martes, 30 de septiembre de 2014

EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO EPISODE 3

Changmin se despertó temprano al siguiente día, —algo raro en el, Pidió un desayuno sencillo a base de panecillos de azúcar y té negro, y se tomó su tiempo en masticar perfectamente bien todo lo que le sirvieron —algo que nunca hacia.
Usualmente dejaba más de la mitad de todos los platillos argumentando que eran una porquería cruda o de mal sabor— y dio las gracias, dejando pasmado a su personal.
Después se aseó se fue a duchar, tardándose de mas en ciertos detalles como afeitarse, —el príncipe detestaba que lo bañaran, o lo asearan, o que al menos lo tocaran, sus cosas personales las hacia él, y además odiaba todo tipo de contacto- se vestio con su mejor traje negro de corte español hecho de cachemira y terciopelo, suave como la piel de un gato, escogio las botas mas lustrosas, y hasta incluso en corto las uñas mientras le parloteaba cosas sin sentido a Aura, su gata blanca.
Todo eso lo hacía así porque era la única manera de mantener a raya los pensamientos alocados que daban vueltas en su mente, igual que caballos desbocados. Así lograba mantener a raya los recuerdos en torno al pelinegro de la bahía –y es que no se le había ocurrido otro nombre y se había pateado mentalmente toda la noche por no preguntárselo-.Pasadas las tres de la tarde no encontró nada más que hacer y los recuerdos llegaron a su mente desocupada.
Evocó el recuerdo de aquellos maravillosos ojos oscuros con la expresión de ternura  aterrorizada con la que había soñado, la blanca piel empurpurada de carmín, llena de cardenales, sangre y morados, el cabello sedoso y negro como la madera de ébano, tan negro como su hermoso caballo aquiles… las manos fuertes, surcadas de venas de un suave color azul… todo aquello lo volvía loco, y lo que más detestaba Changmin es que no sabía el porqué, dejando aparte el sentirse así por un maldito hombre, un hombre que además era del pópulo, del pueblo, que olía mal y que seguramente tendría esa sedosa cabellera negra llena de piojos, o eso quería el creer aunque no fuese cierto. Se forzó a olvidar al chico, a dejarlo pasar como todo lo que no le interesaba, a continuar con su vida y esperar por ese estúpido compromiso ridículo y zafarse de él, pero el pensar en dejar de pensar en el hermoso chico de la playa le provocó un dolor en el pecho tan intenso como un cruel piquete de avispa marina.
Intentó buscar sus defectos, sus debilidades, como hacía con toda persona con la que se topaba y no pudo encontrar uno solo. Sondeó alrededor de su resplandor, de aquella luz dorada de altísimas murallas que envolvía al mendigo como un aura y no pudo penetrar, simplemente no había defecto alguno, quizá únicamente su inferioridad, pero aun así, si no llevara las ropas viejas, rotas y desgarradas podría fácilmente pasar por un noble, un caballero o hasta quizá un príncipe…

—Alteza— llamó discretamente su escriba personal— ya está listo lo que ordenó.

—Perfecto… esto…gracias— dijo el príncipe a un aturdido escriba y salió rápidamente de su habitación, dejando únicamente una estela del fresco aroma que agitaba su capa al caminar. Al fin podría distraerse, o atraerse más… En los establos lo esperaba su caballo ya ensillado, y una multitud de guardias. Changmin
frunció el ceño. Aquello no lo había ordenado.

—Iré solo, pero quiero que estén listos con la calesa y como ordené, bien distribuidos por el camino— demandó mientras trepaba al caballo de un salto, tomaba las riendas y daba la orden, orden que el animal acató para salir corriendo como rayo hacia el camino principal. No se detuvo a ver si su personal había o no entendido su orden, poco importaba ahora…

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Jaejoong estaba tendido en su camastro, repasando mentalmente una y otra vez lo que había sucedido en la bahía la tarde del día anterior, desde su fallido intento de ahogamiento, las bromas con Yoochun, su tranquila siesta, el horrible despertar, los soberbios y fríos ojos cafe del príncipe Kyuhyun, con sus crueles botas afiladas y cortantes, hasta la expresión desconcertada y torturada en la cara del príncipe Changmin cuando se arrodilló a su lado, preocupado por sus heridas y su salud. Esa expresión lo persiguió el resto de la tarde, el resto de la noche y ahora que estaba amaneciendo lo perseguía aun. No lograba entender porque había recibido ayuda del príncipe. Según todas las personas del pueblo, el nunca se había comportado así, usualmente solía pasar de largo sin fijarse si quiera el camino por el que caminaba, sin embargo con Jaejoong había sucedido todo lo
contrario, no parecía ni siquiera con ganas de irse cuando se fue.

También pensaba en Yoochun y en todos sus conocidos, gente que había cargado con él hasta su casa, y Yoochun, su mejor amigo que con mirada preocupada había tratado de atender lo mejor que pudo sus heridas, y que se había despedido de él con mirada ansiosa. Quiso girarse sobre su costado, pero desistió al recordar que le dolía, así que únicamente encogió las piernas y apretó con más fuerza entre sus brazos la aterciopelada capa del príncipe Changmin, aun con rastros de sangre seca.

—Oh mi… que delicia— susurró. La maldita capa olía tan… tan condenadamente bien.

Volvió a aspirar con cuidado de no exagerar, y el aroma lo embriagó como había sucedido las otras ochenta veces que lo había hecho. El aroma era fresco y dulce a la vez, con un leve rastro de menta y madera de pino, el aroma del poder. La suavidad era extrema y los botones de plata brillaban como pequeños planetas vivientes incrustados en un universo de terciopelo negro. “Tengo que devolvérsela” pensó algo tristón, y la dejó al lado de su
cama.

Jaejoong decidió levantarse, alejando de su mente las musarañas. Debía trabajar; su madre ya no tenía medicamentos para esa noche. Hizo acopio de todas sus fuerzas, sus energías, sus ilusiones y hasta de sus rencores para poder levantarse.
Al hacerlo apretó los dientes y dejo escapar un jadeo, “creo que estoy más mal de lo que pensaba” se dijo así mismo mientras se sostenía del cabecero roto de su cama. Las piernas le temblaban, las manos y los brazos también y ya había comenzado a sudar. Después de una eternidad, logró asearse un poco, si es que echarse agua helada en el
rostro magullado y lleno de cortes y vestirse con sus mismas ropas viejas y sucias entraba
en el concepto de asearse. Tomó otra eternidad el lograr llegar hasta la cocina, donde respiró hondo varias veces, sintiendo que mil cuchillos se clavaban en sus pulmones cada que lo hacía y se decidió
darle los buenos días a su madre, esperando que estuviera dormida para que no lo viera
en esas condiciones. Se aprovechó de las penumbras de la habitación y asomó la
cabeza. Su madre aun dormía profundamente y Jaejoong vio al lado de la cama el tazón que
contenía aquella pasta rosada que le calmaba los dolores, y junto al tazón, estaba el empaque vacío. Tendría que conseguir más con el médico antes de volver por la tarde.
Tras echar una última mirada a su madre, salió de su casa cojeando y haciendo muecas
de dolor a cada paso, pero se aguantó, lo esperaban en el astillero, cargar bultos hacia el
barco que zarparía por la tarde era el trabajo del día...

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Cuando escuchó cerrarse la puerta lentamente, Constanza abrió los ojos inundados en lágrimas nebulosas. Por supuesto que había visto a Jaejoong, por algo era su madre aunque el chico no hubiese salido de sus entrañas. Lo había visto durante la noche, pues los quejidos del muchacho, por más que lo intentase no pasaban desapercibidos y mientras dormía, Constanza había estado mirándolo horrorizada. Miraba todas las magulladuras, la sangre seca, los parches de piel morada, la herida abierta del costado y la sombra de las lagrimas que ensuciaba las mejillas de su hijo y le rogó a todos los santos que a Jaejoong no le cogiera temperatura ni dolor de cuerpo, porque si no estaría condenado, de las infecciones, muy pocos o nadie se salvaba.
Se levantó con cuidado y decidió que la hora había llegado, sacó del cajoncito de su escritorio un pedazo de pergamino arrugado y mojó la pluma de ave en el tintero.
Comenzó a escribir:

Príncipe Kim Jaejoong, adorado hijo mío…

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El señor Park estaba peleando e intentando cerrar un costal relleno de algodón blanco y esponjoso como las doradas nubes matinales hasta el tope cuando escuchó un alboroto afuera de su taller. El relincho de un caballo, las pisadas potentes de los cascos y unaimperiosa orden lo hicieron salir corriendo y entonces su mandíbula se fue hasta el piso.

— ¿Pero qué infiernos…?

En la entrada estaban cara a cara, mirándose enfurruñados, su único hijo Yoochun y el
mismísimo príncipe Changmin en persona.
El primero miraba con verdadera rabia al segundo y se negaba a responder lo que sea que el príncipe le había preguntado. El segundo estaba sentado gallardamente en su corcel blanco, que no dejaba de moverse inquieto y una vena en la frente le había comenzado a palpitar, causa del coraje y la impaciencia.

—Solo lo repetiré una vez más, ¿Dónde vive tu amigo el del cabello negro?

—No lo sé— fue todo lo que respondió Yoochun con actitud hosca.

—Alteza, ¿se le ofrece algo? — ofreció nervioso el padre de Yoochun al ver que el carácter de su hijo podría meterlo en problemas por no responderle al príncipe.

—Si se me ofrece, ¿este joven de aquí? — Dijo señalando a Yoochun con un largo índice adornado con sortijas de oro— ¿es hijo tuyo?

—Si Alteza, es mi hijo ¿hay algún problema? — preguntó el señor al ver el coraje pintado en las facciones perfectas del arrogante noble.

—Sí, ayer nos topamos en la bahía y demando saber en donde vive el pelinegro que se encontraba con él.

 Al señor Park se le secó la boca y sintió que un cuervo anidaba en su estómago. La noche anterior su hijo le había relatado, con lágrimas de rabia en los ojos, como habían golpeado salvajemente a Jaejoong, dejándolo prácticamente medio muerto… y ahora lo estaban buscando, Dios sabría si para golpearlo de nuevo o hacerle alguna otra bajeza, pero aun así no podían ignorar al príncipe o acabarían ambos en la guillotina. “Perdóname Jaejoong” pensó el señor Park y respondió evasivo.

— ¿Se refiere usted al joven Jaejoong? — preguntó desviando la mirada, fracasando aparatosamente al ver como una chispa de avaricia había destellado en los ojos del príncipe.

-“Se llama Bill…” pensó el príncipe y asintió. —Sí, él, ¿Dónde lo encuentro? — presionó.

El señor Park no iba a decirle en donde vivía Jaejoong por supuesto, así que mirando a su hijo respondió.

—Hoy está trabajando en el astillero, en el extremo norte de la bahía de Torrino, cerca del faro— y en el fondo de su alma sintió que había jodido la vida de Jaejoong, que lo había traicionado vilmente y sintió deseos de llorar al pensar en la inocente expresión del joven pelinegro tan agradable en cuanto viera lo que se le venía encima.
Changmin asintió y le dio vuelta a su caballo para dirigirse al faro. Yoochun y su padre lo miraron alejarse, impotentes y el primero se volvió rabioso hacia el segundo.

— ¿Qué pasa contigo papá? — Farfulló— ¿es que quieres que vuelvan a golpear a Jaejoong?
¿O que lo maten de una vez?

—No, hijo claro que no pero… ¡Espera! — gritó pero su hijo ya había emprendido carrera en pos del caballo de Changmin, no sabía a qué iba pero intuía que Jaejoong le necesitaría y por supuesto que no iba a dejarlo solo…

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El Principe Changmin acicateó a su caballo con las espuelas de sus botas, algo que nunca hacia, pero la prisa lo carcomía. El caballo bufó molesto, no estaban acostumbrados el uno al otro. Changmin había tenido que montar a Capriccio, un hermoso corcel blanco, y lo había llamado así porque el principe se había montado un berrinche de 3 días, hasta que le trajeron al animal directo desde Barcelona, solo para descubrir tristemente que no se entendían. Extrañaba enormemente a Aquiles, su fiel corcel negro que ahora reposaba cómodamente en los establos, a la espera de que sanara el desgarre muscular que había sufrido en una de sus
patas traseras.
Changmin aspiró el cálido y levemente especiado viento de la tarde y después de lo que le pareció una eternidad, llegó por fin al astillero norte. Se detuvo en lo alto de la colina y miró entrecerrando un poco los ojos al sol que le daba de lleno en la cara. ¿A que iba? En realidad no lo sabía… suponía que a asegurarse de que el pelinegro hubiera visto a algún médico o de que al menos siguiera moviéndose.
En los muelles una verdadera marabunta de trabajadores se movía igual que hormigas
obreras, todos con la misma ropa café verdosa, sucia y rota. Algunos jalaban cuerdas, otros ataban botes pequeños, otros pocos desataban los buques de carga, otros hablaban con los dueños de la mercancía y algunos cuantos más cargaban pesados bultos.
El príncipe entrecerró sus ojos en rendijas en busca de una cabellera de cabello oscuro y
rebelde, pero por ningún lado la divisó. Avanzó lentamente por el muelle, agudizando la vista en cada mata de cabello negro que se topaba, pero no lo encontraba, lo único que conseguía eran miradas de miedo, saludos
que ignoraba y reverencias que ni miraba. Necesitaba verlo, era algo que iba más allá de
un simple capricho, necesitaba verlo como se necesitaba respirar. Empezó a sentirse ansioso.
Llegó al final del muelle y no lo encontró “¿se habrá atrevido a mentirme el tipo ese?”
pensó amargamente y estaba a punto de regresar para encararlo cuando al fin lo divisó. Fue fácil identificarlo, su cabello alborotada se destacaba por su altura. Jaejoong era tan Alto solo una cabeza más bajo que el pero más grande que todos los pueblerinos de ahí y eso ya era decir demasiado, aunque ahora se le notaba algo encorvado.
Caminaba lejos de él, a unas tres yardas de distancia y llevaba un pesado bulto en el hombro derecho. Avanzaba con mucha lentitud. Su camiseta vieja estaba teñida de sangre en el hombro y era sangre fresca. Changmin supo que algo iba muy mal y no dudó ni medio segundo en acercarse a él con los dientes apretados.

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El jodido bulto pesaba horrores y aun le faltaban cerca de 30 para acabar. El se esforzaba
con todas sus ganas, pero había comenzado a sentirse verdaderamente mal hacia un rato. Se decía así mismo que era un exagerado, pero no, el sudor frío le perlaba la frente, tenia frío a pesar de que la temperatura era sofocante, además de nauseas, dolor de cabeza y dolor en las cuatro extremidades. Sentía además una plasta húmeda y pegajosa en la herida del costado, que supuraba una asquerosa sustancia tibia, viscosa y de olor fétido que se le resbalaba hasta las caderas.

—Apresúrate, maldito insecto lento— le gritó el capataz y Jaejoong pegó un leve bote,

apresurando el paso entre tambaleos y reprimiendo muecas de dolor. Estaba por colocar el bulto sobre la plataforma del barco cuando un resplandor blanco se acercó a él. Cerró los ojos deslumbrado y los abrió cuando se acostumbró. El resplandor no era nada más que el sol reflejado en la corona y armadura del caballo de piel blanca. “Un segundo, ¿un caballo? ¿Qué hacia un caballo ahí?” pensó. Y entonces miro al jinete.
Jaejoong se envaró y el bulto se le resbaló de entre los brazos, yéndose a estrellar en el suelo
de madera húmeda al ver desmontar al jinete envuelto en ropajes negros. Por suerte el
maldito capataz no se había enterado.

—M-ma-majestad, lo siento no… no traje la capa, no quería que se ensuciara— tartamudeó, presa de un pánico terrible al ver desmontar a Changmin. No sabía que pensar, la mente se le había quedado tan en blanco como la piel del caballo, y acto seguido intento arrodillarse, con toda la rapidez que le permitía su cuerpo, pero antes de que flexionara ambas piernas, el príncipe llegó hasta él y lo sujetó con fuerza por los brazos, justo arriba de los codos, y el toque le quemó la piel.
Jaejoong se perdió en los ojos de Changmin, su mente se bloqueó y únicamente sintió angustia, emoción y temor, pues los ojos del príncipe tenían algo que se le hacía muy similar y vio su rostro serio y el pelinegro se temió lo peor.

Al fin lo había encontrado, Changmin desmontó y caminó en línea recta hacia el chico, quien, al verlo había soltado esa maldita porquería que estaba cargando y parecía que estaba a punto de desmayarse y , por acto reflejo lo sostuvo de los brazos, sintiendo en sus palmas una leve corriente eléctrica al tocarlo. El terror reflejado en los oscuros ojos de Jaejoong le había calado hasta lo más hondo, y sintió como si un bicho hubiera comenzado a carcomerle los intestinos. Lo que Changmin experimentaba era una de las emociones más destructivas que existían, el sentimiento de culpa, Sintió verdaderos deseos de arrodillarse frente a Jaejoong y rogar su perdón mientras mandaba a todas sus tropas a destruir Sicilia hasta que no quedara ni aun alma, nada. El chico conseguía desarmarlo de inmediato con esa mirada perdida suya. Entonces recordó a que había venido, Examinó el rostro perteneciente al joven que lo miraba fijamente, estaba amoratado cerca del ojo izquierdo y las heridas de la mejilla ya estaban coaguladas pero bastante sucias, comenzando el proceso de cicatrización, pero
Changmin sabia que las heridas del hombro y el tórax serian harina de otro costal.
Levantó de un tirón la playera rota de Changmin, dejando al descubierto su torso y ahogó una
exclamación de miedo y asco. No hubo nada de sexual ni erótico en el movimiento, solo
vergüenza por parte del pelinegro y terror del lado real.
Changmin apenas podía mirar, la herida del costado estaba sujeta únicamente por un trozo de
trapo tan gris que daba asco, lo tenía enrollado a modo de vendaje cubriéndole todo el tórax, pero estaba suelto y manchado de sangre y rezumaba perezosamente una sustancia amarilla y con olor a cadáver. Su piel se había tintado aun más de morado, casi llegando hasta la cadera y ahí tenía más restos de sangre seca. Aquello estaba terriblemente mal, aquello ya estaba infectado. El príncipe sintió escalofríos.

— ¿Viste al médico? — ladró Changmin, quizá más fuerte de lo que quería y Jaejoong se encogió como un cachorrillo regañado.

—Yo… esto… no es para tanto alteza, se curará en algunos días— le dijo, tímido, pero Changmin sabía que no iba a ser así, sabía que aquello no iba a curarse solo ni por asomo y se desesperó. Le había ordenado ver al médico ¿por qué rayos lo desobedecía? Bueno de igual manera se lo preguntaría después, no tenia caso atormentarlo ahora.

—Ven conmigo— pidió el príncipe y Jaejoong en automático se negó.

—No puedo… yo… mi trabajo, lo siento no puedo— se excusó y trató de agacharse para levantar el bulto, pero Changmin se lo impidió, lo miró fijamente levantando una oscura ceja y acto seguido se dio media vuelta, montó su corcel y salió corriendo del astillero, dejando a Jaejoong con la duda escrita en sus ojos negros

—Que tipo más raro— susurró y sintió que su cabeza daba vueltas peligrosamente —raro pero fascinante— pensó con algunas polillas revoloteando en la cabeza.

— ¡KIM! ¡¡¡Pedazo de bestia inútil!!! — Gritó el capataz, furibundo al ver a Jaejoong parado en
medio del muelle con el bulto a sus pies y con cara de idiota—mueve tu huesudo culo de
una buena vez, que te falta mucho y no te pagaré ni una maldita lira hasta que todos los bultos estén apilados.

—Lo siento ¡ya voy! —Se disculpó fastidiado— ya voy— repitió y acto seguido levantó el
bulto, sintiendo las lagrimas de dolor deslizarse por sus mejillas.

 Había pasado cerca de media hora y había apilado seis bultos, pero se tomó un ligero descanso, para ver si se le pasaba el mareo y la visión borrosa. Apenas se podía concentrar ya, pero fue consciente de que una enorme calesa negra con adornos dorados se acercaba, tirada por un par de caballos imperiales. Se secó el sudor con el interior de su muñeca y pensó que estaba ya alucinando.
Enfocó la vista y su corazón se hundió hasta sus pies al ver a Changmin descender del vehículo.

— ¡Santos infiernos! ¿Otra vez? — gimió para sí mismo al ver que Changmin se acercaba sin
vacilar, “ese capataz me arrancara de cuajo la cabeza.” Pensó.

—Vámonos Jaejoong— fue lo único que dijo el príncipe y nuevamente este negó firmemente.

—No puedo majestad, necesito apilar aun 24 bultos o no me pagarán— dijo con voz
tristona y el corazón de Changmin se exprimió dolorosamente a si mismo dentro de su pecho.

— ¡Jaeeee! — Ambos voltearon a mirar a un Yoochun exhausto que llegaba al trote— Jae
¿estás bien? ¿Te ha hecho algo? — Yoochun lo examinó con manos torpes y Changmin, furioso
apretó los dientes al ver las expresiones de dolor de Jaejoong.

—No lo toques ¿no ves que lo lastimas? —le dijo Changmin con posesividad, apartando de un
manotazo las manos de Yoochun del cuerpo de Jaejoong.

—No se preocupen, en serio— Jaejoong no podía sentirse más avergonzado— estoy bien,
Alteza, Chun tengo que trabajar— murmuró este e hizo el intento de regresar a lo suyo pero Changmin lo detuvo.

—Momento, dije que nos vamos y es una orden— repitió y Jaejoong cerró los ojos, sintiendo
pavor.

—No irá a ninguna parte— exclamó Yoochun, comenzando a cabrearse.

—¡¡Kiiiim!! Maldito hijo de perra, haragán inútil, te azotaré hasta que tengas la espalda en
carne viva, maldito gusano de fango eres la peor cosa que he…
La perorata del furioso capataz se detuvo abruptamente al ver a Changmin de pie frente al pelinegro, en una actitud sutilmente protectora, los brazos cruzados sobre el pecho amplio y una ceja levantada arrogantemente.
Jaejoong miró al furioso capataz con pavor. Como odiaba a aquel gordo…, había perdido la cuenta de las veces que le había gritado, que lo había golpeado y humillado. Quiso salir a esconderse en una cueva para no volver a salir. Su vista se nubló un poco más. El príncipe miró al hombre con la rabia latiendo en sus ojos afilados, apretó la mandíbula y le ordenó con turbio desdén:

— ¡La cara al suelo!— y las rodillas del capataz se doblaron en el acto, su frente se presionó contra el piso y estiró los brazos.

—Alteza… que gran honor—balbuceó con terror mirando las lustrosas botas de Changmin, demasiado cerca de su cabeza. Las botas comenzaron a pasearse de un lado a otro. Solo dos pasos en cada dirección. La capa negra susurraba contra las botas enviando brisas de aire terroso a la nariz del capataz.

—Así luces mejor, igual que un perro sumiso. Ibas a golpear a éste chico ¿no? Disfrutas
abusando de los demás, puedo verlo, maldita bola de mierda. Estoy harto de los gamberros como tú. Si no tuviese prisa te enviaba directamente a la horca, te quedarás en esa posición hasta que yo me haya ido, y olvídate de tu trabajo y de tu familia, todos están muertos, mañana mismo te quiero fuera de Calabria. Estas desterrado, y si te atreves a desobedecer ordenare que te quemen vivo, y yo mismo en persona iré a celebrarlo — dijo el principe sintiendo un instinto criminal contra el gordo capataz.

Jaejoong intentó aprovechar la distracción del príncipe para esfumarse, pero éste lo sujeto por la muñeca con un férreo apretón y volvió hacia él sus ojos luminiscentes.
Yoochun pasó saliva y miró a Jaejoong disimuladamente, éste le devolvió una mirada de pánico
desesperado.

— ¿Ahora sí, que decías castaño? — dijo Changmin volviéndose hacia Yoochun, pasando del capataz como se pasaba de la mierda pero sin soltar ni de broma a Jaejoong. El agarre quemaba.

—Que Jaejoong no puede irse contigo, no debe—farfulló Yoochun, con los ojos clavados en la
unión de las pieles de contraste color que tenía enfrente.

— ¿Y quién lo impedirá? — Preguntó con burla— ¿tu? — tronó el principe, quemándolo con el
llamear de sus ojos…- Yoochun bajó la mirada, incomodo.

—Es que necesito trabajar— dijo Jaejoong haciendo especial énfasis en la palabra “necesito”,
salvando así a Yoochun de la ira de Changmin— mi madre… sus medicinas… he de llevárselas.

Entonces Changmin lo comprendió y una sonrisa relampagueó en su blanca dentadura. Jaejoong ya era suyo.

—A ver dime, ¿confías en éste castaño?

—Claro— respondió en el acto. Yoochun sonrió. — ¿Que tanto confías?

—Le confiaría mi vida— respondió Jaejoong.

—De acuerdo— dijo Changmin ignorando la sonrisita de suficiencia de Yoochun y sacó del bolsillo interior de su capa una bolsita de terciopelo azul— toma, castaño— dijo poniéndola en sus manos— compra lo que sea que necesite la madre de Jaejoong.

La mandíbula de Yoochun se desencajó al echar un vistazo en la bolsita, que estaba llena
hasta el tope de relucientes liras de oro.

—No, no puedo, es… mucho— dijo el castaño, tartamudeando.

—Ya te dije lo que has de hacer, y si nos disculpas, Jaejoong y yo nos vamos.

—Ya le dije que no pue…— Jaejoong se calló como muerto al momento en que Changmin pego sus labios a su oído. La desesperación se hizo un hueco en su estomago, había perdido su última carta frente al príncipe.

—Iras conmigo, por las buenas o por las malas pelinegro, y yo te recomiendo que sea por las buenas. Por las malas me puedo enojar y no me conoces realmente enojado — susurró con voz ronca y Jaejoong se estremeció, bajó la cabeza junto con los hombros y deseó desaparecer. ¿Qué rayos quería el príncipe con él? ¿Por qué no podía dejarlo en paz? , estaba hecho un lio.
Changmin, esperó pacientemente a que los lacayos metieran a Jaejoong en la carreta, ordenándoles que fueran cuidadosos, le preocupaba el modo en el que Jaejoong había
comenzado a arrastrar las palabras y las ojeras purpureas que comenzaban a dibujarse
bajo sus ojos. Jaejoong volvió a recelar, intentando escapar pero no se lo permitieron.
“Por todos los infiernos, es tan jodidamente necio” pensó el principe y después recordó que él
era exactamente igual, sacudió la cabeza. Después se volvió hacia un furibundo Yoochun.

— ¿Por qué hace esto Alteza? ¿Por qué Jae?— en la voz de Yoochun había autentica curiosidad.
Changmin se lo pensó.

—Supongo que me siento culpable, mi ami… bueno el idiota del príncipe Kyuhyun fue el que hizo esto y si Jaejoong no es atendido morirá, ya está infectado. Yoochun sintió una oleada de pánico, su abuela había muerto por eso precisamente, una infección en los pulmones, o eso dijo el médico charlatán del pueblo.

—De acuerdo— asintió pensativo. Quizá era mejor que su amigo se fuera con el príncipe de
manera temporal si de esa forma se salvaría, aunque aun desconfiaba, temeroso no obstante por la vida de su amigo.

—Entonces asegúrate de que su madre tenga la atención y todo lo que necesita, y si necesitas mas oro házmelo saber por medio de una nota.

Yoochun no respondió, tenía la quijada trabada por el coraje-sorpresa-impresión y solo los
miro alejarse sin parpadear, sintiendo el peso del oro entre sus manos. “Constanza enloquecerá” pensó Yoochun y se fue del astillero, mirando sobre su hombro como el obeso capataz comenzaba a sollozar.

1 comentario:

  1. jajaja tenian que haberle metido un palo x el culo a ese capataz para que sintiera un minimo de dolor del que sentia Jae al tener q trabajar con esas heridas y al Kyuhyun deberia armarse la guerra pero bueno solo quisiera imaginarme la cara q pondra cuando se entere de que es el Rey y no Changmin y como lo golpeo y lo que queria hacerle de no ser por Minni gracias linda x compartir y perdona si no comento en todos los cap

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