martes, 20 de enero de 2015

EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO EPISODE 16

Seis días. Tan solo Seis días después de que Jaejoong hubiera sido encontrado no hubo alma viviente en el palacio que pudiera contener a la princesa Ambrosía. La chiquilla se presentó con la tempestuosidad de un pequeño huracán en los aposentos de Changmin, estallando en un llanto desesperado al ver a Jaejoong, quien no lucía ni la mitad de terrorífico de lo que había estado cuando había sido rescatado por los brazos de su propio hermano.

Changmin la miró con fastidio por haberlos interrumpido, estaban a punto de iniciar la misma clase de rutina que tenían desde hacía tres días atrás, en donde Changmin le besaba la frente, los ojos y la boca, y restañaba con sus labios cada una de las heridas, cada uno de los morados, hasta la más ínfima magulladura del cuerpo de Jaejoong, mientras ambos se acariciaban con una extraña clase de ternura obsesiva entre los gruñidos de Changmin y los jadeos medio adoloridos de Jaejoong.
Y el príncipe menor estaba frustrado por la interrupción. Jaejoong sabía que aquello no era bueno, pero no iba a rechazar a la princesa, sonrió como un niño pequeño y le tendió el brazo en un extraño abrazo al que la chiquilla se arrojó convertida en un mar de lágrimas, mientras Changmin se ponía de pie y se cruzaba de brazos, y la princesa ni siquiera lo había mirado.

El pelinegro sintió los fogonazos de dolor recorrerle la espalda, pero apretó los dientes y nadie lo notó, más que Changmin. El Rey Magnus y la Reina habían acompañado a su hija, incluso el príncipe Adam estaba presente, con su siempre indolente y apática actitud, pero con las azules pupilas incrustadas en Jaejoong.

—¡Jae! —Chilló la princesa, levantándose un poco y sentándose en la cama al lado del pelinegro— ¡Mira lo que te hicieron! Tu carita, tus manos y tu boca.

—No es nada— dijo Jaejoong, sintiéndose cortado sin saber si era por la efusividad de la chiquilla o por la sonrisa complacida de su padre. —Pronto voy a estar como nuevo; — y entonces la princesa se rió con una risa musical, una extraña melodía a base de campanas y carrillones, pero Jaejoong no sonrió, se mantenía serio y muy erguido, la sonrisa de Ambrosía no había conseguido hipnotizarlo como antes. Quizá era por el ambiente, pero no pudo volver a caer en la trampa.

—Entonces muchacho —Magnus se colocó al lado de su hija, adelantándose y poniéndole una enorme mano en el hombro, acción que relegó a Changmin lejos de Jaejoong—, luces mucho mejor; tú dices ¿Cuándo estás listo para moverte?

—¿Para moverme? —Jaejonog frunció el ceño hasta que sus cejas se juntaron, le costaba un poco concentrarse en las palabras del Rey Magnus cuando sentía las oleadas de añoranza desesperada de la princesa y la sardónica bruma de celos que rodeaba a Changmin. —Pero Majestad… no entiendo.

El príncipe Changmin había reculado unos pasos y observaba la escena con los puños apretados fuertemente delante del pecho. Su sangre hervía y el fuego que ardía en sus ojos era un veneno mortífero.
Jaejoong podía sentirlo muy bien; una especie de aura muy densa de celos punzantes provenientes de Changmin los rodeaba a él y a Ambrosía. La sentía perfectamente dentro del pecho, era como vino espeso que se atasca en la garganta, levemente aceitoso y con un sabor que sugería el casi imperceptible comienzo de la putrefacción, pero ese vino estaba mezclado con más sentimientos igual de amargos que salían a flote perfectamente claros en el brillo de los ojos de Changmin -pena, miedo y dolor.

El príncipe Changmin quería echarlos a todos prácticamente a patadas, en especial a la princesita, pues se acababa de dar cuenta de algo. Lo que antes había resultado ser meramente una molesta espina en el costado, ahora se había convertido en una amenaza letal, pues al ser Jaejoong un príncipe de sangre real pura, cabía la posibilidad de que la pesada carga que Changmin había llevado en sus hombros pasara a hombros de su hermano… y a juzgar por el aspecto de la chiquilla nada la haría más feliz que desposarse con Jaejoong. La especie de tolerancia cariñosa salpicada de irritación que Changmin había sentido por la princesa días atrás se había convertido en un odio tan negro como intransigente.

—Sí, moverte Jaejonog… porque regresamos a Mónaco y vendrás con nosotros ¿verdad? —lo acorraló la chiquilla usando su arma más letal, la única que funcionaba con el pelinegro. Abrió desmesuradamente los ojos azules, totalmente acuosos como los de una indefensa cría de venado y tomó la mano libre de Jaejoong.

—¡Por supuesto que no!— estalló Changmin acercándose y plantando los dos pies delante de los soberanos de Mónaco— Jaejoong no va a ninguna parte porque éste es su sitio.

—Pero es mi guardaespaldas— atacó la princesa luciendo desvalida.

—No seas ingenua Ambrosía— dijo Changmin con tono mordaz— esa excusa es patética.

Se enfrentaron cara a cara. La chiquilla pálida y encaprichada, con el rostro sonrojado y ojos brillantes, contra el hombre alto y fuerte, de afiladas facciones vulpinas y ojos tan oscuros como fragmentos de noche.

—Ten cuidado, Changmin — amenazó el Rey.

—Tengan cuidado ustedes, no les permito subestimar a mi hermano, y mucho menos voy a permitir que vengan con esas escatológicas y baratas tentativas de chantajearlo para que vuelva a Mónaco, porque jamás lo vamos a permitir —dijo haciéndole frente al Rey.

—No me digas ¿acaso eres su dueño? —Contraataco el Rey, mirando como Changmin se inclinaba de manera sobreprotectora hacia donde descansaba su hermano— Jaejoong es un adulto capaz y autosuficiente para tomar sus propias decisiones sin que su hermanito tenga que hacerlo por él. Además Changmin, a ti no se te hizo ninguna pregunta, por lo tanto no debes entrometerte en conversaciones ajenas.

Al escucharlo Jaejoong siseó, completamente furioso, pero aquello no había afectado en nada a Changmin.

—Que conveniente te parece ¿eh Magnus? Ahora no te resulta beneficiosa mi presencia… pero ¿Qué tal, cuando pensabas que Jaejoong era inferior por no saber que su sangre es tan pura como la mía? Entonces si te convenía que yo entrara en tus calculadores planes aunque no me soportaras. Te convenía mi rango, mi cuna y mi ascendencia para desposar a tu caprichosa hijita, pero ahora ya no te sirvo ¿no es así? Tus trucos son tan de poco valor que hasta dan lástima.

—Changmin… —advirtió Jaejoong, al notar como los ánimos de su hermano se comenzaban a elevar.

—¿Qué quieres, Jaejoong? —El príncipe volvió su lobuno rostro hacia su hermano y lo traspasó con sus pupilas encendidas— ¿Qué no te das cuenta que esta viéndote como mera mercancía? ¿Cómo un trofeo que se subasta al mejor postor?

Por supuesto que Jaejonog lo entendía, y entendía también que debía tomar una decisión, y le sorprendió lo sencillo que fue tomarla. Jamás podría soportar irse lejos de Changmin nuevamente. Apenas podía aguantar estar sin él por cinco minutos, le aterrorizaba el simple pensamiento de estar separados de nuevo. No se iría a ningún lado, iba a quedarse para siempre ahí, donde estuviera Changmin, porque se pertenecían; porque la conexión que los unía era la vida, porque irse dejos de él significaría estar muerto en vida.

—Cálmate por favor— pidió el pelinegro y tomó la mano de Changmin con su mano sana y le dio un reconfortante apretón. Después clavó su mirada en las pupilas aumentadas y tristonas de Ambrosía y sonrió, mostrando el decorado de hilos de seda que mantenían su piel unida. — sabes lo mucho que significas para mí— le dijo, soltando a Changmin y acomodando un mechón de cabellos rubios detrás de la oreja de la princesa para recoger después una lágrima, que desbordó de aquellos ojos color de mar— desde siempre, tú fuiste mi única amiga, tú me aceptaste y procuraste todo lo bueno para mí, gracias a ti y a tu tenacidad es que pude volver a mi verdadero hogar. Ahora tengo todo lo que siempre soñé, una familia y no puedo abandonarlos. No puedo dejar a mi único hermano. Perdóname Ambrosía, pero me quedaré aquí. —Pasó su pulgar lentamente por las comisuras de los ojos de la princesa para quitarle las lágrimas— esto no es un adiós, es un hasta pronto. Nos volveremos a ver más temprano que tarde, no lo sé, pero siempre te lo dije, podrás contar conmigo en todo lo que quieras, y por ese cariño tan grande que hay entre nosotros te pido que me entiendas.

—¿Estás seguro, Jae? —Magnus parecía totalmente desconfiado— no lo hagas porque te sientas obligado por alguien— dijo mirando directamente al desafiante Changmin— sabes que Mónaco es tu casa y que serías bienvenido de planta, y con las comodidades y deferencias que mereces.

—No tengo palabras para agradecer todo lo que ha hecho por mí, Majestad, pero mi lugar es aquí, y aquí me quedaré.

—Pero… mira lo que te hicieron— sollozó la princesa— y además…te lo hizo tu propia familia ¿aún así quieres quedarte aquí?

Jaejoong bajó la mirada apesadumbrado. La princesa había dado justo en el blanco.

—Yo…— el pelinegro no sabía ni que decir y Changmin quiso golpear a la chiquilla por atreverse a decir aquello.

—Sabes que en Mónaco no te habría pasado jamás algo como esto, ahí estarías a salvo.— intervino el Rey.

—Aquí también— atacó Changmin, rodeando los hombros de Jaejoong— y ya no lo atormenten mas, el se va a quedar aquí y no diré una palabra más sobre el asunto. —la voz de Changmin rezumaba coraje.

Y así, Changmin dio por zanjado el asunto, pero Ambrosía no, cayó en una especie de catalepsia después de un prolongado llanto en el cual Jaejoong se había visto obligado a prometer visitarla en cuanto se sintiera mejor, su cariño por Ambrosía no había disminuido en lo más mínimo. Seguía viéndola como a una especie de chispita de luz, como a una brillante estrella lejana, intocable y solitaria, pero esa estrella se había visto terriblemente opacada desde que la luna había salido en la noche de Jaejoong, aquella luna que era su hermano.
La familia imperial de Mónaco se retiró después de dos horas de llantos y promesas y los príncipes se entregaron sin reparos el uno al otro, con un ímpetu tan ansioso como desesperado, como si les quedaran tan solo unas horas para seguir viviendo. Ni siquiera sentían la necesidad de hacer el amor, además de que las heridas y debilidad de Jaejoong lo impedirían; les bastaba con estar lo más cerca el uno del otro, abrazados casi hasta fundirse en uno solo, respirando el aliento del contrario, dibujando extrañas formas con sus lenguas sobre sus pieles, viviéndose....Era mejor que estar en el cielo.

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La siguiente persona en hacer acto de presencia fue el, ridículamente apuesto, el mejor amigo de Jaejoong. El mayor de los dos príncipes había sonreído como un completo idiota ante aquella aparición tan relucientes.

—¡Cielo Santo, Jae! —estalló Yoochun al presentarse frente a Jaejoong, ante la atenta mirada depredadora de Changmin— ¡¿Qué rayos te pasó?! ¡¿Fue este imbécil nuevamente?! — dijo el castaño, levantando los puños hacia Changmin en una actitud totalmente amenazadora.

—¡¿Qué?! ¡¡No!! —Vociferó el moreno, indignado— no le digas así Chun, mejor siéntate y deja que te cuente.

—Oh… bueno, mis disculpas — refunfuñó el castaño con asco y después se sentó frente a Jaejoong en uno de los enormes sofás blancos que alguien había acercado al lecho.
Jaejonog volvió a sonreír.

—Espera a que te cuente todo…— prometió Jaejoong su ojo sano brillante y la mano de Changmin fuertemente apretujada entre la suya…-es una larga historia....

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 Once días después de su rescate, Jaejonog recibió otra visita que lo dejó agradablemente sorprendido.
Se trataba de Yunho, su fiel amigo, este se había pasado toda la mañana con Jaejonog y Changmin; aunque este último se había retirado por un rato para darles algo de privacidad, pero volvió al cabo de veinte minutos escasos; pues sentía una opresión llena de un pánico muy particular en el pecho que no era otra cosa que una de las crisis de Jaejonog; crisis que únicamente el conseguía mantener a raya, y desde entonces había permanecido con él, acunándolo en un abrazo tan protector como posesivo; pero Yunho no vio en ello nada de malo.

Yunho había tenido una larga semana para pensarlo y finalmente había decidido regresar a Mónaco; y así se lo expuso a Jaejonog.

—En verdad quisiera quedarme, Jae pero no lo haré. El Rey Magnus me ha solicitado que me ocupe
personalmente de la seguridad de su hija, y estando ella tan deprimida…

—Lo sé — terció Jaejoong torciendo el rostro en un gesto de dolor, le hería profundamente ser el causante de la infinita pena que embargaba a Ambrosía, su amada niña… regresaría a Mónaco sin duda alguna de no existir Changmin, pero su hermano existía y no podía ni concebir estar lejos de él. Cuando eso sucedía su mente se bloqueaba y el terror se apoderaba de su cuerpo. Necesitaba a Changmin como necesitaba el aire para respirar, y por alguna extraña razón, Changmin le necesitaba a él de la misma desesperada manera— quisiera hacer algo para que ella no estuviera tan mal…

—Lo único que podrías hacer sería regresar a Mónaco, Jae… pero Changmin tendría que ir contigo y Calabria se quedaría sin herederos, cosa que no puede suceder. Todos aquí hemos comprendido la imperdonable atrocidad que sería intentar separarlos de nuevo. He visto un poco de las investigaciones que está haciendo el nuevo Medico Real y… su conexión es mucho más profunda de lo que cualquiera pueda imaginarse— Yunho había boqueado al ver la petulante sonrisa complacida de Changmin— a decir verdad os envidio. ¿Quién no daría lo que fuera por nacer con una alma gemela?

Después de pasarse con los príncipes casi todo el día se había retirado para cenar y charlar con Yoochun, el nuevo visir de Calabria, a quien le sentaban de maravilla los trajes de terciopelo y las botas con espuelas relucientes, Jaejoong estaba eufórico por tenerlo en el palacio con él.

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Dos semana después del rescate, durante las frescas horas del atardecer, Jaejoong estaba cómodamente medio enterrado entre las sábanas, viendo el delicado trazado de tallos y flores que la enredadera de jazmín dibujaba sobre la esquina inferior del ventanal de la habitación y que se recortaba contra la brillante luz del cielo vespertino mientras Changmin se había tomado unos minutos para ducharse, cuando las blancas puertas decoradas se abrieron violentamente de par en par. Jaejoong apenas pudo medio levantar su cabeza de oscura cabello cuando su lenta mirada de negro derretido se había vaciado directamente, chamuscando unas pupilas del color marron, enmarcadas por un cabello rubio casi platinada.

El príncipe Kyuhyun se quedó momentáneamente petrificado al entrar. Había esperado encontrarse todo menos aquello, sabía que la boda se había cancelado, pero no estaba enterado del porqué, ni estaba enterado de qué había pasado durante su ausencia, pero jamás se hubiera imaginado que le recibiría sobre la cama de Changmin aquel joven que creía un ordinario bastardo muerto de hambre y al que el despreciaba enormemente.

—¿No te enseñaron a tocar las puertas? —bufó Jaejonog, molesto.

—¿Y a ti a no meterte en sitios en donde no perteneces? ¡¿Qué demonios haces metido en la cama de Min?! — chilló Kyuhyun totalmente indignado.

—Eso a ti no te importa, y ahora lárgate. —demandó Jaejonog, frunciéndole el ceño, pero el rubio príncipe se carcajeó.

—Veo que alguien se atrevió a ponerte en tu lugar— dijo, señalando el cuerpo medio mutilado de Jaejoong. El pelinegro tenía una camisa blanca desabrochada y se podían apreciar los vendajes del cuello y el brazo, además de que su rostro hablaba por si solo— pero les faltó un poco ¿no crees? Yo arreglaré eso— dijo el rubio, desenvainando su espada. Jaejoong se tensó como las cuerdas de un piano y se encogió levemente sobre la cama, en ese justo momento estaba seguro de que Kyuhyun podría matarlo si quisiera, y él no podría hacer nada para defenderse teniendo las dos piernas y un brazo inutilizado.
El rubio príncipe se adelantó hasta quedar a los pies de la cama, y disfrutó del tremendo desasosiego que emanaba de cada poro de Jaejoong mientras le acercaba al pecho la punta de la espada.

—Si te atreves a tocarlo, Kyuhyun, te despellejo vivo y después empalo tu cuerpo sobre una estaca para decorar la entrada de mi palacio —la voz de Changmin sonaba baja y contenida, pero totalmente rabiosa. Kyuhyun se volvió lentamente hacia él. El príncipe estaba de pie en el umbral de la puerta del cuarto de baño y tenía su propia espada en la mano. La espada del rubio se resbaló de sus manos y abrió desmesuradamente los ojos. Jamás había visto a Changmin tan furioso como decidido.

—Min ¿pero qué rayos? Soy tu amigo… ¿Qué está sucediendo?

—No te mato aquí mismo porque no lo sabías, así que eso cuenta levemente a tu favor— dijo Changmin bajando la espada mientras caminaba hacia donde estaba tendido Jaejoong con los pupilas dilatadas—, pero entérate de una vez, Jaejoong es mi hermano, es hijo de mis padres y por lo tanto un príncipe, así que como tal vas a tratarlo y si no estás dispuesto a hacerlo ya te puedes ir largando.

—¿Qué? Tú me estas tomando el pelo— bizqueó el rubio, reculando— ¿Cómo sucedió? No entiendo… ¿éste… tu hermano?

—Si quieres saber qué pasó, pregúntale a los escribas porque yo no tengo tiempo de platicarte nada. Sabes que eres bienvenido en nuestro Reino, pero si llego a ver tan solo una mirada que me desagrade dirigida hacia mi hermano, desearás no haber nacido, aclarado eso, retírate por favor, porque Jaejoong esta algo débil y necesita descanso. Ya sabes que habitación puedes ocupar.

Y el príncipe Kyuhyun, después de asentir y reverenciar a los hermanos con actitud envarada se había retirado como un perro con la cola entre las patas.

—Creo que jamas cambiara—dijo Changmin dirigiendo hacia la cama donde estaba Jaejoong.

—Yo creo que si lo hara, y mejor dejemos hablar de el que tal si me besas.

—Eso no tienes que pediro precioso.

Ambos príncipes hicieron lo que mejor sabían hacer, amarse, parecía que no podían tener las manos lejos el uno del otro por más de unos minutos; Jaejoong sonrió con su sonrisa remendada, Changmin jadeó al verlo y se abalanzó sobre él con tanta destreza que no le causo el más mínimo dolor; pero Jaejoong quería que le doliera; podría decirse que se le cruzaron los cables, o que ya se había vuelto medio masoquista, pero ansiaba un beso de Changmin tan ardiente como doloroso, por eso el pelinegro serpenteó lentamente hasta encajar sus labios magullados con los perfectos y lustrosos labios de Changmin, desesperándose al sentir como Changmin trataba de contenerse.

—Ve más despacio, Jae…

—Minnie…no — llamó Jaejoong, encontrándose con los atribulados ojos castaños de su hermano, en donde claramente luchaban el miedo a herirlo contra el deseo a poseerlo— no te cortes… estaré bien…— pidió y las palabras brotaron de él como un río de oro. Changmin fue incapaz de resistirse y le besó con fuerza, profundizando en la boca de su Hermano con ímpetu y dominio.
Jaejoong sintió las llamaradas metálicas de autentico dolor desprenderse de cada una de las heridas de su boca y sonrió mientras le respondía aquel beso prohibido a su hermano incluso con mas brío, disfrutando de la deliciosa sensación de dolor y placer.

Casi de inmediato ambas bocas se impregnaron con el metálico sabor de la sangre; Changmin quiso detenerse, pero Jaejoong no lo quería y Changmin se sentía arrastrado por sensaciones que no venían propiamente de él, pero que se adueñaban de su ser con una facilidad insultante y solo fue capaz de hacer la voluntad de su hermano de besarlo como un desesperado, mientras recorría el suave cuerpo delgado por debajo de las frescas telas de algodón que pronto les sobraron.
Ninguno supo bien lo que sucedió; la sangre que brotaba de la boca de Jaejonog terminó manchando ambos rostros, y hubo un momento en el que ambos cuerpos se fusionaron en uno solo, encajando tan perfectamente bien como un único rompecabezas de pieles sudorosas y manos desesperadas.
Jaejoong arqueó la espalda, aullando de dolor y placer, mientras Changmin le embestía con fuerza y destreza, perdiéndose en la estrecha profundidad de su hermano y saboreando el jardín del Edén, hasta que ambos estallaron, (Changmin dentro de Jaejoong, Jaejonog entre las manos de Changmin) deslizándose cabeza abajo en una interminable espiral de placer y dolor, mientras el aire húmedo de la habitación se cargaba con el aroma de la sangre y del semen que fluía de ambos cuerpos como una marea cálida y lechosa; Changmin soltó el miembro temblorosamente derretido de su hermano, se llevó la mano a los labios y saboreó el semen igual que había saboreado la sangre sazonada de Jaejoong. Los dos sabores se mezclaron en su boca, cremosos, delicados, picantes, salados, tan puros y potentes como la vida misma, y la combinación resultaba tan embriagadora que apenas pudo soportarla.
Cuando la respiración de Jaejoong volvió más o menos a ser regular, Changmin alzó su cuerpo y lo sostuvo junto a su pecho acunándolo como si fuese un bebé recién nacido mientras contemplaba aquel rostro manchado de carmín, que era aun mas pálido que antes, y los ojos semi-cerrados por el éxtasis. Abrazó a su hermano durante mucho tiempo, y después alzó sus ojos hacia la fría luna que empezaba a asomarse, esquivando algunas hilachas de nubes blanquecinas mientras iluminaba con su blanco resplandor el níveo cuerpo de su hijo, aquel que Constanza le ofreciera hacia tantos años; y algo pasó entre ellos, algo fue de Changmin hacia la luna, algo tan antiguo como las mareas, o como las inmensas distancias que se interponen entre las estrellas.
Y si la luna hubiera podido mirar a Jaejoong directo a los ojos, habría visto que su hijo estaba a salvo por fin, y habría visto que ya no tenía hambre, ya no estaba enfermo, ya no tenía frio. Sabía también que la unión de Changmin con Jaejonog había hecho que el primero ya no se sintiera solo ni desgraciado… y entonces la luna salió completamente llena, deslumbrante, orgullosa.
Si, ante los ojos de los hombres estaba mal lo que los príncipes hacían, pero era algo que no estaba en sus manos evitar. Los príncipes se pertenecían, eran razas completamente iguales que estaban lo suficientemente cerca para amarse, pero cuyo amor sería tan complicado como sería tratar juntar el crepúsculo con el amanecer, pero los mortales dormían y no lo sabían; así que nadie se atrevió a interrumpir la noche de los príncipes, aquella noche de sangre y altares vigilada por la luna, aquella noche deliciosa.


                                                                     &Tres meses&

Los días comenzaron a pasar, lentos, almibarados y levemente airosos y fríos. El Reino entero había entrado nuevamente en un ambiente de celebración dulzona y lánguidamente empalagosa. La tan esperada como odiada unión entre el príncipe de Calabria y la princesa de Mónaco no se había llevado a cabo, y los visitantes Reales ya se habían marchado, la despedida había sido especialmente traumante y dolorosa para la Joven princesa Ambrosia y para el nuevo Príncipe de Calabria, pero con el pasar de los días, el dolor había ido menguando, transformándose en una densa nube de añoranza melancólica, que amenazaba con deteriorar el quebradizo estado de ánimo del príncipe mayor, pero el príncipe Changmin era especialmente hábil en mantener cuerdo a su hermano.
Calabria entera había aceptado al nuevo príncipe con los brazos abiertos y los corazones henchidos de esperanzas. Hubo una gran conmoción cuando se exhibieron en lo más alto de las verjas de entrada al palacio el par de jaulas oxidadas que contenían el cuerpo medio podrido y reseco del espía que torturara al príncipe, así como la cabeza cercenada de la anciana que alguna vez fuera la Reina, flanqueando con ironía el dorado caballete que descansaba en la explanada de abrasadora cantera negra, custodiado por dos soldados y en donde se mostraba la verdad en la carta que Constanza redactara hacia un año, arrugada y manchada por la sangre del príncipe. Todos los moradores del reino la habían leído, y después de leerla, presas de la indignación y la injusticia habían lanzado piedras a las jaulas que colgaban en lo alto.
Eran claras advertencias de lo que le sucedería a cualquiera que se atreviera a atentar incluso con el pensamiento en contra de alguno de los príncipes, pero no había peligro alguno, todo el Reino los veneraba y Constanza se convirtió en una clase de deidad para todos los lugareños.

En los aposentos del Príncipe Changmin, que ahora eran también los del Príncipe Jaejoong, el nuevo y joven Médico Real había obrado milagros en el mayor de los príncipes. Jaejoong ya podía levantarse y andar solo, aún llevaba el brazo izquierdo en un cabestrillo especial, bien sujeto al pecho, pero apenas se tambaleaba al caminar.
El médico tenía muy buenas expectativas en cuanto a la recuperación total del joven soberano. Había logrado que el príncipe recuperara completamente la vista en ambos ojos y la audición en ambos oídos. La hinchazón había desaparecido casi completamente, y sus ojos de almendra volvían a estar abiertos, brillantes y llenos de sentimientos, aunque el derecho estaba completamente teñido en sangre, lo que le daba un aspecto siniestro y bastante tétrico, sobre todo cuando su mirada se oscurecía al recordar algunas cosas, pero a los Reyes y a su hermano les parecía algo totalmente adorable.
Por su parte, Changmin detestaba cuando Jaejonog tenía que hacer los ejercicios que le ordenara el cansino doctor. Las primeras semanas se enojaba tanto hasta el punto de querer vomitar vitriolo, ya que Jaejoong bufaba y se retorcía de dolor al intentar ponerse de pie y mover su cuerpo, aunque trataba de ser valiente y no demostrar cuanto le jodía hacer aquello frente a Changmin; pero con el paso de las semanas el dolor había mitigado y ambos príncipes estaban mucho más relajados.
Con pesar por parte Jaejoong, le habían tenido que cortar el maravilloso cabello suave y aterciopelado, ya que se habían estropeado sin remedio cuando aquel espía sinvergüenza le había estado revolviendo y tironeando del pelo sin piedad. Ahora tenía los laterales de la cabeza con el cabello corto casi al ras, pero en la parte superior su lacio cabello azabache estaba siempre alborotado, con un rebelde mechón oscuro en la frente, y después de un par de días, Jaejoong descubrió que le encantaba, y por lo visto a Changmin también le encantaba, pues podía seguirlo sujetando fácilmente de su cabello cuando hacían el amor.
Por su parte, ambos Reyes estaban contentos, y en el palacio reinaba la alegría, Changmin siempre había sido un joven sobrio y callado, pero Jaejoong en cambio era como un cascabel e inundaba cada rincón del castillo con su cálida luz hecha de oro puro. Los Reyes habían observado con plácida ensoñación como sus hijos se unían más y más con el paso de los días, tenían los mismos gestos, los mismos ademanes, la misma dependencia del uno por el otro. Eran prácticamente uno solo y era habitual que en donde estaba uno estuviera también el otro. Incluso a veces en el gran comedor durante los almuerzos, comidas y cenas o cuando los reyes asistían a las prácticas de tiro con arco de Changmin, o en las ceremonias religiosas de los domingos, un príncipe comenzaba una frase y el otro la terminaba como si supiera lo que su hermano quería decir. Era completamente alucinante para todos.

El Rey Donsik había consultado con los astrólogos durante muchos días, solicitando el título que habría de llevar su hijo mayor, hasta que durante una soleada mañana, el integrante más sabio y anciano de la cámara se había presentado ante él; toda imponencia encorvada envuelta en túnicas color púrpura y escarlata.

—¿Y bien, qué noticias me tienes? —preguntó el Rey, sentado detrás de su imponente escritorio.

—Majestad— habló el mago más viejo mientras hacía una reverencia zalamera—, se leyeron los signos muchas veces y no fue nada sencillo porque al ser vuestro hijo un Príncipe de sangre real pura por nacimiento y un Príncipe Heredero por nombramiento, su título debe entrañar un gran poder y ofrecerle total protección. Todos los astrólogos del gabinete y un servidor opinamos de manera unánime que el príncipe no debe llevar por más tiempo el apellido Kim.

—Pero El Príncipe Jaejoong se rehusó de manera terminante a eso, y se los dije. No voy a quitarle el apellido de la que, durante veinte dos años, él considerara su única familia.

—También estamos al tanto de eso Majestad, de modo que después de muchos de días de alegatos y conclusiones por fin hemos llegado a algo.

—Entonces habla de una vez… ¿Cuál será?

—Vuestro hijo llevará el siguiente noble título: Jaejoong Kim Shim Von, Alteza Real e Imperial Soberano Mayor Heredero de Calabria.

—Muy bien…—el Rey asintió complacido— los astros hablaron. Llévales la noticia a la Reina y a mis hijos, puedes retirarte, tengo cosas que hacer aquí.

El Rey suspiró, sintiéndose irónicamente satisfecho, recordó cuando Jaejoong no le parecía nada más que un simple joven sin otra cosa además de su hermosura, sin duda el destino se había lucido cerrándole la boca con un guantazo de dignidad. En aquellos momentos no se atrevía a pensar en sus hijos de otro modo que no fuera como un regalo de los cielos.
Pero el Rey no era tonto, y sabía que algo ocurría entre sus hijos, y después de observarlos se había dado cuenta de todo, pensó en ellos, y en la obsesiva pasión incestuosa que cada uno sentía por el otro.
«¿A quién pueden hacer daño?… Y si eso impide que dos almas tan bellas conozcan la agonía de la soledad, ¿entonces donde está el daño?»
Se levantó con una sonrisa bobalicona aleteando en las comisuras de su boca y salió de su sala privada para ir con su Reina y asegurarse –por décima vez en lo que iba de la mañana-que sus hijos estuvieran tranquilos y bien atendidos.

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Una tarde ventosa y fría de mediados de Diciembre, casi cuatro meses después de la terrorífica experiencia que Jaejoong sufriera a manos de su abuela muerta, el joven príncipe despertó de su lánguida siesta, y miró a su alrededor a punto de sufrir una crisis de pánico hasta que encontró a su lado, con el rostro medio enterrado en la almohada, a su único hermano. Durante el sueño el rostro de Changmin resultaba completamente inocente, cuando no podías ver sus ojos ardiendo de furia, de cariño o de deseo.
“Hermano” pensó Jaejoong.
Se levantó sin hacer el más mínimo ruido porque no quería despertar a Changmin, se encaminó completamente desnudo y descalzo hacia el cuarto de baño, disfrutando de la frescura del mármol blanco pulido hasta parecer un espejo de sus habitaciones. Después se había contemplado en el espejo, y había descubierto que le costaba un poco mirarse a los ojos. Ya casi se había acostumbrado a ver su rostro con algunas cicatrices levemente visibles y el ojo derecho tintado en rojo.

“Llevas más de un año totalmente enamorado de tu hermano” – se había dicho-“Su lengua ha estado dentro de tu boca más veces de las que puedes contar, se la has chupado hasta que se ha corrido, le has permitido que posea tu cuerpo”
Pero no podía llegar a sentir repugnancia de sí mismo, no podía sentir vergüenza de sus actos, sabía que esos eran los sentimientos que se suponía debería estar sintiendo, lo que el mundo diurno y racional esperaría que sintiera; pero Jaejoong no podía obligarse a sentir nada de todo aquello. ¿Qué importancia podrían tener aquellas normas descoloridas e insignificantes en un mundo de sangre y de noche?
Jaejoong sabía que no hubiera podido sentir esas emociones ni siquiera cuando era una parte involuntaria más del mundo normal. Su moral nunca había sido la suya; incluso ahora las baratijas de posición y rango que le ofrecían no habían conseguido hipnotizarle con sus falsos oropeles.
¿Sería posible de un instinto amoral que servía como protección contra la culpabilidad generada por el hecho de estar enamorado de su propio hermano?
Jaejoong intentó imaginarse la cadena de circunstancias o puras coincidencias que habían desembocado en el resultado final de que un príncipe de sangre pura como él fuera arrancado de su hogar, trabajara toda su vida sin descanso y acabara siendo salvado por el mismísimo miembro de su raza que había sido concebido y llevado en el mismo caliente y apretado útero. No consiguió imaginarlo, aquello no había sido circunstancia ni coincidencia, sino algo que tenía que ocurrir. Había un mapa en su vida en algún sitio, y Jaejoong había pasado toda su vida perdido por sus fronteras, y ahora por fin había encontrado la pauta general.
Ser una especie de monstruo incestuoso no le molestaba en lo más mínimo.
Su lazo con Changmin era también el lazo que le unía a aquel mundo de realeza y de sangre, ahora sabía que Changmin no le dejaría y que no le abandonaría nunca. Se había enfrentado con el en una ocasión y había salido triunfante, y podría volver a hacerlo, y por extraño que resultara, el que Jaejoong fuera capaz de hacer eso parecía ser uno de los motivos por los que Changmin se sentía más orgulloso de él.
Changmin le había deseado desde el principio; le había reclamado inmediatamente, debía existir algún tirón biológico entre ellos.
El menor no había sabido por qué deseaba tanto a Jaejonog y en aquel entonces el sentimiento quizá aun había sido revocable, el tirón podría haberse debilitado e incluso podría haber desaparecido cuando el pelinegro se había ido lejos, o cuando Changmin había estado a punto de contraer matrimonio; pero cuando Constanza había revelado la verdad –esas palabras mágicas y aterradoras, “Eres hijo de los Reyes de Calabria, eres un Príncipe Real”-, el lazo se había hecho carne.
No, no meramente carne… sangre. Los lazos estaban forjados en sangre, naturalmente, tanto el que existía entre Changmin y Jaejoong, como el que unía al pelinegro con la Reina, de cuyas entrañas había salido. Jaejoong era de la sangre de Changmin y Changmin no le abandonaría ni ahora ni dentro de un millar de años.
Alzó los ojos al techo del cuarto de baño decorado con querubines de oro con mármol y sonrió, no lo veía, pero en su sonrisa había una salvaje lubricidad que hacía cuatro meses no estaba ahí.
Una pisada casi inaudible hizo que volviera la mirada hacia la puerta de entrada del cuarto de baño. Había una silueta inmóvil en el umbral, una sombra oscura aureolada por una delgadísima línea de luz plateada. Cabellera castaña y con hombros erguidos…, una silueta esbelta, alta y desnuda que se alzaba con el mismo porte masivo y regio que si hubiera medido tres metros de altura: Changmin.

—Ven aquí— dijo Jaejoong.

Changmin fue decidido hacia él y lo abrazó desde atrás, tensando sus brazos alrededor de la cintura de Jaejoong mientras le besaba la cicatriz rosácea y medio abultada de la nuca...-Jaejoong se estremeció de los pies a la cabeza.

—Por un momento pensé que te habías ido…— susurró Changmin con los labios pegados a su espalda.

—¿Irme? A ningún lado sin ti— respondió.

—¿Estoy invadiendo tu privacidad?

—No.

—Que te sucede— no era una pregunta, era una afirmación. Changmin sentía la agitación de Jaejoong palpitando dentro de él.

—Estoy nervioso, Minnie.

—Es por lo de la próxima semana— otra afirmación.

—Si… no sé…

—¿Qué es lo que no sabes? ¿Crees que alguien se atrevería siquiera a mirarte mal?

—¿Y si cometo un error?

Changmin reptó sus manos lentamente por el pecho de Jaejoong, después acarició su cuello y terminaron enterrándose en su cabello tan suave como las plumas de los cuervos. Después hizo un poco de presión, obligando a Jaejoong a mirarse de frente contra el espejo; Changmin apoyó entonces su rostro sobre el hombro derecho de Jaejoong, quedando ambos a la misma altura.

—Míranos. Mírate bien— dijo Changmin, atravesando los ojos de Jaejoong con los suyos a través del reflejo— ¿crees que podrás cometer algún error? Y aun si lo hicieras… Todos te aman. Yo te amo y sabes que esto debió hacerse hace veinte dos años.

—Ah Minnie… yo también te amo, lo demás no importa— desechó Jaejoong bajando la mirada al sentirse abrumado por el sentimiento. No podía dejar de sentirse nervioso al escuchar las palabras de su hermano, ni por la ceremonia de la semana siguiente. Estaría prácticamente todo Calabria, Todos mirándolo, Todos interesados. Si no fuera a tener a Changmin a su lado no asistiría a la ceremonia de su propia coronación.

—No importa nada, tienes razón, mientras estemos juntos, nada más importa— dijo Changmin y después le mordió el cuello con gran delicadeza.

Jaejoong sintió como los últimos retazos de su vida anterior –el pueblo, las multitudes de amigos que se congregaban perezosamente en las tabernas para beber chartreuse y cerveza hasta embrutecerse-se desprendían de su cuerpo y se alejaban a la deriva flotando sobre el río caliente que era la lengua de Changmin, perdiéndose en sus besos, en el repentino vaivén de sus cuerpos al encajar a la perfección, en su sagrado amor fraternal, que los había sorprendido con su tórrido apasionamiento sobre el frescor del suelo del cuarto de baño.

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