Jaejoong iba caminando sumido en unos pensamientos que no llevaban orden coherente, se sentía intranquilo. Las calles se habían quedado extrañamente desiertas, Después de tanto enredo entre los presentimientos de Yoochun y de Yunho se sentía un tanto paranoico, además de que no podía desembarazarse de la sensación de estar siendo observado, y aunque a menudo volteaba sobre su espalda, nunca vio ni escuchó nada. El
sol ya no brillaba, pero aun había claridad.
La casa de Yoochun se ubicaba en la vía Aspromonte y Jaejoong había salido de ahí hacia mucho; no se dio cuenta de la dirección que tomaron sus pies hasta que el paisaje se le hizo tan familiar que le dolió, se detuvo en seco, estaba en la vía Amantea, y frente a él se alzaba la que por años fuera su casa, suponiendo que alzarse no fuera un término demasiado presuntuoso para una casita como aquella.
Jaejoong dejó de respirar, tragó duro y se acercó, como hipnotizado, los peldaños del porche se hundieron y crujieron bajo su peso, la casa era muy vieja, pero resistente y sólida.
Alguien había pintado un signo contra el mal de ojo en el umbral de la puerta; Jaejoong sonrió al verlo. Aun después de todo, la gente del pueblo los seguía protegiendo. La puerta tenía un llamador bastante aparatoso, la cabeza de un ángel tallado en madera, cuyas manos sostenían el anillo para llamar.
Jaejoong lo acarició con dedos llenos de melancolía y después se quitó el lazo que siempre llevaba oculto bajo las ropas, atado al cuello, donde colgaba la llave de la cerradura. La introdujo y la giró haciendo un poco de fuerza hasta que un sonoro crujido metálico le indico que estaba abierta. La puerta se abrió con un chirriar bastante molesto y Jaejoong se adentró en su casa moviéndose con grácil delicadeza, la sangre estaba bombeando hacia su cabeza con tanta fuerza que le dolían las sienes.
La confusión de estilos y objetos de la decoración –esculturas de ángeles tan desconocidos como hermosos hechos de papel maché, un estante con frasquitos y más frasquitos llenos de yerbas y remedios populares y otros no tan populares, y algunos libros de hojas amarillentas- atrajo la atención de Jaejoong en los primeros momentos, El único y desvencijado sofá de la casa seguía en el mismo sitio, así como la cutre mesa de
madera con los dos únicos bancos que no hacían juego, todo cubierto por una fina capa de polvo.
El pasillo blanco, aquel que tantas veces Jaejoong recorrió siendo tan solo un niño, parecía
oscilar y temblar como un espejismo y capturó su atención durante algunos minutos antes de que percibiera el olor. Era tan débil…pero le resultaba totalmente familiar, era exótico, etéreo, tan delicado…
Era el olor oscuro y metálico del recuerdo y oculto debajo de él, se agazapaba el olor agridulce de los pétalos de rosa.
El pelinegro sonrió y echó a andar por el pasadizo blanco, El aire le parecía tan puro y limpio como la laguna virgen de una montaña cuyas aguas estaban siempre inmóviles. La puerta del dormitorio que perteneciera a su madre estaba entreabierta, y cuando Jaejoong entró, los recuerdos le atacaron salvajemente, odiaba los recuerdos tristes.
Todo estaba como lo recordaba la cama, tocador, ropero, cuarto de baño, sobre el ruinoso tocador estaban algunos cepillos, un par de horquillas y un jarrón del que sobresalían suaves y delicadas flores secas, A Jaejoong le pareció que un centenar de palabras estaban flotando en el aire, queriendo abrirse paso hacia él, palabras solitarias debido a su brillantez o a la oscura gloria que encerraban.
La cama estaba hecha y también estaba inmóvil debajo una delgada película de polvo transparente y aromático. Al pelinegro le pareció que en cualquier momento, Constanza saldría del cuarto de baño, con su siempre cálida y amable sonrisa.
“Dios mío, estoy en casa” se dijo en el momento en que salía del dormitorio de su madre y subía los peldaños que lo llevaron a su propia habitación, el comienzo del crepúsculo estaba frio y enfrió la casa; su habitación era la más fría de todas. Las maderas del piso –las que estaban exactamente al dar tres pasos exactos- crujieron
cuando este las pisó. Su antigua habitación parecía estar muy oscura y la atmósfera resultaba cargada y un poco opresiva. Se acercó al cajón de su cómoda y sacó una vela a medio derretir y una caja de fósforos, cuando la encendió, la luz convirtió sus ojos en dos profundos lagos de oscuridad y afiló todavía más los ángulos de su nariz y su mentón resaltándolos en un fantasmagórico relieve de sombras., avanzó al centro de la habitación,
ayudándose con la luz de la vela y el tenue resplandor plomizo que entraba por los cristales empañados de la ventana.
Un débil aroma a sequedad corrompida, polvo muy rancio y extraños espíritus oleosos floraba en el aire. Olía a hierbas. Cuando sus ojos de se hubieron acostumbrado un poco a la penumbra, pudo ver todo con más nitidez.
Ahí estaba su cama de cabecera rota y astillada perfectamente tendida, con el mismo colchón delgado hasta extremos muy incómodos, la almohada igual de desgastada, el piso, lleno de arañazos y marcas del paso del tiempo, cubierto por la siempre permanente capa de polvo.
Se había quedado inmóvil en el centro de la habitación y se balanceaba lentamente de un lado a otro como si estuviera absorbiendo la esencia del lugar, su propia sustancia vieja y teñida de abandono. Una bola negra medio abandonada y cubierta de polvo le llamó la atención y se arrodilló al lado de su cama, no era otra cosa sino la capa que Changmin le prestara para cubrir sus heridas hacia ya un largo año, las heridas que Kyuhyun le había provocado con las afiladas puntas de sus botas. Aun era tan suave como el pelaje de una cría de gato, y estaba reseca en algunos puntos, con la sangre de Jaejoong convertida en una dura costra color marrón. Este la deslizó entre sus manos maravillándose ante la suavidad y recordando cuantas veces la había olisqueado, capturando la entidad del príncipe en el aroma. Definitivamente aquella noche se la devolvería, quería ver la cara de Changmin cuando se la entregara, Sonrió para sí mismo al imaginárselo.
Se levantó y fue hasta el umbral de la puerta, pero antes de salir se volvió para mirar nuevamente el que fuera su refugio durante sus primeros años, cuando algo captó su atención.
Encima de las mantas recubiertas de partículas de abandono había una hoja de papel grueso doblada por la mitad, cuyo color había pasado del blanco al marfil por el paso del tiempo. Jaejoong frunció el ceño y la curiosidad llameó furiosa por su pecho, así que caminó hasta su cama, tomó la hoja y la abrió mientras acercaba la luz de la vela para poder leer lo que tenia escrito. Era una carta escrita por ambos lados, dirigida a él, reconoció la delicada caligrafía curveada y elegante de Constanza. La fecha era exactamente de hacia un año.
Sólo bastó leer la primer línea para que Jaejoong arrugara aun mas su expresión desconcertada y se arrodillara sobre la desgastada madera, dejara la palmatoria (un complejo artefacto de hierro negro tan lleno de curvas y volutas como los balcones de las exóticas casas de todo Calabria) que contenía la vela en el suelo a su lado y centrara toda su atención en las palabras plasmadas en el rígido papel que tenia entre las manos temblorosas. Constanza había escrito:
Príncipe Jaejoong, Adorado hijo mío:
Es difícil, querido hijo, comenzar a escribir esto, pero ya se ha llegado el tiempo de que
sepas la verdad sobre tu… origen y tu destino. Ya no puedo seguir callando, pero antes
que nada quiero decirte una vez mas lo mucho que te amo, lo mucho que significas para
mí, mi vida entera, mi respirar; que siempre has sido mi fuerza, mi alegría, mi motor y que
la motivación de todo lo que voy a contarte es el gran amor que te tuve en cuanto te vi por
vez primera…
Pero querido Jae, aunque me duela hasta desgarrarme el alma lo que voy a decirte, quiero
que seas objetivo, desapasionado hasta donde puedas, y te muestres ecuánime y sereno,
como yo te lo he enseñado, Mi más grande tesoro, tu sabes que eres mi hijo, y que lo único que quiero es tu bienestar y tu felicidad, aunque… aunque no hayas sido concebido y llevado en mis entrañas, ni nacido de mi carne, ni formado con mi sangre.
Tú, mi más grande orgullo, mi más grande acierto, eres el hijo mayor de sus Majestades
la Reina Simonne y el Rey Donsik, Soberanos de Calabria. Eres un príncipe.
Jaejoong tuvo que hacer una pausa en ese punto de la lectura, para meter de manera
desesperada una bocanada de aire reseco y mohoso a sus pulmones y eliminar la
película de lágrimas que empañaba completamente sus ojos oscuros. Después continuó
leyendo.
Todo comenzó la noche de Febrero. Era una noche fría y tempestuosa y la Reina llevaba más de dieciocho horas en la labor de parto más complicada y peligrosa que podría haber, hasta que finalmente dio a luz a un diminuto bebé, Así que todos suspiraron aliviados porque después de todo había nacido un heredero varón completamente pequeño y débil, amoratado por la falta de oxigeno, porque tu hilo de la vida se enroscó alrededor de tu cuello y estaba asfixiándote, y todos pensamos… no se que pensaron los demás, pero yo supe que eras un completo milagro, cuando inspiraste y dejaste escapar un débil llanto, mi príncipe valiente.
Llegados a este punto, mi amado, se que estarás preguntándote el porqué has vivido toda
tu vida conmigo y no con tus verdaderos padres y tu hermano, así que quiero que prestes
atención, porque una vez que sepas la verdad, estarás consciente de que tu vida ha
estado siempre rodeada de un enorme peligro; deberás actuar con tiento y ser muy precavido.
Después de tu nacimiento, en el que estuvimos presentes sólo el doctor, un par de
matronas, tu abuela Lucila y yo… fue tu abuela la que… la que tomó terrible la decisión
que marcó tu destino, Ella me ordenó arrojarte al rio, sin la más mínima compasión ni
misericordia, aunque tú eres también su nieto y estabas vivo, pero lo jamás supo ella que ese nieto que ordeno matar era el hijo del mismo rey y no un estorbo como siempre le llamo desde el día que supo que la reina Simmone estaba embarazada fuera de la consorcio con el mismo rey y padre de su primer hijo.
No sé qué es lo que pasó por su cabeza, pero siempre fue una mujer cruel y despiadada, completamente inhumana.
Y en fechas recientes sigue siéndolo., Te entregó a mí y yo hui contigo, alejándote de ella
y de su desalmada crueldad. Te llevé a las orillas del río, y ahí, al quitarte la manta ensangrentada en la que estabas envuelto, me miraste con esos maravillosos ojos oscuros tuyos, Eras un bebé precioso, un bebé que parecía hecho de luz de luna, con abundante cabello negro como el ala de un cuervo y las facciones tan finas y delicadas como las de un ángel y solo la luna fue testigo muda de tu bautismo y de la promesa que
hice de cuidar de ti hasta que tuvieras la suficiente fuerza y capacidad de defenderte por ti
mismo, para reclamar lo que por derecho te arrebataron, porque tú, eres un príncipe, un
príncipe de sangre real pura, Eres el príncipe Jaejoong, sentenciado a muerte por su propia
abuela, y la peor ofensa que podrías hacerle a mi memoria es dejar en la ignorancia y sin
castigo semejante blasfemia.
No me odies, amor mío por ocultarte la verdad durante tantos años. Tenía miedo, sigo
teniéndolo y sé que me moriré con miedo de que algo malo pueda llegar a sucederte.
Puedes estar completamente segura que, desde el lugar en donde me encuentre, siempre
estaré cuidándote y velando por ti.
Quiero que vayas al palacio, lleves ésta carta contigo y busques y consigas el apoyo del
doctor Paolo Ferrer. Él es el médico real, el atendió tu nacimiento y de no ser por las
amenazas de Lucila, estoy segura que habría hecho lo correcto y te habría puesto en los
brazos de tu madre, para que recibieras el calor de su cuerpo y te criaras en sus pechos, como
debió ser desde un principio.
Busca y consigue su apoyo, la Familia Imperial confía y cree ciegamente en él, y cuando
le muestres esto, se que te ayudará. Es tu deber y tu compromiso el que se te reconozca
como el príncipe que eres, y se te otorguen todos los derechos que por nacimiento te
corresponden. Siempre quise vivir para verte convertido en la magnificencia que esconde
el hechizo mágico que corre en tu torrente sanguíneo, mi precioso niño de sangre azul.
Pero no me será posible hacerlo, así que realízalo en mi memoria.
Y por favor cariño, extrema los cuidados y las precauciones, todo lo que tengas que
hacer para salvaguardar tu bienestar personal, porque una vez que la verdad se sepa, o
al menos se comience a sospechar, tu vida estará en un gran riesgo. La anciana Lucila no
se tocará el corazón para ordenar tu muerte nuevamente y eso no lo puedes permitir, te
tuve prohibido acercarte al palacio durante toda tu vida para evitar que ella te viera y
llevara a cabo su vil propósito, pues cuando eras pequeño, el parecido que tienes con el rey y tu hermano Changmin era claramente notorio y todos se darían cuenta.
Creo que es todo lo que tenía por revelarte mi amado. Por favor, no me desprecies, no me
odies y reclama lo tuyo… y cuando seas un príncipe, se que guiaras a tu pueblo
basándote en los principios, las virtudes y la moralidad que yo te he inculcado. Tampoco
odies a tus verdaderos padres, tu madre perdió el conocimiento incluso antes de que
nacieras y para cuando despertó le dijeron que habías muerto en el parto y tu padre jamás supo del embarazo gracias a tu abuela,. Los Reyes han vivido en la misma ignorancia que tu y sé que al enterarse de tu existencia, te amaran como se ama a cualquier hijo, y más aun a uno tan hermoso y valioso como tú. Tampoco odies a tu
hermano, solo ten… un poco de cuidado con él, porque el príncipe Changmin es orgulloso y
petulante, no sé si vaya a aceptarte tan fácilmente. Las únicas personas enteradas de ésta
verdad somos tu abuela, el doctor Ferrer y yo, porque las matronas que ayudaron en el nacimiento, fueron decapitadas a la mañana siguiente para que no pudiesen revelarle a nadie la verdad, así que no subestimes a tu abuela. Guárdate de ella, porque no se detendrá ante nada.
Es grande la desesperación que tengo al revelarte esto, mi hermoso niño hecho de luna,
el terror que siento, el pensar en que te dejo solo para enfrentar esta difícil misión me
impide respirar, pero aunque yo no esté contigo Jae, mi mente, mi corazón y todos mis
sentimientos se quedan para siempre dentro de tu alma, y te llevare dentro de mi corazón
eternamente.
Te amo, mi precioso Kim Jaejoong. Mi hijo.
Con amor.
………………………..Constanza Kim.
Un oscuro hálito de aire helado se cernió sobre la habitación en ese momento, sobre el recién descubierto príncipe, oscureciéndolo y empequeñeciendo su figura. Se le puso la piel de gallina y tiritó.
Cuando Jaejoon terminó de leer la terrible misiva –por cuarta vez–, hizo algo que jamás había
hecho en toda su vida. Dejó escapar un sollozo ahogado, y después del primero, siguieron muchos más.
Había llorado, si, en pocas ocasiones, pero jamás había sentido la necesidad de sollozar para crear así una vía de escape a sus aturdidos pensamientos, ni siquiera cuando Kyuhyun lo golpeó hasta casi matarlo, o cuando… Changmin le había amenazado con una futura vida de esclavitud, servidumbre y abusos sexuales. Cada partícula de su maltrecha alma se escurría y quedaba impregnada en sus húmedos lamentos.
Mentira…- Esa era la única palabra que flotaba dentro de su mente, todo era una mentira.
Su vida entera, una mentira. Las verdades escritas en el trozo de papel que temblequeaba en sus manos eran brutales, verdades que no podían ser reveladas al mismo tiempo, y que sin embargo lo habían hecho; verdades que, irónicamente convertían su vida en una mentira. No podía concentrarse en una sin pensar directamente
hacia otra.
¿Qué era un príncipe? ¿Un verdadero príncipe?... su mente acarició esa verdad con miedo y desapego, Era el hijo mayor de un par de Reyes, un par de aristócratas iguales a los que él despreciaba, Y en la carta estaba escrito uno de los motivos de aquel desprecio, la inhumanidad.
Hubo un tiempo en el que Jaejoong, como todo niño pequeño, soñaba con una familia numerosa y unida en donde reinara el amor y el entendimiento. Una familia con una mamá, un papá, algún hermano, un par de abuelos, mascotas… pero había abandonado ese sueño al cumplir diez años, al darse cuenta de que únicamente tendría a su madre y que nunca jamás iba a tener esa familia con la que fantaseaba. Por ese motivo, por aquel
mutilado sueño infantil, fue que le laceraba tanto enterarse de que su propia abuela había ordenado su muerte cuando no era nada más que un recién nacido débil e indefenso, un bebe inocente que no había pedido ser concebido.
—¡No fue mi culpa! —Vociferó a todo pulmón con la voz ronca, ahogado en su desesperación— yo no pedí este destino —susurró ahora en voz baja, mientras el manantial de lágrimas continuaba cayendo por sus mejillas.
Se sentía igual a un apestado. Su cabeza siempre había tenido un precio y juraba que en su frente se había dibujado “la croce nera” la marca en forma de cruz invertida en color negro que indicaba quien era el próximo en pasar por la horca, o la guillotina o lo que fuera.
Era inconcebible, hijo de los Reyes… entonces Changmin era… él era… no pudo ni pensar en la palabra ¿Qué rayos había hecho? El amaba a Changmin, amaba a su hermano, y a saber qué clase de hermanos eran. ¿Existiría una manera de enamorarse con un amor fraternal a primeva vista? Jaejoong conocía la respuesta, aún se sentía adolorido y le molestaba al moverse la sensación de pegajoso escozor anidada en lo más profundo de su recto. El recuerdo de Changmin.
Todo era lacerante, terriblemente doloroso. Y su madre… su madre ni siquiera era su madre biológica. Esa quizá era la más hiriente de las verdades, sin meter en la ecuación su lazo consanguíneo con Changmin, aquello era incalificable.
Se concentró en su madre, en su imagen. La visualizó, ella le enviaba imágenes suyas, de su sonrisa, de sus alucinantes ojos grises horadando la delicada palidez de su delgado y joven rostro, de su voz: “Se que no renunciaras jamás, mi amor, mi vida…” y recordándolo se sumergió en un mundo de cariño y de ternura; se ahogaba, lloró. Era algo superior a sus fuerzas, Pero entonces recordó el porqué de su entrenamiento, de la
fabulosa maquinaria que Constanza había modelado dentro de su cabeza. Se concentró en uno de sus recuerdos. No tenía ni cuatro años cuando ella llegó con un juego de ajedrez bruscamente labrado en madera y le enseñó a mover las piezas sobre el tablero. Lo aplastaba en cada ocasión, implacable, persiguiéndolo de casilla en casilla, hasta que el cedía y lloraba de rabia. Luego, ella le decía que así era la vida, que nadie le haría jamás un favor y que debía permanecer lucido y frío, sobre todo cuando se sintiera acorralado, atrapado, aplastado, porque en esos momentos es cuando se demuestra el verdadero temple. “Oh, querido mío, mi amor” le decía ella después, tomándolo entre sus brazos “¿De qué otro modo puedo armarte para la vida que llevaras por mi culpa?”
entonces ella lloraba, y el notaba cuan dramática y sin esperanza era la pena que la embargaba. Creyó siempre que era culpa suya…y odiaba a aquella porquería de mundo que le causaba esa terrible pena a ella, a su madre.
Siempre que sucedía eso, el le decía que comprendía y aprobaba todo lo que ella había podido hacer; que se contentaba con no verla más que unos breves momentos, después de largas ausencias, y practicante en secreto. Que no le importaba si había destruido o no su infancia… y ahora, finalmente lo comprendía, comprendía el porqué ella estaba obligada a vivir acosadO, apremiándola a ocultar la existencia de su propio hijo a fin de
que no pudieran encontrarlo y asesinarlo.
La vio nuevamente en su memoria, sonriéndole mientras él era un niño, siempre hablándole en voz baja, confiándose a él como si fuera su único compañero. “Serás siempre el único hombre de mi vida, Jaejoong”
Y nuevamente la verdad; “No soy su hijo… ¿o sí?... ¿Cómo podría odiarla?” simplemente era la mujer más valiente y valerosa que jamás hubiese existido, y él era su hijo, para siempre. Nada podía hacer, la amaba con todas sus fuerzas.
El joven se estremeció y cerró los ojos, pero volvió a abrirlos al sentir una presencia humana, gracias a lo que Ella un día llamó en tono de broma “su instinto de rata” La inexplicable sensación de una mortal amenaza se volvió de inmediato más fuerte. La aparición recién llegada no era amistosa, y estaba casi sobre él. Podía sentirla acechando en el umbral de la puerta, su respiración era pesada, y Jaejoong necesitó solo unos segundos
para entender que no era solo una, eran por lo menos tres o cuatro.
En un solo movimiento rápido y fluido dobló la carta y la metió en el bolsillo interno de su chaleco de cuero y suspiró sintiéndose totalmente encolerizado, había cometido un error, había bajado la guardia y lo tenían acorralado como a una rata.
-“Oh mamá, no te enojes conmigo, sé que me dijiste que tendría problemas pero no pensé que llegarían tan rápido”
Ya nada podía hacer, ni siquiera tratar de defenderse, escuchó el retumbar de pisadas a su espalda y levantó la vista hacia la oscura silueta que estaba a su lado, ligeramente echada hacia atrás. No podía distinguirla muy bien, la llama de la vela era tenue y la noche estaba cerrada, pero si escuchó muy bien las palabras.
—Hasta aquí llegaste, mi querido Diávolo.
Un certero y brutal golpe propinado con algo de metal impactó en su nuca, exactamente entre las vertebras c2 y c3; Jaejoong se desmayó de manera inmediata y la vacilante luz de la vela se extinguió en el momento en el que su cuerpo cayó desmadejado sobre el suelo polvoriento.
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Las luces eran cálidas y ambarinas y el fuego de la chimenea crujía alegremente, inundando la habitación de calor, una habitación cuyo dueño no estaba presente. En el palacio de Calabria, la habitación de Jaejoong estaba vacía, sobre la mesa descansaba la bandeja con la cena, ya completamente fría. Y más fríos eran aún los oscuros ojos del príncipe Changmin, que estaba sentado en la orilla de la cama, con la corona tapizada de
diamantes con la que había coronado a Jaejoong en la mañana descansando en sus manos y el
ceño fruncido. Su angustia era inmensa, sobre la mesa que estaba al lado de la cama descansaba la insignia platinada del pelinegro, la que lo señalaba como príncipe heredero y los gruesos y plateados brazaletes de comandante.
Casi era la media noche y aun no había señal de Jaejoong. Nadie le había visto volver, nadie sabía absolutamente nada de él. Changmin se sentía extraño, le dolía el cuello de la misma forma que si hubiera recibido un terrible golpe, le dolía la cabeza y toda la tarde había sentido una ola de desesperación y desasosiego que le impedía casi respirar; fue así como supo que algo iba verdaderamente mal con Jaejoong, por eso había ido a esperarlo, confiado en que de un momento a otro, el pelinegro haría su aparición, con su rostro
sonriente y perfecto, de ojos brillantes y oscuros; pero mientras más pasaba el tiempo, más desesperado se sentía.
Cuando el reloj anunció las doce campanadas que indicaban la media noche, Changmin no pudo esperar más, se levantó y se colocó la corona sobre la cabeza mientras salía del cuarto de Jaejoong a grandes zancadas. No sabía que iba a hacer, pero tenía que hacer algo.
Mientras iba caminando por uno de los enormes pasillos oscuros del palacio, vio por los ventanales que afuera en las barracas de los soldados de Mónaco había luz y mucho movimiento así que se encaminó hacia ahí.
Dentro de las enormes tiendas de los soldados estaba reunida una pequeña multitud en torno a una mesa que contenía un mapa, brújulas, muchas espadas y algunas hojas de pergamino, Al centro estaba el amigo del pelinegro que Changmin reconoció como Yunho, gritando por sobre todas las voces para hacerse oír, todos callaron en cuanto el principe entró, caminando con lentitud y una gélida seguridad en sí mismo.
—Yunho… ¿podríamos hablar un momento? —pidió el príncipe con cortesía, y Yunho asintió, extrañado. Se alejó de sus hombres y se acerco al príncipe.
—Usted dirá, Alteza —le dijo en voz baja.
—Creo saber el porqué de tanto alboroto, Jaejoong no está.
—No, no está, ha desaparecido y no sabemos en donde podría encontrarse ahora mismo.
—¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
—Ésta misma mañana…— Yunho parecía muy desdichado —le dije que no fuera— susurró y para su sorpresa, Changmin lo tomó de los hombros, apretándolo.
—¿Qué no fuera a donde? ¿Sabes que tenía planeado hacer? — el tono del príncipe era apremiante y cargado de angustia, tanto, que el capitán y todos los soldados estaban conteniendo el aliento.
—Él dijo que iría al cementerio a ver a su madre y que después bajaría hasta el pueblo para buscar a un viejo amigo —Changmin adivinó en el acto quien era ese viejo amigo. No podía ser otro que Yoochun,. — pero le dije que no fuera, tenía un mal presentimiento y ahora Jae no está, debí acompañarlo… debí… Pero Changmin no tenía tiempo para lamentaciones, el conocía el pueblo, a fin de cuentas era su reino. Pasó de Yunho y se acercó a toda prisa a la mesa con el mapa. Los soldados se alejaron un paso, temerosos de la potente aura de furia que irradiaba de príncipe, cuya corona brillaba intensamente enviando un chisporroteo de colores hacia todos lados cuando la luz iluminaba los diamantes.
—Hay que ir a buscarlo, yo se las ubicaciones del cementerio y del pueblo, y también sé a quién pudo ir a buscar Jaejoong a sus viejos amigos.
—¿Cómo sabe eso Alteza? —preguntó un muy curioso Yunho, pero se calló en cuanto Changmin le dirigió una fría mirada de advertencia—. De acuerdo — e volvió hacia el capitán, quien le dirigió a Changmin una pluma y el frasco con tinta— por favor Alteza, marque los lugares donde están esos puntos.
Y este lo hizo en el acto, y no solo indicó las ubicaciones exactas del cementerio y del pueblo hacia la casa de Yoochun, sino que también marco las rutas más rápidas para llegar.
Yunho se inclinó sobre el mapa, lo estudio y asintió, para mirar después al capitán.
—Envía un escuadrón de Valientes del Rey a cada ubicación y recaba toda la información necesaria hasta que encontremos al comandante— ordenó.
El capitán asintió y comenzó a gritar las órdenes al grupo de soldados, quienes en el acto se movilizaron y salieron para preparar sus armas y caballos.
—No sé porque, pero siento que todo esto es inútil— dijo Changmin, quien se había quedado solo con Yunho, la preocupación le había dejado profundos surcos sobre la frente.
—También yo Alteza, pero es por donde tenemos que comenzar, ahora si me disculpa, he de ir a ver a su Alteza Ambrosía, he de asegurarme de que no sepa nada aun.
Changmin asintió, realmente no le importaba en lo más mínimo lo que pensara o no la princesa, era Jaejonog quien estaba matándolo de angustia, de dolor, de frustración. No había pasado ni un solo día de haberlo recuperado cuando ya lo había vuelto a perder.
Echó a andar hacia el palacio, caminando lentamente hasta fundirse con la oscuridad que reinaba en aquella noche fría, oscura y sin luna.
-En donde estas Jaejoong…
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Unas horas después de que se movilizaran los soldados de Mónaco por orden del príncipe Chngmin y de Yunho para la búsqueda, Jaejoong entreabrió los ojos y vio un trozo de cielo muy oscuro a través de una diminuta ventana atravesada por postigos de hierro negro. No conseguía recordar porque le dolía tanto el cuello, ni porque lo sentía húmedo y pringoso, reseco y con un escozor muy particular, ni porque tenía las ropas empapadas en neblina y los miembros tan envarados y fríos, era incapaz de comprender, se hallaba sumido en unsopor muy peculiar en el que no había más que frío y dolor.
Tan solo una ínfima parte de su cerebro estaba consciente, y ésta registró el porqué de su Malestar, se hallaba postrado de rodillas en un suelo frío y húmedo, de aroma fétido y consistencia pegajosa. Ambos brazos los tenía estirados hacia arriba, demasiado tensos y un poco echados hacia atrás, con las muñecas presas en gruesos grilletes de los que salían cadenas que iban hasta el techo y que lo mantenían suspendido, siendo sus
rodillas el único punto de apoyo con el piso.
Podía escuchar cerca de él un tamborileo dado con el pie de alguna persona que estaba, o bien muy impaciente, o muy nerviosa, y estuvo a punto de preguntarlo cuando escuchó que se abrían varios cerrojos de fierro y el rechinar de los goznes de una puerta al ser abierta. Se quedó muy quieto, (y no es que pudiera moverse mucho) y esperó.
Eran exactamente las tres de la mañana cuando la malévola anciana Lucila bajó “al nido” para ver después de veinte dos años a aquel nieto suyo que debería estar más muerto que los corrompidos sepulcros del cementerio del pueblo.
—Quitadle el saco de la cabeza— ordenó secamente, con una voz tan ronca como si se hubiese estado fumado un paquete entero de puros en lo que iba de la noche.
Jaejoong sintió como con un brusco tirón que se llevó varios de sus cabellos, le fue arrancado el saco de la cabeza. Por la posición en la que estaba, de rodillas, con los brazos estirados hacia el techo, la espalda encorvada hacia adelante y el dolor terrible en el cuello, no pudo levantar la mirada. Su cabeza estaba echada hacia adelante con su oscuro cabello formando una negra pantalla entre él y sus captores, así que solo podía verles los pies.
Había tres personas delante de él, dos estaban calzadas con las botas que Jaejoong reconoció iguales a las que usaban los soldados calabrianos, y el tercer par de pies era mucho más pequeño, grácil, embutido en un par de zapatillas bajas forradas de satén color morado muy pálido, medio escondidas detrás de varias capas de sedas de colores… y ya casi completamente despierto, permitió que el alivio y la furia se fueran adueñando de él.
Sintió alivio porque no había querido morir a manos de alguien tan cobarde, torpe y terriblemente vacío de pasión como lo era el tipo que lo había capturado, y sintió furia porque a pesar de haber sido advertido, había cometido el error de distraerse y esa distracción le costaría probablemente la vida, y todo el esfuerzo que había hecho su madre año tras año yacía despedazado en el mugriento suelo junto a él.
—Levantadle el rostro— espetó la voz ronca y vacía.
Jaejoong arrugó los ojos al sentir como eran tomadas su suave cabello en un puño sin cuidado alguno y le levantaban la cabeza de un tirón, provocándole un dolor atroz en la herida abierta de la nuca, pero todo eso se le olvidó al contemplar el par de ojos más fríos y perturbadores que había visto en toda su vida. Por un momento las miradas de nieto y abuela se incrustaron la una en la otra. La anciana dio un par de titubeantes pasos hacia atrás, como si una fuerza terrible le hubiese azotado el rostro, en sus ojos no había más que sorpresa e incredulidad. Si Jaejoong hubiese sido capturado tan solo doce horas antes, habría muerto sin saber tan siquiera el porqué, pero ahora lo sabía, y lo entendía muy bien, le sostuvo la mirada a su “abuela” con tanta tranquilidad y ecuanimidad que se sorprendió de sí mismo.
—No puede ser él— ladró la bruja a su esbirro, que esperaba de pie en el fondo del cuarto, con la mano estrujando sin piedad el cabello del pelinegro. El par de aturdidos guardias, (uno de los cuales conocía bien a Jaejoong), estaba flanqueándolo, el soldado que conocía al pelinegro estaba bastante nervioso y sudaba copiosamente, nadie entendía por qué habían llevado al joven hasta ahí, a fin de cuentas no había hecho nada malo.
—Es el Majestad, no hay duda. — dijo el hombre.
La anciana volvió a mirar a Jaejoong, y volvió a contemplar por segunda vez en cinco minutos los ojos negros más hermosos y tranquilos que había visto en toda su vida, no era de extrañar que cada alma viviente en el pueblo ofreciera su propia vida para salvar la de aquel chico. Aquellos ojos color oscuro brillaban en un rostro excesivamente bello y delicado, enmarcado por mechones de cabellos negros tan suaves como la lluvia. Esos
ojos estaban totalmente seguros de sí mismos y la anciana Lucila se preguntó que se sentiría tener unos ojos semejantes. No lo podía creer, la criatura que tenia arrodillada delante, completamente indefensa y vulnerable, era hermosa, y a ella le encantaba la gente hermosa.
—¿Cómo te llamas? — preguntó la anciana en voz muy baja, pero Jaejoong apenas la escuchó, ya había roto contacto y sus ojos vagaban rápidamente por toda la habitación, era un cuarto redondo, pequeño, totalmente nauseabundo, de techos muy bajos, y repleto de instrumentos de tortura, Jaejoong se preguntó cuál de todos ellos tenía su abuela en mente para su suplicio, para martirizarlo hasta la muerte, rogó porque fuera algo rápido, la horca o tal vez la guillotina. Había incluso unas cuantas costillas humanas tiradas en un rincón, mismas que se habían desprendido del tronco de alguna desafortunada víctima, cuya calavera estaba abandonada sin cuidado sobre uno de los banquillos de las esquinas. Era un sitio consagrado al dolor y al sufrimiento.
—Te hicieron una pregunta— bramó el hombre que lo había capturado, le propinó a Jaejoong una potente bofetada con los nudillos extendidos, enrojeciéndole de inmediato el pómulo.beste escupió la sangre que se le había acumulado en la boca por el golpe.
—Es suficiente— dijo la anciana levantando la mano, al ver que el hombre iba a volver a golpearlo— ¿Cómo te llamas? — repitió. Jaejoong se mordió los labios hasta hacer brotar sangre.
—Jaejoong— murmuró con voz apenas audible, su cabello volvió a ser apretujadas dolorosamente en un puño — Kim Jaejoong… El rostro de manzana marchita de la anciana se iluminó con un siniestro brillo.
—Así que aquí estas al fin… Tú…el mismísimo éter de la traición.
—¿Traición? — Jaejoog sintió un estremecimiento de miedo, la anciana lo miraba sin parpadear, examinándolo con gélido interés, como una llama en un túnel oscuro y lleno de viento, los ojos de su abuela estaban sumidos en un vacio tan terrible que nunca podrían llegar a inspirarle pena.
—Sí, la traición. La traición de esa perra infame que fue Constanza.
Jaejoong sintió que lo invadía la furia, se debatió agitando los brazos presos en cadenas, aguantando los calambrazos que enviaban dolor por todo su cuerpo. ¿Cómo se atrevía esa anciana? Intentó ponerse en pie pero lo volvieron a arrodillar propinándole una potente patada en la parte de atrás de la rodilla.
—No le vuelvas a decir así— medio gritó recibiendo como respuesta una arrugada sonrisa burlona. Hubiese podido gritar mas fuerte pero el dolor le minaba la voz.
—¿Sabes que todo esto es su culpa? — dijo la anciana, creyendo que Jaejoong no tenía ni idea de lo que le decía — la causa de todo éste dolor en el que ahora te ves envuelto querido mío, es la desobediencia— Jaejoong puso su mejor cara de póker — no me mires así— la anciana comenzó a pasearse lentamente delante de él— te lo explicaré, si ella hubiese acatado la orden que le di hace veinte dos años, esto no tendría que estar pasando, de haber obedecido tu hubieras abandonado este mundo sin sentir el más mínimo dolor, pero como ella no está para que pueda castigarla, lo hare contigo, porque que eres su hijo. Y tengo muchísima curiosidad por saber cómo pudo mantenerte con vida, creí que estabas muerto cuando naciste, y sin embargo aquí estas, me gustaría preguntarle de que artimañas se valió incluso para alimentarte…
Llegados a ese punto, Jaejoong no pudo impedir que una chispa de desprecio y diversión brillara en sus ojos.
—No te engañes mas abuela— soltó, paladeando la palabra, como si la hubiese llamado así durante sus veinte años de vida — sé muy bien porque estoy aquí.
La anciana calló abruptamente y lo miró con las cejas alzadas, en una mueca de total y ofendida incredulidad. Abrió tanto los ojos que Jaejoong creyó que podía ver a través del cráneo que escondía su cara hasta distinguir las orbitas abiertas en la palidez de la calavera.
Incluso sintió el temblequeo de los esbirros apostados a sus espaldas, nadie, absolutamente nadie estaba preparado para algo como aquello, la mano que estrujaba su cabello repentinamente desapareció y el espía de la anciana hizo un enorme esfuerzo por no caer de rodillas ante el recién descubierto príncipe. La furia helada que emanaba de la anciana se lo impidió.
—¿Cómo lo supiste?
—Lo adiviné— mintió.
—Mientes ¿desde cuándo lo sabes?
—Desde hoy— respondió el moreno de manera criptica, aquello no era mentira.
—¿Qué miran? — Ladró hacia sus esbirros tan quietos como estatuas —Si alguno abre la boca le cortaré la lengua y me la comeré para el almuerzo— dicho aquello se volvió nuevamente a Jaejoong. —Así que lo sabes… te estabas burlando de mi— dijo Lucila con voz cortante y siniestra. El pelinegro sintió un nuevo estremecimiento. — Oh, ¿Tienes frio? ¿Quieres que mande a cerrar las ventanas? Podrías resfriarte. — dijo irónicamente.
Aquello era colmo.
—¡¿Qué dices?! — Bramó Jaejoong a voz en grito— están listos para cortarme como si fuera un salchichón tú y los otros, pero finges temer que me dé gripe.
La anciana estalló en una carcajada tan ronca y arrugada que hizo que Jaejoong sintiera verdadero terror.
—Eres único Jaejoong — murmuró — es una verdadera lástima que tenga que matarte… si tan solo lo hubiese sabido— su voz bajó tanto que parecía que estaba hablando para ella misma.
—Sí, es una pena ¿no? — dijo Jaejoong con voz ácida, por lo que sintió otro potente bofetón cruzarle el rostro, dejándoselo volteado, todo ordenado por su abuela.
—No seas tan malicioso— lo reconvino la anciana como si regañara a un nieto muy querido que ha hecho alguna travesura; y después pasó una arrugada mano por la frente mojada del pelinegro, restregándole el sudor y apartando los cabellos que se le habían quedado pegados al rostro por la humedad helada que perlaba su piel, todo envuelto en una caricia repleta de una extraña clase de ternura psicopática. El joven intentó rehuir el contacto, pero no pudo, las cadenas se lo impedían.
—¿Por qué…?— preguntó el moreno con un hilo de voz fatigada.
—¿Porque qué Jaejoog? Sé más específico.
—¿Por qué me odias… por qué quieres…? es decir, soy tu nieto— esa quizá era la pregunta que más le atizaba la cabeza a Jaejoong, no entendía porque su propia abuela lo quería muerto.
—No lo sé…— aquí, los ojos helados ardían con sinceridad — me causas una animadversión muy grande, Kim —la anciana se alejó rengueando hasta sentarse en una silla frente al pelinegro— te odié siempre… criatura maldita… ser asqueroso… no creas que no puedo ver detrás de esa belleza angelical— su voz era como un cremoso bombón de chocolate blanco relleno de un corrosivo veneno verde— te odié desde el momento en
que apareciste de repente, como conjurado por la magia del infierno, y sin embargo también admiro tu valentía y tu fortaleza.
Jaejoong la miraba de hito en hito, bizqueando por el shock; sintió que le daba un vuelco el Corazón ¿Qué le había hecho el a ella? ¿Qué pasaba por esa cabeza tan marchita y llena de telarañas? No lo entendía. ¿Lo odiaba pero lo quería? Jaejoong se preguntó que sentimiento ganaría al final, aunque le apostaba todo al odio. Volvió a debatirse entre las cadenas.
Quería ver a Changmin, no le importaba que fuera su hermano, quería abrazarlo y besarlo con un deseo que nunca había sentido, con una soledad helada.
—Yo no soy nada de eso… y no tengo nada en contra de nadie. ¿Por qué no me dejas en paz?
—No puedo Jaejoong, y mucho menos ahora que sabes la verdad… me inquietas, pero también me intrigas— la anciana sonrió y la sonrisa fue una mueca helada — si he de confesarte algo… cuando naciste eras una criatura horrible, como un pequeño demonio azulado, completamente nauseabundo, una porquería comparada con el pequeño querubín regordete que fue mi amado nieto Changmin— la anciana seguía su perorata sin importarle un comino los sentimientos ajados de Jaejoong, ni su disminuido orgullo, que yacía en el suelo hecho trizas— pero me sorprendiste en cuanto te vi hace unos minutos… Estas convertido en una verdadera beldad, tu gallardía y tu belleza superan incluso a las de Changmin… si tan sólo lo hubiese sabido, sin duda lo mando matar a él y no a ti… pero ya nada se puede hacer, la mala estrella nació contigo, criatura que nunca debió ser, yo te estoy haciendo un favor; voy a regresarte al sitio de donde perteneces.
—Eres una estúpida, agradezco a los Dioses que decidieron beneficiar el nacimiento de mi hermano, que sea yo y no él quien esté encadenado aquí— dijo Jaejoong en voz baja y carente de toda inflexión, se sentía tan rabioso que se le estaba nublando un poco la vista, pero captó el sobresalto de la decrepita mujer, y después de su furia, pero no se arredró — eres una estúpida y todos tus mitos están equivocados, no tienes corazón, ni alma ni sentimientos… y daría lo que fuera por no llevar la misma sangre que tú— escupió.
La vieja mujer se levantó con la furia palpitando en su frente, no podía dejar de sorprenderse de la inteligencia de Jaejoong, aquella inteligencia fulgurante, exasperante, lúcida y constantemente alerta hasta la obsesión. Pero eso no iba a tolerarlo, estiró un largo dedo lleno de arrugas y en el acto el joven recibió otra retahíla de golpes en todo el cuerpo, en especial en la quijada y el cuello, el ataque duró casi cinco minutos.
—Tu mamá te entrenó maravillosamente Jaejoong, y me refiero a Constanza, tengo que otorgarle ese crédito. Parecía tan simple e insulsa cuando trabajaba para mí… —Dijo la anciana, paseándose frente a la figura rota y sangrante de su nieto— Pero ahora lo veo.
Ella hizo de ti un pequeño monstruo, Y yo adoro a los pequeños monstruos, pienso que te ha convertido en una maquina fascinante, Mírate, aunque yo ordené tu muerte, supiste como sobrevivir, como abrirte paso, como un pequeño demonio trepador. Creo que habrías sido un Rey excelente, mucho mejor que mi caprichoso y arrogante Changmin. Pero déjame decirte algo sobre tu madre. Creo que ella merecía ser quemada viva por haberte
convertido en lo que eres, por desobedecerme, estaba loca, Jaejoong, completamente loca. Ella en realidad no te amaba, de hacerlo te hubiera ahogado para ahorrarte esto.
Los ojos de Jaejoong se desbordaron al escuchar a la anciana, se dejo caer, dejando todo su peso colgando de sus brazos los cuales ya no sentía. Solo los estremecimientos de su columna traicionaban la extraordinaria violencia de su furor y de su odio.
—Mírame bien abuela— demandó con voz temblorosa y cargada de furia, levantando lentamente la mirada— sé que me vas a matar, ya lo tengo más que asumido, pero quiero que me veas mientras lo haces— tosió— porque al matarme a mí, estas matando también una parte de ti; la sangre que derramas es noble; la misma que corre por las venas de mi hermano, por las de mis padres, los Reyes, por las tuyas…
—¡Cállate! — Gritó la provecta mujer, y ordenó que se le diera otro golpe— Él no es tu Hermano, no eres nada nuestro. ¡No lo vuelvas a decir!
—Sí, lo digo abuela, es mi hermano, y mis padres son los Reyes, por mucho que te lo quieras negar… mira mi sangre… —Susurró. La voz que se abría paso a través de la sangre y los tejidos destrozados era suave, mucho más de lo que debería, considerando el terrible dolor que el moreno sentía— por muy roja que sea, tiene los mismos grados de sangre azul que la tuya; soy tu nieto, y te irás a la tumba sabiendo que no tienes un solo
nieto, sino dos — Jaejoong escupió un glóbulo de sangre y torció el gesto en una mueca de dolor puro— aunque me hayas mandado matar…no podrás esconder la porquería por siempre debajo de tus sedas y oropeles.
La anciana bufaba, con el rostro pálido y feúcho, rojo de ira. Sus ojos bailoteaban como arañas enloquecidas, y en el brillo que los iluminaba no había ni un átomo de cordura.
—¡Cállate! Yo no soy tu abuela… bastardo desvergonzado de cabellos negros, no eres otra cosa más que un error de la naturaleza; ¿y sabes qué? me bañaré en tu sangre cuando estés muerto, se la daré de beber a mis esclavos y tu cuerpo será el alimento para mis perros.
Jaejoong la miraba fijamente, en algún rincón de su mente, su madre lloraba; y era un llanto totalmente desconsolado. Y eso fue en realidad lo peor de todo; eso lo envolvió en una furia ciega, se debatió dando puntapiés y puñetazos a los hombres e intentó alcanzar a su abuela; y en la décima de segundo siguiente llegó el primer golpe, intentó arrancar del rostro aquellos ojos tan helados. Volvieron a apalearlo; sintió que lo estaban haciendo pedazos. Se dejó caer. Uno de sus hombros se dislocó enviando calambrazos de dolor insoportable directo a su cerebro. Desde ese momento los golpes se sucedieron con una regularidad atroz. Perdió el sentido pero logró captar algunas imágenes de una anciana con el rostro ensangrentado; salpicado por su propia sangre y una sonrisa gélida; después sintió más golpes. Entonces se desvaneció por completo.
“Estoy muriendo, Changmin, ¡qué pena…yo lo siento!”
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