La ceremonia de bienvenida había concluido finalmente después de cuatro largas horas terriblemente aburridas y Jaejoong había logrado pasar todo el tiempo tranquilo, e ignorando a Changmin, lo cual le suponía mucho esfuerzo, porque el príncipe parecía taladrarle la nuca con la mirada. Pero el primer paso estaba zanjado.
A los recién llegados les habían asignado el ala oeste del palacio, un sitio suntuoso y elegante, pero frío y oscuro. A Ambrosía no le gustaba, Ella extrañaba su soleado y cálido palacio en Mónaco. Las barracas y el campamento de los soldados y guardias de Mónaco se había instalado en el jardín, al pie de las ventanas de la princesa, pero el Rey Magnus se había negado de manera terminante a que Jaejoong y Yunho se quedaran con ellos, de
modo que a ambos se les había asignado una habitación enorme y elegante (quizá demasiado elegante), y esclavos para que los atendieran en todo momento, por ser nobles de alto rango.
La habitación de Jaejoong estaba al final del pasillo, lejos de la de Ambrosía, y al extremo
opuesto de la de Yunho, quien no podía dejar de sentirse intranquilo.
Cuando hubo terminado la ceremonia, se dirigió directo hacia el pelinegro, arrastrándolo a un rincón poco iluminado.
— ¿Pero qué rayos…? — Se quejó por el zarandeo mientras su espalda chocaba contra la pared con un golpe seco, y distinguió a Yunho— ¿Yunho?
—Cállate Jae — le cuchicheó este.
— ¿Cómo que me calle? ¿Qué bicho te picó?
—Escúchame joder, sé que me dijiste que tenías ciertos problemas con el príncipe Changmin, pero nunca me dijiste que fueran tan graves — susurróYunho, parecía muy escandalizado.
— ¿Qué? — La voz de Jaejoong se volvió repentinamente aguda — ¿cuales problemas? Todo está bien.
—Baja la voz — le urgió — no soy idiota Jae, los dos se estaban mirando como dos lobos hambrientos en plena cacería. —Pues… — el pelinegro no sabía ni que inventarse
—Seguro que fue por celos, porque me vio con Ambrosía.
—No estoy ciego tampoco… — atacó Yunho — yo creo que hay algo mas, aun no logro descifrar su mirada. ..- Jaejoong ya harto de tanto enredo, se irguió y se cambió el casco de brazo.
—Yo creo que ya estás inventando cosas y viendo lío donde no lo hay, relájate Yunho.
Tengo que ir a buscar a Ambrosía, nos vemos en la noche — se despidió con camaradería y emprendió el camino hacia las habitaciones que sabía eran de la princesa, dejando a un Yunho solo y sumido en sus pensamientos…
Los recién llegados estaban tan cansados por el largo viaje, que todos, sin excepción,
pidieron la cena en sus respectivas habitaciones.
Yunho y Jaejonog se reunieron en las habitaciones del primero para cenar juntos, De modo que, el comedor principal se quedo prácticamente semivacío. Los Reyes de Calabria, comprensivos, cenaron platicando animadamente entre ellos, El príncipe Changmin y el príncipe Kyuhyun cenaron en el comedor también, algo que había sorprendido a todos, porque generalmente, Changmin no cenaba y no se aparecía por el gran comedor prácticamente para nada.
El joven príncipe estaba indignado, molesto y muy a la expectativa. Le había supuesto un esfuerzo enorme no acercársele a Jaejoong en la ceremonia y había aguantado toda la tarde, escuchando las estúpidas palabras de desprecio ofendido que su amigo Kyuhyun le dirigía a Jaejoong así que esperaba verlo al menos durante la cena. Pero el pelinegro, la princesa Ambrosia y todos los llegados de Mónaco brillaron por su ausencia y el coraje en Changmin se acentuó.
**************************************************
— ¿Pero qué me estas contando? — bramó Yunho riendo a carcajadas, atragantándose con el líquido ambarino de su copa, y maldiciendo después al sentir que le quemaba la carne blanda de la garganta.
Jaejoong fingía totalmente, también estaba a punto de llorar de risa. Volvió a abrir el panfleto y soltó una risilla.
—No es mentira idiota, aquí lo dice. Escucha. — el pelinegro se aclaró la garganta y enfocó la vista, ya que después de semejante cena consistente en mucha langosta y media botella de coñac, le costaba un poco distinguir las letras más pequeñas. — Las damas y las esposas de los cortesanos se beneficiarán por igual si usan los saquitos perfumados debajo de la almohada. La fragancia se obtiene de una complicada mezcla a
base de canela, pétalos de rosa y escaramujo — tras decir eso, levanto su brillante mirada y le sonrió a Yunho con un destello de picardía, después volvió a mirar la revista — el estiércol de vaca, bien molido y húmedo se vende por libra para aplicarlo como cataplasma en la barbilla y en los diviesos—. Yunho, que era el que estaba tendido más próximo al fuego, se dejó caer de espaldas sobre la alfombra y rodó de risa, mientras que
Jaejoong reía con la cabeza echada hacia atrás, aguantando las carcajadas que sacudían su delgado cuerpo.
— ¿Pero de dónde coño has sacado tú esto? — le preguntó Yunho, arrancándole el papel de las manos luego de levantarse. Ambos estaban sentados de piernas cruzadas, (igual a un par de indios) sobre la mullida alfombra en tonos dorados y rojos que estaba en la estancia de la habitación de Yunho. Los troncos empotrados en la chimenea crepitaban alegremente y las llamas los calentaban e iluminaban, parecían tan solo un par
de críos riéndose por alguna travesura al final de un largo día. Yunho escaneó rápidamente la revista, buscando el artículo que Jaejoong había leído y después le lanzó una mirada acusadora. —Aquí no dice nada de estiércol de vaca— sentenció, haciendo viscos para leer las pequeñas letras.
— ¿No me vas a decir que te lo creíste…? Por diossss — y al ver la furia en los ojos de Yunho, el pelinegro volvió a estremecerse de risa, mientras se sujetaba la barriga ya adolorida.
—maldito desgraciado— bufó Yunho, arrojándole el panfleto directo al rostro, lo que provocó que Jaejoong riera aun más — algún día, señorito “Jaejoong sabelotodo” esa lengua tuya va a meterte en problemas.
— ¿Cómo puedes ser tan ingenuo? —bramó Jaejoong, mientras Yunho, riendo se le echaba encima, para obligarlo a disculparse, pero el pelinegro era más rápido y lo esquivó rodando elegantemente hacia un lado — además de lento. — Ambos, terriblemente cansados y mareados se quedaron tendidos de espaldas, mirando la intrincada pintura de ángeles, nubes y querubines del techo, mientras sus cuerpos sufrían los últimos
estertores de sus ataques de risa.
Después de unos minutos, sólo se escuchaba el crepitar de las llamas y Jaejoong se percató de lo tarde que era. Se puso de pie, se despidió de Yunho, y salió rumbo a su habitación.
Afuera en el pasillo, todo estaba oscuro y un poco lúgubre. Las antorchas casi extintas emitían un resplandor muy tenue que hacia brillar sutilmente los marcos dorados de las enormes pinturas que decoraban la pared.
Jaejoong caminaba con los ojos entrecerrados por el sueño y disfrutaba de los repiqueteos de
su espada al chocar contra el cinturón, pero fue otro sonido el que lo alertó.
Un tenue susurro, el roce de ropas y cabello agitándose, Jaejoongsonrió para sí mismo.
—Vaya, vaya, vaya— la voz que habló a sus espaldas fue burlona y fría como un témpano. Jaejoong suspiró pesadamente, Habría sido demasiado hermoso que pudiera pasar la primera noche en Calabria sin problemas, pero los problemas ya se habían presentado, materializándose en la figura del engreído príncipe Kyuhyun.
— ¿Qué quieres? — Jaejoong bufó, sin voltearse a mirarlo.
—Que me mires cuando te hablo.
—Sigue soñando, idiota— desdeñó Jaejoong, agitando su cabellera elegantemente y prosiguiendo su camino, hasta que el rubio príncipe se le puso delante, con las aletillas de la nariz dilatadas por la furia.
— ¿Quién demonios te crees que eres para hablarme así?
Jaejoong lo miró detenidamente, con rostro serio y enigmático, Se llevó el índice a la barbilla,
pensativo, haciendo que Kyuhyun se sulfurara más.
—Te hablo como me salga de las pelotas— respondió, esbozando una sonrisa tan burlona y peligrosa que Kyuhyun se alejó un poco de él.
El príncipe Kyuhyun estaba tan furioso como no lo había estado nunca en su vida. En cuanto había visto al pelinegro, había renacido en dentro de él el mismo sentimiento de negro coraje y celos enfermizos y quería machacar la hermosura del pelinegro con sus propias manos, pero Jaejoong ya no era el mismo joven delgado y desprevenido que había estado a su merced tiempo antes y no se atrevía a ponerle una mano encima, porque tenía la certeza de que el pelinegro se la arrancaría con los dientes de ser necesario, pero si podía humillarlo con palabras.
— ¿Pero qué…? — El rubio rió, incrédulo — me haces reír, No eres más que un pobre plebeyo advenedizo disfrazado de noble, cada centímetro de ti grita lo que eres, un bastardo indigno que fue dado a luz por una puta — Jaejoong se detuvo en el acto, estático,incrédulo, rabioso, Las palabras de Kyuhyun le calaron profundo, como alguien que vierte acido dentro de una herida abierta, y la furia relampagueó en sus oscuros ojos.
— ¿Qué es lo que has dicho? — Jaejoong se adelantó un paso — dímelo en mi cara, de cerca, maldita perra rubia.
El moreno hizo crujir los huesos de sus manos al cerrarlas en puños y su boca se inundó de sabor.
— ¿Cómo osas hablarme de esa manera? Yo te voy a enseñar lo que son los modales—tronó el rubio y lanzó su puño derecho directamente a la mandíbula de Jaejoong, quien al verlo, no se movió, Solo tensó las piernas y se inclinó levemente hacia adelante, listo para recibir y amortiguar el golpe, el cual, le pareció demasiado flojo y sin potencia.
Se escucho un leve crujido, casi imperceptible, y Kyuhyun retiró la mano, que le había quedado algo dolorida al chocar con el hueso de la quijada del pelinegro.
— ¿Es todo lo que tienes? — le dijo, mientras se limpiaba con el dorso de la mano un pequeño borbotón de sangre que comenzaba a descender lentamente por su mandíbula—. Bueno, mi turno. — y en un visto y no visto, Jaejoong arqueó su brazo hacia atrás y estampó con todas sus fuerzas los nudillos entre el pómulo izquierdo y la nariz de Kyuhyun, abarcando también parte del ojo, Se escuchó un sonoro crujido y el rubio cayó
de culo al piso, con la cara convertida en una máscara sanguinolenta.
— ¡Mierda! ¡Me rompiste la nariz!— Gritó el príncipe, llevándose la mano al rostro, tenia los dientes apretados y el rostro contraído en un rictus de dolor — tu, asqueroso rastrero… pagarás caro esto.
—No me digas — Jaejoong se agachó al lado de Kyuhyun, y lo tomó por el cuello de la casaca, levantándolo violentamente y acercando sus rostros. El príncipe tosió — ya no tienes tanta ventaja ¿no? Ya no puedes tomarme desprevenido como antes ¿verdad? Y si decido cobrarme el dolor que he sufrido haciendo que tus pellejos conozcan un dolor mucho más terrible, entonces lo haré, mi preciosa perrita rubia— comenzó a apretar— así que no te metas en mi camino, no me hables, es más, ni me mires, porque ahora, tu y yo estamos en el mismo rango y si me cabreas, no dudaré en atravesarte las tripas de lado a lado con mi espada, y bailaré a tu alrededor mientras te desangras. — Lo soltó bruscamente, haciendo que el cráneo del rubio rebotara contra el frío suelo — Oh, y buenas noches Alteza — le dijo con cinismo, antes de meterse en su habitación y cerrar
de un portazo.
—Maldito cretino— murmuró Jaejoong, mientras se quitaba la espada con todo y funda y la arrojaba rabioso contra un sillón. ¿Cómo se había atrevido a llamarle así a su madre? Era un milagro que siguiera vivo, Se planteó seriamente regresar y clavarle la espada en un ojo, pero descartó la idea, ya que si lo mataba se iniciaría todo un circo tedioso y aburrido en el que buscarían al culpable y probablemente terminaría envuelto en llamas al centro
de una hoguera de leña verde.
Caminó lentamente, cuidando no tropezar con nada, toda su habitación se hallaba sumida casi en las penumbras y el ambiente era cálido y apacible, pues el fuego de la chimenea estaba casi extinto y solo se notaba un halo rojizo por toda la habitación, a Jaejoong le gustaba, y estaba tan cansado que quería tirarse sobre la cama y no saber nada de nadie hasta el día siguiente, y estuvo a punto de hacerlo, pero se dio cuenta de algo extraño, sus dos esclavos brillaban por su ausencia…
—Parece que alguien te hizo enojar…
El cuerpo de Jaejoong se tensó como las cuerdas de una guitarra y un sonido ahogado de sorpresa se escapó de entre sus labios al escuchar esa voz… era su voz, y no se lo había esperado. Se dio la vuelta lentamente hacia el lugar de donde provino el grave sonido como de campana de catedral que era la voz de Changmin, y enfocó mejor la vista, creyendo que lo que había escuchado era solamente producto de su imaginación.
Pero no era ninguna alucinación, En el rincón más oscuro y alejado de la habitación de Jaejoong, entre el hueco que dejaba la cama y el enorme ropero donde estaban guardados todos sus finos trajes, aquellos confeccionados en las telas más frescas y raras, pesadas y brillantes, estaba de pie el príncipe Changmin, con la espalda apoyada indulgentemente en la pared y los brazos cruzados. Tenía el aspecto de un maldito Dios Griego y una expresión
juguetona en el rostro. Jaejoong solo podía distinguir el brillo de su dentadura gracias a que el
príncipe le sonreía.
— ¿Cha...Changmin?— balbuceó y se atragantó, quedándose de repente sin habla— ¿eres tú?
El príncipe hizo un gesto de incredulidad y dejó escapar una breve carcajada, que se
escuchó seca y sin una pisca de alegría.
—Por supuesto que soy yo Jae ¿Quién mas se atrevería a colarse en tu habitación en una noche tan oscura? — respondió, sugerente y se acercó.
Jaejoong, intimidado, retrocedió unos pasos, sintiéndose exactamente igual de inseguro e indefenso como la liebre que se enfrenta al lince. Changmin lo había tomado totalmente desprevenido y con la guardia baja, su espalda chocó contra el borde de la mesa que estaba frente a la chimenea casi exangüe, haciendo que el jarrón de porcelana, repleto de algodonosos botones de rosas rojas que descansaba sobre la superficie de madera
bailoteara sobre su eje peligrosamente. El sonido de la porcelana repiqueteando contra la madera le crispó aun más los ya alterados nervios.
— ¿Qué haces aquí? — preguntó, consiguiendo salir un poco de su aturdimiento.
—Este es mi palacio, genio ¿lo recuerdas? Puedo ir a donde me plazca.
Changmin se había detenido delante de Jaejoong, a escasos cinco centímetros de su cara y lo observaba fijamente, sin parpadear, queriendo grabar dentro de sus ojos la belleza lóbrega y casi irreal que emanaba del joven comandante.
—Pero ésta es mi habitación— enfatizó, inflando un poco los mofletes — ¿quién rayos te crees que eres para venir y meterte aquí de ésta forma? será muy tu palacio pero es MI habitación.
— ¿Por qué no te callas de una buena vez? — sentenció el príncipe, sin dejar de contemplarlo ¿En verdad había pensado que era hermoso? Porque la palabra no le llegaba. Era más bien algo surrealista el verlo, tan elegante y sombrío, con una gélida y tenebrosa seguridad en sí mismo. Era utópico el tenerlo nuevamente de frente, con los
oscuros ojos abiertos por el terror y los labios entreabiertos, deseables. El cálido aliento de Jaejoong le arañó el rostro y Changmin lo aspiró, avaricioso, como si se tratara del elixir mas divino. Levantó lentamente la mano derecha (no quería asustarlo) y acarició con la punta de los dedos, los relieves de plata bordados cuidadosamente en la casaca.
El pecho de Jaejoong estaba muy caliente, y Changmin podía sentir cada uno de los aleteos de su corazón, que golpeteaba ansioso contra las costillas. Después y con infinito esmero, tomó entre sus dedos un rebelde mecho de su cabello que descansaba ociosa sobre el terciopelo azulado que cubría la clavícula de Jaejoong.
La apretujó con cuidado y maravillado por la suavidad, muy lentamente inclinó la cabeza y la olisqueó, ante la mirada atónita del pelinegro. Le parecía demasiado elegante, perfecto, casi falaz, y la expresión plasmada en su hermoso y afilado rostro era indescifrable. Podía leer un poco de miedo, si, pero también había orgullo, altivez y una leve sombra de amargura.
Una sonrisa melancólica bailoteó lentamente por los labios de Changmin.
Jaejoong permaneció inmóvil, petrificado como una estatua, mirando intensamente los movimientos de Changmin. El príncipe lucia tan perfecto como de costumbre, Jaejoong podía ver con claridad los perfectos pectorales que dejaba ver esa camisa holgada y quiso acariciarlos, pero se contuvo. Cuando el príncipe se le acercó, el moreno olió algo dulzón en el aliento de Changmin, algún olor de la infancia enterrado a mucha profundidad, Lo pensó durante un momento, si, su aliento olía a pastelitos de vainilla, cuando sus ojos se
conectaron, Changmin se irguió, le tomó en sus brazos, y le besó.
La boca de Changmin era amarga y dulce como el vino, y su saliva tenía un suculento sabor a corrupción rojiza. Jaejoong dejó que el sabor fluyera dentro de él, lo bebió y extrajo fuerzas de él, como si fuera la poción que reviviría a cualquier persona que estuviera al borde de la muerte. Aquel sabor lo era todo, y como lo era todo, con un gatillazo doloroso, los recuerdos acudieron a su mente… Entonces rompió el contacto y alejó a Changmin de un empujón, mientras jadeaba para recuperar el aliento y sacudía la cabeza para reacomodar sus ideas. Miró encolerizado al príncipe y murmuró en un peligroso tono de rabia apenas contenida:
—No vuelvas a tocarme, no te atrevas a ponerme un solo dedo encima otra vez.
— ¿Qué? — Changmin estaba desconcertado, Hacia escasos cinco segundos, Jaejoong había
estado sumiso y complaciente, no entendía tal cambio de actitud. — ¿Qué demonios te pasa? ¿Por qué me rechazas?
—Y todavía lo preguntas— Jaejoong estaba molesto y habló con cinismo. El coraje que le había hecho pasar Kyuhyun aun seguía hirviendo a fuego lento dentro de él, y la actitud beligerante y avasalladora de Changmin lo avivaba aún más con cada palabra que salía de sus labios.
—Si te lo pregunto, es porque no lo sé…— le dijo, acercando sus labios poco a poco al cuello de Jaejoong, quien al sentir el aliento de Changmin por debajo de su oreja, se estremeció de pies a cabeza, el príncipe rió ante la confusión de Jaejoong, y fue ese sonido ahogado, con un leve matiz de burla, lo que hizo que todo estallara, su mente evocó algunas de las palabras que antaño el príncipe y sus allegados le dirigieran.
Tranquilo, todo va a ir bien.
Eres hermoso.
Me has embrujado.
Confía en mí, nunca te lastimaría.
Ahora eres mi esclavo.
Te abrirás para mí cuando yo te lo ordene.
Cuanto lo siento, Jaejoong.
A mi amado hijo, Kim Jaejoong.
— ¿No sabes por qué? — Estalló Jaejoong, gritando a todo pulmón, mientras le metía un Tremendo golpe en toda la cara a Changmin, volteándole el rostro violentamente, El golpe fue tan fuerte que la mano le picaba y le ardía, al rojo vivo — tienes mala memoria Alteza, porque yo recuerdo muy bien todo, tus humillaciones, tu falta de interés, solo buscabas en mi tu propio placer y por tu maldita culpa no me pude despedir de mi madre, la única persona a la que he amado en mi maldita vida. Pero ya lo olvidaste todo ¿no? y ahora pretendes que vuelva a caer en tus manos ¿no? Pues estas equivocado, no tienes idea de cómo me arrepiento de haberte conocido, y de haber caído en tus estúpidos juegos. Ah, y para que te quede claro, si estoy aquí no es por ti Changmin, no te confundas. Me das asco.
Changmin aun estaba volteado, apretando los dientes ante el dolor y el ardor de su mejilla y otro más profundo, el de su orgullo. lentamente volteó y volvió a enfocar su vista en Jaejoong. No quedaba ni la sombra del joven ingenuo y debilucho que había sido en el pasado, y ahí estaba delante de él, contemplándole con esa expresión de santurronería y condenada seguridad en sí mismo… Borrar a bofetadas aquella obstinación del rostro de
Jaejoong y arrastrar ese cuerpo delgado hasta sus aposentos resultaría lo más sencillo del mundo… ¿Pero que estaba pensando? ¿Pegar a Jaejoong? Seguramente el moreno lo mataría antes que dejarse poner una mano encima nuevamente. Se acarició el rostro, dolorido, pero no pensó en regresar en golpe.
—Vamos Jaejoong, sabes que en el fondo no lo quieres, sabes que me deseas, como yo a ti, y estas muriéndote porque te haga mío otra vez, porque te corrompa con mi saliva. ¿Por qué te haces el difícil?
—Te lo tienes muy creído ¿no? — Bufó el pelinegro, irónico, rabioso, cruzando los brazos delante del pecho — ¿Por qué desearía yo que alguien como tú me posea nuevamente? Esos tiempos ya pasaron, y prefiero clavarme la lengua a la mesa cada mañana antes que volver a estar contigo. En realidad, Changmin, tú no conoces una mierda de la vida, siempre aquí encerrado en tu palacio, esperando a que te atiendan, estirando la mano para todo, vociferando, dando órdenes. Nunca has tenido que pelear para salvar tu vida, ni rebuscar en la basura algo para comer o para vestir. ¿Por qué querría estar yo con alguien que no puede ver más allá de su nariz?
Las afiladas palabras de Jaejoong le chocaron de una manera muy molesta y jodida, Quería callarlo atrapándolo nuevamente desde atrás… “Desde atrás- dijo malévolamente el demonio que vivía dentro de su cabeza- Si, me acuerdo muy bien de esa postura, pero había muchas más”
Recordó las noches salvajes y resbaladizas de sudor cuando lo único que podía saciar su voraz apetito era devorarse el uno al otro. Pero esas noches no eran nada comparado con el día que Changmin no podía soportar traer a su memoria, el que no podía evitar recordar con cada horrible detalle, cuando arrastró sin cuidado ni miramientos a Jaejoong por todo el palacio, apretándole el cuello, cuando lo arrojó al suelo sin contemplaciones y hundió su puño en la blandura de un estomago consumido, Changmin había dejado de ser Shim Changmin. El
demonio se había apoderado de él. Quizá fuese una excusa fácil, pero era justo lo que había sentido. Y después había vivido todo un largo año lleno de miseria, con la sensación de haber meado sobre la mona lisa o algo por el estilo.
La vergüenza y el horror ante lo que había hecho no le llegaron hasta el momento en el que había contemplado la fría y abandonada lapida blanca, que ahora yacía solitaria en el helado cementerio, y no se sentía listo para hablar sobre ello, se le daba mejor el herir.
—Por mucho que quieras negártelo, cuando te toco, te pones como un tren y tu cuerpo se desbarata — Jaejoong se mordió el labio para acallar un aullido de furia, Changmin tenía razón, pero nunca iba a admitirlo — acéptalo, tarde o temprano, el cervatillo volverá a caer en las garras del lobo.
Y Jaejoong sonrió, con la que Changmin reconoció como su sonrisa más herméticamente defensiva.
—Quizá el lobo deberá tener cuidado, porque si se acerca demasiado al cervatillo, éste podría arrancarle la garganta de un buen mordisco — y sonrió triunfal al ver la amargura en el rostro de Changmin— y ahora haz el favor de largarte.
Changmin quiso lanzarse sobre él y abrazarle, enterrar el rostro en su cuello y pedir perdón por todas aquellas noches perdidas, las que habían acabado desgarrándoles el alma a los dos. Quería borrar el brillo de aquella sonrisa falsa de su rostro, no podía soportar ver aquel gesto manchando los labios que conocía tan bien, los labios que había abierto separándolos con su lengua y que le habían llevado a la zona prohibida que se extiende
entre el placer y la locura…
Pero no podría hacerlo, porque aquello exigiría que mostrara su desesperación, y la capacidad de abrirse de forma tan clara, con la posibilidad de ser rechazado que llevaba implícita, no estaba dentro de él.
Los ojos de Jaejoong eran desmesuradamente fríos. Pero debajo de la frialdad que llenaba aquellos ojos había una extraña simpatía, una chispa de soledad y sabiduría.
—Escúchame bien Jae, no sé porque estás aquí, pero tarde o temprano, y quizá más temprano de lo que te imaginas tendrás que explicármelo todo, o lo averiguaré por mi cuenta, qué más da, y además te advierto que si llegaste hasta aquí fue para quedarte…
lo quieras o no. Yo siempre obtengo lo que quiero, de una u otra forma, y lo que quiero, eres tú.
Y tras decir eso se marchó, en el mismo instante en el que la última ardiente braza rojiza de leña se extinguió con un último y agónico siseo.
Entonces Jaejoong se quedó solo, y toda la adrenalina acumulada en sus músculos le abandonó, dejándolo extrañamente flojo y débil. Una oleada de nostalgia tan intensa como jamás había experimentado se abrió paso por todo su cuerpo y le hizo estremecer, pero gracias a un considerable esfuerzo de voluntad logró calmar la agitación de sus pensamientos. De un momento a otro, un cansancio apabullante lo abrumó, y solo fue
capaz de sacarse las botas a patadas, quitarse la pesada casaca y dejarse caer en la cama aun hecha y ya estaba dormido, con el puño enterrado dentro de su boca para no gritar, antes de haber transcurrido tan solo diez minutos de la partida de Changmin.
*************************************************
Las mañanas en Calabria eran brillantes, fragantes y muy frescas, pero a menudo frías.
Algo que le encantaba a Jaejoong.
Cuando el primer canto de los zorzales ermitaños rasgó la quietud del alba, Jaejoong ya llevaba levantado bastante tiempo y estaba conversando afuera en los jardines con el capitán de sus tropas en una charla amena, salpicada con alegres accesos de risa.
Sólo tres días habían transcurrido desde su llegada al palacio, y después de aquel primer encuentro que tuvo con el príncipe Changmin y el príncipe Kyuhyun, el segundo se había limitado a ignorarlo rotundamente, escondiendo su rostro magullado y herido de la sonrisa de suficiencia que esbozaba Jaejoong siempre que tenia oportunidad, y el primero, cuando no estaba con sus padres o con algún aburrido parlamentario intentaba hablarle y le hacía
señas, mismas que el pelinegro se esforzaba en no notar.
Para Jaejoong, su estancia en el castillo estaba llena de altibajos emocionales y crisis nerviosas. Veía cosas donde no las había, y no las veía donde si estaban, Rehuía casi siempre las extrañas miradas de Changmin, pero a veces se las sostenía con altivez y otras veces con adoración, pero no se permitió quedarse a solas nuevamente con él. La primera vez había tenido suerte, si había una segunda… mejor no tentar al destino…
Siempre que Ambrosía se veía obligada a pasar un rato con Changmin, Jaejoong estaba indiscutiblemente presente y lo miraba con advertencia y algo de cólera, pues Changmin había tomado la irritante costumbre de molestar a la chiquilla para cabrearlo.
Lo único que lograba distraerlo era pasar tiempo a solas con su pequeña princesa predilecta, que parecía tan deprimida como siempre y un poco más caprichosa que de costumbre, pero Jaejoong la atendía con adoración y esmero, consolaba sus accesos de llanto y soportaba con calma las rabietas que hacia cuando debía encontrarse con Changmin, o cuando sus padres la bombardeaban con regaños, o cuando alguna modista real la
pinchaba con un alfiler (cuando aquello se suscitaba, Jaejoong montaba en cólera y vociferando como demonio, echaba fuera de la habitación a todos y después se pasaba más de cuatro horas reconfortando a la pequeña criatura con voz baja y ronca).
Jaejoong no tenía descanso entre las actividades que constaban en cuidar de su princesa, comandar sus tropas, ignorar a Changmin, burlarse de Kyuhyun y estar con Yunho. Asimismo, sus sirvientes en Calabria eran más respetuosos y Yunho estaba cada vez más visible, lo buscaba, mandaba por él, llegaba sin anunciarse. Era un guardián mucho más receloso de lo que Jaejoong recordara jamás, después de despedirse del alegre capitán, el pelinegro calculó que Ambrosía ya estaría despierta y se encaminó hacia sus aposentos con la ligereza de una gaviota. Los sirvientes ya empezaban a pulular por todo el palacio y los jardineros se afanaban sin parar, a tan solo cuatro días del gran evento en el cual Jaejoong procuraba no pensar en lo más mínimo…
***********************************************
Changmin, Shim Changmin, el enigma más misterioso con el que alguien podría llegar a toparse, estaba maquinando un plan…
La actitud de Changmin había cambiado totalmente y de manera drástica desde la llegada de Jaejoong. Le había dado desaire a Kyuhyun y pasaba de él como si pasara de un montón de estiércol, y de sus escribas, de sus guardias y hasta de sus padres –quienes creían que su cambio de actitud se debía a la princesa y estaban más felices que nunca-. Su mente y todos sus sentidos estaban enfocados en el pelinegro. Lo necesitaba, lo
anhelaba como nunca, pero era condenadamente difícil acercarse a él. Jaejoong jamás estaba solo, siempre estaba aquel cansino llamado Yunho con él, ese tío que le parecía a Changmin demasiado familiar aunque aun no sabía de dónde o porque, o alguno de sus enormes soldados de mirada fiera y despiadada, o incluso la princesa Ambrosía se interponía entre él y el pelinegro con su áurea y diminuta presencia, y cuando por algún
castigo divino tenían que estar juntos, la chiquilla sólo miraba a Jaejoong y sólo estaba atenta a
lo que él decía, o miraba, o suspiraba. Changmin estaba desesperado.
Después de aquel primer violento acercamiento nocturno, donde el pelinegro le había golpeado y le había escupido todas sus venenosas verdades a la cara, Changmin pasaba el tiempo pensando y pensando en algún modo de recuperarlo. Pero por más que le diera vueltas, no podía rebatir las conclusiones corrosivas a las que había llegado Jaejoong, y que le machacaban el pecho y le llenaban la cabeza de telarañas de hilos lechosos cuyas arañas hace mucho las habían abandonado.
Luego de darle vueltas y más vueltas durante tres días enteros, llegó a la resolución de que, para obtener el perdón, iba a tener que suplicarlo, y dejar a un lado el orgullo.
Y como le molestaba tener que hacerlo.
Por las mañanas después de despertar, se quedaba medio enterrado entre sus sábanas blancas, pensando en Jaejoong, imaginándoselo, nunca se había masturbado tantas veces y con tanta pasión como en aquellos tres días, y lo hacía visualizando a su hermoso y místico pelinegro. Fantaseaba con él, y ardía en deseos de volverlo a besar, de acariciarlo y hacerlo suyo nuevamente, una y otra vez hasta saciarse o incluso romperse de deseo.
Estaba totalmente eclipsado por el nuevo aspecto de Jaejoong, tan oscuro, tan intenso…tan sexual. También pensaba en Ambrosía, pero no de la misma forma de siempre, con rebeldía y desagrado, ahora era diferente. Después de ver la actitud tan…cariñosa y fraternal de Jaejoong hacia con ella, (porque no podía decir lo mismo de la actitud de ella hacia él). Changmin podría apostarse el reino entero a que ella estaba totalmente flipada por Jaejoong. Pero sorprendentemente aquello no le molestaba demasiado, y únicamente sentía curiosidad y
una pizca de irritación contra aquella frágil criaturita con el poder de destruirlo todo en una rabieta si se lo proponía. (Sus soldados inspiraban francamente terror y se veían ansiosos por matar algo, aunque una sola palabra de Jaejoong y todos bajaban la cabeza igual que perros sumisos).
Quizá, su tranquilidad más grande respecto al encaprichamiento de Ambrosía por Jaejoong, era el saber que (en el más remoto de los casos en el que su boda se anulara) jamás le permitirían intentar nada con él, por no tener Jaejoong sangre de noble corriendo por sus venas, aunque hubiese sido proclamado Príncipe Heredero. El linaje real no estaba plasmado en su carne (eso creían todos al no conocerse la verdad sobre su ascendencia).
Y lo que más seguridad de le proporcionaba a Changmin, fue el tener la certeza de que aun lograba acaparar toda la atención y los sentidos de Jaejoong. Lo había notado la noche en que estuvieron cara a cara, antes claro de que el pelinegro se cabreara y lo echara prácticamente a patadas.
Suspiró, el sol comenzaba a alzarse por el horizonte, penetrando tenuemente por entre los cortinajes de la habitación de Changmin, justo en el momento en que el príncipe exhalaba ruidosamente mientras se corría pensando en Jaejoong, su mano (totalmente pringada de semen) que rodeaba con firmeza su miembro, perdió velocidad mientras el emitía los últimos jadeos agónicos que le provocara el orgasmo. No se molestó en limpiar nada cuando un potente rayo solar se abrió paso y trepó hasta su cama, incrustándose directamente en su ojo izquierdo, haciendo que el príncipe frunciera el ceño, molesto y se diera la vuelta, enterrándose profundamente entre sus sabanas.
Ese sería el día, recuperaría a Jaejoong costara lo que costara, no podía pasar más tiempo.No lo soportaría…
**********************************************
Al llegar a los aposentos de la princesa, Jaejoong se unió a la pequeña conmoción que ahí
había.
— ¡Ah Jaejoong! — La potente y atronadora voz del Rey Magnus reverberó por las paredes y taladró los tímpanos del joven guardaespaldas —mi muchacho, al fin llegas.
El Rey estaba de pie en el umbral de la habitación, en compañía del serio y solemne príncipe Adam, quien le lanzó a Jaejoong otra de sus miradas enigmáticas, cargadas de oscuridad y sensualidad, incluso se veía bastante exasperado, el príncipe Adam no tenia paciencia para los arrebatos de rebeldía de su hermanita y ya quería volver a Mónaco, con ella o sin ella, le daba igual. Solo quería irse, Yunho también estaba ahí, silencioso y tolerante, con
rostro serio y expectante.
— ¿Qué sucede Majestad? — la voz de Jaejoong fue amable y respetuosa.
—Ah, Jaejoong, ésta veleidosa hija mía — dijo, compungido — no atiende razones, no sé qué hacer con ella.
— ¿Qué le sucede? ¿Está bien? — el tono de Jaejoong se volvió de inmediato apremiante y preocupado y trató de visualizar a la princesa ladeando la cabeza para ver por entre las siluetas que tenía delante.
—Sí, sí lo está, pero no quiere comer, no quiere obedecer, Estoy desesperado. ¿Podrías hacer el favor de intentar razonar con ella? A ti te escucha. — el Rey parecía fatigado y se frotó la frente con tanta fuerza que Jaejoong creyó que estaba a punto de arrancarse la piel de cuajo. Incluso su rubicundo y abundante bigote parecía lánguido y aguado.
—Claro que si Alteza, yo hablaré con ella — hizo una reverencia respetuosa y se adelantó hacia la habitación. Le hizo un guiño a Yunho antes de entrar, mismo que fue respondido con la misma locuaz alegría.
Una vez adentro del suntuoso dormitorio asignado a Ambrosía, Jaejoong la buscó entrecerrando los ojos al sol matinal que se colaba por los enormes ventanales, y la encontró sentada en un pequeño escabel forrado de seda color rosa pálido, mirando por las ventanas hacia el jardín. Su madre, la Reina, estaba de pie frente a ella, con los brazos cruzados y el ceño fruncido en una mueca de preocupación.
—Alteza— susurró el pelinegro para anunciarle su presencia y la Reina se le acercó, sonriendo.
—Jaejoong, cuanto me alegra que estés aquí, Ambrosía amaneció algo decaída, ojalá al menos puedas hacer que coma algo. —Su voz fue un susurro tan tenue que Jaejoong tuvo que agudizar el oído para poder escuchar.
—Vaya tranquila, Mi Reina, yo me ocuparé de vuestra hija. ..-La Reina asintió, satisfecha.
—Entonces ordenaré que traigan el desayuno, para ambos.
—No Majestad, no es necesario, sólo el de ella. — dijo Jaejoong, pero la reina ya se había marchado.
Con cautela, con mucha cautela, Jaejoong se acercó a la figura inmóvil de la princesa, absorto ante su fresca belleza matinal. Llevaba encima un ligero y vaporoso vestido amarillo de algodón, con algunas joyas incrustadas. Su diminuto rostro de ojos enormes y cristalinos y nariz respingada estaba en calma, y el sedoso torrente de cabello dorado descansaba quieto sobre su espalda. Se podía captar incluso el aroma tibio de su piel, y cuando ella levantó los ojos, Jaejoong creyó que podía sumergirse en sus azules profundidades y caer al abismo negro que eran sus pupilas.
—Saludos, Jae — le sonrió y Jaejoong pensó que ella era la criatura con la más absoluta belleza
melodramática que había visto en toda su vida.
—Buen día, Ambrosía — respondió al sentarse frente a ella en el banquillo que estaba libre — ¿Cómo has pasado la noche? Ella no respondió, únicamente encogió un hombro de manera casi imperceptible y volvió
su vista hacia el jardín.
—Hace rato sacaron a caminar a los caballos y les dieron de comer, ahí estaba Capri.
— ¿Y lo trataron bien?
—Muy bien, el señor gordo que los llevaba le dio únicamente a él unas zanahorias y le canturreaba algo en el oído, pero Capri sigue siendo muy tozudo y casi lo mordió.
—Se llama Bernardo y es el caballerango, ni siquiera él puede con mi Capriccio— le dijo el moreno, sonriendo. Ella también sonrió.
— ¿Cómo lo sabes?… ¿lo conoces? Porque él parece conocer muy bien a tu caballo— dijo ella lanzándole una mirada llena de suspicacia.
Jaeejoong cerró los ojos, inhaló muy hondo y se decidió, ya era hora de comenzar a revelarle a la princesa algunas de las verdades de su pasado, antes de que pudiese enterarse de alguna otra manera que afectara la relación que tenían.
—Lo sé porque… porque yo… veras yo…— era complicado— nací aquí, en Calabria…— Y como supuso, la princesa abrió desmesuradamente los ojos en un gesto de total incredulidad y se llevó una mano a la boca para contener un silencioso grito. Su boca formó una pequeña y perfecta “o”. Continuó antes de que ella pudiese responder — Nací aquí, en el pueblo. Mi madre fue institutriz y sirvienta de alta categoría — comentó, irónico
y cínico, pero sin mencionar ni por asomo a quien había instruido— no sé quien es mi padre y a decir verdad no me interesa saberlo y no tengo más familia, ahora estoy solo en el mundo— pero al ver la expresión herida en el rostro de la chiquilla rápidamente rectificó — bueno, no solo, ahora te tengo a ti, — le tomó la mano y ella sonrió—y a Yunho, y a mis hombres, ustedes son mi familia.
—Entonces — ella no parecía saber que decir, retiró la mano luciendo muy avergonzada
— ¿es por eso que no querías volver?
—Si Alteza.
— ¿Alguien te hizo algo? ¿Por eso huiste? — la princesa se retorcía los dedos, parecía tan desdichada…
—Si Alteza.
— ¿Quién fue? — la expresión de fiereza que atravesó su pequeño rostro fue casi cómica, casi. La furia que relampagueó en sus ojos fue autentica.
—Eso ya no importa Alteza, ya ha pasado.
—Pero Jae… te he arrastrado al último lugar en la tierra al que querrías volver — escondió su pequeña cara entre sus manos y empezó a sollozar — ¿Qué te hice? ¿Por qué no me lo dijiste antes?
—No llores — se acercó a ella y le rodeó los temblorosos hombros con un brazo, su piel estaba helada y por eso la cargó y la llevó hasta la cama, donde las mantas blancas ya estaban perfectamente alisadas — no me has obligado a nada ¿de acuerdo? Si estoy aquí es porque así lo quise, no pienses mas en eso. — le cubrió los hombros con la capa blanca que estaba sobre la cama, la que estaba confeccionada en el más fino y suave de
los terciopelos y que ella usaba cuando iba con el pelinegro a montar a caballo.
A Jaejoong le inquietaba terriblemente ver llorar a Ambrosía, se sentía estúpido e incompetente, además de nervioso e intranquilo, una sensación horrenda.
— ¿Estás seguro? — sorbió por la nariz con desconsuelo y Jaejoong, desesperado, quiso matar
al mundo— A veces siento que no tomo en cuenta tus ideas o tus sentimientos.
—Y es así como debe ser, ahora no pienses más en eso. — el pelinegro declaró tajante, ahora Ambrosía siempre estaba triste, y él quería que estuviera feliz, como lo era cuando daban largos paseos bajo el anaranjado atardecer de Mónaco.
La princesa asintió y se limpió las lágrimas con el pañuelo de seda que Jaejoong le ofreció, y que tenia grabada una letra “KJ” en una caligrafía antigua y barroca, llena de florituras, en el mismo momento en el que tres discretos golpes resonaron en las puertas cerradas.
La voz grave de Jaejoong ordenó que entrase quien quiera que fuera, dos jóvenes esclavas hicieron una profunda reverencia y colocaron sobre la cama una charola grande de plata con el desayuno cubierto por unos grandes domos plateados, acto seguido se retiraron.
—Yo no tengo hambre— dijo la princesa en voz muy baja y arrugó la nariz, exactamente igual que lo haría un conejo. Jaejoong asintió y se levantó para acercarse a la charola a ver qué era lo que habían osado ofrecerles.
—Cuando yo era pequeño— dijo con una chispa de soledad en la voz, mientras separaba las servilletas de lino de los cubiertos de plata y destapaba las humeantes viandas con dedos cautos. La princesa observaba y escuchaba todo atentamente— a veces mi madre podía llevarme algo de comida, ya sabes, las sobras de donde ella trabajaba, pero casi nunca podía hacerlo porque en general las sobras eran para los perros de la casa donde
servía, entonces cuando yo no podía aguantar más el hambre, recorría la playa en busca de algún cangrejo o un langostino, asados saben muy bien — Jaejoong aspiró el vapor de la comida casi con deleite — cuando no podía, o simplemente no se les daba la gana a los bichejos de salir de sus escondites, yo rebuscaba en los basureros de las tabernas del pueblo, ahí casi siempre podía encontrar algo que no estuviera lo suficientemente podrido
como para matarme, aunque me enfermé un sinfín de veces, ya sabes, casi todo estaba medio podrido por el calor y la humedad— explicó, como si fuera lo más normal del mundo— pero servía para llenarme la tripa, y cuando no… bueno, entonces dormía todo el día y toda la noche ¿sabes?, así se engaña al hambre — la princesa había dejado prácticamente de respirar y tenía una expresión de terrible culpabilidad en el rostro. Jaejoong
incluso podría jurar que se le habían revuelto las tripas por el color verduzco que estaba tomando su pequeño rostro. — ¿segura que no quieres? — volvió a ofrecer al momento que acercaba la charola a donde ella estaba sentada y retiraba el paño de lino que cubría un par de bandejas de plata que contenían pan caliente, pescado ahumado, dos copas rebosantes de zumo de naranja, una ensalada verde y húmeda, con aroma de cebollas y
brotes de papiro y un par de llamativos pastelitos de vainilla con frambuesas que a ambos
les hicieron agua la boca.
La princesa se lanzó a por la comida con una ferocidad inusitada, mientras que Jaejoong la observaba complacido mientras tomaba pequeños bocados de su desayuno, disfrutando del oscuro, suculento y aromático sabor a humo de su pescado, y los bocados de frescura húmeda de la ensalada. Un verdadero manjar.
—Así es mejor ¿no lo crees? — comentó cuando hubieron terminado. Ella asintió, soñolienta y con una tenue sonrisa complacida en los labios, aunque el relato de los terribles recuerdos de la infancia de Jaejoong aun hacían estragos en su mente.
—Definitivamente — dijo bostezando — estoy muy cansada, creo que el resto del día descansare en mi lecho — el asintió mientras sostenía las mantas, ella se recostó. — disfruta de tu tiempo libre Jaejoong, pero deberás venir después a contarme todo lo que hayas hecho.
—Asi sera, ahora descanse…
Jaejonog abandono la habitación de Ambrosia con una extraña sensación, algo dentro del decía que hoy su vida daría un giro inesperado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario