Al día siguiente de su llegada a Mónaco, unos golpes en la puerta despertaron a Jaejoong de su
intranquilo sueño.
El dueño de la repulsiva posada en donde había encontrado alojamiento, entró sin tocar en la asquerosa habitación, mitad bodega, mitad establo y lo saludó ásperamente, detrás de él venían dos esclavos con el atuendo dorado y blanco del palacio.
—Se te ordena que te presentes de inmediato en los aposentos del noble Yunho en el palacio— explicó el dueño, irritado—No sé de qué se trata todo esto y no me importa, pero si vienen a buscarte del palacio solo pueden significar problemas y yo no quiero problemas. Vístete de prisa, Estos hombres te ayudaran a guardar tus pertenencias y márchate de aquí, Oh y llévate al caballo…-Dio la media vuelta y se alejó, sin decir más.
Jaejoong se estiró, a regañadientes abandonó su delgado lecho hecho de paja, y se puso de pie, somnoliento, Como no tenia pertenencia alguna más que su corcel, los hombres desaparecieron con el animal, antes de que él pudiera gritar que lo esperaran para mostrarle el camino.
Se lavó con rapidez en el aguamanil de piedra que estaba en el patio y se puso la camisa roída y sucia del día anterior, Estaba sumamente nervioso, Todos los llamados y visitas del palacio lo ponían ansioso y se le antojaban de mal augurio. Luego de casi atropellar al guardia que lo esperaba para escoltarlo, ambos salieron de prisa de la posada y después de unos cuantos minutos, llegaron hasta la puerta occidental del palacio.
El guardia se detuvo ante una puerta de cedro delicadamente labrada y adornada con tracería de plata, Llamó y un instante después un joven esclavo abrió e hizo una profunda reverencia Entonces los hizo pasar a una habitación enorme, inundada por el brillante sol matinal.
—Acércate —dijo una voz fresca, joven y clara — Quiero verte bien.
Jaejoong dio unos pasos hacia adelante, inseguro. En el centro de la habitación estaba de pie un hombre joven, inmaculado y propio, Era alto, y tés morena. Se mantenía recto y su cuerpo era esbelto, Llevaba el cabello negro muy corto y usaba espejuelo, La nariz sobresalía sobre una boca recta y firme. Su semblante era duro e implacable, Pero sabía cuando y como reír, el pelinegro irguió la espalda y se acercó para saludarlo, Hizo una reverencia.
—Soy Yunho, entrenador, general y guardaespaldas personal del Príncipe Adam, Y tú eres Jaejoong, mi nuevo discípulo.
En los ojos de Jaejoong relució la incertidumbre, pero asintió con dudas.
—Así es— respondió con una sonrisa y el otro hombre y pensó: “Este no es un chico como cualquier otro.” Los ojos de Yunho recorrieron las delgadas cejas, los enormes ojos oscuros y desafiantes, los pómulos rectos y los labios gruesos y firme del joven, en los cuales, descubrió rasgos de grandeza.
— ¿Sabes por qué estás aquí? — Preguntó y Jaejoong no respondió, porque no lo sabía, así que el joven prosiguió — Estas aquí porque le agradas a la princesa heredera y yo te pondré a prueba.
Pero antes de que Jaejoong pudiese al menos reaccionar, el heraldo hizo sonar en el suelo su largo bastón, se aclaró la garganta y anunció que llegaba el Rey, acompañado de la joven princesa heredera.
Jaejoong entonces se postró, extendió los brazos e inclinó la cabeza. Sintió un leve mareo.
¿Qué pasaría si decía algo impropio?
—De pie, vamos ¡de pie! — urgió el Rey nada mas al entrar, Su hija le había platicado que le debía un favor a un sirviente, y el Rey quiso conocer a aquel muchacho tan fresco y forastero.
—Me recuerdas a alguien, pero no se a quien— dijo de manera tajante — Mi hija dice que eres hábil en la lucha y manejo de armas y caballos —Jaejoong asintió, mudo. — Muy bien, entonces veamos que tan bueno eres.
—Pronto lo veremos… —dijo Yunho, sonriendo.
El Rey dejó escapar un rugido, mitad risa, mitad asombro. Todo aquel asunto le parecía divertido y observó con atención, sentándose en un pequeño trono improvisado a toda prisa. Ambrosía estaba enojada y preocupada, se sentó en silencio a su lado, con los labios apretados en una fina línea.
Para Jaejoong aquello no tenía ni pies ni cabeza. No entendía nada de todo lo que decían, y esperaba de pie, frunciendo el ceño en una mueca de desconfianza, pues el semblante de preocupación de la princesa no le gustaba para nada.
—Escucha, Jaejoong…
—Dime Jae— interrumpió.
—Escucha Jae, no te contengas ¿de acuerdo?
Jaejoong iba a preguntarle a que se refería, cuando el potente puño cerrado de Yunho impactó con fuerza contra la línea de su mandíbula. El pelinegro creyó que se le iba a desencajar y el dolor le atacó de manera inmediata, el golpe lo hizo tambalear y dar un par de pasos hacia atrás. Se llevó la mano a la quijada, dolorido y estaba a punto de preguntar qué rayos le pensaba aquel chico, cuando vio de nuevo su implacable puño, que se dirigía esta vez directo hacia su nariz, alcanzó a esquivarlo por poco, ladeando la cabeza. Pero Yunho era rápido y ya había lanzado otro golpe recto hacia su costado derecho, mismo que Jaejonog también logro esquivar con un ágil salto hacia atrás, a su mente volvían retazos de algunos de sus recuerdos. Cuando estuvo tres años bajo la cruel tutela del general retirado Takeshi, quien le enseñó a defenderse y pelear hasta con uñas y dientes. Nunca había tenido que hacer uso de aquel entrenamiento físico y mental, Hasta ahora Recordó las palabras que hace unos instantes Yunho le dirigiera: “No te contengas”.
“Entonces no me voy a contener” se dijo, sintiéndose repentinamente seguro y salvaje.
Levantó ambas manos, separó un poco las piernas y se flexionó, listo para saltar como resorte en cuanto la situación lo requiriera.
Rechazó y esquivó con agilidad la mayoría de los ataques, algunos le alcanzaron, y algunos pudo propinarle al guarda del príncipe. Yunho era fuerte y pesado, pero Jaejoong le igualaba la fuerza y era mucho más rápido, ágil, y arisco como un gato.
Después de un cuarto de hora, el Rey levantó una mano, dando por finalizada la prueba.
Ambos jóvenes se irguieron, sonriéndose, y entonces Yunho estrechó la mano de Jaejoong, La princesa también se adelantó, cubriéndose la boca con ambas manos, en un gesto de horror, porque tanto Jaejoong como Yunho estaban lastimados y sangrantes.
El labio inferior de Yunho sangraba y estaba hinchado. La ceja izquierda de Jaejoong estaba rota y el ojo debajo comenzaba a cerrarse. Sus rostros estaban llenos de morados y leves magulladuras.
Yunho estaba impresionado Jamás nadie había logrado siquiera rozarle con un golpe, pero el pelinegro, a pesar de su insano aspecto, había resultado ser salvajemente fuerte y ágil.
El Rey se levantó y anduvo hasta Jaejoong, Caminó alrededor de él, examinándolo desde todos los ángulos, y le gustó lo que vio. El joven tenía carácter y algo especial que lo hacía destacar.
—Muy bien — la voz del Rey era potente y atronadora — Mi hija me dijo que deseas un trabajo. —Jaejoong asintió— Como habrás visto, sirviente, has pasado la prueba, Te necesito en el palacio, como guardián. Serás el guardaespaldas personal de mi hija, la princesa Ambrosia. Habrá muchos en el reino que no dejaran de observarla y temerán por sus puestos, ahora que es la heredera de dos reinos. Te daré autoridad sobre ellos, como guardián y tú le servirás bien, estoy seguro de ello. ¿Comprendes? Jaejonog entendía perfectamente. Pero quería salir corriendo.
“¿Cómo es que siempre consigo meterme en líos?” pensó apesadumbrado “De acuerdo, si necesito un trabajo, ¡pero no como el maldito guardaespaldas de la futura esposa del tío que estuvo acostándose conmigo más de diez días, y que encima pensaba convertirme en su esclavo sexual!”
—Viviré para serviros — respondió, vacilante, pensando en negarse.
—Entonces está decidido, Saca del palacio a todos aquellos que te parezcan indignos de confianza y no le temas a nadie más que a mí, Infórmame diariamente, Tendrás un heraldo que te anuncie, y escribas que irán detrás de ti.
Jaejoong permanecía de pie y le miraba, pero su mente trabajaba a gran velocidad. Aquella responsabilidad era gigantesca, pero estaba seguro que podría con ella. Y por lo visto no podía negarse por más que lo quisiera.
—Quédate con Yunho hasta que te familiarices con las muchas responsabilidades que implica tu nuevo puesto. Te mandaré construir tu pequeño palacio, aledaño a los aposentos de la princesa, y tendrás tu propia barca, tu carro y cualquier otra cosa que desees.
El rey no bromeaba en absoluto, y en la cálida luz solar del amanecer, Jaejoong al fin sintió que el destino le tendía los brazos.
—Pero— el Rey lo distrajo — si las cortes de justicia llegaran apenas a insinuar que alguien ha molestado a mi adorada — rodeó con su enorme brazo los hombros de la princesa — tu sangre bañará el piso del templo, Ahora vete. Yunho te llevara a tus habitaciones mientras el palacio es construido y te proporcionará todo lo que necesites de vestimenta y comida, mañana preséntate a primera hora con mi hija y no te despegues ni un segundo de ella.
Acto seguido el Rey y la princesa abandonaron el lugar seguidos de sus guardias, heraldos y escribas.
—Bueno Jae— Yunho estaba de pie frente a él, con los brazos en jarras y una sonrisa en los labios — puedo llamarte Jae ¿no?
—Claro, ya te lo había dicho —respondió el pelinegro, mientras arrugaba la ceja herida; soltó un siseo por el dolor mientras un hilito de sangre le bajaba por la mejilla.
—No te preocupes por eso —dijo Yunho— de ahora en adelante tendrás esclavos que te atiendan cosas como esa. Te llevaré a conocer un poco el lugar y la habitación donde de momento, te quedaras.
—Antes que otra cosa quisiera saber a dónde han llevado a mi caballo.
— ¿Tu caballo? Bueno — Yunho se frotó la barbilla, pensativo —hay varios establos, pero seguramente este en el del lado norte del palacio. No te preocupes, no le pasara nada. Me agradas, y también al Rey y a la Princesa Heredera ¿Qué más puedes necesitar?
Y ambos salieron del recinto donde había tenido lugar la prueba, caminando despacio.
—Escucha Jae, tu y yo tenemos que aprender a trabajar juntos — prosiguió Yunho en voz baja — porque yo también sirvo a la princesa con devoción y le he ofrendado mi vida. Mi padre agoniza, Pronto ocupare su puesto como Visir, y cuando llegue su momento, de la princesa Ambrosía, porque el príncipe Adam ya no me necesitará cuando se convierta en Rey. Tu nuevo puesto es complicado. Hasta ahora nadie había parecido digno de ella, pero tú le agradas. ..-Jaejoong asintió con seriedad.
—Comprendo— le dijo mientras seguían caminando.
—La princesa contraerá matrimonios en un año, con el príncipe de un reino lejano— prosiguió , sin notar que Jaejoong había puesto cara de póker — tú y yo tendremos que ir y seguir trabajando por ella… pero se rumorea que el príncipe de ahí es déspota. Así que tú, como guardaespaldas personal deberás ponerle las cosas claras, porque la princesa es considerada casi una divinidad en Mónaco.
— ¿Una divinidad?
—Veras… por más de setenta años, Mónaco había tenido sólo herederos varones, ni una sola hija, todas morían. La princesa Ambrosía es la favorita del Rey. Desde que empezó a gatear, el mundo la veneraba por ser la hija de Mónaco y su destino le corre por las venas como una certeza natural sobre el orden perfecto de su mundo.
— ¿Y aun así piensan casarla y enviarla lejos, a las mismas manos de un príncipe “déspota”? — pronunció las palabras con desprecio y cierto sarcasmo, pues en una sola palabra no se podía desplegar el abanico de defectos que adornaban la vida de Changmin.
—Eso no nos concierne Jae— respondió Yunho, pero Jaejoong pudo notar una sombra de negación en sus ojos y se inquietó, aunque no dijo nada más.
El palacio de Grimaldi no era tan ostentoso, pero estaba bellamente decorado. Todas las puertas eran de madera oscura, algunas de cedro, otras de caoba, y estaban adornadas con trozos de plata, oro y electro. Los corredores no eran de mármol, como los de Calabria. Eran de la misma piedra de cantera rosada, y cuando les pegaba la luz del sol, llenaban todo con un resplandor alegre e iluminado. Tras unos cuantos minutos de caminata y plática, ambos jóvenes llegaron a un ampli corredor lleno de columnas. Lo recorrieron y se detuvieron ante una gran puerta, hecha de madera clara, adornada con lapislázuli.
Antes de que pudieran si quiera llamar, un esclavo negro y enorme abrió ambas puertas,
invitándolos a pasar.
—Bueno Jae, de momento dormirás aquí. Este joven será tu esclavo y te traerá todo lo que necesites. Dentro de uno o dos días volveremos a hablar, mientras hago todos los preparativos y entonces veremos. ..-Jaejonog aun no creía su buena suerte y se sentía incapaz de articular palabra.
—Gracias— alcanzó a decir antes de que el Yunho se retirara.
En cuanto Jaejoong se quedó solo en su nueva “habitación” dejó escapar un suspiro de cansancio y asombro. El lugar era enorme, las paredes eran de color azul claro, así como las cortinas que se mecían con la suave brisa matinal. La enorme cama que le serviría como lecho también era azul. Los muebles eran de madera clara, lo cual combinaba armoniosamente con la decoración. En una esquina había un sofá estilo egipcio color azul
cielo y en la esquina opuesta, un pequeño altar, donde el humo del incienso subía
formando espirales aromáticas.
De repente se sintió muy cansado, y estaba a punto de tirarse sobre el lecho a dormir,
cuando un par de manos enormes y fuertes comenzaron a querer quitarle la ropa.
— ¿Qué demonios crees que haces? — bramó, alejándose del esclavo. El joven parecía terriblemente desconcertado.
—Pues… bañarlo.
— ¿Qué? Bañarme aja… yo no te lo he pedido.
—Es lo que siempre hacemos —le respondió, y Jaejoong pudo leer en sus negros ojos que lo decía sin malicia alguna.
—Bueno gracias, pero lo haré yo solo, ahora y siempre, tu sólo… espérame afuera. —le dijo, y para su sorpresa el joven obedeció en el acto. “Vaya” pensó “hay que joderse, ahora me obedecen a mí, cuando durante toda mi vida el que obedecía era yo”
Después de tomar un largo baño, sumergido hasta la barbilla en agua caliente y perfumada, salió envuelto en una túnica de lino blanco hacia el gran armario empotrado en la pared, que estaba lleno de ropa elegante de variados colores, pero él se vistió con una ajustada camisa de lino blanco y unos pantalones a juego en color negro, pues según entendió, tenía ese día libre. El calor era abrasador, decidió recostarse sobre el sofá, que tenia vista hacia el pequeño jardín lleno de brotes de papiro y un alegre estanque cristalino, lleno de pequeños peces dorados.
“Bueno, no me puedo quejar” pensó, estirándose como gato sobre el largo sofá “quería un buen trabajo y lo tengo, cuando llegue el momento… siempre puedo encontrar una buena excusa para lo que venga” En ese momento, su negro esclavo entro en la habitación y empezó a mecer suavemente un enorme abanico por sobre la cabeza de Jaejoong. Sus parpados se cerraron, y tras unos cuantos segundos se durmió, pensando en Changmin y en lo que diría si supiera a lo que se dedicaría a partir de ahora.
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Cuando Jaejoong despertó, el sol aun estaba en lo alto, pero ya no era abrasador. Al salir, limpio, fresco y animoso, los jardineros habían regresado de sus labores y, con las desnudas y morenas espaldas encorvadas, desyerbaban y podaban la gran extensión cubierta de flores exóticas y regaban los cientos de sicómoros y sauces que hacían de los terrenos reales un bosque fragante y bañado de sol.
Por donde quiera que pasaba, con su esclavo y su escriba, los trabajadores se erguían y hacían una reverencia. A Jaejoong le parecía de lo más extraño y se sentía intimidado, pero respondía con una flamante sonrisa que dejaba aturdidos a los trabajadores.
Los terrenos reales comprendían una vasta extensión de jardines y templos, además de las amplias salas con sus pórticos y pasillos bordeados de columnas.
Al llegar a los aposentos de la princesa, que eran su destino, Jaejoong encontró a su pequeña benefactora de pie junto al estanque, sola. Estaba pálida y su mirada denotaba fatiga. No había dormido.
Le pidió a su compañía que se fuera y entonces se aproximó rápidamente a la princesa,
quien dejó escapar una débil sonrisa.
—Alteza— le dijo mientras inclinaba respetuosamente la cabeza.
—Saludos Jae— le dijo en voz tan baja como el murmullo de una paloma.
— Linda tarde… ¿Puedo preguntarle algo?
—Sí, puedes… pero antes… De ahora en adelante, en la intimidad, no me hables así Jaejoong, solo tengo quince años, deja de lado las formalidades.
El pelinegro asintió ante aquel pequeño y serio rostro, la princesa se sentó sobre la hierba y metió los desnudos pies en la tibia y cristalina agua de su pequeño estanque.
— ¿Dónde está tu esclava? —preguntó Jaejoong….-En el rostro de Ambrosía asomó un destello de rebeldía.
—Le dije que se fuera. Me gusta estar sola de vez en cuando y ya tengo edad para hacer casi todo lo que me plazca.
—Pero no puedes estar sola… si tu padre se enterara…
—Mi padre— resopló ella — mi padre no sabe el daño que me ha hecho… tanto que no puede hacerme más. Ambrosía tomo una minúscula piedra y la arrojó a la superficie quieta del estanque.
— ¿Qué pasa princesita? —Jaejoong se arrodilló sobre la hierba, a su lado con el semblante nublado de preocupación.
—Oh Jae— susurró ella, moviendo la cabeza lacónicamente —. Para ti, la vida será fácil a partir de ahora. Cuando tengas edad y dinero suficiente podrás casarte con quien desees, hacer lo que tú y tu esposa elijan y disfrutar de tus hijos. Sin embargo yo…— levantó sus enormes ojos cristalinos hacia Jaejoong y su boca temblaba. Toda la hermosura que había en sus facciones, en su largo cuello y en su dorado cabello lacio estaba teñida por la aflicción—. No quiero ser la Gran Esposa Real. No estoy dispuesta a ser solo el rostro bonito de los sellos que estarán vigentes no sé cuantos años, no deseo casarme con el arrogante y déspota de Changmin. Solo quiero paz, Jae, poder vivir como yo elija.
Tímidamente, Jaejoong acarició el brazo de la princesa, para reconfortarla, pues era lo mejor que podía hacer. Él sabía que todo lo que ella decía era verdad y muchos sentimientos ambivalentes se enfrentaban en su interior. Una extraña mezcla de odio, adoración y celos hacia Changmin. Pero no iba a abrumar a Ambrosia con tan patética plática.
—Gracias— murmuró ella, poniendo su pequeña y graciosa mano sobre la mano blanca y llena de venas abultadas de Jaejoong. — Tuve mucho miedo en la mañana, pensé que Yunho te mataría.
— ¿Matarme? ¡Ja!— se burló, arrancándole una sonrisa de los labios a la princesa.
—Por cierto, en verdad siento que estés lastimado —levantó una mano y repasó con sus dedos cuidadosamente la ceja rota de Jaejoong, sujeta por un par de vendoletillas blancas — ¿te duele mucho?
—No, no me duele nada— respondió el con una sonrisa. —Se necesita mucho más para lograr hacerme daño— y nuevamente acudieron a él fragmentos de su pasado.
Fragmentos del frio rostro de Kyuhyun golpeándolo hasta casi matarlo, el preocupado rostro de Changmin cuando la fiebre casi había consumido toda su sangre… Su huida del castillo desesperada e impregnada de suerte, el rostro hermoso, pálido y muerto de su adorada madre… Su piel palideció.
— ¿Jae? ¿Estás bien? —la princesa le dio un suave apretón a su antebrazo, trayéndolo de regreso.
—Sí, lo siento Alteza… a veces recuerdo cosas que preferiría olvidar.
—Algo me dice que tu pasado es terrorífico en verdad, y que alguien te hizo mucho daño
— el pelinegro la observó con ojos como platos ¿sería vidente? o quizá solo era muy perspicaz — pero no te preocupes, no te pediré que me cuentes nada. Si algún día lo he de saber, será porque tú desees contármelo.
—Gracias…
Al fin el sol comenzaba a descender y emprendía su diario retorno hacia el reposo, y los faldones rojos y flameantes de su ardiente luz avanzaban majestuosos por los jardines imperiales cuando Ambrosía se puso de pie. Jaeejoong se levanto más rápido aun y la ayudó a incorporarse
—Creo que ahora me iré a descansar, y Jae… sé lo que mi padre te dijo, pero en verdad no necesitas estar pegado a mí como mi sombra, además Yunho te necesitara para enseñarte algunas cosas. Poco a poco iras acostumbrándote a mi rutina y… —la chiquilla parecía terriblemente apenada
— espero que encuentres agradable y placentero trabajar conmigo.
—Te aseguro que será un completo placer.
Un rubor rosado y adorable le cubrió las mejillas y Jaejoong, embobado, solo atinó a sonreír.
La escoltó hacia la entrada de sus habitaciones, y cuando estuvo seguro de que ella estaría bien, se retiró. Regresó a sus habitaciones con el ánimo decaído, el carácter de la princesa, comparado con el de Changmin era la otra cara de una moneda, pero entonces recordó que ella había sido segunda hija y había aprendido a convivir y compartir con su hermano, el príncipe de mirada enigmática que Jaejoong aun no conocía.
“Mierda Changmin, si al menos tu hubieses tenido algún hermano… las cosas serian tan diferentes…”
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Setenta días después, el emisario enviado por la abuela de Changmin había regresado al castillo de Calabria y las noticias que traía con él, eran alarmantes.
—Me ha costado mucho conseguir esa información, Majestad. — El hombre sudaba copiosamente mientras, arrodillado, le ofrecía a la anciana un pergamino enrollado y atado con una cinta dorada.
— ¿Trabajo? ¿Por qué?
—Todas las personas en el pueblo le son terriblemente leales al joven.
— ¿Leales? — repitió ella, como un loro.
—Así es, nadie quería hablar… tuve que motivarlos un poco, pero a la mayoría poco le importaba perder hasta la vida. Es un chico muy protegido. — acto seguido le mostró a medias una pequeña bolsa de terciopelo tieso y rojo, que contenía algunos trozos pequeños de cuerpos humanos.
—Guarda eso— espetó la anciana, asqueada, después le entregó una bolsa llena de monedas de oro —ahora vete.
El imponente emisario se marchó después de hacer una exagerada reverencia y Lucila
leyó con trabajo el pergamino, pues sus manos temblaban tanto que las letras bailoteaban
ante sus pequeños ojillos nubosos.
Ahora no tenía la más menor duda. Kim Jaejoong, el joven hijo de Constanza, era el príncipe hermano de Changmin, y estaba vivo.
Leyó y releyó el panfleto durante mucho tiempo. Toda la información estaba ahí, El joven pueblerino cuya descripción rezaba, piel muy blanca, esbelto, delgado, muy alto, cabello oscuro, largo y liso, Piernas largas, fuertes manos, rostro altivo y noble de rasgos angulosos y enormes ojos oscuro.
Las notas siguientes del emisario relataban que nunca nadie vio a Constanza embarazada, ni con pareja siquiera. Se había hecho con el niño una noche de febrero, casi veinte dos años atrás, y en los días siguientes lo presentó como su hijo.
“¿Cómo demonios nadie le pregunto? ¿O la lapidaron viva?” se quejó mentalmente la anciana, con los ojos clavados en la amarillenta hoja que sostenía.
—Maldita serpiente traidora— susurró la mujer, con los dientes apretados. Aunque debía reconocer el esfuerzo titánico que le habría supuesto a su joven y miserable dama de compañía el cuidar y mantener vivo al príncipe, que había nacido casi muerto y al borde de la asfixia.
Se sentó fatigosamente en su ornamentada silla de oro, aun con el papel entre las manos.
—Así que Jaejoong, mi pequeño niño— susurró, mientras acariciaba a hoja rugosa en donde el emisario había dibujado un pequeño retrato hablado del pelinegro, que no le hacía honor a su belleza.
La anciana había pasado casi veinti dos años preguntándose porque le tenía aquel odio tan acérrimo a su propio nieto y jamás se pudo responder a sí misma, pues de haber conocido el enigma habría tratado a Jaejoong tan bien como trataba a Changmin o incluso mejor, porque ambos príncipes eran un milagro de la naturaleza.
Pero para ella, Jaejoong había sido un error, un demonio enviado por el mismísimo Lucifer para ser engendrado por su hija, aprovechándose del estado grávido de ella. Suposiciones estúpidas basadas en un fanatismo absurdo y en una espiritualidad fanática y ofensiva, que escondida tras una mal formada imagen puritana, despreciaba la palabra de Dios.
Estaba ansiosa y no sabía cómo actuar.
Las últimas notas del pergamino informaban que el joven se había ido en un barco con destino desconocido, pero aquello no calmó a la vieja mujer. Estaba segura de que el joven volvería.
Se levantó, con algo de esfuerzo, porque era incapaz de permanecer quieta por más de cinco minutos. Su mente estaba lúcida a pesar de sus casi ochenta años, y trabajabarápidamente.
Rengueó lentamente hasta llegar a los enormes ventanales de piso a techo que dejaban ver varios metros más abajo, el gran lago cristalino y la enorme extensión de jardines palaciegos, donde el príncipe Changmin practicaba tiro con arco, acompañado del príncipe Kyuhyun.
Su abuela lo observó con atención por más de un cuarto de hora, en los que Changmin, acertó
sin falla alguna diez de diez tiros, destrozando la flecha en el último lance, por la fuerza que le imprimió al arco. Sonrió cuando el príncipe Kyuhyun estalló en vítores y aplausos, mismos que Changmin ignoró, Parecía muy desdichado. Por un momento la anciana se imaginó que, en lugar de él príncipe Kyuhyun, fuese el príncipe Jaejoong quien estuviera vitoreando a Changmin, pero desechó aquella imagen mental casi enseguida y se alejó de la ventana.
Tenía que pensar en el asunto. Si estaba en lo correcto, el único que sabía sobre la verdadera casta de Jaejoong y de donde provenía, era el anciano medico real, de quien no temía ni sospechaba, pues de haber hablado el médico, hace mucho se habría sabido la verdad. Desconocía si el chico lo sabría, pero eso poco importaba, Su destino estaba escrito, y su sentencia de muerte, firmada.
Hizo llamar nuevamente al espía que le había entregado toda la información del joven príncipe, y esperó impacientemente a que llegara.
—Estoy para servirle, Majestad— le dijo, con la frente pegada al frio suelo de mármol y los brazos extendidos cinco minutos después.
—De pie —le dijo, irritada —tengo otro trabajo para ti.
—Soy todo oídos Majestad, usted manda y yo obedezco.
—Quiero que tomes a los tres mejores soldados que haya en nuestras filas y los mezcles
entre la prole del pueblo. Quiero saber en cuanto este joven —levanto el pergamino,
mostrándole el burdo retrato de Jaejoong— ponga un solo pie en el puerto.
—Como ordene, Majestad… pero si me permite recordárselo, todos en el pueblo dicen
que el muchacho jamás volverá. La ex reina Lucila lo paralizó con su oscura y penetrante mirada.
—Volverá… ya lo verás— dijo, con un ronroneo amenazador —su madre está sepultada
en el cementerio del pueblo, así que puedo jurarlo, volverá, y esta vez no se me escapará.
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La práctica de tiro con arco del príncipe Changmin había concluido, y, ahora, acompañado por
el príncipe Kyuhyun, se relajaba en uno de los elegantes sofás del pórtico central bebiendo un potente trago de licor de madeira, mientras observaba hacia la nada, sumido en completo silencio. Después de casi tres meses de haber perdido a Jaejoong, estaba más resignado a su suerte y se permitía pensar e imaginar de vez en cuando, como sería su vida venidera, casado con la caprichosa princesita de Mónaco y yendo y viniendo todo el tiempo en asuntos reales. Tenía la vaga esperanza de que en alguno de aquellos viajes futuros, podría tal vez toparse de nuevo con Jaejoong.
Por ahora dejaba que su vida flotara a la deriva y aprovechaba al máximo el poco tiempo libre que tenía por delante. El sol estaba bajando y se encontraba parcialmente escondido detrás de una alta pared de pinos, los cuales eran agitados salvajemente por el viento de una tormenta que se aproximaba.
—Kyu…— su voz era pastosa por la flojera.
El rubio príncipe volvió hacia él una mirada soñolienta.
— ¿Qué? — ¿Tienes… hum… algún plan para tu vida? — Cómo el rubio no respondió, Changmin prosiguió — cuando yo esté… casado —pronunció la palabra con asco — no vas a poder estar metido aquí todo el tiempo.
—Supongo que no — comentó el rubio, sintiéndose extrañamente molesto. No se quería
separar de Changmin.
—Mi vida ya esta arreglada, pero que pasa con la tuya. ¿No piensas casarte o algo así?
—En realidad nunca lo he pensado, tu sabes que mis padres son muy jóvenes y les queda mucho tiempo de reinado… además no creo encontrar una buena esposa.
—Tal vez la princesa Ambrosía tenga alguna prima — dijo Changmin y cinco segundos después ambos rieron a carcajadas, después volvieron a quedarse en silencio.
—Tal vez… pero sea como sea, cuando seas Rey, podrás hacer lo que te venga en gana… podremos irnos a viajar en barco o a recorrer las ciudades…
—No creo que sea tan sencillo… y aun espero alguna oportunidad para quitarme de encima tan molesta carga.
Ambos príncipes siguieron conversando, sin llegar a profundizar en algún tema en particular, hasta que, cuando la luz del sol se había extinguido, Changmin decidió ir a visitar a su madre.
Después de despedirse de Kyuhyun, inició la larga caminata hasta los aposentos de la Reina. Cuando entró en la gran sala de recepción, la Reina salió a saludarlo, envuelta en un sobrio vestido de seda dorada. El joven príncipe la abrazó y se tomaron del brazo, La reina lo condujo hacia su habitación privada y le señaló un cómodo sofá y le indicó que se sentara.
—Corren demasiados rumores por el palacio, Changmin. ¿Tan desdichado te sientes por casarte con Su Alteza Ambrosía, que tienes que hacerlo público?
—No quiero casarme con Ambrosía. Es demasiado flaca y huesuda.
—Pero harás un gran esfuerzo para complacer a tu Real Padre ¿no es así? …-Changmin empezó a hacer pucheros de asco, en actitud rebelde.
—Intento hacerlo, pero me cuesta mucho. No soy aburrido como él.
— ¡No digas tonterías! Tienes mucho que aprender y será mejor que te des prisa en hacerlo, porque tu tiempo quedara rigurosamente controlado y se acabaran tus libertades. No podrás darte el lujo de cometer muchos errores, hijo mío, de modo que comételos ahora y saca el mejor provecho de ellos. Aquellas palabras dejaron pensativo a Changmin, pero asintió.
—Deseo dormir. ¡Como quisiera que parara este viento infernal!...-La Reina le tomó la mano cariñosamente.
—Ve entonces. Ahora dale un beso a tu madre. — Mientras el príncipe se marchaba, la reina se sumió nuevamente en su aura de tristeza y melancolía, pues siempre que veía a Changmin a los ojos sentía que algo muy importante faltaba en su vida, pero no sabía el qué.
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El primer verano de Jaejoong en Mónaco había llegado, Nueve meses habían transcurrido desde su atropellada huida de Calabria, y su vida había dado un completo y nuevo giro.
Si su madre lo viera en aquellos momentos, apenas lo reconocería, el joven pelinegro se había metamorfoseado, para renacer de entre las sombras de su oscuro pasado.
Se había convertido en un joven callado y digno, que poco se dejaba llevar por la emoción Además de desempeñarse como el guardia personal de la princesa Ambrosía, había resultado ser un excelente estratega y un gran luchador. Nadie superaba su destreza con el arco, la espada, el hacha y la lanza. Dominó sin problema alguna la geometría, los instrumentos de medición, ataque y caza y la pluma de dibujo. Su ojo penetrante y su don natural le permitían detectar a simple vista a algún enemigo y a desplegar cualquier división de ataque o defensa por mas difícil que fuera. Había sido ascendido a comandante de las tropas de choque y entrenaba personalmente a los aurigas y a los Valientes del Rey; la élite del ejército.
En apariencia también se había transformado, Su cuerpo ya no era huesudo, famélico y pálido, sus costillas que alguna vez fueron pateadas hasta fisurarse, ahora se encontraban envueltas, sujetas y firmes detrás de una dura porción de músculo. Su cabello azabache brillaba como terciopelo negro mojado, pero ya no lo llevaba alborotado, ahora, nueve meses después, lo traía corto dejando un flequillo tapando toda su frente. Su mirada oscura a se había profundizado, los rasgos se habían acentuado, y su expresión era solemne, con un leve matiz de alegría. Se delineaba los ojos con autentico kohl egipcio, sus labios resplandecían y hacía dos meses, había decidido tatuar su cuerpo dándole un poquito salvajismo a su cuerpo cuando andaba sin polera.
Iba ataviado siempre en colores negros, con telas finas, entre las que destacaban el algodón, el terciopelo, el lino y el cuero, lleno de remaches y fundas en donde guardaba su cuchillo, su espada y numerosas navajas para arrojar.
La Familia Imperial estaba completamente satisfecha con él y la princesa Ambrosía lo adoraba.
Comenzaba el mes de Junio y en Mónaco, eran tiempos de celebrar. Festejaban el Jubileo del Rey y el palacio se hallaba día y noche sumido en un estado de febril embriaguez.
Era hora de cenar. Jaejoong esperó pacientemente mientras el heraldo mayor anunciaba solemnemente su llegada, Los concurrentes guardaron silencio, hicieron una breve inclinación de cabeza y después prosiguieron con sus conversaciones.
Jaejoong buscó ansiosamente a la princesa con la mirada y la encontró sentada al lado de sus
padres, así que, relajado, fue a situarse, como siempre, en la mesa que estaba justo detrás, donde Yunho y los demás guardias comían y bebían alegremente, se dejó caer en la silla al lado de su amigo y sonrió.
—Saludos…-Yunho le hizo un guiño a otro guardia. A todos les gustaba Jaejoong y lo trataban como a su igual.
— ¿En dónde te habías metido? La cena ha comenzado hace mucho.
—Fui a dejarle órdenes al capataz de los aurigas, hay un par de soldados que están algo revoltosos y necesitan ser controlados. — respondió el pelinegro, frotándose delicadamente la frente con la punta de sus dedos.
—Eres demasiado eficiente ¿lo sabías? No sé de donde sacas tanta energía ¿Cuál es el truco? Confiesa— le acusó, apuntándole directo a la cara con una pata asada de ganso. Jaejoong se rió quedamente, mostrando su blanca dentadura.
—No tengo ningún secreto Yunho, mejor guarda tu arma antes de que te la arrebate de un mordisco — volvió a reír cuando Yunho le propino una buena dentellada a la carne humeante.
Jaejoong tomó un poco de ganso asado, carne de lubina deshebrada y pepinos rellenos, Había
pasado tanta hambre durante toda su vida, que para él, la hora de la comida era algo sagrado y jamás desperdiciaba nada. Comió con la mirada clavada en el lustroso cabello dorado de la princesa y la mente revuelta. Su tiempo comenzaba a terminarse y eso turbaba al joven.
Quedaban escasos dos meses para la Gran Boda Real y aun se resistía a regresar a Calabria; pero otra parte de él quería hacerlo por tres razones. Le atemorizaba dejar sola a su joven protegida en manos de Changmin, quería visitar la tumba de su madre y a Yoochun... y también quería volver a ver al príncipe, aunque no sabía muy bien para qué, la indecisión le ponía los nervios de punta y lo desconcentraba.
Cuando empezó la música, Jaejonog apartó su plato vacío, se retrepó en su asiento y observó
todo con una discreta sonrisa.
Las horas pasaron y la gente no dejó de comer, beber y reír. El pelinegro estaba sentado, ensativo, con la barbilla apoyada en las manos. Por fin después de horas, el Rey empujó la mesa y se puso de pie. Todos los que aun eran capaces de hacerlo también se levantaron e hicieron una profunda reverencia.
Yunho y Jaejoong también se pusieron de pie, y en la entrada del salón se separaron. El pelinegrocaminó en silencio detrás de la princesa Ambrosía, quien iba platicando afablemente con su escriba.
Al llegar a los aposentos de la princesa, ésta lo invito a pasar, como casi todas las noches. A veces, el pelinegro le contaba historias o le leía, y otras veces la princesa le confiaba sus secretos e inquietudes. A él no le molestaba, sabía que su presencia la reconfortaba.
—Adelante, Jae — invitó cordial, como siempre, después se volvió a su esclava — trae vino tibio con especias y algunos pasteles de miel — ordenó, mientras se sentaba sobre los almohadones de colores en su salita de recepción, esperando que Jaejoong hiciera lo mismo.
La esclava llenó dos pequeñas copas de oro con el rojizo vino y puso un enorme platón
lleno de pastelillos y dátiles confitados delante de ellos; acto seguido se retiró.
—No te vi temprano durante la cena… ¿Dónde habías estado?
—En el galerón de los aurigas Alteza… —respondió el pelinegro, cálido. La princesa suspiró.
—Jae, ya le comenté a mi padre que te ha dejado demasiadas responsabilidades, hay días en los que apenas puedo verte.
—Está bien, me gusta lo que hago, pero trataré de venir más seguido a protegerte así sea únicamente del viento — respondió, tomando un sorbo del suave vino, paladeando el picante sabor del clavo en su garganta, el cual se acentuó al ver el tímido rubor que se comenzaba a extender en las mejillas de la princesa.
—Jae… — la princesa estaba nerviosa, se retorcía los dedos y hacia pucheros de vergüenza — ¿irías… vendrás conmigo…ya sabes… a Calabria? — Jaejoong la miró de hito en hito, sin saber que responder — no podría hacer lo que tengo que hacer si no te tengo conmigo.
En realidad, Jaejoong ya se había decantado por no ir a Calabria por la seguridad de todos, pero no podía negarse a la petición de Ambrosía. La princesita lucia terriblemente desdichada, pues se había resignado al compromiso aunque eso decayera en su ánimo siempre alegre y relajado.
Jaejoong se sentía atrapado entre la espada y la pared, No quería dejar sola a Ambrosía, y menos cuando ella se lo pedía, pero también sabía que, al regresar a Calabria y toparse de frente con Changmin, se agitarían en el los recuerdos y los sentimientos que tanto trabajo le había costado enterrar en lo más profundo de su alma y no sabía con seguridad que es lo que podría pasar, porque de enfrentarse a Changmin, lo haría de frente, sin titubear, aceptando lo que viniera.
—Por favor… — su tono se había vuelto de suplica, al ver la vacilación en los ojos de Jaejoong.
El pelinegro estaba terriblemente indeciso, miró detenidamente a la princesa, quien había bajado la mirada y cruzado los brazos delgados y cubiertos por una fina pelusilla rubia. No sabía hasta qué punto la chiquilla tenía dominio sobre él, pero no quería defraudarla, se lo debía. Ella siempre se comportaba con mucha educación y tenía una sonrisa dulce y tímida, y para él, era una chispita de luz que brillaba en la negrura cenicienta de cada noche vacía.
—De acuerdo, iré — aceptó, tomándole la mano — no te preocupes.
El rostro de la princesa se iluminó al escuchar aquello y sonrió, haciendo sentir a Jaejoong, no mejor, pero al menos, no tan mal.
—Muchas gracias Jae— dijo ella, bostezando. El pelinegro se puso de pie.
—No hay nada que agradecer, descansa ahora — se despidió, dejando un tenue beso en el dorso de su mano, acto seguido hizo una reverencia y se retiró.
Iba tan distraído y ensimismado en sus pensamientos, que al salir de los aposentos de la princesa, estuvo a punto de darse de frente con la esbelta y oscura figura del príncipe
Adam, el hermano de Ambrosía.
—Alteza, lo siento, no lo vi— dijo, inclinando respetuosamente la cabeza.
—Jaejoong— saludó el príncipe, serio. Se quedaron mirando por unos segundos. Adam y Jaejoong habían tenido muy pocos encuentros, donde únicamente se saludaban con respeto, pero para el príncipe, el guardia de su hermana era todo un misterio. Si bien, todos en el palacio Grimaldi consideraban a Jaejoong una pieza única en cuanto a destreza y belleza, ya todos estaban acostumbrados. Pero tenerlo de frente en una noche oscura, con la tenua luz anaranjada de las antorchas chisporroteando en el brillo oscuro de sus ojos y perfilando los ángulos afilados de su rostro y la curva de sus labios, era una tentación grande, que hasta al príncipe Adam le suponía esfuerzo resistir.
Después de un minuto, Jaejoong rompió el contacto con los ojos azules de Adam, excusándose
y retirándose apresurado después. El príncipe siempre lo ponía nervioso, sobre todo cuando lo examinaba con aquellos iris suyos, tan azules como Jaejoong no había visto otros.
El pelinegro guió sus pies fuera de los aposentos reales y hacia la oscuridad, iba directo a sus aposentos, sintiéndose cansado y agobiado, Al llegar a la pequeña glorieta que separaba las habitaciones de Ambrosía de las suyas, apareció Yunho, sonriendo.
—Eh Jae, te estaba buscando…- Jaejoong sonrió levemente, agradecido de que su amigo empujara con su sonrisa fuera de su mente aquellos oscuros pensamientos.
—Aquí me tienes— le dijo tenuemente, cruzándose de brazos.
—Vamos, nos esperan en la cervecería, es noche de guardias— Yunho hacía referencia a la noche semanal en la que todos los guardias del palacio tenían asignada para salir a despejarse y celebrar un poco en la intimidad de la servidumbre. Jaejoong asintió y emprendió la marcha al lado de Yunho, quien no dejaba de parlotear, alegre. El sonido de sus botas creaba ecos que rebotaban a lo largo de los pasillos repletos de columnas, que subían hasta las vigas de los altos techos bien construidos del palacio, y únicamente combinaban con el sonido como de campanas que producían sus armas al bambolearse con su caminar.
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—Mira, Jae— dijo Yunho, levemente mareado, poniendo su latas de cerveza con estrépito sobre la mesa de madera — eres totalmente un misterio, yo ya te he relatado toda mi vida. Hasta te conté cuando le prendí fuego al granero de mi abuelo y tú… nada. No es justo, no es justo.
—Bueno…—Jaejoong estaba alegre y embriagado, producto de la gran cantidad de alcohol que saturaba sus venas, desde la cena, la reunión con la princesa y los cinco latas de cerveza que ya llevaba encima — soy huérfano — comentó, abriéndose finalmente a Yunho — mi madre no tiene ni un año que murió y…— hipó — no conozco ni quiero conocer a mi padre, debe ser…, huh… todo un bastado…
—Qué pena… que tristeza — dijo Yunho, balbuceando, con un ojo ya más cerrado que otro y los espejuelos totalmente chuecos— pero confiesa ya, donde aprendiste a pelear…
—Aprendí con el general Takeshi… —otro hipido— el primer año creí que me mataría a palos, pero el segundo y sobre todo el tercero pude derribarle de dos golpes… y el era de la élite del ejército japonés…ya sabes tío, así de grande— abrió sus brazos en todo lo amplio que daban, exagerando, un chorro de cerveza ambarina se derramó del la lata y fue a aterrizar en el suelo de madera lleno de manchas marrones— me hacia recorrer todo Calabria, de punta a punta, joder y a pie y…
— ¿Vienes de Calabria? — preguntó Yunho, repentinamente lucido.
—Sí, ahí naci— afirmó Jaejoong, bizqueando.
—Va-ya —dijo Yunho, remarcando cada silaba — ¿Quién lo diría?... ¡espera! —Gritó, haciendo que el pelinegro saltara sobre su banco — ¿entonces conoces al príncipe Changmin, el prometido de nuestra princesa?
—Así es y no sé cómo se les pudo ocurrir casarla con él — bisbiseó, arrepintiéndose un poco de sus pensamientos hacia Changmin, pues en las largas horas de agradable soledad que había disfrutado en Mónaco, Jaejoong se dio cuenta de que Changmin no era déspota, orgulloso y egoísta porque quisiera serlo, sino porque así había sido educado.
—¿En serio es tan desagradable… es?
—Ni te lo imaginas… pero en el fondo es… lindo…— entrecerró los vidriosos ojos con ensoñación y sonrió hacia la nada, como un idiota. Yunho le propinó un pisotón para traerlo de vuelta al presente.
—Lo dudo eh… yo también naci ahí — Jaejoong arqueó delicadamente las cejas, sorprendido, pero hizo más que arquear las cejas, un bizco muy gracioso que hizo carcajear a Yunho
— Si Jae no hagas esa cara, mi padre era el consejero del… Rey —Yunho dejó escapar un sonoro eructo, arrancándole a Jaejoong otra carcajada — lo siento, mis disculpas… como te decía, mi padre era el consejero pero surgieron… problemas cuando yo era niño entre…
el príncipe y yo y pues bueno… llegamos aquí y aquí nos hemos quedado… y para serte totalmente sincero, no recuerdo ni siquiera su cara, menos su caracter… Yunho y Jaejonog continuaron hablando de Changmin, de Calabria, del océano tan azul que se perdía con el horizonte…de Constanza, de Ambrosía, y afortunadamente para ambos, ninguno recordaría mucho aquella conversación.
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Jaejoong sentía que alguien construía un ala nueva del castillo, pero dentro de su cabeza, Él joven pelinegro tenia resaca, y era una resaca horripilante, un autentico monstruo tenaz e imposible de ahuyentar, que concentraba kilos de presión en sus mandíbulas babeantes.
Tres golpes retumbaron en las puertas de su habitación, creando ecos en los techos abovedados, que resonaron con fuerza en su cerebro. Un esclavo entró y, luego de hacer una reverencia, dijo respetuosamente:
—Le ruego que me acompañe, noble Jaejoong.
Éste lo siguió, luego de vestirse a toda prisa. El esclavo lo llevó hasta la sala real de audiencias e hizo una inclinación para indicarle que pasara. Dentro del gran salón estaban reunidos prácticamente todos los guardias y escribas, incluyendo a Yunho, y en el centro del lugar, sobre el trono, estaba El Rey, tamborileando impacientemente con sus dedos cortos y regordetes. Jaejoong palideció y se postró, pensó que algo muy malo había ocurrido y que él era el culpable.
—Yunho— bufó el Rey — ve y ponte ahí, al lado de Jaejoong.
Yunho, tan pálido como el pelinegro se situó frente al rey, temeroso.
—Tengo entendido— comenzó el soberano —que ustedes dos, irán con mi hija al reino de Calabria, dentro de dos meses…— comentó, pensativo — pónganse de pie.
Ambos jóvenes se levantaron, dignos e impasibles, después de asentir.
—Bueno… eso cambia las cosas, puesto que aun no estaba decidido quien se quedaría con ella y, me agrada que sean ustedes dos. Por lo tanto Jaejoong te nombro Erpa-ha.
Todos los presentes se quedaron boquiabiertos.
Jaejoong escuchó aquellas palabras en silencio, como si le llegaran desde muy lejos, y su mente se embotó.
—Pensaba hacerlo dentro de poco tiempo— continuó el Rey, impasible —dado que te has destacado como mi servidor. Pero debe ser ahora, porque no puedo permitir que un plebeyo cuide de mi tesoro más preciado ahora que se va lejos. Te nombro a ti, y a tus hijos, Erpa-ha, Príncipe Heredero de Mónaco y, por siempre. Yo, Magnus, Rey de Mónaco, dispongo que así sea.
Jaejoong hizo una profunda reverencia en señal de respeto y agradecimiento. Estaba tan
sorprendido que no pudo decir palabra y el Rey lo entendió.
—En cuanto a ti— se volvió hacia Yunho— te concedo el puesto de Jefe de Los Profetas
del Sur y del Norte.
Eso convertía al fiel Yunho en el máximo dignatario político, después del Rey, este hizo una reverencia, emocionado.
—Gran poder dejas en mis manos, poderoso toro. No haré mal uso de él.
—Que así sea entonces. Ahora todos a trabajar. Jaejoong, Yunho, vayan a ocuparse de lo
suyo. —Se volvió al resto de los hombres — pasaremos el resto del día en conferencia
¡vamos! — urgió; y ambos guardias salieron en completo silencio.
Una vez afuera se dieron un caluroso abrazo de felicitación y cada uno partió a cumplirsus diferentes responsabilidades.
Al caer la tarde, Jaejoong deambulaba tranquilo y sereno, al lado de la princesa Ambrosía, quien estaba verdaderamente feliz por su nuevo título de nobleza.
Rodearon el estanque lleno de peces dorados, juncos y nenúfares, la princesa admiraba las flores, los pequeños pececillos y lo cristalino del agua mientras que el pelinegro la observaba con una discreta sonrisa. De repente, ella señalaba algún pez en especial, o una flor demasiado grande y Jaejoong sonreía, dándole la razón. En realidad no sabía de dónde nacía tanta paciencia para con la chiquilla, pero podría estar toda la tarde viéndola señalar cosas sin sentido, o consolándola porque había visto un pájaro morir. Supuso que habría
sido, después de todo, un buen hermano, de haber tenido alguno.
—Dime Jae— murmuró con la cabeza inclinada — ahora que eres noble de alto rango y príncipe del Reino, ¿no piensas tener hijos para que hereden tu titulo? Jaejoong sonrió al ver la dorada cabeza inclinada de Ambrosía, esquivando su mirada, y respondió con seriedad:
—Para tener hijos, Alteza, primero debo tener una esposa.
—Bueno, hay decenas de doncellas nobles, dignas de ti, eres un príncipe ahora.
—Con todo respeto, Majestad, pero no creo que vaya a casarme nunca.
—Pero… todos los hombres buscan eso… ¿acaso no deseas un hogar lleno de hijos? ¿Es porque te hemos cargado con demasiadas responsabilidades?
—Tal vez sea eso— respondió el pelinegro incómodo. Jamás iba a confesarle que estaba a punto de casarse con la única persona que el amaba, y que iba a amar, probablemente, durante toda su vida. Y también estaba todo el asunto de amar a un hombre, si se enteraran, lo condenarían y torturarían por sodomita y moriría en medio del más terrible de los sufrimientos.
Ella se percató del abanico de emociones reflejadas en los oscuros ojos del nuevo príncipe, y suspiró.
—No te preocupes, no volveré a preguntar — él la tomó de la mano y continuaron caminando sin prisa ni rumbo, hasta perderse entre los fragantes jardines imperiales.
en la cabeza de Jaejoong había solo una cosa, como sería el momento en que tubería una vez más frente a frente con Changmin.
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