la fuerza de una bala de cañón, para rebotar locamente contra su esternón.
¿Qué debía hacer? ¡¿Que se supone que debía hacer ahora?! Por un momento, su mente se bloqueó, quedándose completamente en blanco, no supo qué hacer.
Entonces un leve siseo ahogado le hizo reaccionar, porque estaba de pie ahí, en medio
del gran salón, haciendo un completo ridículo frente a todas las personas reunidas.

Volvió a enfocar su vista y relacionó lo que tenia frente a él. Jaejoong, un Jaejoong elegante y hermoso,vestido tan finamente como un noble. No. No como un noble, solo le faltaba tener una corona en la cabeza para ser todo un príncipe. Se pregunto cómo luciría si se quitaba su propia y pesada corona y la colocaba sobre la cabellera oscura de Jaejoong…
mmmm sería mala idea, terminaría haciendo cosas que no quería hacer, por lo menos no
frente a todos.
Y junto a su caprichoso y adorable pelinegro, estaba de pie su futura esposa, con el aspecto de una muñeca de porcelana hecha miniatura, moldeada con cuidado y esmero.
Entonces Changmin se dio cuenta de la postura de la princesa, que se inclinaba hacia Jaejoong, como queriéndose esconder tras él. Y también vio la postura del pelinegro,protectora, como si quisiera escudar a la princesa con su propio cuerpo, de él, y una enorme y negra nube de celos se cernió sobre su cabeza.

Le dirigió a Jaejoong una mirada de ardiente furia. en sus ojos no había amor, ni pena, solo dolor y culpabilidad, y una rabia ciega. Pero Jaejoong no se arredró en ningún momento,y respondió a aquella mirada con el llamear de la suya. El fuego que había en sus ojos crujía y chisporroteaba, parecía como si estuviera a punto de salir disparado y trazar un sendero llameante por el aire hasta llegar a Changmin y chamuscarle los ojos con su feroz
luminiscencia.Tan agresiva era su mirada, que Changmin  terminó por desviar la suya. No entendía,no entendía nada de lo que estaba sucediendo, pero en el fondo, se sentía sorprendido,asustado y orgulloso.
Extendió la mano de manera automática hacia la princesa, quien, después de un momento de vacilación, colocó su pequeña mano dentro de la de Changmin, y tras dirigirle a Jaejoong una mirada de muda suplica, dejó que Changmin la condujera hacia el frio y duro trono de oro, donde se sentó sin decir palabra, ni levantar la mirada.
Acto seguido y después de lanzarle a Ambrosía una alegre mirada de complicidad, Jaejoong hizo una leve reverencia y se retiró al fondo del salón, donde Yunho y sus hombres aguardaban.

Durante todo el tiempo que Jaejoong y el príncipe estuvieron encarados, como un par de gladiadores esperando para destrozarse el uno al otro, Yunho había permanecido de pie, tenso y con los dientes apretados, al igual que los Valientes del Rey,quienes esperaban la mas ínfima señal para derramarse con las lanzas en alto y atravesar el cuerpo de Changmin y de todos los remilgados cortesanos de Calabria. Poco importaba si se desataba una guerra, los soldados lo estaban deseando. Pero ahora Jaejoong estaba sano y salvo, comandándolos de
nuevo, digno y gallardo como siempre, y Yunho se permitió relajarse.

***********************************************

Las presentaciones eran aburridísimas, así mismo lo era también el sermón de larzobispo.
Ninguno delos jóvenes nobles prestaba atención.
Los reyes escuchaban atentos, y hasta la maligna abuela de Changmin estaba interesada,tanto
que no se percató en quien era el pelinegro tan elegante que fungía como el guardaespaldas de la princesa.
El tiempo pasó, Ambrosía jugueteaba nerviosamente con un flequillo dorado de la manga de su vestido, enrollándolo y desenrollándolo mientras pensaba en las musarañas. Jaejoong y
Yunho permanecían de pie, y de vez en cuando se cuchicheaban alguna bobería, o criticaban a algún remilgado y ambos reían por lo bajo.
Changmin permanecía pensativo, con la mirada clavada en la lejana figura del pelinegro,con la certeza deque el apuesto pelinegro lo ignoraba a propósito. No sabía si le gustaba o no, pero se sentía excitado y emocionado, como hacía un año no lo hacía, estaba prácticamente saltando por la emoción.
No podía dejar de contemplarlo, lo había intentado muchas veces, y en todas había fracasado.En algún momento de su ausencia, adivinó Changmin, Jaejoong había cambiado, y mucho. Todo en el era mil veces más hermoso que antes, su rostro había adquirido una fría belleza marfileña, los pómulos, protuberantes y afilados, los arcos negros gemelos de sus cejas que se lanzaban hacia las sienes, los estanques negros de sus ojos, que se llenaban de parpadeos luminosos mientras el joven soñaba despierto. Su cabellera caía sobre su frente y enmarcando su rostro, como una lamina traslucida de un color negro azulado.Completamente hermoso, y completamente lejano. Changmin jamás lo había sentido más lejano,su inocencia se mezclaba con una altivez casi helada que lo hacía inescrutable.
Y ya estaba deseando aprisionarlo entre sus brazos otra vez.

EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO EPISODE 9

Al día siguiente de su llegada a Mónaco, unos golpes en la puerta despertaron a Jaejoong de su
intranquilo sueño.
 El dueño de la repulsiva posada en donde había encontrado alojamiento, entró sin tocar en la asquerosa habitación, mitad bodega, mitad establo y lo saludó ásperamente, detrás de él venían dos esclavos con el  atuendo dorado y blanco del palacio.

—Se te ordena que te presentes de inmediato en los aposentos del noble Yunho  en el palacio— explicó el dueño, irritado—No sé de qué se trata todo esto y no me importa, pero si vienen a buscarte del palacio solo pueden significar problemas y yo no quiero problemas. Vístete de prisa, Estos hombres te ayudaran a guardar tus pertenencias y márchate de aquí, Oh y llévate al caballo…-Dio la media vuelta y se alejó, sin decir más.

Jaejoong se estiró, a regañadientes abandonó su delgado lecho hecho de paja, y se puso de  pie, somnoliento, Como no tenia pertenencia alguna más que su corcel, los hombres desaparecieron con el animal, antes de que él pudiera gritar que lo esperaran para mostrarle el camino.
Se lavó con rapidez en el aguamanil de piedra que estaba en el patio y se puso la camisa roída y sucia del día anterior, Estaba sumamente nervioso, Todos los llamados y visitas del palacio lo ponían ansioso y se le antojaban de mal augurio. Luego de casi atropellar al guardia que lo esperaba para escoltarlo, ambos salieron de prisa de la posada y después de unos cuantos minutos, llegaron hasta la puerta occidental del palacio.

El guardia se detuvo ante una puerta de cedro delicadamente labrada y adornada con tracería de plata, Llamó y un instante después un joven esclavo abrió e hizo una profunda reverencia Entonces los hizo pasar a una habitación enorme, inundada por el brillante sol matinal.

—Acércate —dijo una voz fresca, joven y clara — Quiero verte bien.

Jaejoong dio unos pasos hacia adelante, inseguro. En el centro de la habitación estaba de pie un hombre joven, inmaculado y propio, Era alto, y tés morena. Se mantenía recto y su cuerpo era esbelto, Llevaba el cabello negro muy corto y usaba espejuelo, La nariz sobresalía sobre una boca recta y firme. Su semblante era duro e implacable, Pero sabía cuando y como reír, el pelinegro irguió la espalda y se acercó para saludarlo, Hizo una reverencia.

—Soy Yunho, entrenador, general y guardaespaldas personal del Príncipe Adam, Y tú eres Jaejoong, mi nuevo discípulo.

En los ojos de Jaejoong relució la incertidumbre, pero asintió con dudas.

—Así es— respondió con una sonrisa y el otro hombre y  pensó: “Este no es un chico como cualquier otro.” Los ojos de Yunho recorrieron las delgadas cejas, los enormes ojos oscuros y desafiantes, los pómulos rectos y los labios gruesos y firme del joven, en los cuales, descubrió rasgos de grandeza.

— ¿Sabes por qué estás aquí? — Preguntó y Jaejoong no respondió, porque no lo sabía, así que el joven prosiguió — Estas aquí porque le agradas a la princesa heredera y yo te pondré a prueba.

Pero antes de que Jaejoong pudiese al menos reaccionar, el heraldo hizo sonar en el suelo su largo bastón, se aclaró la garganta y anunció que llegaba el Rey, acompañado de la joven princesa heredera.
Jaejoong entonces se postró, extendió los brazos e inclinó la cabeza. Sintió un leve mareo.
¿Qué pasaría si decía algo impropio?

—De pie, vamos ¡de pie! — urgió el Rey nada mas al entrar, Su hija le había platicado que le debía un favor a un sirviente, y el Rey quiso conocer a aquel muchacho tan fresco y forastero.

—Me recuerdas a alguien, pero no se a quien— dijo de manera tajante — Mi hija dice que  eres hábil en la lucha y manejo de armas y caballos —Jaejoong asintió, mudo. — Muy bien, entonces veamos que tan bueno eres.

—Pronto lo veremos… —dijo Yunho, sonriendo.

El Rey dejó escapar un rugido, mitad risa, mitad asombro. Todo aquel asunto le parecía divertido y observó con atención, sentándose en un pequeño trono improvisado a toda prisa. Ambrosía estaba enojada y preocupada, se sentó en silencio a su lado, con los labios apretados en una fina línea.
Para Jaejoong aquello no tenía ni pies ni cabeza. No entendía nada de todo lo que decían, y esperaba de pie, frunciendo el ceño en una mueca de desconfianza, pues el semblante de preocupación de la princesa no le gustaba para nada.

—Escucha, Jaejoong…

—Dime Jae— interrumpió.

—Escucha Jae, no te contengas ¿de acuerdo?

 Jaejoong iba a preguntarle a que se refería, cuando el potente puño cerrado de Yunho impactó con fuerza contra la línea de su mandíbula. El pelinegro creyó que se le iba a desencajar y el dolor le atacó de manera inmediata, el golpe lo hizo tambalear y dar un par de pasos hacia atrás. Se llevó la mano a la quijada, dolorido y estaba a punto de preguntar qué rayos le pensaba aquel chico, cuando vio de nuevo su implacable puño, que se dirigía esta vez directo hacia su nariz, alcanzó a esquivarlo por poco, ladeando la cabeza. Pero Yunho era rápido y ya había lanzado otro golpe recto hacia su costado derecho, mismo que Jaejonog también logro esquivar con un ágil salto hacia atrás, a su mente volvían retazos de algunos de sus recuerdos. Cuando estuvo tres años bajo la cruel tutela del general retirado Takeshi, quien le enseñó a defenderse y pelear hasta con uñas y dientes. Nunca había tenido que hacer uso de aquel entrenamiento físico y mental, Hasta ahora Recordó las palabras que hace unos instantes Yunho le dirigiera: “No te contengas”.
“Entonces no me voy a contener” se dijo, sintiéndose repentinamente seguro y salvaje.

Levantó ambas manos, separó un poco las piernas y se flexionó, listo para saltar como resorte en cuanto la situación lo requiriera.
Rechazó y esquivó con agilidad la mayoría de los ataques, algunos le alcanzaron, y algunos pudo propinarle al guarda del príncipe. Yunho era fuerte y pesado, pero Jaejoong le igualaba la fuerza y era mucho más rápido, ágil, y arisco como un gato.

Después de un cuarto de hora, el Rey levantó una mano, dando por finalizada la prueba.
Ambos jóvenes se irguieron, sonriéndose, y entonces Yunho estrechó la mano de Jaejoong, La princesa también se adelantó, cubriéndose la boca con ambas manos, en un gesto de horror, porque tanto Jaejoong como Yunho estaban lastimados y sangrantes.
El labio inferior de Yunho sangraba y estaba hinchado. La ceja izquierda de Jaejoong estaba rota y el ojo debajo comenzaba a cerrarse. Sus rostros estaban llenos de morados y leves magulladuras.
Yunho estaba impresionado Jamás nadie había logrado siquiera rozarle con un golpe, pero el pelinegro, a pesar de su insano aspecto, había resultado ser salvajemente fuerte y ágil.
El Rey se levantó y anduvo hasta Jaejoong, Caminó alrededor de él, examinándolo desde todos los ángulos, y le gustó lo que vio. El joven tenía carácter y algo especial que lo hacía destacar.

—Muy bien — la voz del Rey era potente y atronadora — Mi hija me dijo que deseas un trabajo. —Jaejoong asintió— Como habrás visto, sirviente, has pasado la prueba, Te necesito en el palacio, como guardián. Serás el guardaespaldas personal de mi hija, la princesa Ambrosia. Habrá muchos en el reino que no dejaran de observarla y temerán por sus puestos, ahora que es la heredera de dos reinos. Te daré autoridad sobre ellos, como guardián y tú le servirás bien, estoy seguro de ello. ¿Comprendes? Jaejonog entendía perfectamente. Pero quería salir corriendo.
“¿Cómo es que siempre consigo meterme en líos?” pensó apesadumbrado “De acuerdo, si necesito un trabajo, ¡pero no como el maldito guardaespaldas de la futura esposa del tío que estuvo acostándose conmigo más de diez días, y que encima pensaba convertirme en su esclavo sexual!”

—Viviré para serviros — respondió, vacilante, pensando en negarse.

—Entonces está decidido,  Saca del palacio a todos aquellos que te parezcan indignos de confianza y no le temas a nadie más que a mí, Infórmame diariamente, Tendrás un heraldo que te anuncie, y escribas que irán detrás de ti.

Jaejoong permanecía de pie y le miraba, pero su mente trabajaba a gran velocidad. Aquella responsabilidad era gigantesca, pero estaba seguro que podría con ella. Y por lo visto no podía negarse por más que lo quisiera.

—Quédate con Yunho hasta que te familiarices con las muchas responsabilidades que implica tu nuevo puesto. Te mandaré construir tu pequeño palacio, aledaño a los aposentos de la princesa, y tendrás tu propia barca, tu carro y cualquier otra cosa que desees.

El rey no bromeaba en absoluto, y en la cálida luz solar del amanecer, Jaejoong al fin sintió que el destino le tendía los brazos.

—Pero— el Rey lo distrajo — si las cortes de justicia llegaran apenas a insinuar que alguien ha molestado a mi adorada — rodeó con su enorme brazo los hombros de la princesa — tu sangre bañará el piso del templo, Ahora vete. Yunho te llevara a tus habitaciones mientras el palacio es construido y te proporcionará todo lo que necesites de vestimenta y comida, mañana preséntate a primera hora con mi hija y no te despegues ni un segundo de ella.
Acto seguido el Rey y la princesa abandonaron el lugar seguidos de sus guardias, heraldos y escribas.

—Bueno Jae— Yunho estaba de pie frente a él, con los brazos en jarras y una sonrisa en los labios — puedo llamarte Jae ¿no?

—Claro, ya te lo había dicho —respondió el pelinegro, mientras arrugaba la ceja herida; soltó un siseo por el dolor mientras un hilito de sangre le bajaba por la mejilla.

—No te preocupes por eso —dijo Yunho— de ahora en adelante tendrás esclavos que te atiendan cosas como esa. Te llevaré a conocer un poco el lugar y la habitación donde de momento, te quedaras.

—Antes que otra cosa quisiera saber a dónde han llevado a mi caballo.

— ¿Tu caballo? Bueno — Yunho se frotó la barbilla, pensativo —hay varios establos, pero seguramente este en el del lado norte del palacio. No te preocupes, no le pasara nada. Me agradas, y también al Rey y a la Princesa Heredera ¿Qué más puedes necesitar?

Y ambos salieron del recinto donde había tenido lugar la prueba, caminando despacio.

—Escucha Jae, tu y yo tenemos que aprender a trabajar juntos — prosiguió Yunho en voz baja — porque yo también sirvo a la princesa con devoción y le he ofrendado mi vida. Mi padre agoniza, Pronto ocupare su puesto como Visir, y cuando llegue su momento, de la princesa Ambrosía, porque el príncipe Adam ya no me necesitará cuando se convierta en Rey. Tu nuevo puesto es complicado. Hasta ahora nadie había parecido digno de ella, pero tú le agradas. ..-Jaejoong asintió con seriedad.

—Comprendo— le dijo mientras seguían caminando.

—La princesa contraerá matrimonios en un año, con el príncipe de un reino lejano— prosiguió , sin notar que Jaejoong había puesto cara de póker — tú y yo tendremos que ir y seguir trabajando por ella… pero se rumorea que el príncipe de ahí es déspota. Así que tú, como guardaespaldas personal deberás ponerle las cosas claras, porque la princesa es considerada casi una divinidad en Mónaco.

— ¿Una divinidad?

—Veras… por más de setenta años, Mónaco había tenido sólo herederos varones, ni una sola hija, todas morían. La princesa Ambrosía es la favorita del Rey. Desde que empezó a gatear, el mundo la veneraba por ser la hija de Mónaco y su destino le corre por las venas como una certeza natural sobre el orden perfecto de su mundo.

— ¿Y aun así piensan casarla y enviarla lejos, a las mismas manos de un príncipe “déspota”? — pronunció las palabras con desprecio y cierto sarcasmo, pues en una sola palabra no se podía desplegar el abanico de defectos que adornaban la vida de Changmin.

—Eso no nos concierne Jae— respondió Yunho, pero Jaejoong pudo notar una sombra de negación en sus ojos y se inquietó, aunque no dijo nada más.

El palacio de Grimaldi no era tan ostentoso, pero estaba bellamente decorado. Todas las puertas eran de madera oscura, algunas de cedro, otras de caoba, y estaban adornadas con trozos de plata, oro y electro. Los corredores no eran de mármol, como los de Calabria. Eran de la misma piedra de cantera rosada, y cuando les pegaba la luz del sol, llenaban todo con un resplandor alegre e iluminado. Tras unos cuantos minutos de caminata y plática, ambos jóvenes llegaron a un ampli corredor lleno de columnas. Lo recorrieron y se detuvieron ante una gran puerta, hecha de madera clara, adornada con lapislázuli.
Antes de que pudieran si quiera llamar, un esclavo negro y enorme abrió ambas puertas,
invitándolos a pasar.

—Bueno Jae, de momento dormirás aquí. Este joven será tu esclavo y te traerá todo lo que necesites. Dentro de uno o dos días volveremos a hablar, mientras hago todos los preparativos y entonces veremos. ..-Jaejonog aun no creía su buena suerte y se sentía incapaz de articular palabra.

—Gracias— alcanzó a decir antes de que el Yunho se retirara.

En cuanto Jaejoong se quedó solo en su nueva “habitación” dejó escapar un suspiro de cansancio y asombro. El lugar era enorme, las paredes eran de color azul claro, así como las cortinas que se mecían con la suave brisa matinal. La enorme cama que le serviría como lecho también era azul. Los muebles eran de madera clara, lo cual combinaba armoniosamente con la decoración. En una esquina había un sofá estilo egipcio color azul
cielo y en la esquina opuesta, un pequeño altar, donde el humo del incienso subía
formando espirales aromáticas.
De repente se sintió muy cansado, y estaba a punto de tirarse sobre el lecho a dormir,
cuando un par de manos enormes y fuertes comenzaron a querer quitarle la ropa.

— ¿Qué demonios crees que haces? — bramó, alejándose del esclavo. El joven parecía terriblemente desconcertado.

—Pues… bañarlo.

— ¿Qué? Bañarme aja… yo no te lo he pedido.

—Es lo que siempre hacemos —le respondió, y Jaejoong pudo leer en sus negros ojos que lo decía sin malicia alguna.

—Bueno gracias, pero lo haré yo solo, ahora y siempre, tu sólo… espérame afuera. —le dijo, y para su sorpresa el joven obedeció en el acto. “Vaya” pensó “hay que joderse, ahora me obedecen a mí, cuando durante toda mi vida el que obedecía era yo”

Después de tomar un largo baño, sumergido hasta la barbilla en agua caliente y perfumada, salió envuelto en una túnica de lino blanco hacia el gran armario empotrado en la pared, que estaba lleno de ropa elegante de variados colores, pero él se vistió con una ajustada camisa de lino blanco y unos pantalones a juego en color negro, pues según entendió, tenía ese día libre. El calor era abrasador, decidió recostarse sobre el sofá, que tenia vista hacia el pequeño jardín lleno de brotes de papiro y un alegre estanque cristalino, lleno de pequeños peces dorados.
“Bueno, no me puedo quejar” pensó, estirándose como gato sobre el largo sofá “quería un buen trabajo y lo tengo, cuando llegue el momento… siempre puedo encontrar una buena excusa para lo que venga” En ese momento, su negro esclavo entro en la habitación y empezó a mecer suavemente un enorme abanico por sobre la cabeza de Jaejoong. Sus parpados se cerraron, y tras unos cuantos segundos se durmió, pensando en Changmin y en lo que diría si supiera a lo que se dedicaría a partir de ahora.

***********************************************

Cuando Jaejoong despertó, el sol aun estaba en lo alto, pero ya no era abrasador. Al salir, limpio, fresco y animoso, los jardineros habían regresado de sus labores y, con las desnudas y morenas espaldas encorvadas, desyerbaban y podaban la gran extensión cubierta de flores exóticas y regaban los cientos de sicómoros y sauces que hacían de los terrenos reales un bosque fragante y bañado de sol.
Por donde quiera que pasaba, con su esclavo y su escriba, los trabajadores se erguían y hacían una reverencia. A Jaejoong le parecía de lo más extraño y se sentía intimidado, pero respondía con una flamante sonrisa que dejaba aturdidos a los trabajadores.
Los terrenos reales comprendían una vasta extensión de jardines y templos, además de las amplias salas con sus pórticos y pasillos bordeados de columnas.
Al llegar a los aposentos de la princesa, que eran su destino, Jaejoong encontró a su pequeña benefactora de pie junto al estanque, sola. Estaba pálida y su mirada denotaba fatiga. No había dormido.
Le pidió a su compañía que se fuera y entonces se aproximó rápidamente a la princesa,
quien dejó escapar una débil sonrisa.

—Alteza— le dijo mientras inclinaba respetuosamente la cabeza.

—Saludos Jae— le dijo en voz tan baja como el murmullo de una paloma.

— Linda tarde… ¿Puedo preguntarle algo?

—Sí, puedes… pero antes… De ahora en adelante, en la intimidad, no me hables así Jaejoong, solo tengo quince años, deja de lado las formalidades.
El pelinegro asintió ante aquel pequeño y serio rostro, la princesa se sentó sobre la hierba y metió los desnudos pies en la tibia y cristalina agua de su pequeño estanque.

— ¿Dónde está tu esclava? —preguntó Jaejoong….-En el rostro de Ambrosía asomó un destello de rebeldía.

—Le dije que se fuera. Me gusta estar sola de vez en cuando y ya tengo edad para hacer casi todo lo que me plazca.

—Pero no puedes estar sola… si tu padre se enterara…

—Mi padre— resopló ella — mi padre no sabe el daño que me ha hecho… tanto que no puede hacerme más. Ambrosía tomo una minúscula piedra y la arrojó a la superficie quieta del estanque.

— ¿Qué pasa princesita? —Jaejoong se arrodilló sobre la hierba, a su lado con el semblante nublado de preocupación.

—Oh Jae— susurró ella, moviendo la cabeza lacónicamente —. Para ti, la vida será fácil a partir de ahora. Cuando tengas edad y dinero suficiente podrás casarte con quien desees, hacer lo que tú y tu esposa elijan y disfrutar de tus hijos. Sin embargo yo…— levantó sus enormes ojos cristalinos hacia Jaejoong y su boca temblaba. Toda la hermosura que había en sus facciones, en su largo cuello y en su dorado cabello lacio estaba teñida por la aflicción—. No quiero ser la Gran Esposa Real. No estoy dispuesta a ser solo el rostro bonito de los sellos que estarán vigentes no sé cuantos años, no deseo casarme con el arrogante y déspota de Changmin. Solo quiero paz, Jae, poder vivir como yo elija.

Tímidamente, Jaejoong acarició el brazo de la princesa, para reconfortarla, pues era lo mejor que podía hacer. Él sabía que todo lo que ella decía era verdad y muchos sentimientos ambivalentes se enfrentaban en su interior. Una extraña mezcla de odio, adoración y celos hacia Changmin. Pero no iba a abrumar a Ambrosia con tan patética plática.

—Gracias— murmuró ella, poniendo su pequeña y graciosa mano sobre la mano blanca y llena de venas abultadas de  Jaejoong. — Tuve mucho miedo en la mañana, pensé que Yunho te mataría.

— ¿Matarme? ¡Ja!— se burló, arrancándole una sonrisa de los labios a la princesa.

—Por cierto, en verdad siento que estés lastimado —levantó una mano y repasó con sus dedos cuidadosamente la ceja rota de Jaejoong, sujeta por un par de vendoletillas blancas — ¿te duele mucho?

—No, no me duele nada— respondió el con una sonrisa. —Se necesita mucho más para lograr hacerme daño— y nuevamente acudieron a él fragmentos de su pasado.
Fragmentos del frio rostro de Kyuhyun golpeándolo hasta casi matarlo, el preocupado rostro de Changmin cuando la fiebre casi había consumido toda su sangre… Su huida del castillo desesperada e impregnada de suerte, el rostro hermoso, pálido y muerto de su adorada madre… Su piel palideció.

— ¿Jae? ¿Estás bien? —la princesa le dio un suave apretón a su antebrazo, trayéndolo de regreso.

—Sí, lo siento Alteza… a veces recuerdo cosas que preferiría olvidar.

—Algo me dice que tu pasado es terrorífico en verdad, y que alguien te hizo mucho daño

— el pelinegro la observó con ojos como platos ¿sería vidente? o quizá solo era muy perspicaz — pero no te preocupes, no te pediré que me cuentes nada. Si algún día lo he de saber, será porque tú desees contármelo.

—Gracias…

Al fin el sol comenzaba a descender y emprendía su diario retorno hacia el reposo, y los faldones rojos y flameantes de su ardiente luz avanzaban majestuosos por los jardines imperiales cuando Ambrosía se puso de pie. Jaeejoong se levanto más rápido aun y la ayudó a incorporarse

—Creo que ahora me iré a descansar, y Jae… sé lo que mi padre te dijo, pero en verdad no necesitas estar pegado a mí como mi sombra, además Yunho te necesitara para enseñarte algunas cosas. Poco a poco iras acostumbrándote a mi rutina y… —la chiquilla parecía terriblemente apenada

— espero que encuentres agradable y placentero trabajar conmigo.

 —Te aseguro que será un completo placer.

Un rubor rosado y adorable le cubrió las mejillas y Jaejoong, embobado, solo atinó a sonreír.
La escoltó hacia la entrada de sus habitaciones, y cuando estuvo seguro de que ella estaría bien, se retiró. Regresó a sus habitaciones con el ánimo decaído, el carácter de la princesa, comparado con el de Changmin era la otra cara de una moneda, pero entonces recordó que ella había sido segunda hija y había aprendido a convivir y compartir con su hermano, el príncipe de mirada enigmática que Jaejoong aun no conocía.
“Mierda Changmin, si al menos tu hubieses tenido algún hermano… las cosas serian tan diferentes…”


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Setenta días después, el emisario enviado por la abuela de Changmin había regresado al castillo de Calabria y las noticias que traía con él, eran alarmantes.

—Me ha costado mucho conseguir esa información, Majestad. — El hombre sudaba copiosamente mientras, arrodillado, le ofrecía a la anciana un pergamino enrollado y atado con una cinta dorada.

— ¿Trabajo? ¿Por qué?

—Todas las personas en el pueblo le son terriblemente leales al joven.

— ¿Leales? — repitió ella, como un loro.

—Así es, nadie quería hablar… tuve que motivarlos un poco, pero a la mayoría poco le importaba perder hasta la vida. Es un chico muy protegido. — acto seguido le mostró a medias una pequeña bolsa de terciopelo tieso y rojo, que contenía algunos trozos pequeños de cuerpos humanos.

—Guarda eso— espetó la anciana, asqueada, después le entregó una bolsa llena de monedas de oro —ahora vete.

El imponente emisario se marchó después de hacer una exagerada reverencia y Lucila
leyó con trabajo el pergamino, pues sus manos temblaban tanto que las letras bailoteaban
ante sus pequeños ojillos nubosos.
Ahora no tenía la más menor duda. Kim Jaejoong, el joven hijo de Constanza, era el príncipe hermano de Changmin, y estaba vivo.
Leyó y releyó el panfleto durante mucho tiempo. Toda la información estaba ahí, El joven pueblerino cuya descripción rezaba,  piel muy blanca, esbelto, delgado, muy alto, cabello oscuro, largo y liso, Piernas largas, fuertes manos, rostro altivo y noble de rasgos angulosos y enormes ojos oscuro.
Las notas siguientes del emisario relataban que nunca nadie vio a Constanza embarazada, ni con pareja siquiera. Se había hecho con el niño una noche de febrero, casi veinte dos años atrás, y en los días siguientes lo presentó como su hijo.

“¿Cómo demonios nadie le pregunto? ¿O la lapidaron viva?” se quejó mentalmente la anciana, con los ojos clavados en la amarillenta hoja que sostenía.

—Maldita serpiente traidora— susurró la mujer, con los dientes apretados. Aunque debía reconocer el esfuerzo titánico que le habría supuesto a su joven y miserable dama de  compañía el cuidar y mantener vivo al príncipe, que había nacido casi muerto y al borde de la asfixia.
Se sentó fatigosamente en su ornamentada silla de oro, aun con el papel entre las manos.
—Así que Jaejoong, mi pequeño niño— susurró, mientras acariciaba a hoja rugosa en donde el emisario había dibujado un pequeño retrato hablado del pelinegro, que no le hacía honor a su belleza.
La anciana había pasado casi veinti dos años preguntándose porque le tenía aquel odio tan acérrimo a su propio nieto y jamás se pudo responder a sí misma, pues de haber conocido el enigma habría tratado a Jaejoong tan bien como trataba a Changmin o incluso mejor, porque ambos príncipes eran un milagro de la naturaleza.
Pero para ella, Jaejoong había sido un error, un demonio enviado por el mismísimo Lucifer para ser engendrado por su hija, aprovechándose del estado grávido de ella. Suposiciones estúpidas basadas en un fanatismo absurdo y en una espiritualidad fanática y ofensiva, que escondida tras una mal formada imagen puritana, despreciaba la palabra de Dios.
Estaba ansiosa y no sabía cómo actuar.
Las últimas notas del pergamino informaban que el joven se había ido en un barco con destino desconocido, pero aquello no calmó a la vieja mujer. Estaba segura de que el joven volvería.
Se levantó, con algo de esfuerzo, porque era incapaz de permanecer quieta por más de cinco minutos. Su mente estaba lúcida a pesar de sus casi ochenta años, y trabajabarápidamente.
Rengueó lentamente hasta llegar a los enormes ventanales de piso a techo que dejaban ver varios metros más abajo, el gran lago cristalino y la enorme extensión de jardines palaciegos, donde el príncipe Changmin practicaba tiro con arco, acompañado del príncipe Kyuhyun.
Su abuela lo observó con atención por más de un cuarto de hora, en los que Changmin, acertó
sin falla alguna diez de diez tiros, destrozando la flecha en el último lance, por la fuerza que le imprimió al arco. Sonrió cuando el príncipe Kyuhyun estalló en vítores y aplausos, mismos que Changmin ignoró, Parecía muy desdichado. Por un momento la anciana se imaginó que, en lugar de él príncipe Kyuhyun, fuese el príncipe Jaejoong quien estuviera vitoreando a Changmin, pero desechó aquella imagen mental casi enseguida y se alejó de la ventana.

Tenía que pensar en el asunto. Si estaba en lo correcto, el único que sabía sobre la verdadera casta de Jaejoong y de donde provenía, era el anciano medico real, de quien no temía ni sospechaba, pues de haber hablado el médico, hace mucho se habría sabido la verdad. Desconocía si el chico lo sabría, pero eso poco importaba, Su destino estaba escrito, y su sentencia de muerte, firmada.
Hizo llamar nuevamente al espía que le había entregado toda la información del joven príncipe, y esperó impacientemente a que llegara.

—Estoy para servirle, Majestad— le dijo, con la frente pegada al frio suelo de mármol y los brazos extendidos cinco minutos después.

—De pie —le dijo, irritada —tengo otro trabajo para ti.

—Soy todo oídos Majestad, usted manda y yo obedezco.

—Quiero que tomes a los tres mejores soldados que haya en nuestras filas y los mezcles
entre la prole del pueblo. Quiero saber en cuanto este joven —levanto el pergamino,
mostrándole el burdo retrato de Jaejoong— ponga un solo pie en el puerto.

—Como ordene, Majestad… pero si me permite recordárselo, todos en el pueblo dicen
que el muchacho jamás volverá. La ex reina Lucila lo paralizó con su oscura y penetrante mirada.

—Volverá… ya lo verás— dijo, con un ronroneo amenazador —su madre está sepultada
en el cementerio del pueblo, así que puedo jurarlo, volverá, y esta vez no se me escapará.

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La práctica de tiro con arco del príncipe Changmin había concluido, y, ahora, acompañado por
el príncipe Kyuhyun, se relajaba en uno de los elegantes sofás del pórtico central bebiendo un potente trago de licor de madeira, mientras observaba hacia la nada, sumido en completo silencio. Después de casi tres meses de haber perdido a Jaejoong, estaba más resignado a su suerte y se permitía pensar e imaginar de vez en cuando, como sería su vida venidera, casado con la caprichosa princesita de Mónaco y yendo y viniendo todo el tiempo en asuntos reales. Tenía la vaga esperanza de que en alguno de aquellos viajes futuros, podría tal vez toparse de nuevo con Jaejoong.
Por ahora dejaba que su vida flotara a la deriva y aprovechaba al máximo el poco tiempo libre que tenía por delante. El sol estaba bajando y se encontraba parcialmente escondido detrás de una alta pared de pinos, los cuales eran agitados salvajemente por el viento de una tormenta que se aproximaba.

—Kyu…— su voz era pastosa por la flojera.

El rubio príncipe volvió hacia él una mirada soñolienta.

— ¿Qué? — ¿Tienes… hum… algún plan para tu vida? — Cómo el rubio no respondió, Changmin prosiguió — cuando yo esté… casado —pronunció la palabra con asco — no vas a poder estar metido aquí todo el tiempo.

—Supongo que no — comentó el rubio, sintiéndose extrañamente molesto. No se quería
separar de Changmin.

—Mi vida ya esta arreglada, pero que pasa con la tuya. ¿No piensas casarte o algo así?

—En realidad nunca lo he pensado, tu sabes que mis padres son muy jóvenes y les queda mucho tiempo de reinado… además no creo encontrar una buena esposa.

—Tal vez la princesa Ambrosía tenga alguna prima — dijo Changmin y cinco segundos después ambos rieron a carcajadas, después volvieron a quedarse en silencio.

—Tal vez… pero sea como sea, cuando seas Rey, podrás hacer lo que te venga en gana… podremos irnos a viajar en barco o a recorrer las ciudades…

—No creo que sea tan sencillo… y aun espero alguna oportunidad para quitarme de encima tan molesta carga.

Ambos príncipes siguieron conversando, sin llegar a profundizar en algún tema en particular, hasta que, cuando la luz del sol se había extinguido, Changmin decidió ir a visitar a su madre.
Después de despedirse de Kyuhyun, inició la larga caminata hasta los aposentos de la Reina. Cuando entró en la gran sala de recepción, la Reina salió a saludarlo, envuelta en un sobrio vestido de seda dorada. El joven príncipe la abrazó y se tomaron del brazo, La reina lo condujo hacia su habitación privada y le señaló un cómodo sofá y le indicó que se sentara.

—Corren demasiados rumores por el palacio, Changmin. ¿Tan desdichado te sientes por casarte con Su Alteza Ambrosía, que tienes que hacerlo público?

—No quiero casarme con Ambrosía. Es demasiado flaca y huesuda.

—Pero harás un gran esfuerzo para complacer a tu Real Padre ¿no es así? …-Changmin empezó a hacer pucheros de asco, en actitud rebelde.

—Intento hacerlo, pero me cuesta mucho. No soy aburrido como él.

— ¡No digas tonterías! Tienes mucho que aprender y será mejor que te des prisa en hacerlo, porque tu tiempo quedara rigurosamente controlado y se acabaran tus libertades. No podrás darte el lujo de cometer muchos errores, hijo mío, de modo que comételos ahora y saca el mejor provecho de ellos. Aquellas palabras dejaron pensativo a Changmin, pero asintió.

—Deseo dormir. ¡Como quisiera que parara este viento infernal!...-La Reina le tomó la mano cariñosamente.

—Ve entonces. Ahora dale un beso a tu madre. — Mientras el príncipe se marchaba, la reina se sumió nuevamente en su aura de tristeza y melancolía, pues siempre que veía a Changmin a los ojos sentía que algo muy importante faltaba en su vida, pero no sabía el qué.

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El primer verano de Jaejoong en Mónaco había llegado, Nueve meses habían transcurrido desde su atropellada huida de Calabria, y su vida había dado un completo y nuevo giro.
Si su madre lo viera en aquellos momentos, apenas lo reconocería, el joven pelinegro se había metamorfoseado, para renacer de entre las sombras de su oscuro pasado.
Se había convertido en un joven callado y digno, que poco se dejaba llevar por la emoción Además de desempeñarse como el guardia personal de la princesa Ambrosía, había resultado ser un excelente estratega y un gran luchador. Nadie superaba su destreza con el arco, la espada, el hacha y la lanza. Dominó sin problema alguna la geometría, los instrumentos de medición, ataque y caza y la pluma de dibujo. Su ojo penetrante y su don natural le permitían detectar a simple vista a algún enemigo y a desplegar cualquier división de ataque o defensa por mas difícil que fuera. Había sido ascendido a comandante de las tropas de choque y entrenaba personalmente a los aurigas y a los Valientes del Rey; la élite del ejército.

En apariencia también se había transformado, Su cuerpo ya no era huesudo, famélico y pálido, sus costillas que alguna vez fueron pateadas hasta fisurarse, ahora se encontraban envueltas, sujetas y firmes detrás de una dura porción de músculo. Su cabello azabache brillaba como terciopelo negro mojado, pero ya no lo llevaba alborotado, ahora, nueve meses después, lo traía corto dejando un flequillo tapando toda su frente. Su mirada oscura a se había profundizado,  los rasgos se habían acentuado, y su expresión era solemne, con un leve matiz de alegría. Se delineaba los ojos con autentico kohl egipcio, sus labios resplandecían y hacía dos meses, había decidido tatuar su cuerpo dándole un poquito salvajismo a su cuerpo cuando andaba sin polera.
Iba ataviado siempre en colores negros, con telas finas, entre las que destacaban el algodón, el terciopelo, el lino y el cuero, lleno de remaches y fundas en donde guardaba su cuchillo, su espada y numerosas navajas para arrojar.
La Familia Imperial estaba completamente satisfecha con él y la princesa Ambrosía lo adoraba.
Comenzaba el mes de Junio y en Mónaco, eran tiempos de celebrar. Festejaban el Jubileo del Rey y el palacio se hallaba día y noche sumido en un estado de febril embriaguez. 

Era hora de cenar. Jaejoong esperó pacientemente mientras el heraldo mayor anunciaba solemnemente su llegada, Los concurrentes guardaron silencio, hicieron una breve inclinación de cabeza y después prosiguieron con sus conversaciones.
Jaejoong buscó ansiosamente a la princesa con la mirada y la encontró sentada al lado de sus
padres, así que, relajado, fue a situarse, como siempre, en la mesa que estaba justo detrás, donde Yunho y los demás guardias comían y bebían alegremente, se dejó caer en la silla al lado de su  amigo y sonrió.

—Saludos…-Yunho le hizo un guiño a otro guardia. A todos les gustaba Jaejoong y lo trataban como a su igual.

— ¿En dónde te habías metido? La cena ha comenzado hace mucho.

—Fui a dejarle órdenes al capataz de los aurigas, hay un par de soldados que están algo revoltosos y necesitan ser controlados. — respondió el pelinegro, frotándose delicadamente la frente con la punta de sus dedos.

—Eres demasiado eficiente ¿lo sabías? No sé de donde sacas tanta energía ¿Cuál es el truco? Confiesa— le acusó, apuntándole directo a la cara con una pata asada de ganso. Jaejoong se rió quedamente, mostrando su blanca dentadura.

—No tengo ningún secreto Yunho, mejor guarda tu arma antes de que te la arrebate de un mordisco — volvió a reír cuando Yunho le propino una buena dentellada a la carne humeante.

Jaejoong tomó un poco de ganso asado, carne de lubina deshebrada y pepinos rellenos, Había
pasado tanta hambre durante toda su vida, que para él, la hora de la comida era algo sagrado y jamás desperdiciaba nada. Comió con la mirada clavada en el lustroso cabello dorado de la princesa y la mente revuelta. Su tiempo comenzaba a terminarse y eso turbaba al joven.
Quedaban escasos dos meses para la Gran Boda Real y aun se resistía a regresar a Calabria; pero otra parte de él quería hacerlo por tres razones. Le atemorizaba dejar sola a su joven protegida en manos de Changmin, quería visitar la tumba de su madre y a Yoochun... y también quería volver a ver al príncipe, aunque no sabía muy bien para qué, la indecisión le ponía los nervios de punta y lo desconcentraba.
Cuando empezó la música, Jaejonog apartó su plato vacío, se retrepó en su asiento y observó
todo con una discreta sonrisa.
Las horas pasaron y la gente no dejó de comer, beber y reír. El pelinegro estaba sentado, ensativo, con la barbilla apoyada en las manos. Por fin después de horas, el Rey empujó la mesa y se puso de pie. Todos los que aun eran capaces de hacerlo también se levantaron e hicieron una profunda reverencia.
Yunho y  Jaejoong también se pusieron de pie, y en la entrada del salón se separaron. El pelinegrocaminó en silencio detrás de la princesa Ambrosía, quien iba platicando afablemente con su escriba.
Al llegar a los aposentos de la princesa, ésta lo invito a pasar, como casi todas las noches. A veces, el pelinegro le contaba historias o le leía, y otras veces la princesa le confiaba sus secretos e inquietudes. A él no le molestaba, sabía que su presencia la reconfortaba.

—Adelante, Jae — invitó cordial, como siempre, después se volvió a su esclava — trae vino tibio con especias y algunos pasteles de miel — ordenó, mientras se sentaba sobre los almohadones de colores en su salita de recepción, esperando que Jaejoong hiciera lo mismo.
La esclava llenó dos pequeñas copas de oro con el rojizo vino y puso un enorme platón
lleno de pastelillos y dátiles confitados delante de ellos; acto seguido se retiró.

—No te vi temprano durante la cena… ¿Dónde habías estado?

—En el galerón de los aurigas Alteza… —respondió el pelinegro, cálido. La princesa suspiró.

—Jae, ya le comenté a mi padre que te ha dejado demasiadas responsabilidades, hay días en los que apenas puedo verte.

—Está bien, me gusta lo que hago, pero trataré de venir más seguido a protegerte así sea únicamente del viento — respondió, tomando un sorbo del suave vino, paladeando el picante sabor del clavo en su garganta, el cual se acentuó al ver el tímido rubor que se comenzaba a extender en las mejillas de la princesa.

—Jae… — la princesa estaba nerviosa, se retorcía los dedos y hacia pucheros de vergüenza — ¿irías… vendrás conmigo…ya sabes… a Calabria? — Jaejoong la miró de hito en hito, sin saber que responder — no podría hacer lo que tengo que hacer si no te tengo conmigo.

En realidad, Jaejoong  ya se había decantado por no ir a Calabria por la seguridad de todos, pero no podía negarse a la petición de Ambrosía. La princesita lucia terriblemente desdichada, pues se había resignado al compromiso aunque eso decayera en su ánimo siempre alegre y relajado.
Jaejoong  se sentía atrapado entre la espada y la pared,  No quería dejar sola a Ambrosía, y menos cuando ella se lo pedía, pero también sabía que, al regresar a Calabria y toparse de frente con Changmin, se agitarían en el los recuerdos y los sentimientos que tanto trabajo le había costado enterrar en lo más profundo de su alma y no sabía con seguridad que es lo que podría pasar, porque de enfrentarse a Changmin, lo haría de frente, sin titubear, aceptando lo que viniera.

—Por favor… — su tono se había vuelto de suplica, al ver la vacilación en los ojos de Jaejoong.

El pelinegro estaba terriblemente indeciso, miró detenidamente a la princesa, quien había bajado la mirada y cruzado los brazos delgados y cubiertos por una fina pelusilla rubia. No sabía hasta qué punto la chiquilla tenía dominio sobre él, pero no quería defraudarla, se lo debía. Ella siempre se comportaba con mucha educación y tenía una sonrisa dulce y tímida, y para él, era una chispita de luz que brillaba en la negrura cenicienta de cada noche vacía.

—De acuerdo, iré — aceptó, tomándole la mano — no te preocupes.

El rostro de la princesa se iluminó al escuchar aquello y sonrió, haciendo sentir a Jaejoong, no mejor, pero al menos, no tan mal.

—Muchas gracias Jae— dijo ella, bostezando. El pelinegro se puso de pie.

—No hay nada que agradecer, descansa ahora — se despidió, dejando un tenue beso en el dorso de su mano, acto seguido hizo una reverencia y se retiró.

Iba tan distraído y ensimismado en sus pensamientos, que al salir de los aposentos de la princesa, estuvo a punto de darse de frente con la esbelta y oscura figura del príncipe
Adam, el hermano de Ambrosía.

—Alteza, lo siento, no lo vi— dijo, inclinando respetuosamente la cabeza.

—Jaejoong— saludó el príncipe, serio. Se quedaron mirando por unos segundos. Adam y Jaejoong habían tenido muy pocos encuentros, donde únicamente se saludaban con respeto, pero para el príncipe, el guardia de su hermana era todo un misterio. Si bien, todos en el palacio Grimaldi consideraban a Jaejoong una pieza única en cuanto a destreza y belleza, ya todos estaban acostumbrados. Pero tenerlo de frente en una noche oscura, con la tenua luz anaranjada de las antorchas chisporroteando en el brillo oscuro de sus ojos y perfilando los ángulos afilados de su rostro y la curva de sus labios, era una tentación grande, que hasta al príncipe Adam le suponía esfuerzo resistir.

Después de un minuto, Jaejoong rompió el contacto con los ojos azules de Adam, excusándose
y retirándose apresurado después. El príncipe siempre lo ponía nervioso, sobre todo cuando lo examinaba con aquellos iris suyos, tan azules como Jaejoong no había visto otros.
El pelinegro guió sus pies fuera de los aposentos reales y hacia la oscuridad, iba directo a sus aposentos, sintiéndose cansado y agobiado,  Al llegar a la pequeña glorieta que separaba las habitaciones de Ambrosía de las suyas, apareció Yunho, sonriendo.

—Eh Jae, te estaba buscando…- Jaejoong sonrió levemente, agradecido de que su amigo empujara con su sonrisa fuera de su mente aquellos oscuros pensamientos.

—Aquí me tienes— le dijo tenuemente, cruzándose de brazos.

—Vamos, nos esperan en la cervecería, es noche de guardias— Yunho hacía referencia a la noche semanal en la que todos los guardias del palacio tenían asignada para salir a despejarse y celebrar un poco en la intimidad de la servidumbre. Jaejoong asintió y emprendió la marcha al lado de Yunho, quien no dejaba de parlotear, alegre. El sonido de sus botas creaba ecos que rebotaban a lo largo de los pasillos repletos de columnas, que subían hasta las vigas de los altos techos bien construidos del palacio, y únicamente combinaban con el sonido como de campanas que producían sus armas al bambolearse con su caminar.

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—Mira, Jae— dijo Yunho, levemente mareado, poniendo su latas de cerveza con estrépito sobre la mesa de madera — eres totalmente un misterio, yo ya te he relatado toda mi vida. Hasta te conté cuando le prendí fuego al granero de mi abuelo y tú… nada. No es justo, no es justo.

—Bueno…—Jaejoong estaba alegre y embriagado, producto de la gran cantidad de alcohol que saturaba sus venas, desde la cena, la reunión con la princesa y los cinco latas de cerveza que ya llevaba encima — soy huérfano — comentó, abriéndose finalmente a Yunho — mi madre no tiene ni un año que murió y…— hipó — no conozco ni quiero conocer a mi padre, debe ser…, huh… todo un bastado…

—Qué pena… que tristeza — dijo Yunho, balbuceando, con un ojo ya más cerrado que otro y los espejuelos totalmente chuecos— pero confiesa ya, donde aprendiste a pelear…

—Aprendí con el general Takeshi… —otro hipido— el primer año creí que me mataría a palos, pero el segundo y sobre todo el tercero pude derribarle de dos golpes… y el era de la élite del ejército japonés…ya sabes tío, así de grande— abrió sus brazos en todo lo amplio que daban, exagerando,  un chorro de cerveza ambarina se derramó del la lata y fue a aterrizar en el suelo de madera lleno de manchas marrones— me hacia recorrer todo Calabria, de punta a punta, joder y a pie y…

— ¿Vienes de Calabria? — preguntó Yunho, repentinamente lucido.

—Sí, ahí naci— afirmó Jaejoong, bizqueando.

—Va-ya —dijo Yunho, remarcando cada silaba — ¿Quién lo diría?... ¡espera! —Gritó, haciendo que el pelinegro saltara sobre su banco — ¿entonces conoces al príncipe Changmin, el prometido de nuestra princesa?

—Así es y no sé cómo se les pudo ocurrir casarla con él — bisbiseó, arrepintiéndose un poco de sus pensamientos hacia Changmin, pues en las largas horas de agradable soledad que había disfrutado en Mónaco, Jaejoong se dio cuenta de que Changmin no era déspota, orgulloso y egoísta porque quisiera serlo, sino porque así había sido educado.

—¿En serio es tan desagradable… es?

—Ni te lo imaginas… pero en el fondo es… lindo…— entrecerró los vidriosos ojos con ensoñación y sonrió hacia la nada, como un idiota. Yunho le propinó un pisotón para traerlo de vuelta al presente.

—Lo dudo eh… yo también naci ahí — Jaejoong arqueó delicadamente las cejas, sorprendido, pero hizo más que arquear las cejas, un bizco muy gracioso que hizo carcajear a Yunho

— Si Jae no hagas esa cara, mi padre era el consejero del… Rey —Yunho dejó escapar un sonoro eructo, arrancándole a Jaejoong otra carcajada — lo siento, mis disculpas… como te decía, mi padre era el consejero pero surgieron… problemas cuando yo era niño entre…
el príncipe y yo y pues bueno… llegamos aquí y aquí nos hemos quedado… y para serte totalmente sincero, no recuerdo ni siquiera su cara, menos su caracter… Yunho y Jaejonog continuaron hablando de Changmin, de Calabria, del océano tan azul que se perdía con el horizonte…de Constanza, de Ambrosía, y afortunadamente para ambos, ninguno recordaría mucho aquella conversación.

****************************************************

Jaejoong sentía que alguien construía un ala nueva del castillo, pero dentro de su cabeza, Él joven pelinegro tenia resaca, y era una resaca horripilante, un autentico monstruo tenaz e imposible de ahuyentar, que concentraba kilos de presión en sus mandíbulas babeantes.
Tres golpes retumbaron en las puertas de su habitación, creando ecos en los techos abovedados, que resonaron con fuerza en su cerebro. Un esclavo entró y, luego de hacer una reverencia, dijo respetuosamente:

—Le ruego que me acompañe, noble Jaejoong.

Éste lo siguió, luego de vestirse a toda prisa. El esclavo lo llevó hasta la sala real de audiencias e hizo una inclinación para indicarle que pasara. Dentro del gran salón estaban reunidos prácticamente todos los guardias y escribas, incluyendo a Yunho, y en el centro del lugar, sobre el trono, estaba El Rey, tamborileando impacientemente con sus dedos cortos y regordetes. Jaejoong palideció y se postró, pensó que algo muy malo había ocurrido y que él era el culpable.

—Yunho— bufó el Rey — ve y ponte ahí, al lado de Jaejoong.

Yunho, tan pálido como el pelinegro se situó frente al rey, temeroso.

 —Tengo entendido— comenzó el soberano —que ustedes dos, irán con mi hija al reino de Calabria, dentro de dos meses…— comentó, pensativo — pónganse de pie.
Ambos jóvenes se levantaron, dignos e impasibles, después de asentir.
—Bueno… eso cambia las cosas, puesto que aun no estaba decidido quien se quedaría con ella y, me agrada que sean ustedes dos. Por lo tanto Jaejoong te nombro Erpa-ha.
Todos los presentes se quedaron boquiabiertos.
 Jaejoong escuchó aquellas palabras en silencio, como si le llegaran desde muy lejos, y su mente se embotó.
—Pensaba hacerlo dentro de poco tiempo— continuó el Rey, impasible —dado que te has destacado como mi servidor. Pero debe ser ahora, porque no puedo permitir que un plebeyo cuide de mi tesoro más preciado ahora que se va lejos. Te nombro a ti, y a tus hijos, Erpa-ha, Príncipe Heredero de Mónaco y, por siempre. Yo, Magnus, Rey de Mónaco, dispongo que así sea.
Jaejoong hizo una profunda reverencia en señal de respeto y agradecimiento. Estaba tan
sorprendido que no pudo decir palabra y el Rey lo entendió.
—En cuanto a ti— se volvió hacia Yunho— te concedo el puesto de Jefe de Los Profetas
del Sur y del Norte.
Eso convertía al fiel Yunho en el máximo dignatario político, después del Rey, este hizo una reverencia, emocionado.
—Gran poder dejas en mis manos, poderoso toro. No haré mal uso de él.
—Que así sea entonces. Ahora todos a trabajar. Jaejoong, Yunho, vayan a ocuparse de lo
suyo. —Se volvió al resto de los hombres — pasaremos el resto del día en conferencia
¡vamos! — urgió; y ambos guardias salieron en completo silencio.

Una vez afuera se dieron un caluroso abrazo de felicitación y cada uno partió a cumplirsus diferentes responsabilidades.
Al caer la tarde, Jaejoong deambulaba tranquilo y sereno, al lado de la princesa Ambrosía, quien estaba verdaderamente feliz por su nuevo título de nobleza.
Rodearon el estanque lleno de peces dorados, juncos y nenúfares, la princesa admiraba las flores, los pequeños pececillos y lo cristalino del agua mientras que el pelinegro la observaba con una discreta sonrisa. De repente, ella señalaba algún pez en especial, o una flor demasiado grande y Jaejoong sonreía, dándole la razón. En realidad no sabía de dónde nacía tanta paciencia para con la chiquilla, pero podría estar toda la tarde viéndola señalar cosas sin sentido, o consolándola porque había visto un pájaro morir. Supuso que habría
sido, después de todo, un buen hermano, de haber tenido alguno.

—Dime Jae— murmuró con la cabeza inclinada — ahora que eres noble de alto rango y príncipe del Reino, ¿no piensas tener hijos para que hereden tu titulo? Jaejoong sonrió al ver la dorada cabeza inclinada de Ambrosía, esquivando su mirada, y respondió con seriedad:

—Para tener hijos, Alteza, primero debo tener una esposa.

—Bueno, hay decenas de doncellas nobles, dignas de ti, eres un príncipe ahora.

—Con todo respeto, Majestad, pero no creo que vaya a casarme nunca.

—Pero… todos los hombres buscan eso… ¿acaso no deseas un hogar lleno de hijos? ¿Es porque te hemos cargado con demasiadas responsabilidades?

—Tal vez sea eso— respondió el pelinegro incómodo. Jamás iba a confesarle que estaba a punto de casarse con la única persona que el amaba, y que iba a amar, probablemente, durante toda su vida. Y también estaba todo el asunto de amar a un hombre, si se enteraran, lo condenarían y torturarían por sodomita y moriría en medio del más terrible de los sufrimientos.
Ella se percató del abanico de emociones reflejadas en los oscuros ojos del nuevo príncipe, y suspiró.

—No te preocupes, no volveré a preguntar — él la tomó de la mano y continuaron caminando sin prisa ni rumbo, hasta perderse entre los fragantes jardines imperiales.
en la cabeza de Jaejoong había solo una cosa, como sería el momento en que tubería una vez más frente a frente con Changmin.