martes, 30 de septiembre de 2014

EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO EPISODE 3

Changmin se despertó temprano al siguiente día, —algo raro en el, Pidió un desayuno sencillo a base de panecillos de azúcar y té negro, y se tomó su tiempo en masticar perfectamente bien todo lo que le sirvieron —algo que nunca hacia.
Usualmente dejaba más de la mitad de todos los platillos argumentando que eran una porquería cruda o de mal sabor— y dio las gracias, dejando pasmado a su personal.
Después se aseó se fue a duchar, tardándose de mas en ciertos detalles como afeitarse, —el príncipe detestaba que lo bañaran, o lo asearan, o que al menos lo tocaran, sus cosas personales las hacia él, y además odiaba todo tipo de contacto- se vestio con su mejor traje negro de corte español hecho de cachemira y terciopelo, suave como la piel de un gato, escogio las botas mas lustrosas, y hasta incluso en corto las uñas mientras le parloteaba cosas sin sentido a Aura, su gata blanca.
Todo eso lo hacía así porque era la única manera de mantener a raya los pensamientos alocados que daban vueltas en su mente, igual que caballos desbocados. Así lograba mantener a raya los recuerdos en torno al pelinegro de la bahía –y es que no se le había ocurrido otro nombre y se había pateado mentalmente toda la noche por no preguntárselo-.Pasadas las tres de la tarde no encontró nada más que hacer y los recuerdos llegaron a su mente desocupada.
Evocó el recuerdo de aquellos maravillosos ojos oscuros con la expresión de ternura  aterrorizada con la que había soñado, la blanca piel empurpurada de carmín, llena de cardenales, sangre y morados, el cabello sedoso y negro como la madera de ébano, tan negro como su hermoso caballo aquiles… las manos fuertes, surcadas de venas de un suave color azul… todo aquello lo volvía loco, y lo que más detestaba Changmin es que no sabía el porqué, dejando aparte el sentirse así por un maldito hombre, un hombre que además era del pópulo, del pueblo, que olía mal y que seguramente tendría esa sedosa cabellera negra llena de piojos, o eso quería el creer aunque no fuese cierto. Se forzó a olvidar al chico, a dejarlo pasar como todo lo que no le interesaba, a continuar con su vida y esperar por ese estúpido compromiso ridículo y zafarse de él, pero el pensar en dejar de pensar en el hermoso chico de la playa le provocó un dolor en el pecho tan intenso como un cruel piquete de avispa marina.
Intentó buscar sus defectos, sus debilidades, como hacía con toda persona con la que se topaba y no pudo encontrar uno solo. Sondeó alrededor de su resplandor, de aquella luz dorada de altísimas murallas que envolvía al mendigo como un aura y no pudo penetrar, simplemente no había defecto alguno, quizá únicamente su inferioridad, pero aun así, si no llevara las ropas viejas, rotas y desgarradas podría fácilmente pasar por un noble, un caballero o hasta quizá un príncipe…

—Alteza— llamó discretamente su escriba personal— ya está listo lo que ordenó.

—Perfecto… esto…gracias— dijo el príncipe a un aturdido escriba y salió rápidamente de su habitación, dejando únicamente una estela del fresco aroma que agitaba su capa al caminar. Al fin podría distraerse, o atraerse más… En los establos lo esperaba su caballo ya ensillado, y una multitud de guardias. Changmin
frunció el ceño. Aquello no lo había ordenado.

—Iré solo, pero quiero que estén listos con la calesa y como ordené, bien distribuidos por el camino— demandó mientras trepaba al caballo de un salto, tomaba las riendas y daba la orden, orden que el animal acató para salir corriendo como rayo hacia el camino principal. No se detuvo a ver si su personal había o no entendido su orden, poco importaba ahora…

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Jaejoong estaba tendido en su camastro, repasando mentalmente una y otra vez lo que había sucedido en la bahía la tarde del día anterior, desde su fallido intento de ahogamiento, las bromas con Yoochun, su tranquila siesta, el horrible despertar, los soberbios y fríos ojos cafe del príncipe Kyuhyun, con sus crueles botas afiladas y cortantes, hasta la expresión desconcertada y torturada en la cara del príncipe Changmin cuando se arrodilló a su lado, preocupado por sus heridas y su salud. Esa expresión lo persiguió el resto de la tarde, el resto de la noche y ahora que estaba amaneciendo lo perseguía aun. No lograba entender porque había recibido ayuda del príncipe. Según todas las personas del pueblo, el nunca se había comportado así, usualmente solía pasar de largo sin fijarse si quiera el camino por el que caminaba, sin embargo con Jaejoong había sucedido todo lo
contrario, no parecía ni siquiera con ganas de irse cuando se fue.

También pensaba en Yoochun y en todos sus conocidos, gente que había cargado con él hasta su casa, y Yoochun, su mejor amigo que con mirada preocupada había tratado de atender lo mejor que pudo sus heridas, y que se había despedido de él con mirada ansiosa. Quiso girarse sobre su costado, pero desistió al recordar que le dolía, así que únicamente encogió las piernas y apretó con más fuerza entre sus brazos la aterciopelada capa del príncipe Changmin, aun con rastros de sangre seca.

—Oh mi… que delicia— susurró. La maldita capa olía tan… tan condenadamente bien.

Volvió a aspirar con cuidado de no exagerar, y el aroma lo embriagó como había sucedido las otras ochenta veces que lo había hecho. El aroma era fresco y dulce a la vez, con un leve rastro de menta y madera de pino, el aroma del poder. La suavidad era extrema y los botones de plata brillaban como pequeños planetas vivientes incrustados en un universo de terciopelo negro. “Tengo que devolvérsela” pensó algo tristón, y la dejó al lado de su
cama.

Jaejoong decidió levantarse, alejando de su mente las musarañas. Debía trabajar; su madre ya no tenía medicamentos para esa noche. Hizo acopio de todas sus fuerzas, sus energías, sus ilusiones y hasta de sus rencores para poder levantarse.
Al hacerlo apretó los dientes y dejo escapar un jadeo, “creo que estoy más mal de lo que pensaba” se dijo así mismo mientras se sostenía del cabecero roto de su cama. Las piernas le temblaban, las manos y los brazos también y ya había comenzado a sudar. Después de una eternidad, logró asearse un poco, si es que echarse agua helada en el
rostro magullado y lleno de cortes y vestirse con sus mismas ropas viejas y sucias entraba
en el concepto de asearse. Tomó otra eternidad el lograr llegar hasta la cocina, donde respiró hondo varias veces, sintiendo que mil cuchillos se clavaban en sus pulmones cada que lo hacía y se decidió
darle los buenos días a su madre, esperando que estuviera dormida para que no lo viera
en esas condiciones. Se aprovechó de las penumbras de la habitación y asomó la
cabeza. Su madre aun dormía profundamente y Jaejoong vio al lado de la cama el tazón que
contenía aquella pasta rosada que le calmaba los dolores, y junto al tazón, estaba el empaque vacío. Tendría que conseguir más con el médico antes de volver por la tarde.
Tras echar una última mirada a su madre, salió de su casa cojeando y haciendo muecas
de dolor a cada paso, pero se aguantó, lo esperaban en el astillero, cargar bultos hacia el
barco que zarparía por la tarde era el trabajo del día...

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Cuando escuchó cerrarse la puerta lentamente, Constanza abrió los ojos inundados en lágrimas nebulosas. Por supuesto que había visto a Jaejoong, por algo era su madre aunque el chico no hubiese salido de sus entrañas. Lo había visto durante la noche, pues los quejidos del muchacho, por más que lo intentase no pasaban desapercibidos y mientras dormía, Constanza había estado mirándolo horrorizada. Miraba todas las magulladuras, la sangre seca, los parches de piel morada, la herida abierta del costado y la sombra de las lagrimas que ensuciaba las mejillas de su hijo y le rogó a todos los santos que a Jaejoong no le cogiera temperatura ni dolor de cuerpo, porque si no estaría condenado, de las infecciones, muy pocos o nadie se salvaba.
Se levantó con cuidado y decidió que la hora había llegado, sacó del cajoncito de su escritorio un pedazo de pergamino arrugado y mojó la pluma de ave en el tintero.
Comenzó a escribir:

Príncipe Kim Jaejoong, adorado hijo mío…

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El señor Park estaba peleando e intentando cerrar un costal relleno de algodón blanco y esponjoso como las doradas nubes matinales hasta el tope cuando escuchó un alboroto afuera de su taller. El relincho de un caballo, las pisadas potentes de los cascos y unaimperiosa orden lo hicieron salir corriendo y entonces su mandíbula se fue hasta el piso.

— ¿Pero qué infiernos…?

En la entrada estaban cara a cara, mirándose enfurruñados, su único hijo Yoochun y el
mismísimo príncipe Changmin en persona.
El primero miraba con verdadera rabia al segundo y se negaba a responder lo que sea que el príncipe le había preguntado. El segundo estaba sentado gallardamente en su corcel blanco, que no dejaba de moverse inquieto y una vena en la frente le había comenzado a palpitar, causa del coraje y la impaciencia.

—Solo lo repetiré una vez más, ¿Dónde vive tu amigo el del cabello negro?

—No lo sé— fue todo lo que respondió Yoochun con actitud hosca.

—Alteza, ¿se le ofrece algo? — ofreció nervioso el padre de Yoochun al ver que el carácter de su hijo podría meterlo en problemas por no responderle al príncipe.

—Si se me ofrece, ¿este joven de aquí? — Dijo señalando a Yoochun con un largo índice adornado con sortijas de oro— ¿es hijo tuyo?

—Si Alteza, es mi hijo ¿hay algún problema? — preguntó el señor al ver el coraje pintado en las facciones perfectas del arrogante noble.

—Sí, ayer nos topamos en la bahía y demando saber en donde vive el pelinegro que se encontraba con él.

 Al señor Park se le secó la boca y sintió que un cuervo anidaba en su estómago. La noche anterior su hijo le había relatado, con lágrimas de rabia en los ojos, como habían golpeado salvajemente a Jaejoong, dejándolo prácticamente medio muerto… y ahora lo estaban buscando, Dios sabría si para golpearlo de nuevo o hacerle alguna otra bajeza, pero aun así no podían ignorar al príncipe o acabarían ambos en la guillotina. “Perdóname Jaejoong” pensó el señor Park y respondió evasivo.

— ¿Se refiere usted al joven Jaejoong? — preguntó desviando la mirada, fracasando aparatosamente al ver como una chispa de avaricia había destellado en los ojos del príncipe.

-“Se llama Bill…” pensó el príncipe y asintió. —Sí, él, ¿Dónde lo encuentro? — presionó.

El señor Park no iba a decirle en donde vivía Jaejoong por supuesto, así que mirando a su hijo respondió.

—Hoy está trabajando en el astillero, en el extremo norte de la bahía de Torrino, cerca del faro— y en el fondo de su alma sintió que había jodido la vida de Jaejoong, que lo había traicionado vilmente y sintió deseos de llorar al pensar en la inocente expresión del joven pelinegro tan agradable en cuanto viera lo que se le venía encima.
Changmin asintió y le dio vuelta a su caballo para dirigirse al faro. Yoochun y su padre lo miraron alejarse, impotentes y el primero se volvió rabioso hacia el segundo.

— ¿Qué pasa contigo papá? — Farfulló— ¿es que quieres que vuelvan a golpear a Jaejoong?
¿O que lo maten de una vez?

—No, hijo claro que no pero… ¡Espera! — gritó pero su hijo ya había emprendido carrera en pos del caballo de Changmin, no sabía a qué iba pero intuía que Jaejoong le necesitaría y por supuesto que no iba a dejarlo solo…

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El Principe Changmin acicateó a su caballo con las espuelas de sus botas, algo que nunca hacia, pero la prisa lo carcomía. El caballo bufó molesto, no estaban acostumbrados el uno al otro. Changmin había tenido que montar a Capriccio, un hermoso corcel blanco, y lo había llamado así porque el principe se había montado un berrinche de 3 días, hasta que le trajeron al animal directo desde Barcelona, solo para descubrir tristemente que no se entendían. Extrañaba enormemente a Aquiles, su fiel corcel negro que ahora reposaba cómodamente en los establos, a la espera de que sanara el desgarre muscular que había sufrido en una de sus
patas traseras.
Changmin aspiró el cálido y levemente especiado viento de la tarde y después de lo que le pareció una eternidad, llegó por fin al astillero norte. Se detuvo en lo alto de la colina y miró entrecerrando un poco los ojos al sol que le daba de lleno en la cara. ¿A que iba? En realidad no lo sabía… suponía que a asegurarse de que el pelinegro hubiera visto a algún médico o de que al menos siguiera moviéndose.
En los muelles una verdadera marabunta de trabajadores se movía igual que hormigas
obreras, todos con la misma ropa café verdosa, sucia y rota. Algunos jalaban cuerdas, otros ataban botes pequeños, otros pocos desataban los buques de carga, otros hablaban con los dueños de la mercancía y algunos cuantos más cargaban pesados bultos.
El príncipe entrecerró sus ojos en rendijas en busca de una cabellera de cabello oscuro y
rebelde, pero por ningún lado la divisó. Avanzó lentamente por el muelle, agudizando la vista en cada mata de cabello negro que se topaba, pero no lo encontraba, lo único que conseguía eran miradas de miedo, saludos
que ignoraba y reverencias que ni miraba. Necesitaba verlo, era algo que iba más allá de
un simple capricho, necesitaba verlo como se necesitaba respirar. Empezó a sentirse ansioso.
Llegó al final del muelle y no lo encontró “¿se habrá atrevido a mentirme el tipo ese?”
pensó amargamente y estaba a punto de regresar para encararlo cuando al fin lo divisó. Fue fácil identificarlo, su cabello alborotada se destacaba por su altura. Jaejoong era tan Alto solo una cabeza más bajo que el pero más grande que todos los pueblerinos de ahí y eso ya era decir demasiado, aunque ahora se le notaba algo encorvado.
Caminaba lejos de él, a unas tres yardas de distancia y llevaba un pesado bulto en el hombro derecho. Avanzaba con mucha lentitud. Su camiseta vieja estaba teñida de sangre en el hombro y era sangre fresca. Changmin supo que algo iba muy mal y no dudó ni medio segundo en acercarse a él con los dientes apretados.

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El jodido bulto pesaba horrores y aun le faltaban cerca de 30 para acabar. El se esforzaba
con todas sus ganas, pero había comenzado a sentirse verdaderamente mal hacia un rato. Se decía así mismo que era un exagerado, pero no, el sudor frío le perlaba la frente, tenia frío a pesar de que la temperatura era sofocante, además de nauseas, dolor de cabeza y dolor en las cuatro extremidades. Sentía además una plasta húmeda y pegajosa en la herida del costado, que supuraba una asquerosa sustancia tibia, viscosa y de olor fétido que se le resbalaba hasta las caderas.

—Apresúrate, maldito insecto lento— le gritó el capataz y Jaejoong pegó un leve bote,

apresurando el paso entre tambaleos y reprimiendo muecas de dolor. Estaba por colocar el bulto sobre la plataforma del barco cuando un resplandor blanco se acercó a él. Cerró los ojos deslumbrado y los abrió cuando se acostumbró. El resplandor no era nada más que el sol reflejado en la corona y armadura del caballo de piel blanca. “Un segundo, ¿un caballo? ¿Qué hacia un caballo ahí?” pensó. Y entonces miro al jinete.
Jaejoong se envaró y el bulto se le resbaló de entre los brazos, yéndose a estrellar en el suelo
de madera húmeda al ver desmontar al jinete envuelto en ropajes negros. Por suerte el
maldito capataz no se había enterado.

—M-ma-majestad, lo siento no… no traje la capa, no quería que se ensuciara— tartamudeó, presa de un pánico terrible al ver desmontar a Changmin. No sabía que pensar, la mente se le había quedado tan en blanco como la piel del caballo, y acto seguido intento arrodillarse, con toda la rapidez que le permitía su cuerpo, pero antes de que flexionara ambas piernas, el príncipe llegó hasta él y lo sujetó con fuerza por los brazos, justo arriba de los codos, y el toque le quemó la piel.
Jaejoong se perdió en los ojos de Changmin, su mente se bloqueó y únicamente sintió angustia, emoción y temor, pues los ojos del príncipe tenían algo que se le hacía muy similar y vio su rostro serio y el pelinegro se temió lo peor.

Al fin lo había encontrado, Changmin desmontó y caminó en línea recta hacia el chico, quien, al verlo había soltado esa maldita porquería que estaba cargando y parecía que estaba a punto de desmayarse y , por acto reflejo lo sostuvo de los brazos, sintiendo en sus palmas una leve corriente eléctrica al tocarlo. El terror reflejado en los oscuros ojos de Jaejoong le había calado hasta lo más hondo, y sintió como si un bicho hubiera comenzado a carcomerle los intestinos. Lo que Changmin experimentaba era una de las emociones más destructivas que existían, el sentimiento de culpa, Sintió verdaderos deseos de arrodillarse frente a Jaejoong y rogar su perdón mientras mandaba a todas sus tropas a destruir Sicilia hasta que no quedara ni aun alma, nada. El chico conseguía desarmarlo de inmediato con esa mirada perdida suya. Entonces recordó a que había venido, Examinó el rostro perteneciente al joven que lo miraba fijamente, estaba amoratado cerca del ojo izquierdo y las heridas de la mejilla ya estaban coaguladas pero bastante sucias, comenzando el proceso de cicatrización, pero
Changmin sabia que las heridas del hombro y el tórax serian harina de otro costal.
Levantó de un tirón la playera rota de Changmin, dejando al descubierto su torso y ahogó una
exclamación de miedo y asco. No hubo nada de sexual ni erótico en el movimiento, solo
vergüenza por parte del pelinegro y terror del lado real.
Changmin apenas podía mirar, la herida del costado estaba sujeta únicamente por un trozo de
trapo tan gris que daba asco, lo tenía enrollado a modo de vendaje cubriéndole todo el tórax, pero estaba suelto y manchado de sangre y rezumaba perezosamente una sustancia amarilla y con olor a cadáver. Su piel se había tintado aun más de morado, casi llegando hasta la cadera y ahí tenía más restos de sangre seca. Aquello estaba terriblemente mal, aquello ya estaba infectado. El príncipe sintió escalofríos.

— ¿Viste al médico? — ladró Changmin, quizá más fuerte de lo que quería y Jaejoong se encogió como un cachorrillo regañado.

—Yo… esto… no es para tanto alteza, se curará en algunos días— le dijo, tímido, pero Changmin sabía que no iba a ser así, sabía que aquello no iba a curarse solo ni por asomo y se desesperó. Le había ordenado ver al médico ¿por qué rayos lo desobedecía? Bueno de igual manera se lo preguntaría después, no tenia caso atormentarlo ahora.

—Ven conmigo— pidió el príncipe y Jaejoong en automático se negó.

—No puedo… yo… mi trabajo, lo siento no puedo— se excusó y trató de agacharse para levantar el bulto, pero Changmin se lo impidió, lo miró fijamente levantando una oscura ceja y acto seguido se dio media vuelta, montó su corcel y salió corriendo del astillero, dejando a Jaejoong con la duda escrita en sus ojos negros

—Que tipo más raro— susurró y sintió que su cabeza daba vueltas peligrosamente —raro pero fascinante— pensó con algunas polillas revoloteando en la cabeza.

— ¡KIM! ¡¡¡Pedazo de bestia inútil!!! — Gritó el capataz, furibundo al ver a Jaejoong parado en
medio del muelle con el bulto a sus pies y con cara de idiota—mueve tu huesudo culo de
una buena vez, que te falta mucho y no te pagaré ni una maldita lira hasta que todos los bultos estén apilados.

—Lo siento ¡ya voy! —Se disculpó fastidiado— ya voy— repitió y acto seguido levantó el
bulto, sintiendo las lagrimas de dolor deslizarse por sus mejillas.

 Había pasado cerca de media hora y había apilado seis bultos, pero se tomó un ligero descanso, para ver si se le pasaba el mareo y la visión borrosa. Apenas se podía concentrar ya, pero fue consciente de que una enorme calesa negra con adornos dorados se acercaba, tirada por un par de caballos imperiales. Se secó el sudor con el interior de su muñeca y pensó que estaba ya alucinando.
Enfocó la vista y su corazón se hundió hasta sus pies al ver a Changmin descender del vehículo.

— ¡Santos infiernos! ¿Otra vez? — gimió para sí mismo al ver que Changmin se acercaba sin
vacilar, “ese capataz me arrancara de cuajo la cabeza.” Pensó.

—Vámonos Jaejoong— fue lo único que dijo el príncipe y nuevamente este negó firmemente.

—No puedo majestad, necesito apilar aun 24 bultos o no me pagarán— dijo con voz
tristona y el corazón de Changmin se exprimió dolorosamente a si mismo dentro de su pecho.

— ¡Jaeeee! — Ambos voltearon a mirar a un Yoochun exhausto que llegaba al trote— Jae
¿estás bien? ¿Te ha hecho algo? — Yoochun lo examinó con manos torpes y Changmin, furioso
apretó los dientes al ver las expresiones de dolor de Jaejoong.

—No lo toques ¿no ves que lo lastimas? —le dijo Changmin con posesividad, apartando de un
manotazo las manos de Yoochun del cuerpo de Jaejoong.

—No se preocupen, en serio— Jaejoong no podía sentirse más avergonzado— estoy bien,
Alteza, Chun tengo que trabajar— murmuró este e hizo el intento de regresar a lo suyo pero Changmin lo detuvo.

—Momento, dije que nos vamos y es una orden— repitió y Jaejoong cerró los ojos, sintiendo
pavor.

—No irá a ninguna parte— exclamó Yoochun, comenzando a cabrearse.

—¡¡Kiiiim!! Maldito hijo de perra, haragán inútil, te azotaré hasta que tengas la espalda en
carne viva, maldito gusano de fango eres la peor cosa que he…
La perorata del furioso capataz se detuvo abruptamente al ver a Changmin de pie frente al pelinegro, en una actitud sutilmente protectora, los brazos cruzados sobre el pecho amplio y una ceja levantada arrogantemente.
Jaejoong miró al furioso capataz con pavor. Como odiaba a aquel gordo…, había perdido la cuenta de las veces que le había gritado, que lo había golpeado y humillado. Quiso salir a esconderse en una cueva para no volver a salir. Su vista se nubló un poco más. El príncipe miró al hombre con la rabia latiendo en sus ojos afilados, apretó la mandíbula y le ordenó con turbio desdén:

— ¡La cara al suelo!— y las rodillas del capataz se doblaron en el acto, su frente se presionó contra el piso y estiró los brazos.

—Alteza… que gran honor—balbuceó con terror mirando las lustrosas botas de Changmin, demasiado cerca de su cabeza. Las botas comenzaron a pasearse de un lado a otro. Solo dos pasos en cada dirección. La capa negra susurraba contra las botas enviando brisas de aire terroso a la nariz del capataz.

—Así luces mejor, igual que un perro sumiso. Ibas a golpear a éste chico ¿no? Disfrutas
abusando de los demás, puedo verlo, maldita bola de mierda. Estoy harto de los gamberros como tú. Si no tuviese prisa te enviaba directamente a la horca, te quedarás en esa posición hasta que yo me haya ido, y olvídate de tu trabajo y de tu familia, todos están muertos, mañana mismo te quiero fuera de Calabria. Estas desterrado, y si te atreves a desobedecer ordenare que te quemen vivo, y yo mismo en persona iré a celebrarlo — dijo el principe sintiendo un instinto criminal contra el gordo capataz.

Jaejoong intentó aprovechar la distracción del príncipe para esfumarse, pero éste lo sujeto por la muñeca con un férreo apretón y volvió hacia él sus ojos luminiscentes.
Yoochun pasó saliva y miró a Jaejoong disimuladamente, éste le devolvió una mirada de pánico
desesperado.

— ¿Ahora sí, que decías castaño? — dijo Changmin volviéndose hacia Yoochun, pasando del capataz como se pasaba de la mierda pero sin soltar ni de broma a Jaejoong. El agarre quemaba.

—Que Jaejoong no puede irse contigo, no debe—farfulló Yoochun, con los ojos clavados en la
unión de las pieles de contraste color que tenía enfrente.

— ¿Y quién lo impedirá? — Preguntó con burla— ¿tu? — tronó el principe, quemándolo con el
llamear de sus ojos…- Yoochun bajó la mirada, incomodo.

—Es que necesito trabajar— dijo Jaejoong haciendo especial énfasis en la palabra “necesito”,
salvando así a Yoochun de la ira de Changmin— mi madre… sus medicinas… he de llevárselas.

Entonces Changmin lo comprendió y una sonrisa relampagueó en su blanca dentadura. Jaejoong ya era suyo.

—A ver dime, ¿confías en éste castaño?

—Claro— respondió en el acto. Yoochun sonrió. — ¿Que tanto confías?

—Le confiaría mi vida— respondió Jaejoong.

—De acuerdo— dijo Changmin ignorando la sonrisita de suficiencia de Yoochun y sacó del bolsillo interior de su capa una bolsita de terciopelo azul— toma, castaño— dijo poniéndola en sus manos— compra lo que sea que necesite la madre de Jaejoong.

La mandíbula de Yoochun se desencajó al echar un vistazo en la bolsita, que estaba llena
hasta el tope de relucientes liras de oro.

—No, no puedo, es… mucho— dijo el castaño, tartamudeando.

—Ya te dije lo que has de hacer, y si nos disculpas, Jaejoong y yo nos vamos.

—Ya le dije que no pue…— Jaejoong se calló como muerto al momento en que Changmin pego sus labios a su oído. La desesperación se hizo un hueco en su estomago, había perdido su última carta frente al príncipe.

—Iras conmigo, por las buenas o por las malas pelinegro, y yo te recomiendo que sea por las buenas. Por las malas me puedo enojar y no me conoces realmente enojado — susurró con voz ronca y Jaejoong se estremeció, bajó la cabeza junto con los hombros y deseó desaparecer. ¿Qué rayos quería el príncipe con él? ¿Por qué no podía dejarlo en paz? , estaba hecho un lio.
Changmin, esperó pacientemente a que los lacayos metieran a Jaejoong en la carreta, ordenándoles que fueran cuidadosos, le preocupaba el modo en el que Jaejoong había
comenzado a arrastrar las palabras y las ojeras purpureas que comenzaban a dibujarse
bajo sus ojos. Jaejoong volvió a recelar, intentando escapar pero no se lo permitieron.
“Por todos los infiernos, es tan jodidamente necio” pensó el principe y después recordó que él
era exactamente igual, sacudió la cabeza. Después se volvió hacia un furibundo Yoochun.

— ¿Por qué hace esto Alteza? ¿Por qué Jae?— en la voz de Yoochun había autentica curiosidad.
Changmin se lo pensó.

—Supongo que me siento culpable, mi ami… bueno el idiota del príncipe Kyuhyun fue el que hizo esto y si Jaejoong no es atendido morirá, ya está infectado. Yoochun sintió una oleada de pánico, su abuela había muerto por eso precisamente, una infección en los pulmones, o eso dijo el médico charlatán del pueblo.

—De acuerdo— asintió pensativo. Quizá era mejor que su amigo se fuera con el príncipe de
manera temporal si de esa forma se salvaría, aunque aun desconfiaba, temeroso no obstante por la vida de su amigo.

—Entonces asegúrate de que su madre tenga la atención y todo lo que necesita, y si necesitas mas oro házmelo saber por medio de una nota.

Yoochun no respondió, tenía la quijada trabada por el coraje-sorpresa-impresión y solo los
miro alejarse sin parpadear, sintiendo el peso del oro entre sus manos. “Constanza enloquecerá” pensó Yoochun y se fue del astillero, mirando sobre su hombro como el obeso capataz comenzaba a sollozar.

EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO EPISODE 2

El sol estaba brillando en lo más alto del cielo y avanzaba con su lenta majestuosidad hacia el horizonte,para morir detrás de él y renacer al día siguiente desde las entrañas del mismísimo océano.
Una perlada gota de sudor se escurría con la perezosa lentitud con que fluye la nata batida por el canal de una espalda muy blanca, de líneas muy fuertes y suaves a la vez.
El calor sobrepasaba los 37°C y el suelo ardía. Bajo este calor abrazador, estaba trabajando el despojado príncipe Kim Jaejoong a secas para todo el pueblo de Calabria. Aquel muchacho que levantaba suspiros por todo el pueblo, de todas las chicas y algunos chicos incluso, pero era comprensible o eso pensaba su madre, Constanza. Todos lo habían visto con el pasar de los años. Jaejoong se había transformado completamente, de ser un pequeño desnutrido, insanamente delgado y desproporcionado, hasta convertirse en la criatura más fascinante que se había visto en varios reinos a la redonda. Ahora, a los 20 años era muy diferente.Tenía un rostro simétrico y andrógino, de piel lisa y suave, blanca como el alabastro y unos ojos
relucientes, tan oscuro como un par de topacios imperiales. Su cabello largo era tan oscuro
como la noche cerrada, caía por su frente y tocaba levemente sus hombros de marfil. Unos cuantos mechones rebeldes escapaban para enmarcar aquel rostro asombrosamente bello y la puñalada oscura de sus ojos. Su silueta era alta y delgada, grácil y esbelta,sus movimientos eran elegantes, fluidos y su mirada digna y apacible relajaba a quien quiera que estuviese con él. “Jaejoong nació para la realeza, así de sencillo” se decía Constanza siempre que lo miraba.

—Buen día Jaejoong— saludó con amabilidad la señora Lucie, la esposa del panadero, al joven pelinegro que se afanaba en quitar la hierba mala de la cerca de madera blanca de su jardín.

—Buen día, o tarde— respondió el chico con amabilidad al momento que alzaba la cabeza...-Cuando los ojos de Jaejoong se encontraron con los suyos, la mujer sintió que se le humedecían las entrañas. Lo contemplaba con una concentración que rozaba lo fascinado y bajó la mirada en el momento en el que Jaejoong se removió incomodado por sentirse observado.

—Espero que termines pronto— le dijo la mujer y después se perdió por el sendero de piedrecillas de colores que llevaban hasta su casa, con la mente vuelta un torbellino, el mismo de siempre cuando se topaba con Jaejoong, y entró en su hogar sin dejar de repetirse que él era demasiado joven.

Jaejong se pasó el dorso de la mano por la frente para apartar las molestas gotitas de sudor, y dio un leve chillido cuando una cruel espina se incrusto en su pulgar.
La señora Lucie volvió a hacer una aparición después de unos minutos, llevaba en una mano un vaso de cristal rebosante de agua cristalina y se topó de nuevo con Jaejoong, que tenía el pulgar en la boca, en una actitud infantil bastante graciosa y le tendió el vaso.

—Toma querido, esto te reanimará— dijo y Jaejoong, agradecido tomó el vaso.

—Se lo agradezco de veras—alcanzó a decir antes de llevarse el inmaculado vaso a los labios. Bebió el agua con avidez, a borbotones y algunos delgados hilillos cristalinos se escurrieron por sus comisuras, bajaron danzando por su esbelto cuello blanco y se perdieron en las profundidades de su pecho que quedaba cubierto por la holgada camisa negra que portaba.
La mujer se perdió observándolo otra vez y cambió el peso de un pie a otro, incómoda al sentir como ese territorio ya desconocido para ella, se dio la vuelta y caminó de prisa hacia su casa, prometiéndose a sí misma estar en la iglesia al día siguiente para olvidar aquella experiencia.
Pasaron dos horas más y finalmente Jaejoong se incorporó y se sacudió las roídas ropas.

—Terminé— anunció con un suspiro mientras se recargaba en el marco de la puerta de entrada de la casa de la señora Lucie.

—Tu paga está en la mesita junto a la puerta querido, gracias. — dijo esta—por su seguridad— no volvía a mirar  y siguió con los ojos fijos en su lectura,aunque no tenía idea de que leía, ni siquiera había notado que tenía el libro al revés.

—Pero…— el pelinegro bajó la voz al ver el dinero— esto es el triple de lo que me prometió— le dijo al ver lastres relucientes liras de plata que descansaban inocentes sobre una linda carpetita tejida.

—Lo mereces, has trabajado muy duro, y estoy segura que será de mucha utilidad para tu madre y para ti, y por cierto entrégale mis saludos y dile que espero mejore pronto.

—Gracias— balbuceó Jaejoong, con el usual nudo en la garganta que le impedía hablar cuando le preguntaban por su madre. —yo le entregaré sus recuerdos. Y salió de la casa antes de soltar el llanto.
Tomó su bolso tejido y se lo cruzó por el pecho al salir a la calle empedrada llena de personas aun en actividad. Camino rápidamente entre la gente, saludando cortésmente aquí y respondiendo por allá. Saludó al lechero y le agradeció con una enceguecedora sonrisa cuando este le tendió un vaso de yogur natural que estaba muy frío. Le deseó buen día al carpintero, y también se topó con el papá de su amigo Yoochun, conversaron unos minutos, y Jaejoong le anunció que iría con Yoochun ala costa al día siguiente, ya que ese día el castaño estaría en los campos labrando hasta entrada la noche.
Estaban por despedirse cuando un alboroto les llamó la atención, los cascos de un caballo resonaron en las piedras y la bestia castaña apareció a todo galope por el camino principal dos segundos después, Jaejoong apenas alcanzó a salir del camino antes de ser aplastado por el imponente caballo. El jinete era un joven de reluciente cabellera rubia que revoloteaba con el viento. El sol hacia relucir su casaca azul celeste, los botones de oro brillaban como diminutos soles y las botas negras y lustrosas acicateaban al caballo para que aumentara la velocidad.

— ¡Apartá del camino, plasta! —le gritó a Jaejoong. este lo siguió con la mirada hasta que desapareció por un recodo del camino sin despegar los labios ni un segundo de su vaso ya casi vacío de yogur.

— ¿Quién era…?— preguntó al padre de su amigo, mientras apuraba las últimas gotas de aquel producto lácteo tan frío.

—El príncipe Kyuhyun— respondió éste. — todo un petardo real, seguramente aparecerá por aquí de un momento a otro el tirano príncipe Shim, persiguiéndolo. Esos dos siempre están peleando como marido y mujer mientras que todos nosotros trabajamos para que ellos…
Pero Jaejoong no lo escuchaba más, se había desconcentrado. Aún vivía dentro de él su anhelo por los terrenos palaciegos, durante toda su vida había escuchado hablar de su soberano, el monarca tirano que les quitaba su poco dinero con los elevadísimos impuestos, el niño mimado que hacia pataletas y rabietas a diestra y siniestra, el apuesto y arrogante príncipe Changmin, o eso decían porque Jaejoong jamás había tenido oportunidad alguna de verlo. Y tampoco es que quisiera esperar para verlo porque seguramente su madre ya lo esperaba a él en casa, así que se limpió la boca con restos de yogur con el dorso de la mano y meneó la cabeza. 

—Hasta pronto señor Park, por favor salúdeme a Chun, mañana vendré por él— se despidió y reanudó su camino.
Mientras Iba caminando y procurando las sombras, pues las piedras del suelo aún seguían ardientes,  este giró por la calle de la taberna,encontrándose con Rose, una prostituta, recargada en la puerta, con su habitual atuendo que no dejaba casi nada a la imaginación. Al verlo, ella lo saludó con un guiño, lanzándole un beso con sus carnosos labios rojos.  Jaejoong ruborizado se acercó a ella, a él le caía bien Rose, y se preguntaba si no había algo malo en su cabeza, pues las voluptuosas curvas del cuerpo femenino no despertaban absolutamente nada en él,más que una especie de simpatía lastimosa. Odiaba que Rose tuviese que ganarse la vida así, soportando ser besada y poseída por hombres borrachos y gordos, y todo por unas cuantas liras de bronce deslucido.

— ¿Qué tal, guapísimo Jaejoong?— saludó acercándose y meneando la cadera de manera sugerente en dirección al pelinegro. Aún albergaba la esperanza de poder disfrutar de ese
cuerpo.

—Hola Rose— respondió Jaejoong sonriendo con entusiasmo — ¿Qué tal estas? ¿Te tratan bien ahí dentro?

—Aburrida pastelito y no te preocupes por mi —Jaejoong se ruborizó hasta las puntas de los pies — lo importante no comienza hasta dentro de unas horas, ¿aún tienes ese delinador
que te regalé o quieres un más? El pelinegro cerró los ojos varias veces, agitando sus largas pestañas para mostrarle el delineado. Curiosamente al pintarse los ojosno se le veía afeminado, al contrario, se le notaba mas afilado y encantadoramente apuesto, algunas de las prostitutas que estaban dentro de la taberna dejaron escapar suspiros y risitas tontas al verlo.
Jaejoong lo notó y las saludó con timidez, levantando su larga mano. Quizá las manos de Jaejoong era lo que más pregonaba a gritos su sexo, eran grandes y fuertes, y las venas azules se abultaban debajo de la delicada piel blanca.

—Ya sabes que las vuelves locas queridito— dijo Rose con voz sugerente —y sabes que podríamos hacerte sentir bien,entre todas —se acercó hasta quedar muy cerca de él y pegó los rojos labios a su oído—y sin cobrarte ni media lira, cariño— le dijo mientras le mordisqueaba el lóbulo suavemente y un diluvio de sensaciones se instaló en el bajo vientre de Jaejoong. Las manos de la chica se colaron debajo de su camiseta al ver que élno retrocedía, y una vaga sensación de gozo la embargó, las delgadas manosfemeninas sobre su pecho despertaron en él la alarma. Sonrió y con firmecaballerosidad apartó las manos de Rose de su cuerpo, la obsequió con un besoen la frente y apretó sus manos al verla hacer un puchero.

—Sabes que eso no sería justo Rose, no puedes hacerlo, pero seré tu amigo toda la vida, y te quiero de verdad— dijo con fervor —ahora he de irme, quizá mi madre se haya puesto mal otra vez.
La atractiva chica asintió,sintiéndose derrotada y lo miró irse, anhelando cada centímetro
del cuerpo esbelto y blanco que se alejaba,  El joven príncipe caminó apresurado quería ver a su madre, le daba pánico dejarla sola mucho tiempo, esos dolores que la aquejaban aterraban a Jaejoong, sus gritos desesperados le hacían llorar de rabia y presentía que no había remedio alguno, que solo estaba prolongando lo inevitable, pues nunca se enteraría que su madre estaba siendo consumida por una variedad aun desconocida y oscura del cáncer.
Su casa estaba casi a las afueras del pueblo, cerca de la vereda que llevaba directamente
a la costa, donde casi siempre estaba encallado un barco enorme, con las coloridas banderas de la isla Siciliana. Jaejoong había trabajado ahí también, limpiando las cubiertas y puliendo las chapas, adornos y esculturas hechas de oro macizo.
Sabía que el navío era del príncipe Kyuhyun, el rubio que casi lo había aplastado con su caballo hacía un rato.
Caminó distraídamente hasta llegar a su casa, la puerta chirrió un poco y retumbó al ser
cerrada.

—Ya estoy aquí mamá— anunció Jaejoong, mordiéndose el labio inferior al oír un leve quejido.

—Que bien cielo ¿te fue bien? —respondió una voz ronca y cascada.

—Sí mamá— respondió y se dirigió a la habitación de su madre, se sentó a los pies de su cama y acarició sus pies envueltos en mantas —mamá no has comido nada de lo que te dejé— se quejó al ver el plato intacto al lado de la cama de su madre, ya frío y reseco.

—Lo siento corazón, pero en verdad que no tengo nada de hambre, tal vez mañana…

—Está bien mamá— dijo Jaejoong y se levantó para tomar el plato.

—Te trataron bien cariño¿verdad? — preguntó su madre, con la mirada clavada en las manos rojizas y cansadas de su hijo.

Jaejoong retiró el plato con rapidez, tratando de esconderlas. Sabía que Constanza estaba fatigada con su enfermedad, como para mortificarla aún más, le dolía en el alma ver a su más grande ejemplo postrada en la cama, sin moverse, casi sin respirar por el dolor. Ella había sido lo único que él conocía, lo único que tenía, lo más valioso y luchó por contener la marea de lágrimas que empezaba a formarse en sus ojos.

— claro mamá, incluso me dieron agua y yogur, eso me ayudó muchísimo— relató Jaejoong sonriendo con mucho esfuerzo, quizá porque no estaba mintiendo ni exagerando.
Constanza vio la veracidad en las palabras y en las facciones de porcelana de Jaejoong y asintió satisfecha.

—Me da muchísimo gusto, cielo —comentó con voz cansada, los ojos se le cerraban y antes de notarlo ya estaba nuevamente dormida.

Jaejoong se acercó a su madre,la arropó con cuidado y ternura y besó su frente, sintiendo los pelos de punta ante la frialdad de su piel, su extrema delgadez y sus rasgos cadavéricos. Alcanzó a salir a medias y sus mejillas ya estaban surcadas de lágrimas de amargura, de odio contra la vida.Odiaba al destino que se había ensañado con su madre de aquella manera.
Dejó el plato en el cubo destinado para ello. Por la mañana tendría que ir a traer agua para lavar los pocos platos que tenían y asear un poco a su madre. Jaejoong aborrecía bañarse de aquella manera, mojándose con algunos chorros de agua helada, y odiaba aún más tener que someter a Constanza a aquella tortura helada. Él prefería asearse en el océano, su actividad favorita era nadar, lo hacia todos los días por la tarde, y cuando estaba en lo profundo del fresco mar su mente se ponía en blanco y olvidaba todos sus problemas.
Hubiera querido ir con Constanza, como cuando él era un niño, pero ella estaba demasiado débil,incluso para hablar.
Después de frotarse las sienes con cansancio, se sentó en la sencilla silla de madera, apoyó los codos en la superficie de la mesa llena de agujeros y cortes ocasionados por el paso de tiempo y apoyando su delicado rostro en sus manos lloró, dejando que sus lágrimas cayeran libremente por su rostro hasta que se desahogó. Ahora que su madre no salía de su habitación para nada, no podía cuestionarle el porqué de sus lágrimas, las cuales caían con tanta abundancia porque en el fondo de su corazón, sabía que su madre no tenía cura alguna, que solo era cuestión de tiempo. Alzó su vista, empañada como un cristal sucio y le rogó a Dios que la agonía de su madre
no fuera larga, que se apiadara de ella y se la llevase pronto con él, aunque eso implicara quedarse completamente solo en el mundo. Se levantó y con la mente atribulada llena oscuros pensamientos se dirigió a su pequeña habitación y mientras se dejaba caer en su delgado colchón ya se había quedado
dormido, aunque las lágrimas no dejaron de manar de sus ojos.



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— ¿¡QUE VAS A QUE?! — tronó el príncipe Kyuhyun, negándose a creer lo que Changmin le Relataba, incluso se había mareado y había tenido que sostenerse de la mesa de mármol blanco que estaba en el cuarto del príncipe. El florero encima de esta se tambaleó peligrosamente.

—Pues lo que oíste Kyu, que mis padres vinieron con el cuento de que estoy comprometido con una mujer que en mi maldita vida he visto, y que en un año debo ser un viejo anquilosado y estar casado— respondió el príncipe mientras miraba al rubio con advertencia. El florero era regalo de su abuela y pudo estabilizarlo antes de que se hiciera añicos contra el suelo.

— ¿Pe-pero con quien? — demandó Kyuhyun aun sin podérselo creer, es que no podía ser posible, jamás podría hacerse a la idea de un Changmin casado, un Changmin con esposa, besándola,abrazándola y haciéndole el amor cada noche, simplemente no podía y no iba a permitirlo. La resolución brilló salvaje en sus ojos.

—Ya te dije, ¿eres anormal? Es más, ni me acuerdo del nombre ridículo que tiene, algo iba del hambre…ambrosia,hambreada o algo así y no me importa—Changmin había caminado hasta su terraza y con los codos apoyados contra el barandal de piedra caliza miraba distraído hacia el horizonte. La ominosa capa ondeaba libre al viento y sus ropajes negros llenos con adornos en plata le conferían un aspecto casi irreal Kyuhyun reprimió las ganas de abrazarle y se colocó a su lado.

— ¿y no puedes zafarte? Digo¿Qué tal si te rehúsas o algo así? — habló más para sí mismo que para Changmin pero éste de igual manera le respondió.

—No puedo, o vendrá de nuevo mi Padre con su maldita canción de que él es el Rey y mil insensateces más y no podre hacer nada, hablar con él es como hablar con un maldito muro, Changmin se sentía aun frustrado y molesto, no había salido de su habitación desde que el día anterior sus padres le hubiesen arreglado, -o desarreglado- la vida. Solo había atinado a mandar un mensajero para que le trajera a Kyuhyun, el único con el que realmente podía desahogarse.

—Venga Min, no pensemos mas en eso. ¿Qué tal si vamos a cabalgar? Así te distraes y sales de aquí porque ya hueles como a muerto— se burló y recibió un puñetazo en el hombro por parte de su amigo. Además el también necesitaba distraerse o se terminaría por arrancara puños su cabello rubio.

—Y tú apestaras a rosas ¿no? Rubio pollo, anda vámonos— a Changmin le agradaba la idea de salir a cabalgar, quería ir ala playa y ver como las olas salvajes se envolvían en sí mismas y se reventaban contra las rocas cortantes y puntiagudas de la playa de Torrino. Quiso ser una ola para poder ir y venir a su antojo sin que le dijeran como vestir o a donde ir, incluso a quien debería entregarse en cuerpo y alma aun sin conocer a dicha persona.

—Vámonos entonces— saltó Kyuhyun,contento mientras seguía la gallarda caminata de Changmin. En comparación, el rubio parecía un cachorro feliz de que su amo se decidiera a jugar con él. En cambio la expresión de Changmin era del más puro hastío, pero el rubio ni lo notó.

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Jaejoong se había hundido tanto en las frías olas que su trasero tocó la arena. Se imaginó que
estaba dentro de las fauces de un monstruo furioso, el cual iba a engullirlo de un momento a otro. “Pero no lo harás” se dijo y se impulsó ala superficie, y en cuanto asomó la cabeza, otra ola gigantesca reventó en suc ara volviendo a enviarlo al fondo y despachando un chorro de ardiente agua salada que bajó quemando por su garganta. El mar de la costa de Torrino estaba enfadado.
Como odiaba que le sucediese eso, si Yoochun no se hubiera puesto a jugar como un niño
de 5 años el podría haberse clavado en las entrañas de la ola pero no, ahora él castaño iba a ser responsable de su trágica muerte… Bueno, quizá estaba dramatizando un poquito porque él era un experto nadador, solo le fastidiaba luchar con esas olas caprichosas e inquietas. “Las mujeres deben ser igual que las olas” se dijo y no supo de donde había sacado aquello y como, no quería seguir pensando estupideces nadó con gracia y destreza, sonriendo hacia las azules profundidades, hasta que salió trotando ala playa, con sólo unos pantalones cortos pegados a sus atléticas piernas y el pelo mojado chorreando gotitas saladas por todo su cuerpo. Era una visión que hubiera detenido el corazón de los mismísimos Dioses del Olimpo. Para aumentar su enojo, el castaño que lo había acompañado desde que pudo sostenerse en pie, el de ojos alegres que le recordaban a un par de esmeraldas brillando en una montura deplata, el su mejor amigo Yoochun, estaba revolcándose en la arena, presa de unas carcajadas tan potentes que hasta los ojos le lagrimeaban. Tenía el cuerpo totalmente blancuzco por la arena que se le había pegado a la piel húmeda y el cabello enredado.

— ¡Deja de reírte raton feo! —Gritó Jaejoong, sintiéndose ofendido —por tu culpa casi muero
ahogado ahí dentro— chilló.

—Oh vamos Jae, tú no te ahogas ni aunque yo te hundiera la cabeza por cinco minutos— hipó entre risitas ahogadas— además hubieras visto tu cara cuando la ola te cayó en la cabeza,¡fue de época!

—Así meteré yo tu cabezota pero en la letrina de mi casa— amenazó al castaño con voz trémula. Decidió ya dejarlo pasar y se arrastró hasta la arena seca de la playa. Tanto luchar contra las olas lo había dejado completamente agotado y se tendió cómodamente.
Los rayos del sol impactaban en su blanca piel y secaban lentamente las gotitas que danzaban traviesas sobre su pecho. El aire caliente acariciaba sus parpados cerrados y enviaba mechones de su sedoso cabello negro hacia su nariz, mechones que Jaejoong apartaba haciendo gestos, pues le hacían cosquillas. Pensó en su madre, ella siempre ocupaba gran parte de su mente, la había dejado durmiendo –últimamente solo dormía- después de administrarle el medicamento que el médico había ordenado y a que Jaejoong tanto le había costado conseguir, pero no le
importaba trabajar hasta que las manos le sangraran, lo hacía gustoso porque esa pasta
dulzona y pegajosa -a la que llamaban morfina- hacia que su madre pudiese dormir y
dejara de gritar.
No supo en qué momento se quedó dormido, solo fue consciente de que Yoochun, tendido a su lado ya llevaba un buen tanto roncando. Nunca se percató del par de jinetes vestidos con finas sedas y terciopelos que cabalgaban hacia ellos a paso lento.

****************************************

Changmin y Kyuhyun atravesaron el pueblo sin prisa alguna, cada quien sumido en sus pensamientos. A Changmin le relajaba en sonido de los cascos de su enorme caballo negro contra las piedras. Le parecía que nada podía escucharse mejor y siempre se aseguraba de que su animal estuviese en perfectas condiciones. Adoraba a su enorme corcel negro al que había llamado Aquiles.
La guardia de prinipe Changmin los seguía a una prudente distancia, atentos a cualquier situación que pusiera en peligro a los jóvenes nobles. Mientras avanzaban, los habitantes del pueblo los reverenciaban cayendo rodillas en el acto con la cara al suelo y los brazos estirados al frente. Kyuhyun se ufanaba al verlos así de sometidos. A Changmin no leinteresaba en lo más mínimo, ni siquiera los miraba. Su mente trabajaba a mil por hora maquinando ideas para zafarse de la ridícula boda que se le avecinaba. Unescape, un homicidio, fingir una enfermedad, tal vez ir con su abuela…
pero desechó en el acto la idea,pues si lo hacía seguramente rodarían muchas cabezas en el palacio –literalmente hablando pues la anciana ex reina no había perdido su sadismo con el paso de los años-y con esas ideas rondando su cansada mente llegaron a la costa y caminaron a la orilla de la playa.
Su caballo Aquiles bufaba cada vez que sus patas se hundían en la arena húmeda y Changmin
le dedicaba palabras de aliento al animal, acompañadas de suaves caricias para que no se desanimara, pero a la octava vez que sucedió, Changmin decidió detenerse un momento para darle un descanso, de modo que Kyuhyun se le adelantó unos metros. Los 8 jinetes de la guardia del Principe se detuvieron detrás de él.
Por su parte, el rubio príncipe también pensaba en el compromiso de Changmin. Estaba molesto y se desquitaba hasta con las piedras que se le cruzaban al frente y acicateaba a su caballo castaño sin compasión alguna.

—Majestad— saludó un pescador mientras bajaba una red llena de peces de su bote, Kyuhyun le dedicó una sentimiento distraído y siguió su camino.

—Vaya, vaya, vaya, pero que tenemos aquí— suspiró y se detuvo al ver a dos jóvenes con ropas harapientas tendidos cómodamente en la arena. Uno era de cabello castaño y facciones muy marcadas, elotro era delgado y blanco, con un brillante cabello negro que estabadesparramada por la arena y un rostro en calma que era perfecto, algo queKyuhyun no podía soportar y la envidia llameó ardiente y roja por su pecho.

—De rodillas— les ordenó a las dos figuras dormidas y ninguna reaccionó al estar sumidas en un profundo sueño se le calentaron los ánimos y desmontó.
— ¡DE RODILLAS DIJE! —grito a todo pulmón y pateó a Jaejoong sin piedad en las costillas desnudas obteniendo como respuesta a un joven que se despertaba de un salto, presa de un dolor punzante y se retorcíapor la arena, Kyuhyun sonrió.
—Parece que solo así aprenden ustedes, ratas infelices— habló con voz afilada, peligrosa.

Yoochun había despertado y se había levantado de un salto, dispuesto a atacar como una pantera, pero al ver al rubio príncipe había caído de rodillas ante él, aunque no perdía de
vista ni un segundo a Jaejoong,quien aun se retorcía en su agonía y no se había postrado aun.

—Tú, pelinegro ¿es que no escuchas? dije de rodillas al frente— volvió a repetirle pero Jaejoong  ni siquiera lo escuchó. Apenas podía metersuficiente aire a sus pulmones cuando otro golpe, otra punzada, lo quemó através del torso. Kyuhyun lo había vuelto a patear y con bastante saña además, y en esta ocasión un líquido caliente empezó a pringarle el costado. Al patearle, el rubio príncipe había hundido la punta dorada de su bota entre la suave carne que separaba las costillas de Jaejoong, haciéndole una herida muy profunda y bastante aparatosa.
Los ánimos de Yoochun se caldearon y deseó poder saltar encima del príncipe sádico y estrellar su cara contra las rocas hasta que los ojos se le botaran de las cuencas y se le borrase esa maldita sonrisa del rostro, sus dientes rechinaron por el coraje.
Jaejoong  jadeaba y reprimía los aguijonazos del dolor.Había logrado colocarse sobre sus rodillas y se había abrazado el torso con ambos brazos para contener el dolor y la hemorragia. Respiraba trabajosamente inclinado contra la arena y ésta se le metía en la boca y la nariz y le picaba los ojos. “¿Pero qué clase de cobarde despierta a patadas a alguien que no le estaba haciendo nada?” pensó y el mismo se respondió en menos de dos segundos “la realeza Jaejoong, esos asquerosos príncipes mimados son los que lo hacen” y entonces levantó el rostro para mirar mejor a su agresor con sus ojos de felino. Se topó con un par de pupilas cafe, frías como el hielo y un rostro que sonreía maniáticamente.
Casi en el acto reconoció al príncipe que el día anterior había estado a punto de pisotearlo con su caballo. El príncipe Kyuhyun..-Pensó en defenderse, en responder  total, al fin podría poner en práctica todo loque le había enseñado el general Takeshi, un soldado de la elite japonesa, retirado, que había llegado a las costas  hacia muchos años en busca de un retiro tranquilo, y que había accedido a enseñar a Jaejoong a defenderse cuando
era un niño–nunca a atacar- por petición de Constanza, para cuando le fuera necesario, y vaya que era necesario en esa ocasión, pero al sentir que las costillas le ardían como si tuviese una llama dentro, supo que no podría esquivar ni un solo golpe.
Kyuhyun se acuclilló frente a Jaejoong y acercó su rostro al del pelinegro, mirando las gotas de
sudor que le resbalaban desde las sienes hasta el cuello. El dolor debía estarlo matando y
eso le agradó.

— ¿Te duele, pelinegro? —preguntó con sorna y le asestó un puñetazo en el pómulo izquierdo, Jaejoong se tambaleó pero logró sostenerse sobre sus rodillas. También sintió correr la sangre por su cara, además del dolor del golpe, las sortijas que portaba el príncipe en los dedos le habían abierto una herida en el rostro.

—Te pregunté algo, maldito miserable, si no me respondes volveré a hacerlo y puedo estar así toda la tarde—le dijo con voz suave y se levantó para volverlo a patear. Esta ocasión fue de lleno en el pecho y Jaejoong fue arrojado sobre su espalda contra la arena y el aire fue expulsado de golpe de sus pulmones y comenzó a ahogarse.

— ¿Sabes? incluso te vez cómico así ¿no lo crees tú, castaño? — Pregunto apoyado en una rodilla, mirando a Yoochun que temblaba de rabia e impotencia —vaya otro que no responde, ¿es que no tienen lengua?... da lo mismo, me encargaré de ti después de educar a este campesino—amenazó a Yoochun y se acercó a Jaejoong, quien yacía tendido de espaldas al suelo e intentaba con todas sus fuerzas jalar aire hacia sus pulmones.

— ¿Sabes qué eres guapo? Tu rostro es bonito, quizá demasiado y eso aquí no está permitido,
así que vamos a arreglarlo cuanto antes, además el rojo te sienta, estas demasiado pálido, yo te ayudaré—ofrecía y desenvainó su daga familiar, la que había pasado seis generaciones en su familia. Era un cuchillo largo y afilado, el pomo y el nudo central eran de oro solido y estaba adornado con piedras preciosas.
—Es bonita ¿no? Con ella podre arreglarte un poco, tal vez te saque un ojo o amplíe tu sonrisa hasta la oreja,además, quien te viera, si no tuviera a la vista tu pecho plano y flacucho pensaría que eres una de esas prostitutas baratas de la taberna del centro,¿Qué clase de hombre se pinta los ojos? — le comentó a Jaejoong, como si fueran grandes amigos y se rio al ver la expresión de completo terror que desfiguró las facciones del chico cuando acercó la punta reluciente del cuchillo a su ojo derecho, donde el agua salada había corrido a medias su maquillaje negro.
Yoochun comenzó a temblar de verdadero pánico. Sabía que el rubio iba enserio y que no
podría hacer nada mientras torturaban y desfiguraban a su mejor amigo ante sus ojos, pensó e incluso sedecidió, si herían a Jaejoong con ese cuchillo el saltaría sobre el príncipe ylo mataría, aunque fuera a la horca por eso, y estaba a punto de hacerlo cuando vio que se acercaba por la playa otro caballo de potentes patas negras y crin larga y brillante.

—Kyu— habló Changmin, aburrido—,Aquiles se lastimó una pata, deja lo que sea que estés haciendo y vámonos.
Yoochun levantó la vista un momento y vio a su soberano sentado sobre la silla de su caballo. La expresión de su rostro era de profunda apatía, había apoyado una mano en el cuerno de la silla y miraba hacia abajo con los ojos entrecerrados y una mueca depreocupación le nublaba el rostro.

—Vete tú Min, lleva a tu caballo a los establos, yo después te alcanzo— respondió Kyuhyun con voz excitada. Ya se había sentado sobre el desnudo pecho de Jaejoong y estaba a punto de comenzar con su sadismo…

Changmin estaba fastidiado, le molestaba esperar a que Kyuhyun terminase de atormentar a los pueblerinos y estuvo a punto de seguir su consejo y retirarse, pues sabía que si Aquiles se rompía la pata tendría que sacrificarlo, y si eso sucedía, bueno, seguramente el reino entero ardería en llamas, pero entonces se fijó en Yoochun el castaño temblaba, tenia los ojos abiertos y anegados en agua, “en agua amarga” pensó Changmin y le extrañó, pero lo dejó pasar. Aun no había visto el rostro del otro chico, pero tampoco es que quisiera verlo, solo quería irse de ahí.
—Oye Kyu  que estás haciendo ¿Por qué torturas a estepar de campesinos? — le
preguntó y la curiosidad salió aflote.

—Estaban dormidos cuando deberían haber estado de cara contra el suelo y sabes que no tolero esas faltas de respeto— le respondió mientras hundía la punta de su daga en el hombro desnudo de Jaejoong. Pensó que el pelinegro gritaría o chillaría, pero ningún sonido salió de su boca, se mantenía digno incluso al borde de su tragedia y eso le molesto más, si cabía.

—Ya basta Kyu, en verdad ya deseo irme— presionó Changmin, algo incomodo, pues una pequeña multitud se había reunido y observaba nerviosa los censurables actos del príncipe Kyuhyun.

—Que te vayas tú Changmin, yo después voy— dijo impaciente y tras decir esto volvió a reírse inclinándose hacia atrás, lo que permitió que Changmin obtuviera una vista panorámica del rostro ensangrentado de Jaejoong y entonces algo sucedió. El príncipe Changmin reaccionó de inmediato, como si dentro de él hubiera un interruptor que esperaba por ser accionado, una palanca que esperaba ser ejecutada, que había esperado ahí durante dieciocho años,estática y aburrida y que al fin había sido encendido y accionada al contemplarlas asombrosas pupilas negras derretido incrustadas en ese rostro sangrante. El joven príncipe sintió un deseo tan
urgente como ridículo de protegerlo, un deseo que se mezclo en proporciones iguales con
las ganas de venganza. Supo que tenía que salvar al campesino, era lo único que tenía en claro, lo demás se transformo en nada. Volvió a ser un niño, un niño pequeño que lo tiene todo y que a la vez no tiene nada, pues aquel rostro pálido y perfecto lo había eclipsado por completo, dándole a entender que a pesar de tener un reino entero a sus pies, no tenía nada.
Saltó de la silla de su caballo con rapidez y separó a Kyuhyun de Jaejoong propinándole al
primero un violento empujón. Los guardias desenvainaron sus espadas y aguardaron la
orden que nunca llegó.

— ¿Pero qué demonios…?—El rubio trastabilló en la arena, completamente sorprendido. Por un breve momento pensó que había sido el castaño y se volvió con la daga en alto, pero grande fue su sorpresa alto parse de frente con la alta figura de Changmin, y aun más se sorprendió por la expresión en el rostro de este. Sus ojos ardían con una luz salvaje. Changmin le alzó en vilo meneándolo con una violencia tan despreocupadamente brutal que su cuello crujió y después lo arrojo a la arena.

— ¿Qué rayos te pasa Min? —chilló el rubio, desconcertado. La daga se le había resbalado de las manos dejando de ser un factor clave en la ecuación.

— ¿Qué rayos te pasa a tiKyuhyun? — Respondió Changmin a voz en grito — ¿Quién te crees que eres para venir y atormentara mi reino? ¿Con que derecho golpeas a este chico de esta forma? Que no se te olvide que estas en mi reino y si alguien va a aplicar castigos aquí, seré yo.Ya bastante soporte tus infantilerías, pero esto no te lo voy a pasar— y lo alejó de un empujón, asqueado. —ahora lárgate— le espetó a un herido príncipe—y Kyuhyun, cuando digo lárgate, me refiero a que te esfumes, no quiero verte cuando regrese a mi palacio, ándate a Sicilia y no vuelvas, que ésta vez no te buscaré— terminó el príncipe Changmin y Kyuhyun subió a su caballo con la poca dignidad que le quedaba –y es que la arena que tenia embarrada en el cuerpo por el empujón de Changmin le había dado, le había quitado todo el orgullo- ypartió a todo galope.

Jaejoong, Yoochun y todas las personas que contemplaban el hecho se habían quedado a cuadros, aunque Jaejoong no captaba muy bien, pues oía un rugido grave e intenso dentro de su cabeza y tenía nauseas.Aprovechó el momento que le había regalado el príncipe para hacer un rápido recuento de sus heridas. El pecho le dolía bastante, sobre todo al respirar, el hombro donde el acero de la daga le había herido le ardía, sentía la cara desfigurada e inflamada pero lo que más dolía eran las costillas, estaba segurode alguna estaba rota. Jadeó al intentar incorporarse y no lo logró. El dolor lo había paralizado en su sitio.

—Estate quieto Jae— le convino Yoochun al oído con voz muy baja mientras se inclinaba sobre él y le presionaba el costado con sus grandes manos— no te muevas aún, en unos minutos te sacaré de aquí,parece que estos chiflados ya se van —y Jaejoong agradeció enormemente aquellas palabras,aunque fue solo por 5 segundos, pues vio a otra figura oscura que se acercaba a él, y resignado cerró los ojos, esperando recibir la siguiente
retahíla de golpes. Pero los golpes no llegaron y abrió lentamente los ojos.
Changmin se había arrodillado a su lado, haciendo retroceder a Yoochun,  Jaejoong contempló por unos momentos las pupilas que tenía tan de cerca. Eran unos ojos cálidos, de color tan claro que parecían bronce derretido y no sabía de donde le parecían tan familiares. Después se puso nervioso en el acto al recordar quién era él y quien era la persona que estaba a escasos dos palmos de su cara con el rostro distorsionado por la preocupación y la pena. Jamás pensó que así conocería al príncipe Shim Changmin y se ruborizó completamente, haciendo que sus heridas sangrasen más, pero no prestó atención, sus ojos seguían clavados en el rostro de Changmin, su aroma fresco lo embriagaba, su cuello fuerte lleno de venas, la piel color canela. Deseaba estirar la mano para sentir la textura de su rostro, para ver si era tan suave como se notaba, pero fue prudente y no se movió.

Changmin apenas podía soportar mirarle, estaba tan enojado que se preguntó porque no había comenzado a escupir fuego por la boca. Pensó seriamente en reunir a su ejército y declararle la guerra a Sicilia,después sacudió la cabeza. Miró el cuerpo del pálido chico con los dientes apretados,  su costado manaba sangre,
tenía el rostro golpeado e inflamado y más sangre rezumaba por su hombro, la arena
estaba teñida de rojo. Cerró los ojos y su boca se convirtió en una línea fina.

— ¡TU! — Gritó hacia uno de sus guardias— dame un pañuelo, algo ¡lo que sea! — pero
el guardia tardaba mucho y Changmin recordó que en el bolsillo interior de su capa estaba su
propio pañuelo de seda y lo sacó en el acto para presionarlo en la mejilla de Jaejoong, no sabía
cuál de sus heridas cubrir y solo atinó a colocarlo en su cara.
—Lo siento… mira como te ha dejado…— murmuró en voz baja al ver que Jaejoong contraía la
cara en un rictus de dolor, ypuso más cuidado al limpiarle la sangre seca y la pintura corrida—presiona aquí—le dijo deteniendo el pañuelo sobre su mejilla y Jaejoong obedeció sin despegar su vista de Changmin. Lo miró levantarse y tirar de los lazos que sujetaban la capa de terciopelo a su cuello,quitársela y hacerla una bola negra con la cual le presionó el costado que sangraba. Jaejoong dejó escapar un jadeo ahogado por el dolor pero lo aguantó alver la expresión torturada de su príncipe.

—N-no… majestad—tosió y el dolor llameó por su cuerpo— no es necesario… e-estoy bien—tartamudeó e intentó levantarse ignorando el tremendo dolor que le carcomía las entrañas “cojones ¿cuánto tardare en reponerme?, debo trabajar” pensaba mientras se esforzaba por ponerse en pie, pero un par de manos fuertes y muy calientes lo obligaron atenderse de nuevo. Supo que ese toque no era el de Yoochun, porque cuando su amigo lo tocaba no encendía cada terminal nerviosa de su cuerpo, ni sentía estremecerse los bordes de su cordura.

—Mejor te quedas ahí un momento—le recomendó Changmin, pues se inquietó al ver como su torso empezaba a colorearse con una gama de colores que iba desde el tono morado lila
hasta el púrpura profundo— quizá tengas alguna fractura.
Jaejoong iba a protestar pero la mirada que le dedicó el príncipe lo hizo callar. Los rasgos de
Changmin estaban contrariados,tenía el ceño fruncido y miraba hacia todos lados, como
buscando algo, topándose con muchos pares de ojos curiosos y al no encontrar ese algo
volvió a clavar los ojos en Jaejoong. Este logró ver la alarma, la incertidumbre y desesperación de aquellas pupilas y sonrió a pesar del dolor.

—No se preocupe por mí, Alteza,estaré bien— lo tranquilizó, pero el temblor de su
mandíbula echó por tierra la mentira. Jaejoong sabía que aquello era nuevo para Changmin, sabía que nunca antes había hecho algo así y quería sacarlo del atolladero. Changmin lo miró con una ceja alzada y un gesto de incredulidad.

—Tienes que ver a un medico— demandó el príncipe y Jaejoong asintió, sumiso— y que sea cuanto antes. Tu, castaño ¿sabes si alguien puede atenderlo? — le preguntó a Yoochun mientras se ponía en pie.

—Sí, yo sé de alguien— respondió inseguro Yoochun, al ver la mirada de advertencia en los ojos de Jaejoong.

—Muy bien— fue todo lo que dijo y se inclinó de nuevo hacia Jaejoong— espero que sanes
pronto— le dijo y acto seguido se alejó rumbo a su caballo, lo montó y después de un breve grito el animal salió disparado hacia la vereda, siendo seguido por los ocho caballos de los guardias.
Changmin no quería irse, era extraño, deseaba quedarse con el joven pelinegro y asegurarse
de su bienestar, pero lo había incomodado tanta gente.
Antes de perderse por el camino,el príncipe volteó y alcanzó a ver como la pequeña
multitud que se había reunido entorno a Jaejoong lo levantaba con cuidado y lo sacaban
cargando de la playa.

-“Y ni siquiera le pregunte su nombre” pensó con amargura al tomar el sendero que lo
 llevaría hasta su jaula de oro.