martes, 30 de septiembre de 2014

EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO EPISODE 1

Titulo: El Príncipe & el Mendigo
Pareja: MinJae
Género: Drama, Romance, Lemon, Incesto



 “PORQUE LA REALEZA Y LA POBREZA LLEVAN LA MISMA SANGRE…”


Las sabanas teñidas de rojo yacía un bebé, pálido y azulado. Los ojos del médico se desorbitaron y el corazón de la reina de Delia se detuvo por un momento, las respiraciones de los presentes se normalizo mientras el nuevo bebe hacía su primer movimiento al inflar el pecho y dejar escapar un débil llanto, todos sonreían al ver al pequeño con vida, aunque nadie sabía quién era el padre de aquel bebe todos tenían fe que un nuevo rey habían llegado, todos menos una.

La reina tenia una clara misión nadie podía enterarse que su hija había tenido un hijo, ella estaba comprometida con el príncipe de Calabrias y una vez que eso pasara ambos reinos se unirían y su hija Simmone seria reina.
 ¿qué pasará ahora? La mente de la Reina era todo un torbellino ¿Cómo iba a ser eso posible?
Con desprecio miro al bebe pálido que aun estaba inmóvil y débil envuelto en una manta ensangrentada en brazos del médico y entonces mirándolo tomó una decisión, hablo a su dama de confianza.

—Constanza— llamó a su dama con voz queda, alejándose del lecho en dirección a laventana y mirando hacia el crepúsculo que comenzaba a oscurecer los jardines.

—Sí, Alteza— respondió con respeto la joven al acercarse a su noble ama.

—Tómalo— dijo, mirando con una extraña mezcla de rencor y repugnancia al pequeño, —tómalo ahora— susurró, poniendo en sus brazos al diminuto príncipe —llévatelo y…arrójalo al rio— susurró sin el más mínimo remordimiento.

— ¿Majestad? — Preguntó la joven, aturdida por su nueva tarea — ¿… a-arrojarlo? ¿Asesinar al príncipe?

—No habrá príncipes, este bebe jamás lo será, si no es el prinicpe Dongsik V que conceda un hijo a Simonne, no habrá principe, además éste niño esta medio muerto de todas maneras, Llévatelo y tíralo en el río, quiero que se hunda y no vuelva a salir a la superficie jamás— terminó y sin dirigir la mirada a su nieto ni a su dama de compañía, regresó donde el doctor mientras se envolvía mas en sus capas carmesíes.—Nadie, absolutamente nadie debe saber nunca de él y mucho menos mi hija— le susurró al médico real al oído —le daré una muy buena suma de oro a cambio de su silencio, las matronas serán ejecutadas al amanecer, para que no hablen, y mi dama de compañía es de confianza, ¿entendido? El médico solo atinó a asentir y comenzó a recoger todas sus cosas.

—Vete ya Constanza— mandó la reina sin mirarla —y trata de que nadie te vea.

La aturdida dama de compañía de la Reina corrió sin descanso por los pasillos desiertos del palacio con el bebé fuertemente apretado a su pecho, cobijándose en las sombras y pasando desapercibida por los guardias, su cabello negro se fundía con el negro de la noche y sus ropajes oscuros la volvían prácticamente invisible. Solo se podía ver su rostro, un borrón blanco de alucinantes y atemorizados ojos grises.
Durante todo el camino desde el palacio hasta el río, el pequeño príncipe no produjo ruido o movimiento alguno, así que la asustada joven pensó que ya estaría muerto, Llegó sin aliento a la rivera del río y con manos temblorosas despegó al pequeño de sucuerpo y decidió mirar por última vez su rostro.
Enorme fue su sorpresa cuando al retirar la sucia manta, un par de enormes ojos de Color negro la miraron atentamente, unos ojos alucinantes, ribeteados por espesas y negras pestañas. Unos ojos confusos,inteligentes… inocentes. El pequeño príncipe era un bebé precioso y diminuto, tan pálido que parecía hecho de luz de luna, con una abundante cabellera, aun pegajosa y llena de sangre.
Ella jamás en la vida había visto un ser tan hermoso y delicado aunque aun se encontrara levemente amoratado por la hipoxia, y supo también que jamás se atrevería a asesinarlo o causarle daño alguno. Y fue como si el príncipe también lo supiera porque en ese mismo instante el pequeño sonrió, dejando ver sus blandas y rosadas encías que no dejaban de moverse. Ella también sonrió y hubo una conexión profunda como los océanos, la certeza de que un amor profundo que desconoce limites acababa de nacer entre ellos dos, puro y limpio como una estrella.
Constanza efectuó la decisión, quizá la más importante de su vida. Criaría al niño como si fuera suyo, le amaría, lo protegería y le daría el amor que la cruel Reina le había arrebatado, ella lo haría feliz. Entonces levantó al pequeño hacia la luna llena que acababa de salir por entre las montañas y con los ojos cerrados le ofreció al niño para que lo cuidase y velase siempre por su salud y su bienestar hasta que fuera lo suficientemente mayor para reclamar lo que por derecho le correspondería. Y decidió darle un nombre real, un nombre fuerte, que fuera recordado, lo llamó Jaejoong. Y se prometió a si misma que Su hijo algún día sería Rey.
El pequeño Jaejoong parpadeó mirando hacia la suave y aterciopelada noche, las comisuras de sus labios se inclinaron hacia abajo y sus cejas se juntaron en un fruncimiento de ceño, Tenía hambre aunque estaba cómodo y calentito en los brazos de Constanza, solo supo que deseaba más calor, comida y luz, que es lo que quieren todos los bebés, así que chilló con fuerza y siguió llorando durante todo el recorrido hasta la diminuta casa de
Constanza, casa que sería su nuevo hogar.



Dos años Después

Todos había pasado justamente como la reina de Delia tenía predicho, Simonne jamás supo que su bebe había nacido vivo, el médico y la reina se encargaron de explicar que había muerto al momento que dio a luz, Simonne acepto ese hecho pero algo dentro de ella decía que no era como le hacían saber.
 Al cabo de los años se comprometió con el principe Shim Dongsik habían pasado ya dos años de ese trágico suceso y ahora Simonne esta esperando un nuevo niño lo cual sería el príncipe de Calabria.

El ambiente en la habitación real estaba cargado, los cortinajes con brocado parecían cansados y muy pesados y los inciensos tenían ya un buen rato apagados, aunque el aroma dulzón aun flotaba en el aire denso, creando una nuble blanquecina en torno a la enorme cama blanca y dorada.
Los paños de lino blanco con arrugas más blancas aun estaban desparramados por todos lados, algunos goteando rojo. Las sábanas colgaban por el piecero de la cama, salpicadas en sangre tan roja que el contraste con el blanco inmaculado resultaba chocante.
Cinco figuras se inclinaban hacia el centro de la cama, con la vista fija en la reina Simonne, que jadeaba, gemía y pujaba, ya totalmente exhausta.
El parto había resultado uno de los más complicados y difíciles que el doctor real había atendido en sus casi cincuenta años de profesión, y había temido seriamente por la vida de la antes princesa hace dos años atrás.
La reina Simonne por su parte se encontraba tan cansada como aterrorizada al final de nueve largos meses y las constantes amenazas de su madre durante todo el embarazo la habían distraído y había olvidado que lo realmente difícil iba a ser dar a luz.
Su madre  le repitió hasta el cansancio durante los meses de la dulce gestación que las esperanzas de todo el reino recaían en ella y su próximo bebé, que se esperaba fuera un varón. Tanto los reyes como todo el reino tenían la mente fija en eso, aquella era la meta.
Una hija en lugar de un hijo seria una desgracia para el reino, excepto para el nuevo rey y su esposa, a ellos les daba igual el sexo de su bebé, solo deseaban que naciera bien. —Majestad, puje una vez más— rogó el médico, — creo que ya llegó el momento.
Una de las matronas había luchado por tratar de acomodar al bebé hacia el canal de parto y al parecer lo había logrado, así que la reina guardó todo el aire que pudo en sus pulmones, dispuesta a liberar a su bebé y a ella misma de esa tortura, porque sabía que la criatura estaba sufriendo tanto o más que ella y con un gemido atorado en la garganta, empujó.
El grito de triunfo del médico seguido de un potente y penetrante aullido lleno de fuerza le indicó que todo había pasado, el bebé estaba fuera, y, al parecer, sano.
La madre de la reina Simonne se adelantó con avidez a mirar al bebé que se retorcía furioso en los brazos del médico real, y una sonrisa de satisfacción ilumino su rostro cetrino y pálido.

—Felicidades Alteza, tiene usted un hermoso y muy sano varón.

Dichas estas palabras tan esperadas, la princesa se abandonó y cayó desmayada debido a tan tremendo cansancio y la pérdida de sangre.
Por su parte, su madre admiraba a su pequeño nieto mientras el doctor lo limpiaba y Revisaba, anunciando que era un niño muy grande y sano, sin contar lo hermoso que era su diminuto rostro. Las dos matronas ayudantes del médico estaban en la faena de limpiar a la princesa durmiente

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En el Reino de Calabria todo fue celebración y felicidad, se organizaron fiestas, banquetes, bailes, reuniones, tertulias, todo en honor del nuevo príncipe.
Los Reyes estaban pletóricos, la realeza, la nobleza y hasta la plebe festejó durante semanas la llegada de su nuevo soberano, la luz de la nación, quien fue bautizado pocos días después en una ceremonia con todo lujo y se le otorgo el nombre Shim Changmin, Su Alteza Real príncipe de Calabria.

Todos festejaban, salvo la reina Simonne. Ella sentía en el fondo de su corazón que algo le faltaba, tan grande que cayó enferma y le fue diagnosticada depresión después del parto. Tal diagnostico fue entregado por el ahora millonario medico real y sus dudas y lamentos fueron apagados por la cruel ex reina.

—Más vale que dejes esos pensamientos fuera de tu cabeza Simonne, o terminaran por afectarte y afectarnos a todos, agradece que tienes un hijo sano y que gracias a él heredaste todo el reino. — la reprendió tajante su madre mientras la reina Simonne paseaba por la enorme habitación con su pequeño en brazos, quien dormía plácidamente.

—Lo sé madre, tratare de despejarme, te lo prometo— dicho esto su madre se retiró y Simonne colocó al pequeño con rostro de ángel en la cuna forjada en oro y piedras preciosas, regalo de su abuelo el Rey, después se dirigió con paso lento hacia su cama y lloró hasta quedarse dormida.
Inocentemente se convenció de las palabras de su doctor y se entregó en cuerpo y alma a su pequeño, hermoso y demandante príncipe, a su gentil esposo y a sus deberes como  reina de Calabria, honor que se le había otorgado al haber dado a luz a un varón, pero la tristeza que sentía siempre empañaría su corazón, aunque la escondiera detrás de los oropeles y falsas sonrisas.

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Primeros años

— ¡Jae! Tesoro despierta ya— Jaejoong arrugó los ojos, mientras emitía un bajo gemido que se
ahogó en su delgada almohada.

—Mmm no mamá, sólo cinco minutos más— rogó con la voz pastosa por el sueño.

—De eso nada joven, levántate ya— repitió con voz dulce pero firme —debes estudiar la lección y desayunar.

Jaejoong sonrió en silencio admitiendo la derrota. Nunca podía resistirse al llamado de su madre. Como a todos los niños pequeños de ocho años, no le gustaba para nada estudiar pero lo hacía y aprendía bien y quizá demasiado rápido. Se hallaba sentado sobre su cama cuando su madre llegó hasta él.

—Oh cariño, lamento levantarte tan temprano— le dijo mientras lo abrazaba..- pero tu sabes..

—No importa mamá— respondió mientras se acurrucaba más cerca de ella y empezaba a dormitar. Al percatarse de ello, Constanza lo envolvió en sus brazos y lo arrulló exactamente igual que cuando había llegado con él a casa siendo tan solo un bebé.
—Quiero volver a dormir— canturreó Jaejoong, sonriendo feliz y sintiéndose completo.

—Pero tienes deberes cariño, ahora aséate y te espero abajo— dijo Constanza colocándolo en su cama y después de darle un beso en la blanca frente y alisar su larga melena negra hacia atrás, salió sonriente de la pequeña habitación de Jaejoong este la siguió con una mirada de adoración hasta que se quedó solo en su sencilla habitación, miro hacia las paredes y suspiró mientras se levantaba, su desvencijada cama de madera crujió pero él la ignoro. Estaba acostumbrado, se acercó a su ropero y sacó sus gastados pantalones negros, y una camiseta negra de jornalero que su madre había ajustado para que entallara su esbelta figura, Le gustaba ir descalzo, y aunque no le gustara debía hacerlo, porque no tenía zapatos.
Constanza ya tenía la mesa del desayuno lista para su retoño había un tazón con una ínfima porción de avena con leche, una manzana y un panecillo con azúcar, el azúcar le encantaba a Jaejoong. Al lado del humeante plato de avena descansaban los libros para la lección del día, que trataba de historia y economía.
Jaejoong bajó las delgadas escaleras dando saltos ligeros y se sentó a devorar su desayuno mientras miraba atentamente a su madre. El corazón de Constanza se entristeció al mirarle, ella habría querido alimentar a su hijo mejor, carnes, aves y comida más variada y suculenta, pero no podía permitirse esos lujos, con su paga del palacio apenas podía mantener más o menos alimentado a Jaejoong y a ella y pagar los elevadísimos impuestos, no le sobraba para nada más.

— ¿Por qué tengo que estudiar todo eso mamá? — se quejó el niño mientras le daba un mordisco tremendo a la manzana.

—Ya te dije cielo, sólo el estudio puede hacerte un hombre importante— y le dedicó una sonrisa radiante y cargada de orgullo a su perfecto niño pelinegro, pero Jaejoong no lo entendió, ellos solo eran gente del pueblo, sabía que era alguien que solo podía aspirar a trabajar durante toda su vida así que no entendía porque su madre se empeñaba tanto en hacerlo estudiar.

Por su parte Constanza aun trabajaba en el palacio real, aunque ya no desempeñaba funciones de dama de compañía de la reina. Desde que el príncipe heredero había comenzado a hablar la habían asignado como una de sus institutrices y conforme aprendía una lección, Constanza tomaba prestados los libros y los llevaba a su casa para educar a Jaejoong, quien devoraba las lecturas y aprendía a la par de su principe real, incluso se podría decir que estaba una o dos semanas más adelantado, pues el pequeño principito desperdiciaba la mitad del tiempo de sus lecciones haciendo pataletas y berrinches por todo.

—Hoy leerás tres capítulos cariño— dijo, marcando las páginas que Jaejoong debía leer —y después puedes terminar con el capítulo de historia que dejaste inconcluso ayer y hacer los resúmenes, por la noche cuando regrese lo repasaremos juntos.

—Si mamá… ¿puedo salir a jugar con Chun cuando termine?

—Está bien, pero ya sabes, nada de acercarte a los caminos principales y ten mucho cuidado con los hombres de la taberna, tampoco te acerques mucho ahí— recomendó ella, aunque sabía que su niño era obediente y que sus correrías eran tranquilas y casi siempre regresaba temprano— ahora he de irme, corazón.

—…mamá, ¿podre algún día acompaña…?

—De ninguna manera— ella lo interrumpió y Jaejoong meneó su avena con la cuchara en actitud malhumorada— no vendrás nunca al palacio, ya lo hemos hablado miles de veces Jae y la respuesta es no, iras cuando sea el momento en el que tengas que ir— y dio por terminada la conversación, besó al niño en la frente y salió de la casa rumbo al castillo para continuar con su vida paralela de institutriz real, dejando su corazón atrás con su príncipe personal.

Después de leer los tres capítulos ordenados por su madre, otros tres más y terminar el libro de historia con sus respectivos resúmenes haciendo énfasis en lo más destacado de las lecturas, Jaejoong vagabundeó por su diminuto hogar haciendo pucheros. Desde que tenía memoria había querido conocer el palacio y ese ambiente tan lujoso y bonito en donde trabajaba su madre,  su amigo Yoochun, que era un años manor, le había contado de su primera y única visita cuando acompañó a su padre a entregar un cargamento de algodón. El castaño le había dicho que en el castillo abundaba la luz, el pasto era pequeño, muy verde y suave y muchas flores crecían en él, le dijo también que las torres blancas eran gigantescas y se servían miles de pastelillos dulces adornados con cerezas cristalizadas y había caballos, muchos perros y un príncipe, pero su madre siempre se había negado rotundamente siquiera a acercarlo ahí y eso Jaejong no lo entendía, pero no cuestionaba las decisiones de su madre. Tenía la certeza de que ella lo amaba y procuraba solo lo mejor para él y eso le bastaba, aunque en su alma persistía la añoranza y la curiosidad por ese ambiente místico,  había un extraño llamado que surgía en lo más profundo de su corazón, que le indicaba que debía ir ahí, aunque después se convencía y se regañaba a sí mismo de que jamás encajaría en ese lugar un pobre mendigo como él.
Un golpe en la puerta lo sacó de su ensimismamiento y se apresuró a abrir. En el umbral estaba parado un desaliñado chiquillo sonriente, con alegres ojos color café  y cabello castaño, su mejor amigo, su hermano, Yoochun.

—Hola renacuajito, es hora de irnos, ya terminaste de estudiar espero. — lo molestó Yoochun, aunque el si se tomaba muy enserio los estudios de Jaejoong, y lo presionaba
tanto o más que su madre.

—No soy un renacuajito soy mas flaco que tu, pero soy mayor y si terminé ya— dijo Jaejoong irritado y después sonrió —el último es cabeza de algodón —y salió disparado después de cerrar la puerta, rumbo al mar.

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 —Por favor Alteza, tiene que comer— rogaba la niñera real, una dulce niño de seis años de brillante cabello negro.

— ¡No! No quiero— fue el grito de respuesta del caprichoso príncipe.

—Pero si no come, no tendrá la fuerza suficiente para ser un rey.

—Yo ya soy el rey y no quiero esa asquerosa comida, puedes tirarla o dársela a los perros. — gritó y de un manotazo envió el plato lleno de pato asado y pudin de manzanas doradas a la alfombra.

No había caso, el príncipe era un pequeño engreído, lleno de soberbia y envidia y nada se podía hacer por él. Su abuela Lucila lo consentía en todo y jamás era reprendido por nadie, salvo por su madre la reina, pero estaba siempre tan ocupada con su padre en sus deberes reales, que casi nunca la veía. El príncipe había estrenado más niñeras que coronas en toda su vida, siempre por alguna razón insignificante eran echadas de palacio o decapitadas el chiquillo solo respetaba a Constanza, y además sentía algo de cariño por ella y por su actitud tan maternal, pero tampoco ella podía controlarlo y no lo intentaba.

—Por favor, llévense la bandeja de aquí— pidió su niñera con voz cansada.

—Quiero golosinas— demando el niño, impaciente.

La niñera suspiró y mandó a traer los pasteles favoritos del príncipe, de frambuesas con vainilla y en cuanto llegaron solo tomó uno, y se dedicó a juguetear con el pastelillo, del que iba arrancando pequeños trozos de frambuesa que se metía a la boca sin el más mínimo entusiasmo.
Constanza miraba sin ver la bandeja cargada de pasteles multicolores, “lo que daría mi precioso Jaejoong por un pastelillo de estos” pensó con amargura y desvió la mirada, pero era tarde, el príncipe la había descubierto.
Constanza observó con mucha atención al príncipe, el niño se había levantado y se acercaba a ella con la bandeja en las manos, se sonrojó escandalosamente y puso la bandeja de plata en su regazo.

—Si tienes hambre quédatelos, yo ya no los quiero— dijo en un inusitado acto de bondad y salió corriendo del salón, dejando a una enternecida institutriz y una niñera boquiabierta. Jaejoong estaría muy feliz aquella noche con la cena.

Changmin cruzó a toda velocidad los pisos pulidos a conciencia hasta parecer espejos del gran salón principal y se acercó sin preámbulos a la gran silla de oro ornamentada con ángeles y demonios que tanto le asustaban, y donde le encantaba descansar a su abuela. La ex reina se encontraba sentada cómodamente, con un gato gordo y peludo, con cara chata como de cerdo recostado en su regazo, y regañaba a sus escribas, con una voz lenta e insidiosa como un cáncer de garganta.
Changmin dejó escapar un ruidoso y prolongado suspiro que atrajo todas las miradas.

—Changmin, mi pequeño— bramó la abuela abriendo los brazos de manera teatral hacia su
adorado nieto, quien no perdió oportunidad y se abrazó a ella, haciendo que el gato siseara molesto y saltara lejos— ya te echaba de menos mi príncipe— dijo con voz chillona y emocionada mientras despachaba a todo el personal con una mirada de desprecio. Todas las almas del palacio sabían que la ex reina era una aficionada a mandar personas al degolladero, y que lo hacía con más entusiasmo si sabía de alguien que pudiese incomodar al pequeño príncipe.
Changmin parpadeó hacia ella un par de veces, dejándola aturdida con aquella mirada suya de avellana tan penetrante.

—Estoy aburrido abuela.

— ¿Has concluido tus lecciones por hoy?

—Si —mintió

— ¿Entonces porque no vas a jugar por ahí?

—No quiero jugar… solo.

—Bueno querido, ¿qué me dices del hijo del consejero de tu padre? Se llevan bien

—Junsu… si pero no quiero jugar con él, es tonto.

— ¿Y el príncipe Kyuhyun?

—Se fue hace dos días abuela— dijo Changmin, poniendo los ojos en blanco ante la ignorancia de la anciana —él también tiene su castillo.

—Ya veo, entonces ve a practicar tu tiro con arco o a cabalgar o a comer algo dulce, tienes miles de juguetes en tu sala de juegos, dile a tu niñera que te lleve de paseo por el arroyo, caza algunos peces, hay tanto que hacer cielo.

—No, no y no— desechó el príncipe comenzando a impacientarse— no me interesa nada de eso. La ex reina suspiró y paso una mano arrugada por el cabello de ébano del príncipe.

—Entonces que quieres, Changmin.

—Quiero un hermano, un hermano para jugar todo el día.

Al escuchar esto la reina hizo una mueca, como si algún parasito intestinal se hubiera materializado de repente en sus tripas. — ¿Un hermano? — Preguntó disimulando muy bien.

—Si tuvieras un hermano habría problemas y quizá no llegarías a ser rey, y los hermanos tardan en crecer, ¿te gustaría que tu mama tuviese otro bebé? ¿Un bebé llorón que no aprenderá a jugar hasta dentro de muchos años, y que tal vez sea una niña? El niño lo pensó detenidamente, no sabía cómo resistirse, la abuela siempre conseguía enredarle la mente como se enredan las telarañas rotas.

—No me gustaría una hermana bebé llorona— contestó al fin arrugando la nariz ante la visión de dejar de ser el centro de atención y pasar a segundo plano por culpa de vestidos, boberías y juguetes de color rosa. Él quería un hermano, un igual con el cual jugar y era claro que no lo tendría —iré a buscar a Junsu —de un salto se levantó del regazo de su abuela y salió corriendo hacia el jardín.  La pálida anciana dejó entrever una sonrisa malévola y segundos después, continuó regañando a sus escribas


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Doce años después

La flecha voló rasgando el aire vespertino, hiriéndolo como si se tratase de una presa viva, y fue a clavarse en el extremo inferior del caballete donde descansaba el blanco, con sus alucinantes círculos blancos y negros. El príncipe Changmin maldijo por lo bajo.

— ¡Pffff! ¿A eso le llamas tiro con arco? — se burló su mejor amigo, el príncipe Kyuhyun, soberano de la isla vecina, Sicilia, mientras rodaba por el piso sujetándose la barriga, que ya le dolía de tanto reír. Changmin había fallado 3 tiros de 8.

—Cierra el pico Kyu o te clavo una flecha directo en el ojo, además tus risitas de anormal me desconcentraron— replicó el principe mirándolo con frialdad, aunque era verdad que el tiro con arco no se le daba nada bien. -Kyunhyung se incorporó de un brinco y se inclinó hacia él, escupiendo un mechón de cabellos de su boca.

—No me intimidas príncipe azul, estoy seguro de que no acertarías ni teniéndome a diez centímetros— volvió a burlarse y se echó a reír como loco.

—Puede que tal vez decida usar la punta de mi espada para dibujar algo lindo en tu garganta, pedazo de bestia, ¿Por qué no te andas a Sicilia? Quiero estar solo— dijo fastidiado ante las risas infantiles del otro príncipe, pero Kyuhyun staba tan perdido en su momento que solo atinó a reír más —entonces vete al infierno.
Changmin, ya fastidiado de más, volvió su rostro enfurecido, con aquellos ojos avellanas como fragmentos y caminó gallardamente fuera del campo de tiro.
Kyuhyun consiguió reaccionar al ver la alta figura de Changmin alejándose y lo siguió dando grandes zancadas, no le gustaba que Changmin se molestara con él, pero es que tenía tanpoco sentido del humor…
Si no sintiera esa extraña sensación en el estómago cuando estaba con él, ya habría abandonado al príncipe, pues su arrogancia era casi insoportable, pero sus ojos afilados como navajas de afeitar, la piel bronceada por el sol, su cabello castaño sedoso y brilloso, las poses soberbias y las sonrisas malignas de Changmin lo hacían delirar y querer estar cerca de él todo el tiempo, aunque le preocupaba que este pudiese empezar a sospechar algo.

—Min, no te enfades, anda— Kyuhyun tomó a Changmin por el brazo, deteniéndolo a medio camino— era una broma.

—No me gustan tus bromas Kyu, son demasiado estúpidas— tronó el príncipe soltándose de un tirón del firme agarre de Kyuhyun y reanudando su camino hacia el palacio. Changmin solía tener casi nada de paciencia con el otro principe, no podían permanecer mucho tiempo juntos sin que al principe se fastidiase, por lo que pasaban la gran parte del tiempo cabalgando, o practicando tiro con arco o cazando. Actividades que no requiriesen muchaplática, pues los conocimientos de Kyuhyun eran muy inferiores a los de Changmin y eso lo desesperaba. Odiaba la inmadurez en cualquiera de sus formas, Ooquizá lo que realmente odiaba de Kyuhyun era que poseía esa natural indulgencia de alguien que se sabe muy amado, algo que Changmin nunca sintió de parte de sus ocupados padres.

—Buenos días Alteza— un jardinero había dejado su labor al lado de un rosal tan rojo como la sangre fresca. Al ver acercarse a Changmin, había hecho una profunda reverencia para saludarlo, pero como era usual solo recibió una breve mirada despectiva por parte del príncipe, quien continuó con su regio y apresurado recorrido hacia sus aposentos.

—Toma— dijo con voz hosca, tirando a los pies de su escriba el arco y las flechas— que estén acomodados para mi próxima práctica — ordenó.

Después se volvió a buscar a Kyuhyun con la mirada. No lo encontró y sonrió satisfecho hacia sus adentros. Tenía muchas ganas de estar solo y pensar. A sus dieciocho años, la actividad que más hacia Changmin y la que más le gustaba hacer era pensar, las interminables horas de soledad durante su infancia lo habían enseñado a ser analítico, observador, reservado, digno y callado. Podía estar por horas observando a una persona para hallar sus defectos, sus debilidades y al momento en que ya no aguantaba, las dejaba caer, haciendo polvo al objeto de sus escrutinios.
En cuestión de minutos llegó a sus habitaciones, las más grandes de todo el palacio ubicadas en la torre norte, con una estratégica vista al lago y a una extensión de césped suave y esponjosa como algodones verdes. Dejó caer su capa sobre un sofá tapizado en tonos dorados y avanzó con pasos indolentes hacia la terraza, salpicada de luz de sol.
“Si tan solo pudiese encontrar algo que me llamase la atención, o al menos bloquear mis canales” pensó, masajeándose las sienes, mientras su mirada se perdía en las verdes superficies del lago, donde un par de cisnes, uno blanco y uno negro (regalo por sudecimo quinto cumpleaños) nadaban majestuosamente.
Eran los últimos días de agonía del otoño y la tarde estaba muriendo a solas. El sol ya estaba muy bajo en el horizonte y pintaba todo de un vivido color carmesí. Las piedras blancas y ardientes de la torre, los barandales azul oscuro ya medio despintados por la brisa salina, los macizos de flores multicolores, las enredaderas repletas de tímidos jazmines ocultos tras la maraña de mortales espinos custodios, todo brillaba, y los rayos solares arrancaban destellos tan rojos como la sangre de los rubíes que adornaban la corona de Changmin y enviaban un chisporroteo de escarlata a las paredes. Realmente le fastidiaba aquel pedazo de metal que le marcaba la frente y le hacía sudar, siempre que podía la dejaba de lado, pero en esa melancólica tarde en particular resultaba reconfortante perderse en las figuras luminiscentes que danzaban en las paredes. Cada que él movía la cabeza, ellas intentaban seducirle con su lento vaivén. Changmin suspiró pesadamente al dejarse caer en un sofá blanco que le quedaba en perfecta posición. Su esbelto gato blanco siseó enojado al verse despojado de su aposento, pero al príncipe poco le importó.

Pensó en Kyuhyun con un poco de pena y remordimientos, (pero muy pocos a decir verdad), el rubio príncipe era su único gran amigo, lo soportaba a pesar del horrendo carácter que tenia, lo escuchaba, lo aconsejaba y pasaba gran parte de su tiempo con él en Calabria, porque Changmin había visitado sólo una vez su palacio en Sicilia y no había vuelto. Pensó que Kyuhyun era lo más valioso que había en su vida, pues en verdad era bello con esos ojos cafe tan frescos como pétalos, y su cabello rubio , además del rostro de suaves líneas tan finas que parecía incluso algo femeninas. Sabía que Kyuhyun se disponía a hacer la acostumbrada pataleta de siempre, en cuanto Changmin se portaba grosero y hosco con él, el rubio salía corriendo hacia el muelle de Torrino llorando como una joven damisela, donde siempre esperaba su barco por él y que lo llevaría a Sicilia a toda pastilla, entonces Changmin tendría que ir en su caballo al muelle a hablar con él, y si no lo lograba alcanzar, enviaba un escriba con sus disculpas y entonces el rubio volvía y todo estaba olvidado.

Changmin suspiró largo y pausado, se levantó y recogió su capa de terciopelo negro, debíahablar con Kyuhyun. Estaba a punto de llegar a las grandes puertas ornamentadas, con la capa doblada descuidadamente sobre el brazo, cuando éstas se abrieron y su escriba personal anunció con voz sonora

—“Sus Altezas Reales, el Rey Dongsik V y La Reina Simonetta I, reyes de Calabria”

Changmin tuvo que apretar los dientes, los puños y los ojos, todo a la vez, para calmarse. No sabía que detestaba mas, si toda esa palabrería sin sentido o el ser interrumpido cuando ya iba casi de salida. Esperó con el cuerpo en tensión a que los pasos que resonaban por los pasillos se detuvieran a sus puertas y, aunque tenía prisa por ir con Kyuhyun, le pudo más la sorpresa. Sus padres no lo visitaban jamás, salvo en su cumpleaños y las celebraciones navideñas y si mal no recordaba aun faltaba más de un mes para que cumpliera 19 años y el otoño estaba apenas anunciando su llegada, así que haciendo acopio de toda su escasa paciencia, aguardó.
Cinco segundos después aparecieron sus padres, seguidos por su enorme comitiva, a la que Changmin tanto despreciaba.

—Saludos Principe Changmin — saludó su padre de manera tan formal como si estuviese hablando con un perfecto extraño. Changmin dejó escapar una mueca que casi llego a ser sonrisa.

—Changmin querido— saludó su madre, estirando los brazos hacia él y dándole un cálido beso en la mejilla, al que este respondió con la misma calidez y con una verdadera sonrisa.

—A que debo el honor, majestades— pregunto Changmin, con una leve sombra de sarcasmo escondida en su tono. Su padre lo ignoró.

—Tenemos noticias para ti Changmin…— y su tono de voz se le antojó de mal augurio, y más aun al ver a su madre reprimir una mueca que no supo interpretar.

— ¿Y cuáles son las buenas nuevas? — preguntó con un interés casi nulo.

—Estas a punto de cumplir 19 años, y es tradición que al cumplir los 20 estés formalmente casado. En dos semanas llegará al palacio la princesa Ambrosía Grimaldi, princesa de Mónaco, habrá una semana de celebraciones por su llegada.

— ¿Y eso que tiene que ver conmigo y con que me case o no? No me interesa celebrar la llegada de ninguna princesa, y yo ni siquiera la invité, por mi puede ahorrarse el viajecito.

—Changmin, estaremos toda una semana celebrando tu compromiso, la princesa Ambrosía será tu próxima esposa. —terminó el rey.

Changmin se quedó helado, incluso sus pulmones se quedaron estáticos y todos los presentes en los elegantes aposentos del príncipe perdieron la respiración. Sabían de sobra que el príncipe tenía un carácter explosivo y temieron lo peor y la inminente explosión llegó.

—No lo haré — susurró.

—Changmin, eso no está a discusión, por décad…

— ¡NO LO HARE!— vociferó el príncipe, alzando su grave voz —no me vas a imponer nada, no me dirás que hacer y mucho menos un matrimonio que no deseo— siseó furioso, como una cobra que esta lista para atacar.

—Shim Changmin, te conozco, en cuanto se te pase el arrebato te darás cuenta de cuáles son tus responsabilidades. ..-La furia de Changmin se incrementó.

—No me hagas reír, ¿dices que me conoces? No me conoces en nada, tú y yo somos dos perfectos extraños y ¿sabes qué? No me provoca el más mínimo interés el llegar a conocerte "Padre".

—Oh cielo— gimoteó su madre por lo bajo, con los ojos anegados en lágrimas, mientras el rey se paseaba frustrado por delante de su hijo.

—Shim Changmin, se hará lo que te dije hace un momento, no vine a pedir tu permiso o consentimiento, solo vine a comunicártelo. En realidad estabas comprometido con ella desde el mismo instante en que ella vino al mundo, soy el rey y tú harás mi voluntad y mi voluntad es que desposes a la princesa Ambrosia para tu vigésimo cumpleaños, de ese modo heredarás el Reino y le darás a Calabria un heredero de sangre pura, y no quiero
oír una sola palabra negativa al respecto ¿está claro? Y si nos disculpas, tenemos cosas importantes que hacer— el impaciente Rey se dio la vuelta, y salió rápidamente seguido de su personal, mientras Changmin lo seguía con una mirada de llameante furia roja.

—Como lo siento cariño— dijo su madre acariciando su mejilla y dos gruesas lágrimas se desbordaron de sus ojos. Changmin las restañó con su pulgar —pero tal vez no sea tan malo, después de conocer a la princesa cambiara tu modo de pensar.

Changmin no quiso responder porque temía herir los sentimientos de su madre con sus afiladas palabras, además de tener trabada la mandíbula por el coraje, así que solo asintió gravemente y la miró salir de sus habitaciones seguida por todos sus guardias.

—No lo haré— susurró al quedarse solo —no me obligaran a hacerlo. De repente toda su vida futura pasó ante sus ojos. Una boda llena de pompa y lujo, una coronación, el nacimiento de pequeñas criaturas lloronas, abundantes comidas, charlas aburridas, enormes barrigas y pasar el resto de su vida corriendo hacia todos lados en asquerosos deberes reales, y esa visión lo horrorizó.
“Debe haber algo mas para mi, tiene que haberlo, no puedo terminar así” se dijo a si mismo mientras caía presa de la desesperación.
Estaba de pie en el centro de la habitación, la capa aun descansaba lánguida sobre su brazo, la cabeza le picaba y entonces todo se volvió rojo detrás de sus ojos. La brillante corona dorada que adornaba su cabeza fue a estrellarse contra un muro, doblándose totalmente como si fuese un animal herido. Los rubíes saltaron hacia todos lados, volviéndose miles de fragmentos de sangre de cristal mientras el príncipe lanzaba un aullido de furia y frustración hacia la noche naciente.
Estaba dispuesto a buscar algo que lo llenara y no permitiria ese estupido compromiso.

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