martes, 11 de noviembre de 2014

EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO EPISODE 8

Después de la huida de Jaejoong, el príncipe Changmin había pasado los dos días más agonizantes de su joven existencia. 
Había esperado de pie en el lujoso salón de recepciones soberbiamente adornado de su 
palacio, con el cuerpo frío y tieso como un bloque de hielo, a que llegara su “futura esposa”. 
Y cuando finalmente apareció la terrible criaturita, en medio de la música ensordecedora 
de las trompetas, Changmin se horrorizó por completo.

—Supongo que vendrá detrás ¿no? No puede ser ella… es imposible —le cuchicheó a 
Kyuhyun al oído, al mirar lo que se le aproximaba.

—Tal vez…—terció el rubio sin mucha convicción, aguantando la risa.

— ¿De qué te ríes anormal? ¿Te parece gracioso? — bisbiseó Changmin, molesto.

—Silencio— susurró su madre, mientras los heraldos anunciaban que finalmente, y después de tanta controversia, tenían frente a ellos a Su Alteza, la Princesa Ambrosía de Grimaldi.
La cara de Changmin se contrajo en una mueca de puro terror. La conmoción en el salón, 
quedo repentinamente silenciada, eclipsada, por la gracia y la belleza de la joven princesa.

—No me jodas…—bramó Changmin — ¡es una cría! — su voz subió un par de octavas por la 
sorpresa, y reverberó por todo el silencioso salón, incluso se escuchó la risa sofocada y socarrona de Kyuhyun. El Rey les siseó molesto a ambos para que se callaran. 

Si el príncipe Changmin era la galanura y la gallardía convertidas en hombre, la princesa Ambrosía era la delicadeza y la exquisitez convertidas en mujer. Era delgada, pálida como el alabastro, con el cabello largo, liso y dorado, peinado sencillamente en un tocado, adornado con una tiara llena de diamantes que titilaban, El vestido color marfil que llevaba encima la hacía ver más blanca que la nieve. Su rostro diminuto, de expresión triste y desafiante, era un ovalo perfecto. las facciones de su cara parecían haber sido esculpidas a mano, y sus enormes ojos color azul profundo eran alucinantes. Pero era prácticamente una niña.

—Oh Changmin… tendrás unos hijos hermosos— alabó su abuela, mirando a la princesa del  mismo modo como se examina una obra de arte que se acaba de adquirir y Changmin quiso  vomitar ahí mismo.

Ambos príncipes fueron presentados, quedando frente a frente en absoluto silencio,  mirándose con los ceños fruncidos y muecas de desdén, siendo observados por toda la realeza tanto de Calabria, como la recién llegada población real de Mónaco. Changmin jamás se había sentido más ridículo y furioso en la vida, y al parecer la pequeña princesita sentía lo mismo.

— ¿Cuántos años tienes? — le preguntó entre susurros,  Las rubias cejas de la muchacha 
se contrajeron en una mueca de enfado.

—Quince— respondió rodando sus enormes ojos, Su voz era armoniosa, aguda y musical 

— ¿y tú?

—Diecinueve… pero tu… ¿quince? Eres apenas una mocosa, que se supone que haga contigo ¿jugar a las muñecas?

—Y tú eres un anciano, ¿acaso he de pasarte tu bastón y las píldoras para dormir?—  contraatacó ella con enojo y Changmin sintió deseos de echarse a reír por lo bizarro de la 
situación.  Aquella chiquilla además de arrogante, le pareció demasiado fresca.

—Esta es una broma ¿no? — le dijo, perforando con la mirada los espejos de agua azulada que eran los ojos de la princesa, quien no se amedrentó como solían hacer todas las personas a las que Changmin le dirigía esa furibunda mirada. Solo ella y Jaejoong parecían inmunes y eso no le gustó para nada.

—Ojalá lo fuera— respondió ella, luciendo terriblemente molesta, y sin decir nada más se dio la vuelta y se alejó corriendo fuera del salón, dejando a Changmin estático y con un palmo de narices. Los soberanos de Mónaco se disculparon con los de Calabria por el errante comportamiento de su joven hija antes de salir corriendo tras ella.

—Parece que te has topado con la horma de tu zapato —le dijo después Kyuhyun entre risitas bobas, mientras caminaban por el pasillo principal en dirección al jardín, donde iba a tener lugar el almuerzo— tiene tu mismo carácter Min, se harán pedazos entre ustedes.

— ¿Estas loco? La partiré en dos al primer envión— el rubio se carcajeó — además… ¿es que no la viste, joder? Es una mocosa, seré de todo, pero no un maldito pedófilo. Va a tener solo dieciséis cuando tengamos que unirnos en esa ridícula boda, y creo que todos notamos que tiene tantas ganas de casarse conmigo como yo con ella.

—Podrían acostumbrarse… con mucho trabajo, o podemos fingir un accidente… —le dijo Kyuhyun, pensativo, pero reconsideró al ver la amenaza palpitando en las pupilas de Changmin.

— bueno…al menos es bonita.

—Eso no me interesa… que jodida situación, solo deseo salir de aquí y no verla la cara a nadie — se lamentó Changmin en voz baja, y al llegar al jardín alegremente adornado con mesas blancas, manteles de encajes hilados, copas de champaña y demasiada comida, se preguntó con intensidad y una clase muy particular de añoranza que estaría haciendo su hermoso pelinegro.

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Jaejoong llevaba apenas un par de horas en altamar cuando el príncipe Changmin dejó caer su puño con fuerza, en tres ocasiones, sobre la puerta de maderos oscuros de la casa de Yoochun. 

— ¡Abrid en nombre del príncipe! — bramó uno de los guardias, y tres segundos después la puerta se abrió, dejando ver a Yoochun. Sus ojos derritieron con su veneno los orbes marrones de Changmin, quien le sostuvo la altiva mirada. 

— ¿Dónde está? — tronó. 

—No está aquí. 

—Mientes, hazte a un lado —le dijo y se metió en la casa apartándolo de un empujón, buscando a Jaejoong por todos los rincones, revolviéndolo todo a su paso con ayuda de sus altaneros guardias— ¡Jae! Sal de donde sea que estés ¡¡ahora!!— gritó furioso. 

Yoochun lo miraba desde la puerta con ambos brazos cruzados, y una insana sonrisa de satisfacción adornándole la cara. 

—Puedes revolver esta casa todo lo que quieras, no lo vas a encontrar. 

—Entonces dime en donde lo encuentro, por tu bien— amenazo con la voz afilada como navajas de afeitar. 

—Lo haría, pero yo tampoco lo sé — mintió sonriendo con maldad. 

—Mentiroso infeliz — Changmin estaba totalmente rabioso — ¡ustedes, búsquelo por fuera! — ordenó a sus guardias, quienes se desperdigaron a cumplir la orden, como un montón de 
conejos asustados. 

—Pierden su tiempo— dijo Yoochun, dando gracias a Dios que sus padres se habían ido al taller desde antes de que amaneciera — revolverán toda la isla y tampoco lo encontrarán. 

—¡¡ ¿Dónde demonios esta Jae?!! — gritó Changmin a tres palmos de su cara, a punto de 
perder la cordura. Yoochun sintió el regusto fresco y dulzón del aliento del príncipe arañándole el rostro y le entraron arcadas, aunque no apestaba para nada. Yoochun lo asesinó con la mirada. 

—Siempre supe que le harías daño, que le joderías la vida, Debí impedir que te lo llevaras, habría sido mucho mejor para Jae se hubiese muerto antes que caer en tus manos— le dijo, ignorando su pregunta. La expresión de Changmin era la de un hombre que acaba de recibir un puñetazo en plena cara. El castaño disfrutaba enormemente del desasosiego del príncipe, se revolcaba de alegría en su coraje. 

—Tú no sabes nada, no eres más que un miserable ignorante. — le dijo Changmin, a punto de perder los estribos. Yoochun vio como la mano del príncipe se deslizaba hacia la empuñadura tapizada de rubíes de su espada. 

—Tal vez lo sea, pero aquí el más ignorante ahora eres tú, porque te estás muriendo en vida por saber en donde esta Jae, y aunque me arranques la piel a pedazos no te lo diré.

 — ¿Bueno y que tal si comenzamos? —respondió Changmin, sacando la espada de su funda en un rápido movimiento y poniendo el filo plateado como espejo en el cuello de Yoochun, pero el castaño no se inmutó. 

—Al parecer estas desesperado por mi amigo, que cómico. Por lo visto harías de todo por tenerlo de vuelta, pero a ver, usemos la cabeza “majestad” — en su voz no había más que coraje, burla y desdén — si estas tan desesperado por él, adivina qué pensará de ti, si ¿además de que por culpa tuya, su madre se murió en la más miserable soledad, te cargas a su único y mejor amigo? 

Aquella revelación descolocó tanto a Changmin, que la espada se le escurrió de entre los dedos y se estampó contra el piso con un agudo sonido de metal tintineante. 

—… ¿Qué dijiste? 

— ¡Lo que escuchaste, Imbécil! 

—No puede ser… no… no te creo… es una mentira — una desagradable sensación de pánico le comenzaba a picotear la nuca y el fondo de la garganta. 

— ¿Crees que mentiría con eso, estúpido? Oh sí, ya se. Eres como todos los malditos aristócratas de tu clase. —Yoochun comenzó a pasearse con fría tranquilidad delante del petrificado príncipe—Como eres rico, te crees el dueño de todo y de todos, y mira que hasta puede que sea verdad. Puedes matarme aquí si quieres, hacerme pedazos, Sé que nadie te diría nada, ni hablarían de eso. Total, un pueblerino menos, nada de qué preocuparse,  Pero lo que más me da gusto, es saber que Jae se te escapó de entre los dedos como si fuese una ráfaga de viento, delante de tus mismas narices, y ¿sabes qué? ni con todo el maldito dinero del mundo lo podrás encontrar. 

Changmin trastabilló hacia atrás, repentinamente mareado. Su mente obsesiva nunca le había 
creído a Jaejoong lo que le decía sobre su madre, Su absurda justificación era que jamás la había visto y por eso pensaba que era puro teatro del pelinegro para abandonarlo. 

—Yo no le creía… pensé… pensaba… 

—Pero hay que ser imbécil en verdad, ¿Por qué puñetas Jae te mentiría con eso, idiota? Y 
si aún no me crees pues lárgate al cementerio y busca la única tumba con una lapida blanca, a ver si te convences, y si no pues me buscas, sí señor, que yo te ayudo a desenterrar la caja para que veas frente a frente a la madre de Jae, y si ni así eres capaz de creer, pues podríamos montarnos algún ritual de vudú, o magia negra o algo, así quizá consigamos traerla de regreso de la muerte y entonces, tal vez Jae hasta pueda llegar a perdonarte— Yoochun seguía escupiendo vitriolo, disfrutando del color ceniciento que había tomado la piel del príncipe.

 —Alteza, solo encontramos esto —uno de sus guardias había aparecido por el umbral, llevando en las manos la silla azul de montar del caballo que él le había regalado a Jaejoong, totalmente sucia y llena de barro. En la otra mano colgaban las riendas, igual de manchadas —y averiguamos que el joven partió en la madrugada en un barco, pero no sabemos hacia donde se dirige, trataremos de averiguarlo. 
Changmin lo observó estúpidamente por un momento, rumiando una y otra vez el hecho de que había perdido a Jaejoong, tal vez para siempre, mientras la certeza de que había preferido lanzarse solo a lo desconocido antes que volver con él, penetraba poco a poco en su conciencia. Se limitó a levantar su espada del suelo, guardarla en la funda que colgaba de su cinturón y salir rápidamente de la casa, sin mirar a nadie. 

En cuanto Yoochun se quedó solo, toda la ira y la adrenalina acumulada en su sistema se esfumó. “Joder, como le he hablado y sigo vivo” pensó, mientras se dirigía tambaleante hacia el patio, donde apenas alcanzó a inclinarse para vomitar la bilis que se había acumulado en su vacio estómago. 

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La tarde cayó con su pesado manto, caliente y húmedo como un beso, llenándolo todo con su resplandor rojizo-anaranjado. El cielo se volvió amarillo y las nubes se tiñeron de dorado, y bajo ese cielo de colores surrealistas fue que  Changmin llegó al cementerio del pueblo. 

El sepulturero y velador del lugar apenas tuvo tiempo de dejarlo pasar al hacerse a un lado para que el caballo negro del príncipe no lo pisoteara al cruzar las rejas. Changmin no tuvo que buscar mucho, tras avanzar un poco flanqueando un océano de lapidas grisáceas ya medio carcomidas y rodeadas por los perennes matorrales de kudzu que crecían desenfrenados por doquier, por fin había encontrado la pesada lapida blanca, alzándose solitaria, coronando un montículo de tierra negra y húmeda. 
Ahora se encontraba de pie frente a ella, la brisa vespertina mecía lentamente su pesada 
capa de terciopelo negro, refrescaba sus ropajes, negros también y agitaba su cabello. Parecía un caballero de la noche, un hijo de la noche. Lo único que no era negro era la corona (siempre que salía del palacio debía llevarla encima) hecha de platino, con sus picos afilados, pálidos y plateados que chisporroteaban con luz propia al rayo del sol. 

—Constanza… — susurró Changmin, con los remordimientos carcomiéndole el pecho desde 
adentro hacia afuera. Había leído el epitafio cerca de 20 ocasiones, y aun no lo creía. 
— ¿Por qué tenias que ser tu? ¿Y por qué precisamente tu hijo? — Murmuró en voz muy 
baja —así que Kim Jaejoong… no sólo Jaejoong. Jamás se esperó aquello, nunca creyó lo que Jaejoong le decía. Pensaba que era otro chiquillo más del pueblo, sin familia, como un perillo faldero, con suerte de haber sido acogido por él. Y ahora se había dado cuenta demasiado tarde de que Jaejoong no era ningún perro, era el hijo de su nana, la mujer que prácticamente lo había educado. “¿Eso lo hace algo así como hermano mío?” se preguntó a sí mismo. 

“Joder Jae, si tan solo me hubieras dicho el nombre de tu madre, yo mismo habría movido el cielo y la tierra para salvarla” pero entonces recordó que nunca se había molestado en indagar esa información, por conocer a Jaejoong profundamente. Solo había estado pensando en su propia satisfacción, como el maldito egoísta que era. 
Se agachó y acaricio delicadamente el nombre de Jaejoong, esculpido con esmero en la piedra blanca, sintiendo la rabia hervir lentamente dentro de su cuerpo. 

—Constanza, maldita hija de puta—se irguió y le dio una patada a la tierra suelta, desparramándola a los lados de la lapida — yo te consideré mas madre que mi propia madre por más de la mitad de mi vida, ¿Por qué no llevaste a Jaejoong al castillo? ¿Por qué no me lo presentaste? ¿Por qué tenias que esconderlo? ¿Por qué me abandonaste cuando apenas estaba descubriendo el mundo? Otra situación habría ahora, estoy seguro que de no ser por tu maldito secretismo, incluso Jaejoong y yo habríamos crecido juntos, como amigos. 
Pero entonces, el príncipe tuvo la certeza de que aquella desgracia tan grande para él, no era culpa de nadie más que suya. “No sabes cómo lo siento Jae, daría lo que fuera por decírtelo” 

Changmin recordó con amargura el día en que dejó de ver a su nana, casi abruptamente. Fue el mismo mes de febrero, cuando estaba cumpliendo ocho años, simplemente ella dejó de ir, dejó de instruirlo, haciéndole llorar por meses su ausencia. 
Sintió el subidón de una marea desagradable que le pinchaba terriblemente la nuca y el cuello, haciéndole sentir terriblemente incomodo, enfermo, casi desahuciado. Su estomago se agitó, provocándole arcadas y un malestar general, que no podía ser curado con nada. 

Y ahora estaba muerta, todo había sido verdad y él se sentía como la persona más estúpida que había pisado el planeta. 
Pensó avergonzado en Jaejoong, en todas las veces en que él le había suplicado por ir a verla, 
en aquel ultimo día, en el que, presa de la inseguridad y el terror a perderle, no había hecho otra cosa que amenazarlo e incluso golpearlo, obteniendo como resultado eso a lo que el mas le temía, “Perderlo”. Y lo había perdido para siempre. 
“Supongo que me lo merezco ¿no? Será mi cruz, cargare toda mi vida con la culpa y el arrepentimiento, sin podérselo hacer saber jamás” y una brisa suave y perfumada fue lo único que obtuvo en respuesta, mientras se alejaba con paso lento y cansado del silencioso cementerio, arrastrando tras de sí, a su enorme y negro caballo.


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Dos días después, Jaejoong se hallaba sentado en la orilla de su camastro de paja, (los sirvientes no podían dormir en colchones) sin poder conciliar el sueño. El murmullo intenso que producían las olas al chocar contra el casco del barco, irritaba y molestaba al joven, además del intenso calor, Le dolía la espalda,  No había hecho otra cosa que restregar la cubierta del barco sin descanso y se sentía triste y enojado. 
Jaejoong se puso de pie, se cubrió los hombros con una de sus delgadas camisas con agujeros 
y salió descalzo de su camarote, Caminó con sigilo por el largo pasillo bordeado de puertas idénticas, donde todos los demás sirvientes dormían,  Aun faltaban cinco horas para el amanecer. Tras quince minutos de ligera caminata, por fin llegó a su objetivo, la proa del barco. Al llegar se apoyó con indolencia sobre los barandales y entrecerró los ojos, que le escocían por el viento que le acariciaba el rostro y le agitaba el pelo conforme el barco avanzaba lentamente. 
Por fin se lo permitía, pensaba intensamente en Changmin, Lo extrañaba, si, lo extrañaba enormemente. Para que engañarse a sí mismo, extrañaba su risa grave y contagiosa, la suavidad y el perfume de su piel, su enorme sonrisa perfecta, su gallardía, su posesividad, su apasionamiento. Si tan solo hubiese actuado diferente, no tan arrogante… 
Pero aunque hubiese sido así, aunque ambos hubieran ido juntos a darle el último adiós a su madre, y aunque Changmin se comportase de otro modo, más sensato, su separación era inminente,  Jaejoong  se limpió con rabia una lágrima de dolor que brotó de su comisura derecha. 
Se imaginaba ahora a Changmin, sonriente, feliz, cuidando con esmero de aquella princesa estirada, sin rostro, que estaba destinada a ser su esposa, destinada a disfrutar por las noches de su cuerpo, de sus besos, de su amor, y de día por su compañía, su plática y su alegría. Se sorprendió así mismo sintiendo un intenso rencor contra una muchacha que no conocía y que esperaba nunca conocer, sus dientes rechinaron,  los odiaba a ambos. 

También pensaba en su madre, recordaba a la perfección su hermoso rostro de ojos grises, con una sonrisa dibujada siempre en sus facciones, y su cabello tan negro como la noche, brillante y limpio, su corazón se arrugó, y volvió a prometerle, donde quiera que ella estuviese, que la llenaría de orgullo. 
Su mejor amigo Yoochun también ocupaba una parte de su mente, sobre todo aquellas por 
reacciones suyas tan inesperadas de cariño y ternura, cuando durante toda su vida se había comportado con brusquedad y camaradería, riéndose de él, y riéndose con él, como cualquier gran amigo. Era el mejor amigo que se podría imaginar, aunque le inquietaba bastante su actitud protectora e incluso hasta un poco romántica, Llego a la conclusión de que su vida estaría totalmente jodida si aparte de todo, le sumaba a Yoochun como un posible admirador, pero pensó que aquello era muy soberbio de su parte, así que tachó de estúpidas esas suposiciones y las desechó, pensando siempre en su amigo como se piensa en un hermano. 
Y fue así, mientras el pelinegro se hallaba con esos comederos de cabeza, que se le sumó una 
compañía de lo más inesperada… 

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Antes de que su guardia alcanzara a llegar al pasillo de entrada, la pequeña ya había salido de sus elegantes aposentos y avanzaba a toda carrera por la cubierta de madera a toda carrera, corriendo como una joven gacela en medio de la oscuridad. El viento le azotó el rostro en cuanto dejó las protecciones de los camarotes, lo que la hizo tropezar y golpearse contra el filoso canto de un escalón, pero la niña apenas sintió el dolor, corrió por las cubiertas de pálida madera pulida, mientras que el punzante dolor que le oprimía el costado casi la hacía caer, pero lo soportó, Unos cuantos instantes después llego a la cubierta de proa. Solo podía pensar en el agua del océano, aunque no sabía si para contemplarla, purificarse o arrojarse en ella. 
En su apresurada carrera ni siquiera reparó en la alta figura melancólica y encorvada de 
Jaejoong. 
 Llegó a tropezones hasta el barandal y ahogó un grito de terror al tropezar de nuevo, pues hubiera caído por la borda, sino fuera por una fuerte mano no la hubiese sujetado del hombro con firmeza. Esa misma mano la asió con más energía, pues aun estaba casi colgando del Baranda  le hizo algo de fuerza, hasta arrojarla con brusquedad sobre la madera de la cubierta. Ella no pudo ver a Jaejoong en la oscuridad y cuando estaba a punto de huir, nuevamente fue sujetada del brazo y una grave voz masculina le dijo:

— ¿Sabes lo que podría pasarte si te encontraran? ¿Qué haces aquí? 

La voz sonaba joven pero firme, Luego el este la cargó y se la echó al hombro con un rápido movimiento y caminó hacia las cubiertas inferiores, sacudiéndola como si fuera un costal de trigo. 
La pequeña pronto perdió el sentido de la orientación, nunca había ido por las cubiertas 
de tercera clase, hasta el laberinto de aposentos de sirvientes, cocinas y bodegas. 
Cuando al fin Jaejoong la bajó en un angosto pasillo, flanqueado por muchas puertas  iguales, todas cerradas, las lágrimas corrían por sus mejillas y temblaba de miedo y frio. 
Entonces la tomó de la mano y la condujo con rapidez por el pasillo, con paso seguro, la luna iluminaba el lugar y ella pudo vislumbrar que la figura que la pastoreaba con decisión, era alta,  al llegar casi al final del corredor, Jaejoong abrió una puerta, se metieron, la cerró tras él y la aseguró. De pronto se encendió una luz y la pequeña pudo ver que se hallaba en un pequeño camarote encalado, en donde había un camastro sobre el suelo, una silla tosca y un baúl a medio hacer, el pelinegro se volvió para observarla, la niña le sostuvo la mirada y sintió su temor desvanecerse. De dio cuenta que era un hombre muy joven, aproximadamente de la misma edad que su hermano mayor, con rasgos angulosos y enérgicos, mentón afilado pero fuerte, enormes ojos felinos bien delineados y una mirada penetrante, el cabello oscuro y largo y la delgada ropa de franela bastante desgastada, le indicaron que se trataba de un joven sirviente. Así que debía encontrarse en las inmediaciones de los camarotes de los esclavos. 

—Aun tiemblas— observó a Jaejoong—El aire está muy caliente, pero el viento puede ser mortal. 

El pelinegro tomó del camastro su harapienta manta de lana y frotó a la chiquilla vigorosamente. El sobresalto de este contacto rápido y eficiente sacudió de la mente de la niña los últimos vestigios de su pelea con sus padres. 
Su padre quizá ya estaba buscándola para volver a aturdirla con el sermón de siempre: “Eres la única hija real que Mónaco posee, No permitiré que una rienda mediocre y  dolorosa te sujete, mi pequeña flor. Las cadenas que tú has de llevar serán de oro, y como princesa heredera, tienes que casarte con un príncipe de tu mismo rango y altura, y el único digno de tu casta es el príncipe Shim Changmin. Serás reina de Calabria, ese lugar tan mágico y lleno de océanos tan azules como la eternidad…”y mil fruslerías mas. 

Se abrazó a sí misma, temblando de frustración y tristeza, mientras clavaba el mentón en 
el pecho, en un adorable puchero, su padre no sabía la magnitud del error que había cometido al decidir casarla con semejante elemento. Ella odiaba a Changmin, lo había odiado desde el primer momento en el que lo había visto, un par más de lágrimas brotaron de sus ojos. 
El joven pelinegro le cubrió con delicadeza los temblorosos hombros con la manta y la 
acostó sobre el camastro. 

—No tengas miedo— la tranquilizó— Dime que hacías en la cubierta. ¿Acaso te perdiste por accidente? — Ella no contestó —si no me lo dices, tendrás que decírselo al amo de los misterios y llevar la desgracia o algo peor sobre ti y tu familia. 

Vaya que Jaejoong sabia como se manejaban los de la realeza, tembló de miedo ante lo que podrían llegar a hacerle a esa pequeña señorita. — Si llegaste ahí por error, entonces yo puedo llevarte con tu familia y no diré una palabra de lo ocurrido, aunque no entiendo como lograste pasar sin ser vista por alguno de los muchos guardias. 
La pequeña no lograba contener el llanto, se limpió el rostro con la vieja manta y se sonó 
la nariz, pero ni así pudo articular palabra. Jaejoong recordó la botella de vino que había hurtado de la cocina la noche anterior. La sacó, limpió el gollete y se la ofreció. 

—Ten, bebe un poco de vino. Te hará sentir mejor. 

La niña tomó la botella y bebió, luego se la devolvió. —Es un vino barato, sabe amargo— se quejó. 

— ¡Vaya! De modo que si tienes lengua ¿en qué sector sirves? ¿Acaso tus padres son esclavos que vienen de la ciudad? 

— ¡Claro que no! Vivimos en el palacio —replicó ella, ofendida. 

—Entonces, ¿trabajas en las cocinas reales? ¿Acaso en el harén del Rey? 

Los cristalinos ojos de la niña lo fulminaron. 

— ¿Cómo te atreves a hablarme así? ¡Si se me antoja pasear por la cubierta del barco de mi padre a la media noche, no es asunto tuyo, esclavo! Y, a propósito, ¿Qué hacías tú en ese lugar? — preguntó ella, con énfasis. 

Jaejoong, de hecho, estaba ahí como cada noche, pensando melancólicamente en su mediocre 
vida, y en lo que le deparaba el destino, que sin duda lo odiaba. 
Entonces la miró atentamente. Por primera vez reparó en el desgreñado cabello de la niña, y en las horquillas de diamantes incrustadas en su melena dorada, que titilaban como solitarias lunas abandonadas, además del fino vestido de seda oscura que vestía. Los ropajes de la familia imperial, el pelinegro cerró los ojos. 

—Oh no— susurró. 

— ¿No sabes entonces quién soy? …-Jaejoong negó con la cabeza. 

—Pensé que se iba a caer, que era una esclava que vagaba por donde no debía, entonces, la princesa Ambrosía sonrió y toda su cara se iluminó. Era una sonrisa contagiosa, llena de buen humor y cordialidad, Pero él no pudo corresponder,  Sabía que ella podría mandarlo matar. Había puesto las manos por la fuerza sobre un miembro de la familia real y tendría que pagarlo con su vida. 

— ¡Que emocionante! ¿Realmente creíste que estaba a punto de caerme por la borda? El muchacho tragó saliva. 

—Sí, Alteza 

—Oh vamos— desechó ella —me salvaste, entonces te perdono, Pero, ¿Qué harás ahora conmigo? Los guardias deben estarme buscando, porque saben que hui y mi padre sin duda estará furioso. Hui porque… porque mi padre me obliga a casarme…— empezó a sollozar en silencio, y Jaejoong la observó con impotente angustia— Me obliga a casarme con… con el príncipe gruñón y horrible de Calabria, en tan solo un año.

La mandíbula de Jaejoong se desencajó y su piel se erizó de horror, Observó con más detenimiento a la princesa, De modo que esta niña era lo que él consideraba su “rival”. Recordó con ironía lo que había pensado esa misma noche, sobre la estirada y arrogante futura esposa de Changmin. Y ahora, su única reacción había sido enterrar la cabeza en la arena, como un avestruz. 
La princesita lloraba con desolación. Entonces se sentó y le tendió las manos. 

—Por favor, ¿podrías tomar mi mano? ¡Tengo tanto miedo y nadie lo entiende! ¡Nadie! 
“¿Qué más da?” pensó desolado, al tiempo que se deslizaba de la silla y se sentaba junto 
a ella en el camastro. “Ya la toque una vez y soy hombre muerto”. La rodeó con los 
brazos y la estrechó para consolarla. 

—Calma princesita —murmuró mientras la acariciaba. —La vida sigue adelante. Algunas 
decisiones no dependen de nosotros y solo queda como remedio el acatarlas. deja que 
tus lágrimas fluyan. 

Después de un rato, la pequeña se durmió con la cabeza apoyada en el hombro de Jaejoong, y el permaneció inmóvil, pensando, tendría que haber algo realmente mal calculado con el destino, con Dios o con el demonio, como para permitir que esa pequeña niña que le parecía tan frágil como un ángel, cayera en las manos de alguien como Changmin. Jaejoong no sabía ni que pensar, Notó con agradable sorpresa que no odiaba a la princesa por saber que iba a ser la esposa de Changmin. Lo odiaba mas a él, porque no quería que le hiciera a la pequeña lo mismo que hacía con todas las personas que lo rodeaban, pero esa situación ya no dependía de él y se sintió condenadamente impotente. Pasada una hora, la sacudió 
suavemente. 


—Alteza, es hora de irse, la llevaré de regreso con su padre, No creo que deba quitarse la manta. 
Cuando Jaejoong se volteó, antes de salir, se encontró con la penetrante mirada celeste de 
Ambrosía, quien lo observaba atenta y pensativamente, la tenue luz del amanecer  empezaba a iluminarlos, y en la pálida aurora, la chiquilla parecía haberse desahogado. 

— ¿Cómo te llamas? — preguntó al pelinegro 

—Jaejoong, Alteza. 

—Jaejoong, Jaejoong.

—Jae, si lo prefiere. 

—Sí, lo prefiero,  entonces JaeJoong— sonrió— yo soy Ambrosía. 

—Ambrosía— canturreó Jaejoong— el elixir de los Dioses, La miel del Olimpo. La chiquilla se quedó gratamente sorprendida, jamás nadie había logrado descifrar el enigma escondido en su nombre. 

— ¿Cómo sabes eso? 

—Lo leí, Me gusta la mitología griega— respondió, levemente avergonzado. 

—Vaya… no pensé que supieras leer… —la niña rectificó en cuanto se percató de la expresión ofendida en el rostro de su salvador — generalmente los… ejem, sirvientes no leen. 

—Entiendo Alteza. 

— ¿Qué mas sabes hacer? — Ella lucia pensativa nuevamente — ¿sabes pelear? ¿Manejar armas? ¿Montar a caballo? 

—Yo… bueno… 

—No seas modesto, responde, si o no. 

—Sí, si se luchar y conozco algo sobre manejo de armas… no muchas pero todo se aprende alteza, y tengo caballo propio— ella rió nuevamente con su risa burbujeante y ésta vez, el pelinegro sonrió. 

—Muy bien entonces, voy a regresar yo sola y no me llevaré tu manta ¿acaso crees que 
no sé lo que mi padre te haría si supiera lo que ha pasado esta noche? Sólo guíame hasta 
la cubierta. Yo encontrare el camino desde ahí,  Y no temas, no le hablare a nadie sobre ti. 
Se quitó la manta y la dejó caer, el hizo una reverencia y, sin agregar nada mas, ambos 
salieron del camarote.

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Jaejoong había vivido días atormentados y noches sin reposo, en su mente la única imagen que veía era la de la Princesa, en el momento en que los sirvientes de Su Majestad, el Rey, llegaban para arrestarlo. 
Después de una larga semana, el barco por fin atracó en el puerto de Larvotto, Mónaco y era hora de desembarcar , junto con sus compañeros, Jaejoong presenció en absoluto silencio cuando la familia real (Los Reyes, rubios y solemnes, un joven príncipe de negros cabellos y mirada cargada de oscuridad y la pequeña princesita) se reunía en la cubierta más alta para desembarcar, rodeados de un gigantesco enjambre de guardias. 
Jaejoong esperó pacientemente hasta que habían desaparecido con paso lento por la amplia 
calzada que se apreciaba desde el barco, para bajar a buscar a su caballo a las bodegas. 
Al llegar al sótano de navío, y tras una espera de menos de cinco minutos, un barbudo y 
mal encarado caballerango apareció, jaloneando y tironeando al blanco corcel por la crin y 
la cabezada burdamente improvisada con cuerdas. El animal se resistía y lanzaba una coz (1) tras otra, intentando patear a su agresor. 
Al verlo, Jaejoong montó en cólera,  Atravesó de un salto la pequeña mesa llena de papeles y 
unas cuantas hebras de paja y apartó al hombre con un brusco empujón y como por arte 
de magia el indomable animal se quedó quieto y sumiso en cuanto el pelinegro sustituyó al 
caballerango para acariciarle la enorme frente con delicadeza. 

— ¿Cómo te atreves, plebeyo? — gruñó el hombre, molesto, al momento que trataba de ponerse en pie. 

— ¿Pensabas que iba a quedarme ahí de pie viendo como maltratas a mi caballo? —el pelinegro bufaba de rabia, y pasaba sus largos dedos por entre los blancos cabellos de la crin del animal, desenredando los nudos que se le habían formado. 

—No me jodas enclenque, que estoy seguro que no es tuyo, es demasiado fino como para que lo tenga alguien como tú ¿a quién se lo robaste? 

—No se lo robé a nadie y además no es asunto tuyo, gordo— respondió Jaejoong, alzándose 
en su estatura, muy por encima de la cabeza del caballerango, quien, con una mueca de desprecio, reculó, acojonado y lo dejó marchar. 

—Estúpido— resopló al salir. Seguía molesto, pero al menos ya había bajado del condenado barco, y se dedicaba a calmar al corcel y revisarlo por cualquier golpe o herida que le hubiesen podido hacer, El animal estaba intacto. —Bueno Capri… esto…— susurró y miró hacia todos lados. Mónaco no era pequeño como Calabri, era una ciudad en toda regla, Limpia, con hermosas decoraciones barrocas, talladas en cantera rosada y parches aquí y allá de verdes jardines poblados de árboles, arbustos y macizos de flores de colores. Los monumentos, glorietas, edificios, fuentes y callejuelas eran del mismo tono rosáceo, decenas de carruajes jalados por caballos iban y venían, atestando la avenida principal, adornada con simpáticos farolillos de hierro y cristal, de por si llena de jinetes y personas a pie, donde, clavado hasta el 
fondo, entre las colinas, se alzaba un enorme palacio señorial, con amplios torreones 
iluminados, y largos y delgados obeliscos que se erguían dignos hacia el cielo. Su tamaño 
era imponente, pero la arquitectura se apreciaba más modesta que el pomposo castillo 
gótico y elegante de Changmin en Calabria 
— ¿Y ahora qué? 
Estaba a punto de emprender por la calzada, para buscar algún lugar donde hospedarse que no fuera muy costoso, cuando observó, tieso de terror, como se aproximaban a él un par de guardias de Su Majestad, acompañados por un heraldo. 

— ¿Eres Jaejoong, sirviente recién llegado en el barco imperial ésta misma mañana? —preguntó el heraldo con gentileza, al observar la palidez del muchacho. 
Jaejoong apenas asintió. —Te traigo un llamado de la princesa heredera Ambrosía de Grimaldi. Te ordena que te presentes ante ella, ahora mismo, en el jardín norte del palacio. ¡Vamos! 
El heraldo se dio la vuelta y esperó a que el aturdido joven comenzara a caminar, y entonces, emprendieron el viaje, seguidos por los soldados. 
Exactamente quince minutos después, se hallaba de pie en la orilla del jardín, esperando, 
tenso. Tenía la mano bien sujeta a la cabezada de su caballo para sentirse más seguro. 
Delante de él, a unos cuantos metros, sobre unos almohadones de alegres colores, tendidos encima de una estera hecha de juncos, esperaban dos mujeres y una chiquilla. “Si, es ella”, se dijo, experimentando una extraña oleada de placer. 
Algunos metros más allá, pudo vislumbrar a un par de guardias y otro joven, seguramente 
algún noble, (por el atuendo que vestía), que no despegaba los ojos de la pequeña figura 
de la princesa. 

—Adelante, ella te espera— le dijo el heraldo, amablemente. 

Jaejoong tragó saliva, se soltó de su caballo y se aproximó. La princesa estaba de rodillas sobre el suelo, y hablaba con sus dos hayas reales, cuando se dio cuenta de que él se aproximaba, hizo una seña a las mujeres y éstas se retiraron. Ambrosía se puso de pie y esperó.
A Jaejoong le pareció que tenía que caminar una eternidad, pero un momento después ya estaba de rodillas ante ella, con el rostro contra la hierba tibia y dulce,  la princesa hundió suavemente su mano en la melena oscura del muchacho. 

—Así que viniste, Jae — saludó alegremente —ahora ponte de pie y mírame. 

Cuando Jaejoong se incorporó, sus ojos se encontraron durante unos segundos, reconociéndose, La princesa asintió y señaló hacia los almohadones. 

—Siéntate aquí, a mi lado —invitó —Creo que no tengo una agradable manta vieja y sucia, pero espero que sea suficiente con mi agradable estera de juncos, vieja y sucia. Dime, Jae, ¿Qué has hecho desde que nos vimos la última vez, hace cuatro días? 

—He cumplido mis deberes en el barco, princesa. 

— ¿Fregar las cubiertas y hacer encargos? 

—Sí, eso mismo. 

— ¿Y no planeas hacer otra cosa hasta el día en que te mueras? 

— Tengo sueños, Alteza, pero todos los hombres los tienen. Pienso buscar algún sitio donde pueda alojarme, y donde acepten a mi amigo —señaló hacia su caballo, que mordisqueaba alegremente un fresco macizo de peonias blancas. 

— ¿Ese es tu caballo? Es bellísimo—alabó la princesita, con ojos brillantes. Jaejoong asintió. —Le gustan las peonias de mi madre. 

—Lo siento — se disculpó— ahora lo quito.

—Déjalo — La princesa puso una mano sobre el brazo desnudo del pelinegro, y él se estremeció. 

—Ya sabes que ahora soy la princesa heredera no de uno, si no de dos reinos— comentó 
suavemente. 

—Lo sé, Alteza. 

—Te debo un favor Jae, y quiero concederte algo. 

—Alteza, usted no tiene ninguna deuda conmigo, solo hice lo que consideré que era mi deber. Nada más. 

—Oh, tonterías. Piensa ¿Qué deseas? 

“Sé lo que deseo” se dijo él, sin asomo de duda. 

—Alteza, lo que más deseo es un trabajo que mantenga mi mente ocupada y me impida pensar y recordar mi pasado. ..-Ella frunció los labios, incrédula. 

— ¿No quieres una buena casa? ¿Algunas tierras? ¿Un par de esposas? 

—No,  yo no. Solo quiero vivir una vida buena, honorable y productiva. ..-Ambrosía se puso de pie y palmeó para llamar a sus sirvientes. 

— ¿Estás seguro? — insistió. 

—Totalmente. 

—Entonces veré que puedo hacer. 

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Mientras tanto, en Calabria, el príncipe Changmin se había atrincherado en sus aposentos. 
Apenas se le veía durante el día. Solo toleraba la presencia de sus escribas, y a veces, del príncipe Kyuhyun, despertaba muy temprano cada mañana, se aseaba el mismo como siempre, apenas tomaba un bocadillo como desayuno y partía en su caballo directo hacia el cementerio, donde siempre, sin falta, cada mañana, con lluvia, ventisca o sol, dejaba una corona de rosas blancas colgando a un lado de la impecable lapida blanca de su antigua haya, platicaba un poco con ella y sin falta, antes de marcharse, repasaba con los dedos el nombre de Jaejoong tallado en la piedra. 
En tres ocasiones se había topado con Yoochun y el aire se cargaba de tensión. Pero ninguno hizo el intento nunca de hablarse, las tres ocasiones, se habían ignorado como si no estuviesen y ni siquiera habían cruzado la mirada. Después, pasaba el día cabalgando, tan lejos como podía llegar con su caballo. A veces dejaba que Kyuhyun lo acompañara, pero con la condición de que mantuviera la boca cerrada en todo lo referente a Jaejoong. 
Cuando llegaba al palacio, pasada la hora del crepúsculo, no hablaba con nadie, dejaba a 
su caballo en los establos y se dirigía a sus habitaciones, donde se encerraba hasta el día 
siguiente. 

Durante toda su vida había sido digno y callado, pero ahora, lo era diez veces más. Su expresión se había ido tornando melancólica con el paso de los días, sus ojos apenas brillaban. gritaba a todos por la más mínima cosa y se había vuelto susceptible hasta extremos insospechados. 
No soportaba a sus padres, ni de cerca, no podían mencionar una palabra de su próxima boda sin que el príncipe montara en cólera y prácticamente los echara de sus aposentos. 
Pasaba el tiempo en soledad, pensando intensamente en Jaejoong, apesadumbrado, soñaba con él. Le parecía escuchar su voz en el ulular del viento y su risa en la cascada de agua dulce que chapoteaba y salpicaba alegremente en el lago, y, a veces, hasta creía verlo sonriéndole con su natural indolencia y bondad, al pie de la terraza, o en el umbral de las enormes puertas ornamentadas de sus habitaciones, con su cabello alborotado y su cuerpo delgado pero fuerte, temblando en la oscuridad. 
Pero sabía que aquello era imposible y pensó seriamente en que estaba comenzando a perder el juicio. Como única y obligatoria distracción se reunía, como todos los viernes, con su abuela en punto de las seis de la tarde para tomar el té y escucharla hablar de mil banalidades, que últimamente tenía mucho que ver con su futura e infantil esposa y aquellos bisnietos que 
esperaba poder llegar a conocer. 

El primer viernes de la ausencia de Jaejoong, Changmin llegó temprano a los aposentos de su 
abuela, esperó somnoliento, mientras era anunciado y después, cuando finalmente pasó, se inclinó exageradamente hacia abajo, para responder el abrazo de la ex reina Lucila. 
Después de tres aburridísimos cuartos de hora, Changmin apenas prestaba atención a la cháchara de su abuela. Miraba por las enormes ventanas hacia la nada, con la mente en blanco y la quijada apoyada en la mano derecha, mientras que hacia círculos en el filo de su taza de té con el índice de la mano izquierda. Se le cerraban los ojos y estuvo a punto de quedarse dormido ahí mismo, hasta que un comentario llamó su atención. 


—Changmin, cielo, te he visto muy distraído y triste ¿está todo bien? — preguntó la anciana, con amabilidad. 

—Si abuela —respondió casi automáticamente. 

— ¿Es por lo de la boda cierto? Tu madre me dijo que no quieres casarte. 

—No —acertó —no quiero, pero parece que no tengo otra salida. 

—Cariño, así son las cosas, un sólo soberano no puede reinar, deben ser dos, además, la princesa Ambrosía es hermosa. 

— ¿Quién dice que no se puede?— se quejó Changmin, ignorando el comentario que alababa la hermosura de su futura esposa, sin impresionarse un ápice. 

—Pues… —la vieja carraspeó, incómoda. Changmin siempre conseguía acorralarla con su natural agudeza y perspicacia —…las tradiciones. 

—Las tradiciones… las tradiciones me tienen harto. Cuando sea Rey será lo primero que 
cancele. 

La antigua mujer rió ásperamente, palmeando la mano bronceada y llena de venas de Changmin con la suya, arrugada y marchita. 

—Aun te queda mucho por aprender, querido — comentó, dándole un ligero sorbo a su té. 

—Abuela… ¿recuerdas a Constanza? 

La mujer lo miró, extrañada y después de un instante, casi sonrió. 

—Como olvidarla, mi fiel dama de compañía y después tu haya e institutriz — “además de mi cómplice” pensó — ¿Por qué me preguntas sobre ella? Hace muchos años que desapareció, o eso tengo entendido. 

—Volví a encontrarla. 

—Oh, vaya— la anciana, de repente se tensó, como en Veintiún años no lo hacía, y un espasmo de miedo gélido le carcomió la espina. ¿Y si alguien supiera la verdad? ¿Acaso Changmin lo sabía? — ¿y qué tal se encuentra? — preguntó, sondeando al príncipe. 

—Muerta —espetó él, y la anciana casi suspiró de alivio, pero logró contenerse. 

—Cuanto lo siento, cielo — le comentó, fingiendo totalmente, pues morirse, fue lo mejor que su antigua dama de compañía pudo haber hecho por ella — se que la querías. 

—Tuvo un hijo — comentó inocentemente Changmin — él y yo… ¿abuela? ¿Abuela estas bien? — le preguntó, repentinamente preocupado, pues la ex reina se había quedado inmóvil, con la expresión de alguien que ha recibido un terrible puñetazo. —Toma, bebe esto —le acerco un vaso de agua a los labios, y la anciana pareció reaccionar. 

—Lo siento Changmin, a veces este viejo cerebro me juega malas pasadas — le dijo, con voz temblorosa, riendo nerviosamente — me decías que tiene… ¿un hijo? 

—Sí, un joven. 

—Vaya… y ¿Qué edad tiene? 

—Es dos años mayor que yo. 

— ¿Y tú, lo conoces? — la voz de la anciana había adquirido de repente un tono mortalmente venenoso. 

—Sí, lo conozco —le respondió, sintiéndose extrañamente inseguro al ver la expresión asesina en los ojos de su abuela. — ¿Y, como se llama? ¿Cómo es? 

—No sé muy bien —mintió, totalmente desconfiado. Se había arrepentido de hablar, y no le diría más cosas sobre Jaejoong a su abuela. Repentinamente se sintió temeroso por la seguridad de su adorado pelinegro, por más lejos que estuviese. Algo en la mirada de su abuela no le daba buena espina, y decidió hacer caso a su intuición— solo lo supe cuando me entere de su muerte, además, su hijo se fue de aquí en un barco y dicen que jamás volverá. — comentó, haciendo una mueca de dolor ante su propia afirmación. 

—Oh, bueno, si su madre murió, y me supongo que no tiene padre — Changmin negó casi imperceptiblemente — entonces, nada lo detiene aquí. 

—Supongo —Changmin se puso de pie — Estoy cansado abuela, y tu luces cansada también, reposa un poco — le dijo, mientras se inclinaba para depositar un beso en la frente llena de arrugas — estuvo delicioso el té, como siempre — mintió. 

—Gracias querido, descansa. — lo despidió ella, distraída, mientras lo seguía con los ojos 
clavados en su ancha espalda. Changmin se alejó caminando con garbo, hasta que desapareció tras las grandes puertas de oro que ella tanto amaba. 

Una vez sola, la antes reina, se retrepó en el pequeño trono que habían construido en su habitación, sintiéndose incomoda y pensativa. Aquella información revelada por su nieto era inquietante y peligrosa, jamás pensó en que su fiel dama de compañía pudiese llegar a traicionarla, pues de lo contrario habría muerto decapitada como el par de matronas que ayudaron en el nacimiento del primer príncipes. 
Pero ahora, el saber que Constanza tenía un hijo, dos años mayor que su nieto, la inquietaba y agitaba sus pensamientos de manera muy desagradable, que pudiera ser ese bebe de hace veintiún  años atrás, aunque no había nada seguro. Quizá, Constanza si había tenido un hijo propio, seguramente de algún pescador que la dejó, tirada con todo y criatura, pero aun así, la anciana sospechaba y desconfiaba, más que nada por la edad del supuesto muchacho. 
La antes soberana, no se había olvidado nunca de la terrible noche en que ese bebe había nacido fuera del matrimonio del actual reyes. Nunca olvidó la terrorífica imagen de aquel bebé debilucho y amoratado, que le pareció tan repulsivo, por más sangre azul que pudiera correr por las venas. Ella había vivido veintiún años pensando que el esqueleto del pequeño príncipe  se pudría en el fondo del rio, como lo había ordenado, pero quizá, y solo quizá, había una ínfima posibilidad de que ese hijo de su antigua dama de compañía, fuese el mismísimo príncipe y hermano del actual príncipe Changmin y eso amenazaba toda su tranquilidad personal y el futuro del reino. 
De algún modo investigaría todo lo que se supiera del joven hijo de Constanza, y actuaria 
Conforme lo requiriera el resultado de sus pesquisas. Solo había una cosa que daba por sentado. No permitiría que se supiera la verdad, jamás, así tuviera que asesinar al joven 
príncipe con sus propias manos,  Lo haría sin dudarlo.

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